– ¿Te gusta a ti?
– Sí, Henry.
Henry se apoyó en una rodilla y miró los ojos de la chica-. Ahora soy tu padre. Me puedes llamar papá.
El pecho de Nick se hundió y su corazón golpeó tan fuerte que no podía respirar. Había esperado toda su vida escuchar esas palabras, pero Henry se las había dicho a una estúpida niña de cara pálida a la que le gustaba Winnie The Pooh. Debió hacer algún ruido porque Henry y la chica miraron hacia su escondite.
– ¿Quién está ahí?- preguntó Henry levantándose.
Lentamente, con la aprensión estrujando su estómago, Nick se puso de pie y se enfrentó al hombre que su madre siempre había dicho que era su padre. Enderezó los hombros y miró fijamente los ojos gris pálido de Henry. Quería correr, pero no se movió.
– ¿Qué haces ahí?- preguntó Henry otra vez.
Nick levantó la barbilla pero no le contestó.
– ¿Quién es, Henry?- preguntó la niña.
– Nadie – contestó y se giró hacia Nick-. Vete a casa. Ahora mismo, y no vuelvas nunca.
Allí parado resistiendo la presión de su pecho, con las rodillas temblando y con el estómago revuelto, Nick Allegrezza sintió que sus esperanzas morían. Odió a Henry Shaw-. Eres un hijo de puta chupa-lagartos, -dijo, luego bajo la mirada a la niña del pelo dorado. También la odió. Con su odio ardiendo en los ojos e inflamado por la cólera, giró y salió de su escondite. Nunca regresó. Nunca volvió a esperar en las sombras. A esperar cosas que nunca tendría.
El ruido de pasos hizo regresar los pensamientos de Nick del pasado, pero no se dio la vuelta.
– ¿Qué piensas?- Gail se movió detrás de él y envolvió sus brazos alrededor de su cintura. La delgada tela de su vestido era lo único que separaba sus pechos desnudos de su espalda.
– ¿Sobre qué?
– Sobre mi nuevo y mejorado cuerpo.
Él se giró y la miró. Ella estaba inmersa en la oscuridad y no la podía ver demasiado bien-. Está bien -contestó.
– ¿Bien? ¿Me he gastado miles de dólares en las tetas, y eso es lo único que dices? ¿Qué está bien?
– ¿Qué quieres que te diga?, ¿que hubieras sido más lista si hubieras invertido tu dinero en otra cosa que en silicona?
– Creía que a los hombres les gustaban los pechos grandes -dijo haciendo pucheros.
Pechos grandes o pequeños no era tan importante como lo era lo que una mujer hacía con su cuerpo. Le gustaban las mujeres que sabían como usar lo que tenían, que perdieran el control en la cama. Mujeres que lo empujaran, que se movieran y se ensuciaran con él. Gail estaba demasiado preocupada por su aspecto.
– Pensaba que todos los hombres fantaseaban con pechos grandes, -continuó ella.
– No todos los hombres-. Nick no había fantaseado con ninguna mujer hacía mucho tiempo. De hecho, no tenía fantasías desde que era un niño y además esas ilusiones habían dado lo mismo.
Gail envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se puso de puntillas-. Parecías apreciarlos hace un rato.
– No dije que no los apreciara.
Ella deslizó su mano de su pecho a su estómago-. Entonces haz el amor conmigo otra vez.
Él pasó los dedos alrededor de su muñeca-. Yo no hago el amor.
– ¿Entonces qué fue lo que hicimos hace media hora?
Él pensó en darle una respuesta con una palabra más gráfica, pero supuso que no apreciaría su sinceridad. Pensó en regresar a su casa, pero ella deslizó su mano a la parte delantera de sus pantalones vaqueros y recapacitando esperó un rato para ver lo que ella tenía en mente-. Eso fue sexo -dijo-. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
– Suenas amargado.
– ¿Por qué, porque no confundo sexo y amor?- Nick no se consideraba amargado, sólo desinteresado. Tal y como él lo veía, no había ninguna ventaja en enamorarse. Sólo muchas emociones y tiempo desaprovechados.
– Tal vez nunca has amado – dijo ella presionando con la mano el botón de sus pantalones-. Tal vez te enamores de mí.
Nick se rió entre dientes desde lo más profundo de su pecho-. No cuentes con eso.
Capítulo Dos
La mañana después del entierro, Delaney durmió hasta tarde y se escapó por poco de una reunión de la Sociedad Benéfica de Truly, el equivalente de las ligas menores del pequeño pueblo. Ella había esperado descansar en casa toda la mañana y estar algún tiempo con su madre antes de ir esa tarde a encontrarse con su mejor amiga de secundaria, Lisa Collins. Las dos tenían planes de encontrarse en el Bar de Mort para beber margaritas e intercambiar chismes.
Pero Gwen tenía planes diferentes para Delaney-. Me gustaría que te quedaras a la reunión – dijo Gwen tan pronto como apareció en la cocina, pareciendo una modelo de catálogo vestida de seda azul. Una arruga leve surcó su frente mientras miraba los zapatos de Delaney-. Esperamos comprar un nuevo equipo para la pista de Larkspur Park, y pensamos que nos puedes dar ideas de donde sacar dinero.
Delaney prefería masticar papel de estaño antes que asistir a una de las aburridas reuniones de su madre-. Tengo planes -mintió, y extendió la mermelada de fresa por encima de la tostada. Tenía veintinueve años pero no se podía resignar a decepcionar a propósito a su madre.
– ¿Qué planes?
– Me encontraré con una amiga para almorzar-. Se reclinó contra el respaldo de madera de cerezo y hundió los dientes en su tostada.
Las arrugas diminutas aparecieron en las comisuras de los ojos azules de Gwen-. ¿Vas a ir al pueblo con esa pinta?
Delaney recorrió con la mirada su suéter blanco sin mangas, sus vaqueros cortos y negros, y el cuero brillante de las correas de sus sandalias Hercules con la suela de goma. Se había vestido de manera conservadora, aunque tal vez sus zapatos fueran ligeramente diferentes a lo que se solía ver en el pueblo. No le importaba; Le encantaban-. Me gusta lo que llevo puesto – dijo, volviendo a tener nueve años otra vez. No le gustó nada experimentarlo y le recordó la razón por la que tenía intención de salir de Truly rápidamente el día siguiente después de la lectura del testamento de Henry.
– Iremos de compras la semana próxima. Conduciremos hasta Boise y pasaremos el día en la alameda-. Gwen sonrió con verdadero placer-. Ahora que estás en casa otra vez, podremos ir al menos una vez al mes.
Ahí estaba. Gwen suponía que Delaney volvería a Truly ahora que Henry estaba muerto. Pero Henry Shaw no había sido la única razón por la que Delaney quería mantener al menos un estado de distancia entre ella e Idaho.
– No necesito nada, mamá – dijo y dio cuenta de su desayuno. Si se quedaba más que unos pocos días, no tenía ninguna duda de que Gwen la vestiría de Liz Claiborne y la convertiría en un miembro respetable de la Sociedad Benéfica. Había crecido llevando ropas que no le gustaban y fingiendo ser alguien que no era, sólo para complacer a sus padres. Se había matado por aparecer en la lista de honor de la escuela y nunca había hecho nada peor que no devolver a tiempo un libro de la biblioteca. Era la hija del alcalde. Lo que quería decir que había tenido que ser perfecta.
– ¿No son incómodos esos zapatos?
Delaney negó con la cabeza-. Dime cómo fue el incendio -dijo, cambiando a propósito de tema. Desde que había llegado a Truly, había sabido muy poco sobre lo que realmente había ocurrido la noche de la muerte de Henry. Su madre era renuente a hablar de eso, pero ahora que el entierro ya había pasado, Delaney necesitaba información con rapidez.
Gwen suspiró y cogió el cuchillo de la mantequilla que Delaney había usado para extender la mermelada. Los tacones de sus sandalias azules repicaron sobre el suelo cerámico cuando se movió hacia el fregadero-. No sé más ahora que cuando te llamé el lunes pasado-. Puso el cuchillo encima del fregadero y luego miró afuera por la gran ventana-. Henry estaba en su cobertizo del pueblo cuando comenzó el fuego. El alguacil Crow me dijo que creen que empezó sobre un montón de trapos a los que llegó una chispa que salió de un viejo calentador-. La voz de Gwen vaciló mientras hablaba.