Delaney se acercó a su madre y rodeó con su brazo los hombros de Gwen. Miraba afuera, al patio trasero, al embarcadero de los botes donde chocaban suavemente las olas e hizo la pregunta que había tenido miedo de hacer – ¿Sabes si sufrió mucho?
– Creo que no, pero eso es algo que ni quiero saber. No sé cuánto tiempo estuvo allí dentro o si Dios fue compasivo y murió asfixiado antes de que las llamas se acercasen a él. No pregunté. Todo lo que ocurrió la semana pasada ha sido suficientemente duro-. Hizo una pausa para aclararse la voz-. He tenido demasiadas cosas que hacer y no me gusta pensar en eso.
Delaney volvió la mirada a su madre, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una conexión con la mujer que le había dado la vida. Eran muy diferentes, pero en ese momento, sentían lo mismo. A pesar de sus defectos, ambas amaban a Henry Shaw.
– Estoy segura que tus amigas entenderían que cancelases la reunión de hoy. Si quieres, las llamo y se lo digo.
Gwen fijó la atención en Delaney y negó con la cabeza-. Tengo responsabilidades, Laney. No puedo dejar en suspenso mi vida para siempre.
“¿Para siempre?” Henry se había muerto hacía una semana y lo habían enterrado hacía menos de veinticuatro horas. Dejó caer el brazo de los hombros de su madre sintiendo como desaparecía la conexión-. Me voy afuera a dar una vuelta – dijo, y salió por la puerta trasera antes de que se le notara la desilusión. La ligera brisa matutina hacía susurrar al álamo, llenando el susurro del aire de olor a hojas de pino. Inspiró profundamente y caminó por el patio de atrás.
Decepción, parecía la mejor palabra para describir a su familia. Habían vivido en una farsa, y como consecuencia, habían estado condenados a contrariarse los unos a los otros. Hacía mucho tiempo que había asumido el hecho de que su madre era superficial, mucho más preocupada por la apariencia que por la sustancia. Y Delaney había aceptado que Henry era un maniático del control. Mientras se había comportado como Henry esperaba, había sido un padre maravilloso. La había recompensado con su tiempo y su atención, la había llevado a dar un paseo en bote con sus amigos o acampando en las Sawtooths [8], pero el sistema de vida de los Shaws consistía en reprimendas y recompensas, y ella siempre se había sentido decepcionada porque todo, incluso el amor, era un premio.
Delaney pasó por detrás de un Ponderosa [9] de altura imponente hacia la gran perrera que bordeaba el césped. Dos placas de latón encima de la puerta, con los nombres de los Weimareners grabados, presentaban a los perros como Duke y Dolores.
– ¿A qué sois unos bebés bonitos?- los arrulló, tocando sus suaves hocicos a través la reja y dirigiéndose a ellos como si fueran perritos falderos. Delaney quería a esos perros, había jugado mucho ya no con Dolores y Duke sino con sus predecesores, Clark y Clara. Pero ahora, se mudaba demasiado a menudo como para tener una carpa dorada, y mucho menos una mascota de verdad-. Mis pobres bebés bonitos, aquí encerrados-. Los Weimaraners lamieron sus dedos, y ella se acuclilló sobre una rodilla. Los perros estaban muy bien cuidados, y desde que pertenecían a Henry, sin duda también muy bien entrenados. Sus caras color canela y sus tristes ojos azules silenciosamente le rogaban a ella que los soltara-. Sé cómo os sentís -dijo ella-. También solía estar atrapada aquí-. Duke tiró de la correa con un quejido lastimoso que hizo diana en el corazón compasivo de Delaney-. De acuerdo, pero no podéis salir del patio -dijo mientras se levantaba.
La puerta de la perrera se entreabrió suavemente y Duke y Dolores se lanzaron de lleno, pasando como relámpagos delante de Delaney, veloces como flechas-. ¡Maldita sea, volved aquí! -gritó, girándose justo a tiempo para ver desaparecer sus rabos en el bosque. Pensó dejarles a su aire con la esperanza de que regresarían solos. Luego pensó en la carretera que pasaba a menos de dos kilómetros de la casa.
Agarró dos correas de cuero de la perrera y salió corriendo tras ellos. A pesar de que no sentía ningún vínculo con los perros, tampoco quería que fueran atropellados en la carretera-. ¡Duke! ¡Dolores! -llamó ella, corriendo tanto como podía, lentamente para equilibrar su peso sobre el par de sandalias en forma de cuña-. Es la hora de la cena. Bistec. Kibbles & Bits [10]-. Los persiguió por el bosque, por viejos caminos que había recorrido de niña. Las copas de los pinos le oscurecían el camino y los arbustos le golpeaban las piernas y tobillos. Alcanzó a los perros en la vieja casa del árbol que Henry había construido para ella cuando era niña, pero volvieron a salir corriendo en cuanto les intentó agarrar por los collares-. Milk-Bones [11], – les gritó persiguiéndolos por Elephant Rock y a través de Huckleberry Creek. Se habría rendido si los dos animales no se hubieran quedado cerca pero sin que los pudiera alcanzar, jugando con ella, burlándose con su cercanía. Los persiguió bajo las ramas de los álamos temblones que colgaban casi hasta el suelo y se raspó la mano al apoyarse para saltar sobre un pino caído.
– ¡Maldita sea! -maldijo mientras se miraba el arañazo. Duke y Dolores sentados sobre sus ancas, meneaban el rabo esperando a que acabara-. ¡Venid! – ordenó. Bajaron sus cabezas con sumisión, pero tan pronto como dio un paso hacia ellos, se levantaron y salieron corriendo otra vez-. ¡Regresad aquí!- se pensó dejarlos marchar, pero en ese momento recordó la Sociedad Benéfica de Truly que se encontraba reunida en casa de su madre. Perseguir a los estúpidos perros a través del bosque de repente sonaba bastante bien.
Los siguió por la ladera de una pequeña colina e hizo una parada bajo un pino para recobrar el aliento. Sus cejas bajaron cuando contempló el prado delante de ella, dividido y limpio de árboles. Un bulldozer y una pala estaban parados delante de un volquete enorme. Pintura naranja fluorescente marcaba la tierra en varios lugares al lado de grandes zanjas para alcantarillas y Nick Allegrezza estaba de pie, parado en el centro de todo ese caos, al lado de un Jeep Wrangler negro, Duke y Dolores estaban a sus pies.
El corazón de Delaney saltó hasta su garganta. Nick era la única persona que había esperado evitar durante su corta visita. Era el culpable de la única y más humillante experiencia de su vida. Luchó por ahogar el deseo de darse la vuelta y salir de allí por donde había venido. Pero Nick ya la había visto y no había manera de salir corriendo. Se obligó a ir andando con calma por la pendiente hacia él.
Él estaba vestido con la misma ropa que había llevado al entierro de Henry. Camiseta blanca, levi’s gastados, pendiente de oro. Sin embargo, hoy estaba afeitado y su pelo estaba recogido en una coleta. La miró como si no llevara nada puesto salvo su Calvin.
– Hola -gritó ella. Él no dijo nada, simplemente esperó allí, una de sus grandes manos descansaba rascando la parte superior de la cabeza de Duke, mientras sus ojos grises la vigilaban. Se libró de la aprensión que pesaba como un hoyo en su estómago cuando se paró a varios metros de él-. Estoy sacando a los perros de Henry -dijo, y otra vez le respondió el silencio y su mirada penetrante, insondable. Era más alto de lo que recordaba. La parte superior de su cabeza apenas le llegaba al hombro. Su pecho era más ancho. Sus músculos más pronunciados. Durante el breve tiempo que estuvo con él, le había dado la vuelta a su vida y la había cambiado para siempre. Lo había visto como un caballero con una brillante armadura, que conducía un Mustang ligeramente abollado. Pero se había equivocado.
Se lo habían prohibido durante toda su vida, y ella se había sentido atraída por él como una polilla por la luz de una bombilla. Había sido una buena chica que anhelaba libertad, y todo lo que él había tenido que hacer fue mover un dedo delante de ella y decir tres palabras. Tres palabras provocativas saliendo de sus labios de chico-malo-. Ven aquí, fierecilla, – había dicho, y su alma había respondido con un resonante sí. Era como si él hubiera mirado en lo más profundo de su ser, traspasando la fachada, y hubiera visto a la Delaney autentica. Ella tenía dieciocho años y era horriblemente ingenua. Nunca la habían dejado extender sus alas y flotar en el aire, y Nick había sido como oxígeno puro directo a su cabeza. Pero había pagado el pato.