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El abogado, un buen amigo. Y eso era todo. Su espalda cuando bajaba por las escaleras, un policía a cada lado. Ahora, mientras Harald estiraba una pierna para poder coger las monedas del bolsillo, él estaba en una reclusión que ellos no habían visto nunca, en una celda. El cuerpo de un hombre estaba en un depósito de cadáveres. Harald dejó una propina para el joven que canturreaba. Los mezquinos rituales de la vida forman una aturdida continuidad sobre lo que se ha detenido.

Esta tarde insistiré en llegar al fondo de todo esto.

Anduvieron hacia su coche a través de la monótona extensión de la ciudad, separados y unidos de nuevo por la acera que se ensanchaba y estrechaba en función de otras personas que vivían su vida, de las mercancías esparcidas de los vendedores, apiladas en pequeñas pirámides de verdura, chicles, gafas de sol y ropa de segunda mano, los fogones de gas en que se freían salchichas como fragmentos curvos de tripas humanas.

Por la tarde, no pudo dejar que esperaran. Era el día de la visita mensual a un hospital. Se suponía que los médicos como ella, dedicados a la medicina privada, tenían que hacer frente a las necesidades de algunos barrios de la ciudad, en lo que habían sido zonas residenciales de blancos donde, en los años recientes, se había producido un flujo, un gran incremento en número y variedad de la población. Había desempeñado esta obligación regularmente; ahora, la conciencia la aguijoneó e hizo que pasara por encima de lo que había detenido; se dirigió al hospital en lugar de acompañar a Harald al abogado. ¿Tal vez también lo hacía para convencerse de que lo que había sucedido no podía haber pasado? No era día para analizar motivos; sólo para seguir los pasos fijados en la agenda. Se puso la bata blanca (es funcionaría, como el juez, encorvado bajo la toga) y entró en el dominio institucional que le era familiar, el esterilizador humeante, con su batería de instrumentos de precisión para cada uso, la coreografía de la eficiencia de la joven enfermera, con su cofia de muñeca, blanca y almidonada, sujeta sobre su peinado rasta. Algunos de los pacientes no tenían palabras, en inglés, para expresar qué desarreglo sentían en su interior. La enfermera traducía cuando era necesario, transmitiendo las preguntas de la doctora, cambiando con facilidad de una lengua materna a otra que compartía con aquellos pacientes, y transmitiendo sus respuestas.

La procesión de carne se expuso ante la doctora. Era el medio en que trabajaba, los abundantes muslos negros separados reticentemente con pudor (la enfermera bromeaba con las mujeres, mama, la doctora es una mujer como tú), los pechos con vello blanco de los ancianos que auscultaba. Las tiernas barrigas de los niños que se deslizaban bajo la palma de su mano, lágrimas de terrible reproche sobresalían de los infantiles ojos cuando tenía que introducir la aguja en la suave almohadilla de su brazo, donde el músculo todavía no se había desarrollado. Lo hacía de la misma manera que cualquier otra actividad necesaria, con toda su habilidad para evitar el dolor.

¿No era ése el objetivo?

Hay muchos dolores que surgen de dentro; esta mujer con un tumor que le crece en el cuello, fácil de palpar para unos dedos experimentados, y la habitual procesión de pensionistas trabados por la artritis.

Pero el dolor viene de fuera: la violación de la carne, un niño quemado por una olla de agua hirviendo que se ha vertido, o una navaja clavada. Una bala. Este atravesar la carne, la fuerza, el émbolo de una bala que ha entrado muy hondo, una aleación de acero que rompe el hueso como si destrozara una taza de té; ella no es cirujano, pero en esta violenta ciudad ha visto cavar en busca de esas pepitas y levantarlas con una palanca en las mesas de operaciones; conservan la forma aerodinámica de la velocidad misma, no hay elemento en el cuerpo humano que pueda resistir, ni siquiera mellar, una bala, y los que sobreviven recuerdan el dolor de modo diverso, pero todos coinciden: un asalto. El dolor que es producto del cuerpo mismo, de su mal funcionamiento, forma parte de uno; de alguna manera, un misterio que la ciencia médica no puede explicar, el cuerpo es responsable. Pero esto… La bala: el asalto puro del dolor.

El objetivo de la vida de un médico es defender la vida frente a la violencia del dolor.

Ella está al otro lado de la línea divisoria que la separa de los que lo causan. La línea divisoria definitiva, entre la muerte y la vida.

El cuerpo cuyo interior está explorando con una mano enguantada en goma -como si fuera un zahori que, instintivamente, es conducido a una fuente escondida- tiene un feto, tres meses de vida dentro de él.

Se lo digo de verdad. Con los otros, nunca estuve tan mala. Todas las mañanas, mareada como un pato.

Echar los hígados por la boca.

¿Cree que eso significa que es niño, doctora? La paciente adopta la timidez burlona que las mujeres emplean muchas veces ante un médico, la consulta es su escenario y ofrece la rara oportunidad de una pequeña actuación. Bueeeno, mi marido se pondría como loco de contento. Pero yo le digo, si esta vez no viene, no sé tú, pero yo lo dejo.

La doctora ríe con ella cortésmente.

Podríamos hacer una prueba sencilla si quiere conocer el sexo de la criatura.

Oh, no. Es la voluntad de Dios.

Después pasa una sucesión de las habituales dolencias de corazón e infecciones bronquiales. La vida avanza con dificultad movida por los cansados bramidos de los pulmones de los viejos y palpita suavemente de modo visible entre las costillas de un niño esquelético. Algunos de los que aparecen esta semana, como todas las semanas, tienen los ojos achicados por el grueso tejido de su rostro y otros siguen presentando las infecciones cutáneas características de la desnutrición. Comen demasiado o tienen demasiado poco para comer. Es relativamente fácil recetar a los primeros, porque tienen el remedio en sí mismos. Para los segundos, lo que se les receta se lo niegan circunstancias ajenas a su control. Verduras y fruta fresca: son demasiado pobres para permitirse el lujo de estos remedios, lo que han ido a buscar a la consulta es un frasco de medicinas. La doctora lo sabe, pero tiene preparado un montón de hojas que proponen platos hechos con diversas legumbres como sustitutos de lo que deberían poder comer. Le tiende una hoja con gesto alentador a la mujer que ha traído a sus dos nietos al médico. Las piernas grisáceas y llenas de cicatrices de los niños están desnudas, pero, a pesar del calor, miran a la doctora desde debajo de gruesas gorras de lana que cubren las llagas de la cabeza y les llegan hasta las cejas.

La mujer no necesita que la enfermera haga de intérprete, sabe leer el papel y lo estudia lentamente, sujetándolo con el brazo extendido, tal como hacen las personas mayores que empiezan a perder vista de cerca. Lo dobla con cuidado. Su tiempo ha terminado. Conduce a los niños hasta la puerta. Da las gracias a la doctora. No sé qué podré conseguir de todo esto. Quizá pueda intentar comprar algunas de estas cosas. El padre sigue en la cárcel. Mi hijo.

Lista de los acusados. Acta de acusación. Harald se mantenía algo distante con una fría atención para separar lo que eran pruebas de la interpretación de esas pruebas. Indiciarias: ese día, esa tarde, viernes, 19 de enero de 1996, un hombre fue encontrado muerto en una casa que compartía con otros dos hombres. David Baker y Nkululeko Dladla, Khulu. Estos llegaron a casa a las siete y cuarto de la tarde y encontraron el cadáver de su amigo Cari Jespersen en el cuarto de estar. Tenía una herida de bala en la cabeza. Estaba tendido parcialmente sobre el sofá, como si (interpretación) le hubieran disparado por sorpresa y hubiera intentado levantarse. Llevaba sandalias de las que sujetan el dedo gordo con una tira, una de las cuales estaba retorcida y colgaba del pie, y bajo el albornoz estaba desnudo. Había unos vasos sobre un tambor africano junto al sofá. Uno de ellos contenía los restos de lo que parecía haber sido una mezcla conocida con el nombre de Bloody Mary: una lata vacía de zumo de tomate y una botella de vodka estaban sobre el televisor. Los otros vasos, por lo que parecía, no habían sido utilizados; había una botella de whisky cerrada y un cubo de hielo medio fundido sobre una bandeja situada en el suelo, junto al tambor. (Pruebas mezcladas con interpretaciones.) La habitación no se encontraba en un estado de desorden fuera de lo común; es una vivienda informal de soltero. (Interpretación.) La habitación estaba a oscuras, con la única excepción de la luz del equipo reproductor de discos compactos, que nadie había apagado después de que se acabara el disco. La puerta principal de la casa estaba cerrada, pero las cristaleras que comunicaban el cuarto de estar con el jardín permanecían abiertas, como lo estaban en verano, incluso cuando había ya oscurecido.