El tiempo debe de estar a punto de acabarse, eso hace que los tres vuelvan a sentirse muy incómodos: el terror ante su regreso por los pasillos de hormigón y acero, y ante su partida dejándolo allí abandonado; y la vergonzosa impaciencia por que se termine la visita.
El vigilante hace una señal. Los padres no saben si demorarse un poco o partir enseguida; cuál es el protocolo en este tipo de despedida, qué es lo que la hace soportable. Lo abrazan y su padre siente cómo una mano le aprieta tres veces el omoplato. Mientras se llevan a su hijo, se produce un aparte que retrasa durante un momento al vigilante que lo acompaña.
– No me traigáis nada que estuviera leyendo.
¡Qué debe de pensar de nosotros!
¿Pensar de nosotros?
Bueno, ¿qué le hemos dicho? Tan frío todo, tan práctico.
Él echó un vistazo, apartando la vista de la carretera que tenía delante, y la vio con las manos en el regazo, la uña de un pulgar giraba bajo las cortas uñas de la otra mano.
¿Qué podía decirse?
Con el vigilante ahí de pie. Tendremos que averiguar si podremos verlo a solas con el abogado, los abogados tienen el privilegio de reunirse en privado con la persona a la que representan.
No es eso.
La cápsula en la que estaban contenidos mientras se desplazaban entre lo irreconciliable, la cárcel y la vida, de repente se llenó con sus voces, que se expresaban libremente.
Lo cierto es que no sabemos de qué deberíamos haber hablado. No sabemos lo involucrado que está en este terrible… asunto: no nos da ninguna pista. Dice que va a defenderlo un abogado de primera, pero no tenemos ni idea de qué información va a darle a éste; qué línea de defensa podrá seguir el abogado, qué va a probar, cuando lo defienda.
Y qué pasa con el abogado.
Lo han oído al mismo tiempo, sobresaltados por su nombre; ha escogido un negro. Ella no es uno de esos médicos que, en su trabajo, tocan la piel negra igual que la blanca pero conservan prejuicios liberales contra la capacidad intelectual de los negros. No obstante, ahora sí se lo plantea, y él también; en el lodo en que ahora se ahogan, donde se ha cometido el crimen, los viejos prejuicios todavía reptan hacia la superficie. Considerando desde este punto de vista la elección de alguien llamado Motsamai, Harald puede encontrar una respuesta.
Tal vez suponga una ventaja. Si en el estrado se encuentra uno de los jueces negros.
El tono de voz de Harald es seco: por pensar así. Avergonzado. Y por qué tendría que ocurrírsele semejante cálculo: un juez negro predispuesto a favor de un acusado porque ha escogido a un abogado negro, cuando no estamos hablando aquí de que quien aparece ante él sea un criminal, un asesino. ¡De dónde viene semejante idea, por el amor de Dios!
¿Pero sabes algo de él? Quizá sea sólo otro buen amigo.
Podemos enterarnos. Hablaré con uno de los abogados más importantes del país, lo he visto algunas veces, supongo que lo entenderá, aunque imagino que no es frecuente esperar que un abogado opine sobre otro.
Y qué más da lo que es frecuente. Intento pensar. ¿Qué más podríamos hacer, Harald? Quedarnos sentados, charlando. Charlando. Por lo menos, podrías haberle asegurado que pagaríamos los abogados, lo que fuera necesario. ¿Cómo podemos saber si la minuta ha intervenido en su elección? Estos abogados de prestigio cobran una fortuna diaria. Si cree que tendrá que encontrar el dinero por su cuenta, eso puede ser grave.
Él sabe que no es una cuestión de dinero. Sabe que puede depender de nosotros. No era momento ni lugar para hacer una especie de anuncio magnánimo.
Pensé que dirías… su padre… bueno, vale, no sobre el dinero, sino algo…
Y a ti lo único que se te ocurrió fue recetarle una pastilla para dormir.
Ya lo sé. Bueno, por lo menos era una especie de mensaje diciéndole que si no lo trataban bien, me encargaría de hacer valer cierta influencia con quien sea el funcionario médico. Por lo menos, hacer algo.
Eres tú quien me dice lo que tendríamos que haberle dicho.
Ella se da un golpe en los muslos con los puños.
Que le creemos.
¿Cuando dice qué cosa? No ha dicho nada. No sabemos nada. He leído el expediente de las pruebas indiciarias. El hombre está muerto. Un arma en el barro. ¿Qué quiere decir esto?
Mientras él habla, ella repite mentalmente sus palabras, como un martilleo. ¡Que creemos en él!¡Que creemos en él! ¡Que no existe la posibilidad, jamás, en este mundo, de que no lo hagamos! Eso es lo que ahí no apareció, lo que no se dijo…
Él se detuvo, obedeciendo a un semáforo. Su mano bajó para poner punto muerto y ella se movió ligeramente para evitar el contacto con la mano. El esperó, con la luz roja, y después habló.
¿Creer?
Ya sabes.
No hubo respuesta.
Que creemos que no ha podido hacer nada semejante y tenemos razón en ello.
El fue arrastrado por el tráfico, como si el coche anduviera solo. Su mente se agitaba, casi serpenteaba, envuelta en un conflicto que no podía compartir, una reticencia intolerable.
Claudia… sabía que debía añadir a su nombre algún calificativo íntimo, pero los viejos epítetos, los diminutivos y las palabras cariñosas quedaban fuera de lugar ante lo que había que decir, tan difícil. Vuelta a empezar.
Ni siquiera sabemos si acepta que creamos en él.
¿Aceptar? ¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Y eso qué tiene que ver?
Él no puede permitir que se haga real pronunciándolo, la voz del padre enunciándolo a la madre, pero está ahí, oculto en el coche entre ellos, mientras él llega a las puertas de seguridad de la urbanización: porque sabe que él hizo aquello. Ése es el motivo de que no se dijera nada durante la media hora de visita en la cárcel; la premisa en la que se basaba nuestra presencia ahí no existe. Eso es lo que nuestro hijo nos ocultaba. Eso es lo que hay que creer.
El pulsa el adminículo electrónico que les permite entrar en su casa pero no les da refugio.
La dirección de su empresa cuenta con un importante despacho de asesores jurídicos, uno de los cuales forma parte de ésta. Harald le consulta su opinión en todas las cuestiones legales.
En circunstancias normales. Pero ahora puede hacer lo que no le parecería adecuado en circunstancias normales. Puede recurrir a su contacto superficial en cenas públicas para importunar a una figura prestigiosa en la abogacía y pedirle su opinión confidencial sobre la competencia, reputación y consideración del abogado Motsamai. No tiene escrúpulos en ser atrevido. Qué importan ahora los convencionalismos habituales en su vida.
Naturalmente, el hombre conoce la historia, todo el mundo la conoce, ha sido un regalo para los periódicos del domingo. Pero en qué estará pensando mientras escucha la reiteración de los hechos: mi hijo está acusado de asesinato, se ha tomado la decisión de poner el caso en manos del abogado Hamilton Motsamai. Mi esposa y yo no conocemos a esta persona, no tenemos nada a favor o en contra de él, lo único que nos preocupa es si se trata del mejor profesional posible para defender a nuestro hijo.
¿Interpreta, bajo uno de los familiares silencios de los abogados, traduce el idioma privado de lo que no se ha dicho: ese abogado es negro? ¿Es así?
Aunque, por el momento, el tema no debe plantearse entre ellos. En primer lugar, para proteger al hablante de observaciones contrarias a la ética profesional, debe hacerse una rectificación:
– Habría toda una serie de abogados que podríamos considerar «los mejores posibles», supongo que lo entiendes. No me atrevería a colocar a ninguno por encima de los demás. Pero Motsamai es conocido como alguien muy capaz. Y con mucha experiencia. En los cuatro años transcurridos desde que regresó al país ha intervenido con éxito en una serie de casos difíciles. Políticos, sí, pero también de otras clases. Tiene el tipo de talante agresivo, aunque controlado, por supuesto, por una gran inteligencia, que da muy buen resultado en el interrogatorio de los testigos de la parte contraria. Muy hábil; algunos dirían que excepcional.