Hamilton Motsamai estaba ya en contacto con la chica, naturalmente. Se estiró, detrás de su escritorio, y convirtió un reluciente bostezo en sonrisa, en un gesto tolerante ante el hecho de que los legos ignoraran que los abogados deben pensar un paso por delante de ellos.
– No conocemos a esta señorita. ¿La han visto en varias ocasiones? No se ha puesto en muy buen lugar, dada su actitud aquella noche. Habrá cierta reticencia, imagino, en… ejeee… -aleteó en el aire con las manos abiertas- llevar su pequeña actuación en el sofá ante un tribunal, somos conscientes. Así que no me molesta en absoluto que el fiscal la haya puesto en la lista de testigos de la acusación. Eso significa que yo podré hacerle preguntas después que él. ¿Me siguen? No podría hacerlo si la citara yo como testigo de la defensa. Pero también he hecho una petición al fiscal que no ha sido rechazada. Va a permitirme tener acceso a ella, para que venga aquí a hablar. Por el momento, él no sabe si va a utilizarla o no, pero estoy seguro de que, al final, lo hará. Seguro. De manera que volverá a pedir permiso después de que yo la vea, pero no pasa nada, está bien. Ella, para cubrir su jugada, podría intentar algunas alegaciones dañinas contra el modo de ser de Duncan que podrían ser útiles a la acusación. Aunque espero conseguir de ella todo lo que quiero cuando la tenga en el estrado de los testigos. Es muy importante su actitud hacia su hijo. ¿Todavía siente algo por él? O tal vez tenga resentimiento hacia él, de manera que intentará parecer libre de toda culpa en la provocación que lo condujo a ese acto, pasando por alto el sofá. Qué sabemos de su carácter. Lo único que conocemos es su nombre, Natalie James, ha trabajado en un instituto de estudios de mercado, ha sido azafata en un barco de crucero por las islas griegas, fue secretaria de un catedrático de universidad por ahí y ahora se describe como trabajadora free lance. No sé en qué. En qué campo. También escribe poemas. Le he dicho que ustedes quieren verla. Dice que sólo les verá aquí, conmigo, pero no en su casa…
Claudia está sentada de lado mientras habla Motsamai, de la misma manera que podría cerrar los ojos para concentrarse mejor en lo que está diciendo.
– ¿Le ha hablado a Duncan sobre ella?
– Él dice que vivían juntos, pero que «cada uno vivía su propia vida», textualmente.
Fijaron un día y una hora para encontrarse con la chica en el bufete del abogado. Esa mañana, Claudia telefoneó a Harald al despacho desde su consulta. Estaba con él un representante de la Comisión de Vivienda del Gobierno; estaban discutiendo un acuerdo de préstamos a bajo interés que diera pared y techo a miles de pobres; se produjo una larga negociación sobre si debían llegar a una conclusión o arriesgarse a verlo retrasado una vez más.
Harald, no voy a ir. No hace falta que la veamos si el abogado ya está tratando con ella. No quiero verla. Deberíamos dejárselo a él.
Como si lo hubieran sacudido y lo hubieran arrastrado de la cama en plena noche; durante un momento, Harald no reconoció qué era lo que le estaba recordando, su capacidad de comprensión estaba dividida en dos. El hombre de la Comisión recogió sus papeles para demostrar que no estaba escuchando. Harald se sintió ferozmente irritado con ella, Claudia, con su intromisión, el que le recordara la intromisión en su vida que había desplazado monstruosamente a todo lo demás, sus cincuenta años, que había eclipsado el sol y aislado el aire de todo lo que había aprendido, la comprensión que creía haber alcanzado en el conocimiento de los seres humanos y las costumbres que había analizado, la satisfacción en el trabajo y los placeres de las emociones aceptadas, el amor entre hombre y mujer, entre padres e hijo, la tranquilidad de la amistad; una irritación que se fue hinchando y alcanzó incluso a su hijo, Duncan, que había ido a parar a la cárcel. ¡Sí! Unas fuerzas vociferantes luchaban para apoderarse de sus entrañas, fuerzas que si se dejaban salir al exterior libremente podían llegar a ser violentas. No podía hablar, ni siquiera pronunciar una respuesta de rechazo indirecta, frases tranquilizadoras para ella que, sin embargo, tuvieran relación con una situación totalmente remota para el otro hombre que estaba en la habitación, alejado, inocente. Le colgó el teléfono en mitad de la frase.
Natalie-Nastasia. Motsamai dijo que ya había llegado, estaba en el cuarto de baño de señoras.
Cuando entró, fue recibida por los ojos de un padre: encajaba con la joven que Duncan había llevado a la casa una o dos veces. Era ella, de acuerdo. Estaba cerrando la puerta con una mano curvada con gracia a su espalda, Motsamai le agradeció el detalle con una sonrisa. Así pues, Motsamai, él también, sentía la atracción que, por lo que parecía, ejercía sobre algunos -muchos- hombres.
Los mismos hombros caídos de una modelo de Modigliani (y había una reproducción de un desnudo de Modigliani, inadvertido hasta aquel momento, en el dormitorio que había saqueado). Harald no era de los que se fijaban mucho en la ropa de las mujeres, sólo en el efecto que producía, pero le pareció que llevaba el mismo tipo de ropa que en otras ocasiones, piernas perfiladas por algo parecido a las mallas de una bailarina y una camisa ancha desabrochada sobre la gran uve de una garganta moteada por el sol. El cabello era algo distinto -tal vez antes fuera de otro color, pero ahora era negro como el betún-, pero los ojos, la mirada que le dirigió, eran reconocibles, sin duda. Quizá había un lugar en la memoria donde existiera un álbum de fotos barato con todas las novias de Duncan, aunque nunca lo hubiera abierto. Ésa fue la impresión que le produjo: ojos oscuros con destellos amarillos (los colores del pisapapeles de ojo de tigre del escritorio de Motsamai), secretos tras unas pestañas muy espesas, arriba y abajo, que se enmarañaban en los extremos externos. Y estos extremos de los ojos caían ligeramente, fuera debido a sus músculos faciales o por la expresión que adoptaba permanentemente; los ojos eran una afirmación legible, según quien la recibiera: podían ser perezosamente, vulnerablemente atractivos o calculadores, vigilantes.
Cuando Duncan llevaba chicas -sus mujeres- al adosado del conjunto residencial, no era (en el fondo) como si las trajera «a casa», ellos dejaron su «casa» cuando él creció, «casa» era el edificio que vendieron, que abandonaron porque se había convertido en una carga que ya no era necesaria. Que apareciera por ahí a comer o a cenar acompañado de una chica no significaba que la presentara a sus padres como si tuviera con ella un compromiso serio, pero tampoco quería decir que fuera un pasatiempo pasajero; si éstos existían, no justificaban el grado de intimidad que implicaba ser admitido, aunque fuera de modo informal, en la zona de su vida que compartía, comprometido por el pasado, con Harald y Claudia. La habría llevado, aunque sólo fuera por eso, porque consideraba que tenía una personalidad interesante; en realidad, eso era lo que él, Harald, pensaba del criterio que seguía un hijo cuando presentaba una amante a sus padres.
¿Y qué pensaba Claudia de todo aquello? Se había referido a la chica como «esa putilla que se había juntado con Duncan». Cómo podía haberse formado esa opinión en las pocas veces que Duncan había traído a la chica al adosado; ah, más una ocasión en que Duncan compró entradas para el teatro y los cuatro fueron a ver una obra juntos, ocasión en que escucharon y miraron, y no hablaron demasiado. Las mujeres se ven mutuamente unos rasgos que uno no puede atribuirles si no pertenece a su sexo, sean o no justas dichas atribuciones. Fuera lo que fuere esa chica, Claudia la había juzgado la causa de las terribles consecuencias que había acarreado el que Duncan se hubiera mezclado en su vida.
Pero cómo creer, Claudia, al mismo tiempo, que Duncan no podía haber cometido aquel acto, el acto final de todos los actos humanos, el irreparable, el irreversible, y, a la vez, que aquella chica, aquella putilla, fuera lo bastante importante para él como para que la conducta de ella lo convirtiera en sospechoso de haber cometido ese acto. La inquietud torturadora que aquella idea causaba a Harald estaba fuera de lugar en aquel momento y situación: había dejado de prestar atención a lo que estaba sucediendo mientras los tres, él, la chica, Motsamai, estaban sentados juntos en el bufete del abogado. ¿Qué acababa de decir Motsamai? Como es obvio, el señor Lindgard y su esposa están interesados en conocer su versión de lo que sucedió aquel jueves por la noche.
Manos finas entrelazadas, dedos con las puntas respingonas, apoyadas con calma sobre sus muslos.
– Ya se lo he dicho a usted. Puede darles esa información.
Respondía al abogado, pero se había dirigido al padre de Duncan; bajo los mechones del flequillo que se movían sobre su frente, aquellos ojos lo miraban sin apartar la vista. Si tenía que haber una maldición, vendría de ella. Rechazó aquel contexto rápidamente.
– No nos interesa tu conducta aquella noche. Sólo tus observaciones. Sobre el estado de ánimo de Duncan. Hasta aquella noche, ¿cómo estaba últimamente? Tú vivías con él, ¿qué clase de relación era ésa?
Y su rostro desnudo ante su mirada decía, entre ellos dos: ¿qué eres tú, qué le hiciste?
– Fue él quien me pidió que me fuera a vivir con él. Fue él quien lo decidió.
– Eso no basta. ¿Por qué fuiste?
– No lo sé. Él parecía ser una solución. Estoy segura de que no quieren oír la historia de mi vida.
Aunque allí la acusada era ella, no el que estaba en una celda, dijo esto último con un tono encantador que sedujo a los dos hombres, sus interrogadores.
– Sólo en la medida en que pueda ayudar al señor Motsamai en la defensa de Duncan. No sé si sabes que Duncan corre un grave peligro, ¡estamos hablando aquí como si tú fueras una desconocida para él, pero estabas viviendo con él, acostándote en la misma cama! ¡Por el amor de Dios! Para ser francos, tu vida es tuya, es cierto, pero lo que hiciste esa noche no pudo suceder porque sí. Algo habría en vuestra relación, alguna cosa habría, lo que hiciste tuvo que ser consecuencia de algo. ¿Estabais peleados? ¿Fue una crisis o sólo un incidente más que ambos habíais aceptado en otras ocasiones? ¿No te das cuenta de que esto es importante?