El discurso va haciéndose más lento. Como si los tres estuvieran juntos en un vehículo temerario y éste fuera frenando a medida que se acerca al final de una cuesta peligrosa tras la cual tendría que producirse un nuevo movimiento.
– Bueno. Dladla, ayer. Sí. Estábamos hablando. En inglés y también, ayer, en nuestra lengua, cuando hay cosas difíciles de decir es mejor utilizar las palabras más cercanas.
Motsamai se dio una palmada en el pecho.
– Me contó muchas cosas. Yo creía que lo tenía todo claro tras las sesiones con Duncan, pero este hombre me contó más cosas. Me contó algo más. Creo que vosotros no lo sabéis, me lo habríais dicho, os habríais dado cuenta de que yo necesitaba saberlo.
Los mira a los dos con la compasión condescendiente de un adulto que sospecha que un niño no ha sido totalmente sincero. Tiene la cabeza inclinada hacia delante, pero el brillo de sus ojos bajo la frente arrugada refulge hacia ellos.
No sabían nada. Nada. ¡Eso era, así era! Era una acusación; no del abogado, sino del uno al otro, Harald, Claudia, otro asesinato, una vida normal atravesada por una lanza, derribada: tú, un padre que no sabía nada sobre su hijo, dejas que comparta un arma como si fuera un paquete de seis cervezas; tú, madre que no sabía nada sobre su hijo, dejas que la dispare.
Pero Hamilton, su Hamilton Motsamai, no participaba en estos feroces fogonazos de animosidad entre ellos aunque, en tanto que diagnosticador-sacerdote-confesor, podría haberlo captado, haber traído del Otro Lado este tipo especial de presciencia a modo de lengua materna.
– Khulu sabe algo más. -Los lanza, a los tres, por la empinada pendiente, no puede detenerlos. Que nadie hable-. Natalie no era la única pareja de Duncan que estaba en el sofá. Khulu dice que Duncan y Cari Jespersen habían sido amantes. Fue Jespersen quien rompió la relación, no Duncan. Khulu dice que Duncan lo pasó muy mal. No se fue de la casita, aunque el otro, Jespersen, que había vivido allí con él, volvió a vivir a la casa. Pero estaba dolido, Khulu dice que él se dio cuenta. Deprimido. Aunque quería demostrar que no era menos libre que los demás: «nosotros consideramos que la gente puede cambiar de pareja, sin problemas, seguir siendo amigos», así lo dice este individuo. En el fondo, Duncan no tenía la misma facilidad, la misma actitud. Y entonces sucedió que fue a la costa y encontró a la chica y la salvó. Se salvó a sí mismo. Khulu sugiere eso. No sabe si Duncan la conocía de antes, cree que es posible, en algún sitio, cuando ella estaba todavía con el otro hombre, el padre del crío que tuvo. De manera que volvió enamorado de una mujer y la llevó a aquel tinglado. A nadie le importó, no tenían prejuicios, era libre de hacer lo que quisiera, y todo va bien, la señorita Natalie James encaja muy bien. La pareja heterosexual vive en la casita del jardín, y el trío homosexual, en la casa. David Baker y Cari Jespersen son amantes, el lío de Jespersen con Duncan pertenece al pasado, tanto para Duncan como para los demás.
Y entonces… entonces… Jespersen es, precisamente, quien hace el amor con la mujer. La mujer de Duncan. Una esposa, diría yo, que vive allí, en la casita, como una pareja normal. ¡Ah!, nos dicen que ella tuvo otras aventurillas. Pero ésta es con Cari Jespersen. Quien primero rechaza al hombre y después hace el amor con la mujer de éste. ¡Ahí lo encuentra, encima de ella (disculpa, Claudia), en el sofá de la habitación donde son tan buenos amigos!
Motsamai oye los aplausos, la animación le agita los hombros bajo las hombreras de la americana que lo mantienen tan elegantemente anguloso. Una generación antes, de acuerdo con lo que la ley decretaba como su Lado, no habría tenido más recurso para su espíritu que el pulpito. Los ha dirigido de modo tan completo que ni siquiera han podido interrumpirlo; ahora espera que digan algo. Pero todo lo que hay en esa sala, familiarizada con las muchas emociones de las personas que pasan por situaciones difíciles, es su retórica; y el distanciamiento de sus clientes, que tampoco desean admitir ninguna reacción ante el otro.
Al final, fue Harald quien habló. Las palabras eran como piedras que caían una a una.
– Y qué importancia tiene a cuál de sus dos amantes disparara.
En la atención absoluta que prestaban, que magnificaba cada detalle de su actitud, ambos vieron cómo los músculos de Motsamai se relajaban bajo la americana, el cuello de la camisa y el nudo de la corbata.
– ¡Ah!, me alegro de que os lo toméis así. Harald, Claudia. -Los llamó a los dos, formalmente-. Así debe ser. Estoy impresionado. Eso es lo que necesitamos si tengo que actuar de acuerdo con el interés de mi cliente, eficazmente, sin tonterías. Debo tomar decisiones difíciles. ¡Porque sí tiene importancia! ¡Podría tener una importancia crucial, este factor! El fiscal no tiene por qué llamar a los amigos: ¿como testigos de qué? Para él, el caso se basa en la confesión. Eso es suficiente. Es decisión de la defensa colocar a Dladla en el estrado para que haga de testigo. Dladla no recibirá preguntas sobre este aspecto a menos que la defensa decida sacarlo a la luz. Lo que importa es la decisión mía y de mis colegas. Así es como hay que mirar lo que acabamos de oír. Eso es lo que importa. Sois sensatos, os lo aseguro. Muy sensatos.
Harald se puso de pie como si alguien le hubiera hecho una seña, de manera que Claudia se volvió hacia la puerta. Por dónde, por dónde.
Claudia se levantó. Motsamai -Hamilton- se acercó amablemente para acompañarlos.
– No habléis de esto con nadie.
Claudia se apartó un mechón de pelo de la frente y lo colocó detrás de la oreja mientras miraba al abogado.
– Si llamas a Dladla a testificar, qué efecto va a causar en el juez. Cómo puedes saber su actitud ante este tipo de complicación.
– ¡Oh!, como la vuestra y la mía, todo el mundo es consciente de la clase de tinglado que, por lo que parece, había en esa casa. Hombres con hombres. Nada especial, nada vergonzoso ni condenado, actualmente: la nueva Constitución reconoce su derecho a escoger. Así es. Eso dice la ley.
Se hundían.
Mientras se hundían en el ascensor, estaban solos. Encerrados juntos.
Qué lío.
Iban pensando en ello, como si aquello hubiera sucedido, por azar, en la vida de otra persona.
¿Lo decías en serio eso de que no importa a cuál de sus dos amantes disparara?
La tela de su manga y la de él se tocaban.
Lo decía en serio. ¿Por qué se embarcó en un tipo de vida, en un tipo de emociones a las que no es capaz de hacer frente? ¿Quién se creía que era?
Harald puede decir lo que piensa, a Claudia.
Claudia se encogió de hombros; estuvo a punto de soltar una tonta risita que le habría avergonzado. Hamilton creía que nos preocuparía más la homosexualidad que lo sucedido.
Quizá para él la sodomía sea un acto criminal.
La caja cubierta de espejos que atrapaba sus imágenes privadas desde todos los ángulos, con una cámara que los identificaba, se detuvo con un estremecimiento y Harald dio un paso atrás en un exagerado gesto de cortesía convencional para que ella lo precediera.
En el coche, él accionó el cierre contra los ladrones; se ataron el cinturón de seguridad. Eso es lo que pregunté sobre el juez.
Estaba pensando en la vieja guardia, en los buenos cristianos de la Iglesia Reformada Holandesa, seguro que algunos de ellos siguen en la judicatura. De todos modos, un juez negro sería casi lo mismo, llegado el caso.
Un lío es aquello ante lo cual uno no sabe por dónde empezar: a qué dar la vuelta, qué coger primero, sólo para dejar el fragmento de nuevo, tal vez en un lugar que no le corresponde. Este «descubrimiento» de Hamilton no podía hacer daño donde el golpe de aquel viernes había dado ya con puño de hierro; después de eso, todo lo demás no son más que secuelas. Como lo fue la visión de Duncan llegando a la sala del tribunal entre dos policías, como lo fue la primera visita. Qué más puede suceder después de que haya sucedido algo terrible; qué puede compararse con ese hecho. Por la noche, hablaron con voz queda, aunque no había nadie que pudiera oírlos en el adosado; la cara construcción de las paredes estaba a prueba de la curiosidad de los vecinos. Acostados en la oscuridad, roto el aislamiento. Buscaban orden en un lío. Uno no puede hacer eso solo.
Eso es lo que andaba buscando Motsamai cuando vino a verme a la consulta.
No lo creo. Entonces no lo sabía. Era antes de que hubiera visto a Dladla. Aunque a lo mejor le rondaba la idea, después de todas las veces que ha estado sondeando a Duncan. Sabe cómo sonsacar a los demás cosas que ni siquiera saben que están revelando. Eso dice. Alardea de ello, pero hay algo de verdad, es como el ojo clínico que tienen unos médicos y otros no.
Podían retomar el tema ahí donde lo habían dejado; durante el fin de semana; cualquier noche. En el cuarto de estar, Harald dio vueltas, puso la alarma antirrobo antes de irse a la cama, se detuvo delante de un cuadro, se plantó ante el armario donde guardaban los licores y empezó a mover las botellas, golpeándolas entre sí. Encontró una relegada al fondo, en la que quedaba un dedo de algún licor. Vertió el líquido incoloro en un vaso del tamaño de un dosificador de medicamento y lo olfateó. El resto -puso la botella al revés para vaciarla hasta la última gota- fue a parar a otro vaso; se lo tendió a ella, pero Claudia lo rechazó con un movimiento de la cabeza.
Pudo haberlo probado en el colegio. En los colegios de chicos es difícil resistirse. Pero yo habría pensado… -¡claro que lo pensamos!- que, en un colegio como aquél, las primeras experiencias serían con chicas. Había bastantes chicas disponibles… Educación sexual. Las chicas ya tomarían la píldora en aquel tiempo, ¿no?
Se acercó a ella con el vaso y ella lo cogió. Bebieron e hicieron una mueca ante la potencia de una destilación procedente del helado Norte de sus antepasados. Ahora, el único vínculo con el Norte era la identidad del individuo muerto de un tiro en el sofá.