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– Los jueces son personas susceptibles. Ejeee… ¿sabéis? Se cansan, como nosotros, cuando insistes y ellos ya han tomado la decisión. Hay un momento en que… ¿Me seguís? El juez está sentado con sus asesores y el veredicto ya está allí. No le afectarán más testigos. Hemos causado ya una impresión concreta con nuestros testigos, con el interrogatorio a los testigos de la acusación. No quiero alterarla forzando la nota. En relación con la sentencia… eso ya es otra cosa. -Utiliza la frase como una de las expresiones con doble sentido propias de su sofistificación a la moda, implicando que no sólo es otro asunto, sino también algo excepcional-. La solicitaré esta tarde.

Durante las recapitulaciones, están sentados con Khulu. El fiscal y el abogado defensor revisan con convicción y fuerza sucintas lo que ya han presentado en sus pruebas, lo que han obtenido, cada uno de ellos según sus fines y habilidades, del acusado y los testigos durante ese proceso y los interrogatorios.

Duncan es un hombre fanáticamente posesivo que, movido por los celos, premeditó vengarse, atacar a Cari Jespersen, que había tenido relaciones sexuales con su amante, Natalie James, y, plenamente consciente de la situación, de manera deliberada, en plena posesión de sus facultades mentales, con capacidad criminal, aprovechó la disponibilidad de un arma y disparó deliberadamente al hombre en el lugar que sabía que sería mortal, en la cabeza.

Harald, Claudia y Khulu siguen y comprenden conjuntamente sólo los términos clave de lo que surge del rostro de samurai que lleva el fiscaclass="underline" capacidad criminal, conducta deliberada, plena conciencia. Las combinaciones de frases se inflaman como arden las palabras de una columna de periódico encendido. Prestan atención como una sola persona, apenas oyen la secuencia que une las frases, el sentido del largo discurso del fiscal. Esos términos legales, fijados por los libros de referencia que tanto el defensor como el fiscal tienen sobre la mesa, son lo que pronunciará el veredicto sobre Duncan. Cuando le toca el turno a Hamilton Motsamai, la atención que prestan los tres vuelve a ser individual, y cada uno escucha -con un acompañamiento silencioso diferente, producto de las distintas ideas que tienen sobre Duncan- cada palabra, detalle, matiz de lo que dice Motsamai.

Duncan es un hombre que carece por completo de instintos violentos, tal como muestra su conducta y el cuidado que ha prestado a su pareja, de carácter agresivo. Como él bien sabía, no era posible que se diera una relación amorosa entre su anterior amante homosexual y la mujer a la que cuidaba con tanto cariño. Por lo tanto, no hubo premeditación violenta movida por los celos ni ningún otro tipo de acción contra aquel hombre. Duncan se enfrentó repentinamente, la noche del 18 de enero, con el desvergonzado espectáculo de un crudo exhibicionismo sexual realizado por esas dos personas. ¿Acaso un hombre violento no habría atacado a Jespersen allí mismo? Claro que sí. Duncan Lindgard no atacó a Jespersen en aquel momento y en aquel lugar, como cualquier instinto violento sin duda le habría llevado a hacer. Durante el día siguiente, el shock y el dolor lo dejaron incapacitado, no pudo ir a trabajar. Como le costaba creer lo que había visto, regresó a la casa sólo para mirar el lugar en donde todo había sucedido. La inesperada presencia de Jespersen en el mismo sofá donde había tenido lugar el degradante espectáculo, la increíble falta de vergüenza de Jespersen, el que diera por hecho que podían tomar una copa y olvidar algo que no tenía la menor importancia entre hombres que eran hermanos, que incluso habían sido amantes en otro tiempo, todo ello supuso un terrible shock que se sumó al primero. Con un efecto equiparable al de un golpe en la cabeza, el informe psiquiátrico lo confirma, ese shock tuvo como efecto que se quedara en blanco.

Se produce una interrupción procedente de una de las dos presencias, el coro griego de los olvidados asesores que rodean a la deidad del juez; el blanco pregunta: ¿Qué es eso? Ha utilizado usted esa expresión con anterioridad. ¿Quiere decir un estado de ofuscación?

– ¿Qué sucede cuando un individuo se queda en blanco? No es lo mismo que un estado de ofuscación. Cuando un individuo se queda en blanco, sufre una pérdida de la capacidad de autocontrol y durante ese rato es incapaz de actuar de acuerdo con la apreciación de lo erróneo, es un estado de inimputabilidad criminal. Fue en ese estado cuando, como resultado de la provocación y del severo estrés emocional, Duncan Lindgard cogió el arma que estaba allí e hizo callar a su torturador de un disparo.

Nadie: Harald, Claudia, Khulu -¿Duncan?, ¿qué estaría buscando Duncan en sí mismo?-; nadie podía tener la menor idea de las reacciones del juez a partir de su rostro inclinado ligeramente sobre los papeles que, aparentemente, ordenaban sus manos precisas. Tal vez (eso es lo que Harald cree), como Motsamai sugiere, ha decidido el veredicto hace mucho; o quizá se va con sus dos asesores, que corretean tras él para la pausa de la comida como perros amistosos, a fin de decidir con ellos qué fue lo que hizo realmente Duncan cuando disparó a un hombre en la cabeza. Porque, para los que presencian un juicio, está claro que no existe un acto como el sencillo acto de asesinar. Matar es sólo el acto definitivo que surge de muchos otros que lo rodean, actos de palabras desbordadas, suposiciones, unión sexual y, alrededor de todas estas cosas, asaltos en las calles.

Motsamai no expresa ninguna de las expertas observaciones que pueda haber hecho sobre el modo en que el juez ha acogido su resumen y el del fiscal, y Harald y Claudia no tienen la sensación de que sea correcto preguntárselo. Sería como preguntarle sobre su eficacia; hacer que sintiera, finalmente, el peso de ellos en sus manos. Su actitud, cuando, por fin, los dirige hacia lo que nunca han visto, una celda, es más la del abogado Motsamai que la de Hamilton. No es como la celda a la que conducían de regreso a Duncan cuando ellos se marchaban tras acudir a la sala de visitas, sino la celda situada bajo el estrado de la sala donde permanecen los presos en los intervalos que se producen durante su juicio.

Pasillos, escalones y puertas para las que los vigilantes tienen brazaletes llenos de llaves. Es un lugar parecido a un sótano y, en una esquina, tras una pared de medio metro de altura, hay un retrete. Algunas sillas de madera con números escritos con tiza. Hay un plato con comida en el asiento de una de ellas. Duncan, el hijo de ambos, está de pie con un vaso de agua en la mano, busca un lugar donde dejarlo y, al hacerlo, el vaso se tambalea contra el plato. Duncan abraza a su madre, con un abrazo como los de cuando iba a casa a comer, y estrecha a su padre contra sí, el roce de su barba contra la mejilla y la oreja de Harald es algo poco familiar para ambos.

Motsamai los ha dejado solos; hace tiempo que para ellos ya no cuenta la presencia de los vigilantes.

– Tiene plena confianza sobre lo de esta tarde.

Claudia es la primera en hablar. ¿Pero qué significa plena confianza? Suave sonrisa de Duncan: dice que no necesita que el juez le diga que hizo lo que hizo.

– Las circunstancias.

Harald no es capaz de referirse abiertamente a todo lo que se le ha hecho a Duncan y a todo lo que Duncan ha hecho, pero quiere conducirlos a la seguridad de que la justicia va a tener en cuenta las circunstancias atenuantes; la salvación ha llegado bajo la forma de ese compromiso práctico desde su lugar junto al Altísimo.

– Bueno. Me alegro de que todo esto termine pronto para vosotros. Estoy seguro de que tenéis que volver a vuestro trabajo. Seguir con vuestras cosas.

Harald no quiere que lo imagine sentado en una sala de juntas, está allí, para su hijo, en una celda.

– ¿Qué te ha parecido Motsamai, el modo en que lo ha llevado todo? ¿Era como tú esperabas? No he podido verte.

– Lo he dejado todo en sus manos. Excepto cuando he estado en el estrado. He dicho lo que tenía que decir, eso es todo. El resto es cosa suya, decisión suya.

– Está bien que confiaras en él. Hay muchas cosas que, a la gente como nosotros, le resulta difícil entender. Me refiero al proceso.

No puede preguntar a su hijo sobre el tema al que no dejan de dar vueltas, el interrogatorio al que Motsamai ha sometido a la chica. Podría ser crucial para el veredicto lo que Motsamai le ha hecho, ¿qué le parece que Motsamai haya utilizado de esa manera a Natalie, a la que él quería, o quiere? Ella se quedó con él porque él era «más terrible que las aguas», tal como dice el cuaderno; sólo Harald y su hijo lo saben. En algunas ocasiones, en el bufete de Motsamai, Harald ha pensado que debería enseñarle el cuaderno, pero, sin que su hijo sepa que lo ha robado, lo ha mantenido en secreto entre él y su hijo. Ahora el hijo ha tenido que permanecer en pie entre los vigilantes y contemplar cómo la destrozaba un abogado porque él, sí, ha hecho algo más terrible, mucho peor que la decisión de ella de ahogarse, ha quitado una vida que no es la suya. Debido a lo que sucedió en el sofá esa noche, ¿se ha alegrado al verla sometida a la táctica de Motsamai? Lo he dejado todo en sus manos. ¿Hay una nueva soledad, un nuevo sufrimiento que añadir a todos los demás que lo han asaltado? ¿Su amargura se dirige ahora contra el hombre que ha destruido a Natalie/Nastasia? ¿Se ha vuelto contra el hombre en cuyas manos está, aunque nadie más puede hacer nada por él, ni siquiera los padres que se comprometieron a estar siempre a su lado? En el interior de Harald, algo grita con rabia contra su Dios, ¿no va a terminar nunca lo que tiene que soportar mi hijo?

– ¿Motsamai te ha dicho algo sobre lo que podrías esperar? -Claudia dice esto porque no puede creer que esa tarde haya un veredicto y, a la mañana siguiente, una sentencia, el juez y sus asesores se instalarán en sus butacas y lo oirá.

– Sí, hemos hablado. Espero que también haya hablado con vosotros, con papá y contigo.