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– Tanto el psiquiatra de la acusación como el de la defensa consideran que la capacidad intelectual del acusado es alta y se encuentra en su sano juicio. Es un joven profesional de buena familia, aparentemente con una carrera prometedora por delante. No hay base para cuestionar la afirmación de la defensa de que todo, en la conducta del acusado como adulto, ha sido contrario a la realización de cualquier acto violento. El testimonio de un miembro de la casa que todos compartían, Nkululeko Dladla, afirma que «matar es algo ajeno a su naturaleza».

Y ahí está, ese Dladla, sentado con los padres del asesino, allí mismo. La gente se da la vuelta para mirarlo: es como si hubiera hablado él, un hombre negro y corpulento que lleva como medallas de campaña la insignia de los homosexuales, anillos y collares. Harald y Claudia se sienten conmovidos por la cita que el juez ha hecho de las palabras de Khulu y se sienten honrados al ser identificados en el foco de atención que ha caído sobre Khulu, bajo el cual se frota la barbilla con el puño como hace con frecuencia, lo han advertido antes, cuando quiere dar énfasis a algo que ha dicho con sus modales tranquilos.

Ah, pero escucha esto, se dicen Harald y Claudia simultáneamente, sin palabras, el uno al otro, cuando la narración del juez toma otro giro inesperado. ¡Escucha esto!

– Es más, se puede demostrar que sí es propio de su carácter prestar socorro. El acusado conoció a Natalie cuando ella estaba intentando suicidarse y, tal como ella misma ha admitido, la devolvió a la vida. Después de que empezaran a vivir juntos como pareja, la salvó de nuevo del suicidio. Aunque estaba apasionadamente enamorado de ella, esa relación no era feliz, cosa confirmada no sólo por Natalie, sino por Dladla. Parece que ella no agradecía al acusado que le hubiera salvado la vida. Preguntada sobre el motivo por el cual la relación que ella y el acusado habían decidido mantener no era feliz, ella contestó en su testimonio: «Él era dueño de mi vida porque me llevó a un hospital.» Su actitud hacia él, tal como se reveló en el interrogatorio de la defensa, estaba llena de resentimiento, lo que da crédito a la declaración de Dladla sobre que, aunque el acusado «tenía paciencia con ella… como si fuera una persona enferma… Aunque la vida con ella era un verdadero infierno». Ella lo hostigaba delante de los otros habitantes de la casa común. La indiferencia, si no desafío, con la que ella declaró a este tribunal que el hijo que está esperando podría ser del fallecido o del acusado aparece como un ejemplo especialmente malintencionado de hostigamiento al hombre que la ama y que está siendo juzgado por un crimen pasional, del que los actos de ella son la mitad, si no la causa entera.

Un juez lo sabe todo. Es el vicario del dios de la justicia, como el sacerdote es el vicario de Dios, conoce lo que se ha dicho en el confesionario del tribunal, donde testigos, expertos y acusado cuentan lo que Harald y Claudia nunca habrían querido saber. Este conocimiento es la base de la justicia, ¿no? ¿Conocerlo todo es perdonarlo todo? No, eso es una falacia. El hombre está muerto, de un tiro en la cabeza. Está bajo la tierra de la ciudad en la que ese tribunal es la sede de la justicia. Pero saberlo todo: el juez no va a ser sensible a ninguna presión del airado castigo de la sociedad, representada ésta por el fiscal; el juez también está preocupado por el destino del individuo. Motsamai debe de estar pensando, ¿en qué? Esperanza: no es posible reprimirla. Duncan; pero tiene algo de intromisión preguntarse qué estará pensando, sintiendo. Como si la víctima expiatoria estuviera ungida en sus últimos momentos, alejada del contagio del contacto humano que ha buscado hasta la más formidable finalidad, arrebatar la vida de otro. Pero hay esperanza. Tal vez puedan hacérsela llegar a su hijo.

– Por desgracia, no figura entre las competencias de este tribunal remitir a un testigo a un examen psiquiátrico.

Ahora el juez se ha permitido un sarcasmo, de nuevo un aparte para quienes puedan apreciarlo.

Alguien sofoca una risa ronca. Es algo fuera de lugar, pero es probable que fuera lo que el juez esperaba obtener del público.

– Sin embargo, es difícil evaluar el argumento de la defensa que afirma que el grado de estrés que esta joven fue capaz de imponer a su paciente y abnegado amante fue tal que culminó en la consumación de un crimen en un estado de inimputabilidad criminal. Hay pruebas de que Natalie tuvo otras aventuras sexuales pasajeras durante el período en que cohabitó con el acusado, y que él las había perdonado o, por lo menos, tolerado. ¿Por qué no habría él perdonado, tolerado su traición una vez más si no fuera porque ella lo había reducido, finalmente, a un estado en el que ya no era responsable de sus actos?

«Debemos examinar ahora las especiales circunstancias de esta aventura sexual concreta. El tribunal ha conocido por el acusado mismo que cuando volvió después de la fiesta, no sólo estaba su amante, Natalie, en pleno acto sexual con otro hombre, sino que ese hombre era Cari Jespersen, un homosexual que había tomado al acusado como amante y después lo había rechazado, y que había declarado repetidas veces sentir aversión por la sexualidad femenina. El acusado no ha confiado al tribunal cuáles son sus sentimientos hacia su amante actual y el anterior, qué interpretación da al papel de Jespersen en ese espectáculo tan inconcebible que al parecer el acusado no podía creer que Jespersen se obligara a sí mismo a hacerlo. Según la opinión del psiquiatra de la defensa, "Cuando él (el acusado) la vio realizando el acto sexual con su anterior amante, un varón, se sintió castrado por ambos".

El silencio es una gran mano abierta sobre la sala.

De repente, las personas de los bancos del público dejan de ser desconocidos, su presencia es protectora hacia los padres de ese hombre.

– El tribunal puede aceptar que «matar es algo ajeno a su naturaleza».

»Pero lo que el acusado vio en ese acto y lo que encontró en la actitud del fallecido la tarde siguiente seguramente también era ajeno a la naturaleza de las relaciones humanas, incluso en el marco de las costumbre sexuales más libres. Dadas las excepcionales circunstancias de lo que, de otro modo, no habría sido más que otro lamentable incidente en una relación erizada de problemas, la psiquiatra de la acusación alega que, si el acusado hubiera actuado en un estado de capacidad disminuida, si fuera incapaz de apreciar lo erróneo de su conducta, habría atacado al fallecido en ese mismo momento, en la noche en que descubrió a la pareja. La opinión de la psiquiatra es que el acusado se dirigió a la casa la tarde siguiente con la intención consciente de efectuar una venganza por celos maquinada durante un día de premeditación solitaria en la casita. Preguntada si quería decir con ello que el acusado tenía intención de matar a Jespersen, la respuesta de la psiquiatra fue que no podía decir hasta qué extremo podía llevar al acusado su intención.

»Esto hace que el tribunal considere la cuestión del arma que se dejaba a mano en la casa: ¿el acusado tenía presente, como intención consciente, la disponibilidad del arma, que admite haber visto en el cuarto de estar la noche anterior?

El juez alza la vista, en un gesto propio de una conversación, pero su audiencia está paralizada.

– El psiquiatra llamado por la defensa consideró que cuando el acusado se encontró con Jespersen la tarde del 19 de enero se vio precipitado a un estado de disociación de lo que hacía. Sostiene que cuando el fallecido dijo: «Sírvete una copa», esta actitud supuso para él un golpe similar al recibido la noche anterior. Su opinión profesional fue que «un tremendo golpe emocional es tan fuerte como pueda serlo un golpe externo en la cabeza». Además, añade: «Con el impacto de las últimas palabras que él (el acusado) recuerda que Jespersen pronunciara, habría entrado en un estado de automatismo en el que se desintegraron las inhibiciones y la acumulación de provocaciones llegó a un punto culminante con la pérdida de control del sujeto.»

»Eso planteó de nuevo la cuestión de cuándo podemos considerar que la naturaleza y el grado de provocaciones acumuladas alcanzan los niveles extremos de estrés alegados por la defensa como justificación de una inimputabilidad criminal transitoria no patológica. El psiquiatra testificó que, cito textualmente, el acusado "es un hombre de naturaleza bisexual. Eso, por sí mismo, es ya una fuente de conflicto de personalidad. Cuando siguió los instintos que lo llevaban a sentirse atraído por un hombre y tuvo una relación amorosa que su compañero, Jespersen, no se tomó en serio y rompió cuando se le antojó, sufrió un estado de angustia emocional. Superó la tristeza producida por el rechazo y se volvió hacia el otro lado de su naturaleza, probablemente dominante, con una alianza heterosexual que, otra vez, se tomó muy a pecho. Más aún, dado que esta alianza se produjo con una personalidad evidentemente neurótica de complejas tendencias auto-destructivas debido a las que, cuando se le llevaba la contraria en lo que ella consideraba su derecho a seguirlas, lo castigaba denigrándolo y con agresiones mentales". La conclusión de esta afirmación, que he citado ya antes, fue que cuando el acusado la vio en pleno acto sexual con su antiguo amante, se sintió castrado por ambos.

Claudia siente que Khulu levanta los brazos y los deja caer. A su otro lado, el perfil de Harald es el de Duncan, el orden de los parecidos está invertido; la confusión la envuelve. Ve ante sí la cara de un paciente que ha enviado al cirujano y cuya operación debe hacerse hoy; es un fragmento del historial médico que es su vida y que cruza rápidamente por su pensamiento. Mis asesores y yo, qué dice la voz.

– Mis asesores y yo, naturalmente, tenemos que examinar el testimonio de los psiquiatras y sopesarlos debidamente. Sin embargo, tal como ha dicho el más alto tribunal del país, su ciencia no es absoluta, sino empírica. Los psiquiatras confían en lo que les ha contado el acusado, con frecuencia, sin analizar críticamente esas afirmaciones para determinar si han sido dichas de modo interesado. Mis asesores y yo también somos capaces de interpretar el testimonio como un todo, expuesto ante nosotros, para saber si hubo o no responsabilidad criminal. Si bien es cierto que el psiquiatra de la defensa opina que no hubo responsabilidad criminal, e incluso la psiquiatra de la acusación, aunque de modo reticente, ha hecho algunas concesiones, según dicta nuestra ley, estamos autorizados a llegar a nuestras propias conclusiones. Consideramos un hecho cierto que la historia personal de prolongado estrés emocional del acusado es auténtica, pero ¿es eso suficiente?