Controla su vida, la de Claudia y la suya, con tanta seguridad. Primero fueron cedidos a las manos de Motsamai; ahora, están en poder de ese hombre que pregunta, pero ¿es eso suficiente? La omnipotencia del poder. Sólo Duncan podría contestar.
– Hemos identificado los aspectos decisivos del caso. Uno: ¿La premeditación de la venganza ocupó al acusado durante el día que pasó solo en la casita y, como consecuencia, se dirigió a la casa con intención de buscar a Jespersen y causarle daño físico?
»Dos: Fuera o no premeditada la intención de causar daño, cuando el acusado cogió el arma y disparó a Jespersen, ¿se encontraba en un estado de automatismo en el que las inhibiciones se desintegraron y se produjo una pérdida total de control?
»En relación con la cuestión número uno, mi distinguido asesor, el señor Abrahamse, abogado, y yo consideramos que no hubo premeditación de causar daño en venganza, y nos basamos en la ausencia de disimulo en el testimonio del acusado y en el hecho de que, en primer lugar, se ha aceptado que no tenía arma de ningún tipo cuando salió de la casita; en segundo lugar, aunque el arma de la casa no estaba guardada en lugar seguro, sólo en un cajón de un dormitorio, era razonable suponer que cuando la habitación había sido recogida tras la reunión no habría quedado sobre la mesa. Mi distinguido asesor, el señor Conroy, experto y veterano magistrado, sostenía la opinión minoritaria de que hubo premeditación, basándose en la razonable asunción de que eso era lo que implicaba el solitario encarcelamiento en la casita.
»En relación con la cuestión número dos, el tribunal ha dedicado una cuidadosa deliberación a los elementos opuestos revelados por los únicos testimonios disponibles del crimen (el acusado mismo y el cadáver de la víctima) y las diversas interpretaciones de este acto, tal como se ha presentado ante el tribunal. El acusado ha testificado que no vio el arma cuando entró en el cuarto de estar y que no puede decir en qué momento la vio. Sin embargo, admite que la vio y la cogió. Dice que "no tomó ninguna decisión"; y, sin embargo, la disparó.
La mirada que se alza los acusa, a la madre, al padre y al amigo del asesino, aunque probablemente el juez ni siquiera sabe dónde están entre tantos rostros; aceptan la mirada como dirigida a ellos.
– Existen algunas dudas sobre si sabía o no que estaba cargada. Si no lo sabía, aunque es razonable suponer que lo sabía, puesto que en la fiesta pudo haber visto la demostración de que lo estaba, y tuvo que verificar si lo estaba o no abriendo la recámara, el difunto habría tenido sin duda aviso suficiente de las intenciones del acusado y podría haber hecho un movimiento, saltar para defenderse. Sigue siendo dudosa la validez del alegato de que una persona puede verificar que un arma está cargada o no, si está puesto o no el seguro, y, a continuación, apuntar cuidadosamente a la cabeza de la víctima, si uno no es un tirador experto y se encuentra en un estado de incapacidad para tener una conducta deliberada, que es una de las definiciones de ausencia de imputabilidad criminal. El acusado ha admitido que el arma, que sabía utilizar, era, sin embargo «la única que he tocado en mi vida». El uso de algo que no es habitual, por lo general exige una atención consciente para su manejo, por simple que sea el proceso.
La protección que los envolvía se ha alejado; las personas que les hacían compañía se han convertido de nuevo en público, impaciente y aburrido con todo este sí y no y tal vez y sin embargo legal. La importancia de la siguiente afirmación del juez, pronunciada con cuidado, sin ninguno de los ecos histriónicos que han advertido en algunas de sus otras manifestaciones, no satisface las expectativas.
– No obstante, la opinión de los asesores y la mía propia es que, aunque el crimen se cometió bajo una situación de estrés extremo, fue un acto consciente por el que el acusado tiene responsabilidad criminal.
Incluso Harald y Claudia, que han estado sopesando, intensamente concentrados, los síes y los noes del enrevesado discurso -u, ojalá uno se sintiera lo bastante distante, lo bastante seguro como para sentirse aburrido-, se sienten desconcertados durante un momento, antes de traducir la seca afirmación de una opinión razonada como el martillazo del veredicto. Por qué seguir, por qué sigue, ya ha cogido su arma y ha dado el martillazo, en pleno pecho. Imputabilidad criminal. Nuestro hijo no está loco. Duncan, ¿lo has oído?, ¿lo has entendido?
Pero el hombre sigue adelante. Los hostiga, no puede dejar solo lo que ha dicho, tiene que hacerlo otra vez. Manipula la esperanza.
– El tribunal tiene en consideración ciertos factores atenuantes, aunque el acusado no ha dado muestras de arrepentimiento por su crimen. En primer lugar, no llevó ningún arma cuando se dirigió a la casa. En segundo lugar, no podía saber que el fallecido estaría echado en el mismo sofá en que había tenido lugar el acto sexual la noche anterior ante sus ojos. En tercer lugar, el arma estaba allí por casualidad, sobre la mesa. Si no hubiera estado allí, tal vez el acusado habría insultado al fallecido, tal vez incluso le habría dado algún puñetazo, venganza habitual en un amante deshonrado… o bien ambas cosas.
En ese momento, parece abandonar su texto, acusar a la asamblea y a sí mismo, a las calles y zonas residenciales y campamentos con ocupantes ilegales situados fuera de los tribunales y los pasillos, a la muchedumbre de la que todos forman parte, apretándose contra el resquebrajado palacio de justicia.
– Pero ésta es la tragedia de nuestros tiempos, una tragedia que se repite todos los días, todas las noches, en esta ciudad, en nuestro país. Parte de los objetos domésticos, algo que se lleva en los bolsillos junto con las llaves del coche, incluso en las mochilas de los niños, constantemente a mano en situaciones que conducen a la tragedia: resulta que las armas están ahí.
Khulu mueve la cabeza con vehemencia a pesar de sus esfuerzos por controlarse, pero para Harald la judicatura ha soltado su pequeña homilía, en efecto. ¿Tiene eso algo que ver con lo que van a hacer con mi hijo que, como cualquier otro, respiró la violencia junto con el humo de los cigarrillos?
El juez se controla un poco.
– El arma estaba allí. El acusado tuvo la voluntad de usarla con propósito de matar. El veredicto unánime del tribunal es que Duncan Peter Lindgard es culpable, con atenuantes, del asesinato de Cari Jespersen.
La sentencia queda aplazada hasta el día siguiente a las diez.
La gente ha visto cómo se hace justicia. Ahora se avergüenzan de ser observadores curiosos de la pareja a la que ha sucedido algo terrible; se mantienen a distancia, se dan codazos para dejar pasar a Harald y a Claudia, y a ese marica negro, el testigo. Los ojos de Claudia se cruzan con los de un desconocido; éste baja la vista.
Un shock emocional tiene la fuerza de un golpe en la cabeza. Pero ese veredicto no es un shock; es la expresión oral de un temor que han conseguido mantener a raya -sólo eso- durante varias semanas y que durante los días que han pasado en ese lugar ha ido aproximándose lentamente hasta estar más cerca que los desconocidos que los rodean; esperando para caer sobre ellos, Harald y Claudia. En el movimiento de policía, abogados y funcionarios que recogen la documentación a través de la cual se ha hecho justicia, es difícil encontrar a Duncan. ¿No está allí? Duncan nunca ha estado allí, nunca. Nada de eso puede haber sucedido a su hijo.
A las diez de la mañana, la sala se pone en pie cuando entra el juez. Los papeles se deslizan, unos debajo de otros; la luz del sol que entra por las ventanas situadas al este brilla a través de la membrana de sus prominentes orejas. Es un icono destinado a desplazar a aquellos a los que Harald ha dirigido sus rezos con anterioridad.
Por lo que parece, es costumbre que el fiscal y el defensor discutan brevemente el tema de la sentencia, como si no estuviera ya determinada en los papeles situados bajo las manos del juez, como bocas abiertas dispuestas a decir lo que guardan sus labios sellados en las comisuras. El fiscal reitera con seriedad lo que ha obtenido del acusado durante su interrogatorio; no puede haber ambigüedad cuando los hechos del caso que se juzga proceden de la declaración del propio acusado.
– Tal como su señoría ha destacado en su sentencia, el acusado no da muestras de remordimiento; y, lo que es más, un hombre que no da muestras de remordimiento también demuestra que, ejecutara el acto del asesinato de modo consciente o no, éste era la realización de un acto que habría deseado cometer. No se arrepiente porque la muerte del hombre que lo rechazó como amante y después se convirtió en el amante de su mujer era lo que quería y se ha llevado a cabo.
El acusado que no se defiende es, por consiguiente, el individuo que acepta que su crimen es tal crimen, que nada puede aminorar su gravedad. Esperar que se produzca una atenuación de la sentencia que vaya más allá de la aceptación de las circunstancias atenuantes que el tribunal ha concedido ya supone poner en crisis el ejemplo, el mensaje que enviarán nuestros tribunales con semejante atenuación. Su señoría se ha referido al clima de violencia en nuestro país como tema de gran preocupación. Un crimen que surge de la cohabitación de personas como el acusado y sus compañeros de vivienda, sus amigos, en una casa donde no se mantenía ninguna de las normas comúnmente aceptadas acerca del orden, sea respecto a las relaciones sexuales o al cuidado adecuado de un arma; si semejante crimen va a ser considerado con lenidad, con indulgencia, ¿qué clase de peligrosa tolerancia iniciará esto frente a lo que está amenazando la seguridad y la decencia en las relaciones humanas sobre las que se basa la nueva administración de este país? Sí, el arma estaba allí; el crimen de venganza por celos que se cometió con ésta no puede excusarse, sino que forma parte de los secuestros, violaciones, asaltos que surgen del mal uso de la libertad cuando uno fabrica sus propias normas. Ahí es donde todo empieza, desafiando todas las normas morales y reclamando total permisividad, tal como el acusado y sus amigos han hecho, y conduce a permitir el asesinato de uno de ellos, uno de los compañeros de cama, por parte de otro, el acusado. No es necesario que recuerde al tribunal que, cuando se dicta una sentencia, debe hacerse justicia tanto a la sociedad como al individuo acusado, en proporción al daño causado al arrebatar la vida de un individuo y el daño causado también a la sociedad -por él, un joven altamente privilegiado, un profesional al que la sociedad ha dado todas las ventajas- al participar en ese libertinaje moral que abusa de nuestra sociedad y la amenaza.