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El pulsa el adminículo electrónico que les permite entrar en su casa pero no les da refugio.

La dirección de su empresa cuenta con un importante despacho de asesores jurídicos, uno de los cuales forma parte de ésta. Harald le consulta su opinión en todas las cuestiones legales.

En circunstancias normales. Pero ahora puede hacer lo que no le parecería adecuado en circunstancias normales. Puede recurrir a su contacto superficial en cenas públicas para importunar a una figura prestigiosa en la abogacía y pedirle su opinión confidencial sobre la competencia, reputación y consideración del abogado Motsamai. No tiene escrúpulos en ser atrevido. Qué importan ahora los convencionalismos habituales en su vida.

Naturalmente, el hombre conoce la historia, todo el mundo la conoce, ha sido un regalo para los periódicos del domingo. Pero en qué estará pensando mientras escucha la reiteración de los hechos: mi hijo está acusado de asesinato, se ha tomado la decisión de poner el caso en manos del abogado Hamilton Motsamai. Mi esposa y yo no conocemos a esta persona, no tenemos nada a favor o en contra de él, lo único que nos preocupa es si se trata del mejor profesional posible para defender a nuestro hijo.

¿Interpreta, bajo uno de los familiares silencios de los abogados, traduce el idioma privado de lo que no se ha dicho: ese abogado es negro? ¿Es así?

Aunque, por el momento, el tema no debe plantearse entre ellos. En primer lugar, para proteger al hablante de observaciones contrarias a la ética profesional, debe hacerse una rectificación:

– Habría toda una serie de abogados que podríamos considerar «los mejores posibles», supongo que lo entiendes. No me atrevería a colocar a ninguno por encima de los demás. Pero Motsamai es conocido como alguien muy capaz. Y con mucha experiencia. En los cuatro años transcurridos desde que regresó al país ha intervenido con éxito en una serie de casos difíciles. Políticos, sí, pero también de otras clases. Tiene el tipo de talante agresivo, aunque controlado, por supuesto, por una gran inteligencia, que da muy buen resultado en el interrogatorio de los testigos de la parte contraria. Muy hábil; algunos dirían que excepcional.

Harald no necesita la opinión general, que puede darse sin faltar a la imparcialidad; debe saber lo que piensa de veras este hombre. No hay tiempo, no hay espacio entre los muros de una celda para las peligrosas reservas de hablar con «toda imparcialidad».

– ¿Y tú? ¿Tú qué piensas?

Debe de ser imposible encontrarse ante Harald Lindgard en este momento y no sobresaltarse -y el sobresalto está siempre a un paso del miedo- ante lo que puede suceder a un hombre como él; como uno mismo. ¡La última vez que se habían visto estaban con una bebida en la mano, discutiendo con el viceministro de Finanzas sobre los pros y los contras de eliminar los controles de cambio de moneda extranjera! Aunque aquel hombre no conocía a Lindgard más íntimamente, tuvo que poner a un lado su profesionalidad como si se quitara la toga negra que llevaba en el tribunal.

– Mira, no soy muy dado a los calificativos exagerados, pero puedo asegurarte que el individuo es fuera de serie. ¿No sabes nada de él? No recuerdo en qué zona del país se crió: es la historia de siempre, un muchacho pobre, hijo de padres sin instrucción, que consiguió llegar a la universidad de Fort Haré y licenciarse en derecho a finales de los sesenta. Después se mezcló en la actividad política del Youth Group, fue detenido. Cuando lo pusieron en libertad, se marchó a Inglaterra y de alguna manera, con becas, siguió estudiando ahí derecho. Antes de que volviera en los años noventa, había sido aceptado en Gray's Inn y trabajó como defensor en el Old Bailey. De modo que difícilmente podrían haberse puesto objeciones a su admisión en el colegio de abogados de aquí. Francamente, ya puedes imaginar, después de tantos años en que la capacidad intelectual de los negros no gozaba de consideración alguna entre los abogados, ahora existe un deseo ferviente de mostrarles aprecio cuando se lo ganan. En realidad, Motsamai es una figura providencial… hacía falta una estrella y apareció en nuestra constelación… Es lo que la prensa popular llamaría un personaje muy solicitado.

Afortunadamente, no es sólo una muestra de acción afirmativa. No, no…

Ésta podía ser la frase final que llevarse en el recuerdo; pero Harald siente un peso que le impide marcharse.

– No acabas de ver claro que la defensa de tu hijo la lleve un hombre negro.

Ahí está. Ante ellos, ante Harald y su distinguido abogado. Pero se ha presentado como era de esperar, como una, simple regresión, eructada tras las cenas que compartieron en el pasado.

– No tenemos por qué atribuir esta duda a los prejuicios raciales, porque es un hecho, un hecho incontrovertible, que, debido a los prejuicios raciales de los viejos regímenes, los abogados negros han tenido mucha menos experiencia que los blancos, y la experiencia es lo que cuenta. Han tenido menos oportunidades para ponerse a prueba; ésa es su desventaja, y no estarías dando muestras de tener prejuicios raciales al considerar esta desventaja como propia si confiaras tu defensa a la mayoría de ellos. Si me dijeras que, a pesar de todo, preferirías tener un abogado blanco, eso ya sería una cosa distinta. No tendría nada que comentar. Tú eres quien lleva la carga. Sólo puedo decir: con Motsamai estás en buenas manos. Si puedo hacer algo más… Harald se siente como algunas veces cuando sale a la calle, al mundo, después de comulgar; una calma meditabunda, una especie de certeza, por lo menos, antes de hacer aquello para lo que ésta es necesaria.

Pudieron pasar los primeros días con la atención fija en algo muy concreto: la cita para conocer al prestigioso abogado contratado, Hamilton Motsamai.

Llegaron por separado a Advocates Chambers; ella, de su consulta; él, zafándose de una reunión de la dirección de la compañía de seguros de la que era uno de los directores. Se saludaron con aire ausente; sólo cuando se sentaron juntos, al otro lado de la larga y ancha extensión de la imponente mesa de despacho del abogado, se convirtieron en la pareja, la madre y el padre, el vínculo ominoso. Motsamai era como su bufete: un individuo bien equipado. Mostraba una enorme confianza en sí mismo a través del modo en que combinaba los signos del éxito en una profesión prestigiosa: la indicación dada a su secretaria por el intercomunicador para que no le pasara llamadas, las fotografías de grupo con distinguidos colegas de Gray's Inn en Londres, la biblioteca de libros de leyes con trocitos de papel que sobresalían de entre sus hojas, señalando las consultas frecuentes, la placa de regalo situada en la bandeja de los accesorios del despacho; por no hablar del mechón de pelillos en el extremo de la barbilla, siguiendo un estilo africano tradicional específico, otro tipo de dignidad y distinción. Su inglés fluido y entrecortado tenía un fuente acento, conservaba las vocales abiertas y largas de los idiomas africanos, y afirmaba el derecho a los reverberantes murmullos de bajo habituales en el discurso de éstos, frente a las conjunciones mudas, los «hums» y los «ahs» de los hablantes blancos. Una nueva forma de sofisticación nacional. En su elegante traje gris, aparece como un hombre que lo ha dominado todo, todas las contradicciones que el pasado le impuso. Mientras hojea los papeles (aparentemente, las notas que ha tomado sobre el caso que ha aceptado) mira de vez en cuando al hombre y la mujer que tiene delante; el blanco de sus ojos (incluso se quita las gafas un momento y las balancea) destaca con nitidez en su pequeño rostro caoba, como los ojos de cristal que se colocaban en las estatuas antiguas. Es un rostro hecho por la disciplina de la mente, los rasgos están unidos por la concentración, incluso la boca, que se mueve ligeramente mientras atiende mentalmente al texto, ha reducido en cierto modo su generosidad. Lo estudian; ambos dependen de lo que están viendo como ninguno de los dos ha dependido de nadie.

La atención intermitente que les había prestado era una especie de ensayo sobre cómo abordar lo que tenía que decirles. El buen amigo Philip le había informado -no sólo como abogado- sobre esos clientes, de modo que sabía que no eran unos don nadie: uno de los directores de una gran compañía de seguros, con una política pragmática y sin prejuicios hacia los negros, y la esposa, evidentemente, médico. Personas instruidas a las que podía hablar con claridad para que entendieran su posición: es decir, la limitación de sus posibilidades en el caso.

– He hablado con su hijo. Naturalmente, lo veré de nuevo, en varias ocasiones. Ejeee… No es un joven fácil de entender. Pero estoy seguro de que eso ya lo saben.

El padre estaba a punto de hablar, pero la madre se adelantó.

– No. Siempre hemos tenido una buena relación.

– ¿Se refiere usted a ahora? ¿A que no es fácil de entender ahora?

El abogado asentía con la cabeza, tamborileaba con la yema de los dedos extendidos produciendo un pequeño repiqueteo para mostrar su acuerdo con el padre.

– Exactamente, a eso me refiero. Pero es sólo el principio. Con frecuencia… siempre hay dificultades cuando un individuo está en un momento difícil, se encuentra en estado de shock. ¿Sabe? (dice, dirigiéndose a ella), es como cuando alguien va a verla tras un accidente, con un trauma: es igual.

– Que te digan que tu amigo ha muerto y te acusen de ello. Sí.

El abogado sabe que la madre del acusado lo está acusando a éclass="underline" de ser demasiado comedido. Está acostumbrado a este tipo de reacción, a que el miedo se convierta en resentimiento. En el caso de ella, exacerbado sin duda por el hecho de que está acostumbrada, tal como él le ha recordado, a ser el asesor profesional y no la víctima. Él aparta la vista, aleja con un gesto rápido la sombra inoportuna.

– Por desgracia… por desgracia, tengo que decirles que cuando él -gesto amplio- se abre, cuando empieza a cooperar conmigo, en ese momento concreto se muestra en cierto modo hostil, ¿saben? Cuando él y yo tenemos que tratar la cuestión fundamental… -Hizo una pausa para calibrar si estaban preparados-. Tengo que decirles que las pruebas son abrumadoras. Definitivas. Con la excepción única del arma, por la cuestión de la suciedad, ¿saben?, el barro: las huellas dactilares. Pero el informe final todavía tiene que emitirse y hay procedimientos capaces de encontrar las pruebas adecuadas. Es zurdo, ¿verdad? Si se encuentran huellas y encajan, la cosa se pondrá muy seria. Muy, muy seria. ¿Entienden? Dejará listo el caso de la acusación. Tenemos que actuar dando por hecho que eso es lo que va a suceder. Su hostilidad no es una buena señal. Según nuestra experiencia, significa que hay algo, todo, que esconder. La persona no quiere cooperar con el abogado porque no cree que el abogado pueda hacer nada por ella.