Sin embargo, la altivez de los Sugimura (algunos de ellos ni siquiera se molestaron en ocultar su hostilidad hacia nosotros) fue manifiesta durante la transacción. Un comprador menos comprensivo se habría ofendido y habría renunciado a proseguir el trato. Incluso años después, cuando me encontraba por casualidad con algún miembro de la familia, en lugar de charlar cortésmente, se quedaba plantado en medio de la calle preguntándome por el estado de la casa y por cualquier modificación que hubiese hecho.
Actualmente apenas oigo hablar de los Sugimura. No obstante, poco después de la rendición vino a verme la menor de las dos hermanas con las que había tratado la venta. Los años de guerra la habían convertido en una anciana delgada y achacosa. Como era característico en la familia, hizo escasos esfuerzos por ocultar que su preocupación residía en saber qué suerte había corrido la casa durante la guerra, sin preocuparle sus habitantes. Cuando le hablé de mi esposa y de Kenji me expresó su condolencia con frases lo más concisas posible e inmediatamente me acosó a preguntas a propósito de los daños causados por la bomba. Al principio, esta actitud me dispuso contra ella, pero pronto empecé a notar que sus ojos vagaban involuntariamente por la habitación y que sus ceremoniosas y medidas frases quedaban interrumpidas por pausas abruptas.
Fue entonces cuando advertí la ola de emoción que la invadía al encontrarse de nuevo en la casa. En ese momento caí en la cuenta de que la mayoría de los familiares que tenía en la época de la venta estarían muertos; empezó a darme lástima y me ofrecí a mostrársela.
La casa no había escapado a los daños de la guerra. Akira Sugimura le había añadido un ala por el lado este que comprendía tres amplias habitaciones comunicadas con el cuerpo principal de la casa por un largo corredor, que daba a uno de los lados del jardín. El corredor se destacaba por su longitud, y se llegó a insinuar que Sugimura había mandado construir el corredor y el ala este con el fin de mantener a sus padres a cierta distancia. El corredor era, en cualquier caso, una de las partes más atrayentes de la casa. Por las tardes el juego de luces y sombras se proyectaba en su interior y al pasar por él se tenía la impresión de estar caminando por un túnel de árboles. Esta parte había sido justamente la más afectada por la bomba, y conforme íbamos examinando los daños desde el jardín, vi que la señorita Sugimura estaba a punto de llorar. En aquellos momentos ya había dejado de sentir mi anterior irritación contra la anciana, de modo que la tranquilicé lo mejor que pude diciéndole que repararía los daños en cuanto tuviese ocasión y que la casa volvería a quedar como su padre la había construido.
Cuando le hice la promesa, aún no tenía idea de la penuria en que vivíamos. Durante mucho tiempo después de la rendición, a veces había que esperar varias semanas para obtener determinados tipos de madera o un surtido de clavos. Dadas las circunstancias, me vi obligado a centrarme en el cuerpo principal de la casa, que tampoco había escapado a los daños, razón por la cual la reparación del jardín y del ala este progresa con mucha lentitud. Hasta ahora he hecho lo que he podido para evitar que sigan deteriorándose; sin embargo, aún no es posible volver a abrir esa parte de la casa. Además, al quedarnos solos Noriko y yo, la necesidad de ampliar nuestro espacio vital no resulta apremiante.
Si hoy los condujera a la parte trasera de la casa y corriera la pesada mampara para permitirles contemplar los restos del corredor ajardinado de Sugimura, podrían hacerse una idea de lo pintoresco que fue en otro tiempo pero, sin duda, también repararían en las telarañas y en las manchas de moho que no he podido quitar, así como en los boquetes del techo, que sólo unas telas enceradas resguardan de la intemperie. A veces, a primera hora de la mañana corro la mampara para contemplar la luz del sol que se filtra por las telas enceradas, formando columnas de variados colores, y que pone de manifiesto nubes de polvo suspendidas en el aire, como si el techo se hubiese acabado de derrumbar en aquel instante.
Además del corredor y del ala este, la parte más seriamente dañada era la terraza. A mi familia, y especialmente a mis dos hijas, siempre les ha gustado mucho sentarse fuera para charlar y contemplar el jardín; por eso, cuando Setsuko, mi hija casada, vino a hacernos una visita después de la rendición, no me sorprendió que se entristeciera al ver el estado de la terraza. Por aquella época ya había reparado los daños más graves, pero los tablones del suelo aún seguían abombados y agrietados en el extremo de la terraza donde el impacto de la explosión había sido más fuerte. El tejado también estaba afectado, por lo que cuando llovía teníamos que llenar el suelo con recipientes para recoger el agua de las goteras.
Durante el pasado año, no obstante, pude hacer importantes progresos, de modo que cuando Setsuko vino a visitarnos de nuevo, el mes pasado, la terraza estaba más o menos restaurada. Noriko se había tomado unos días de permiso para atender a su hermana y, como hacía muy buen tiempo, las dos se pasaron muchas horas afuera como en otras épocas. Yo solía acompañarlas a menudo y, a veces, nos parecía haber vuelto a años atrás, cuando aprovechando los días de sol la familia se reunía en la terraza para conversar tranquilamente, casi siempre de temas sin importancia. Cierto día del mes pasado -probablemente a la mañana siguiente de la llegada de Setsuko-, después de haber desayunado los tres en la terraza, Noriko dijo:
– Me alegra mucho que por fin hayas venido, Setsuko. Así me quitarás a padre un poco de encima.
– Noriko, realmente…
Su hermana mayor se movió incómoda en el cojín.
– Ahora que padre se ha jubilado hay que estar constantemente pendiente de él -prosiguió Noriko sonriendo con malicia-. Hay que tenerlo ocupado; si no, se deprime.
– Realmente… -Setsuko sonrió nerviosa, después se volvió hacia el jardín suspirando-. El arce parece haberse recuperado del todo. Tiene un aspecto espléndido.
– Se nota que Setsuko no sabe cómo se encuentra usted ahora, padre. Aún le ve como el tirano que estaba siempre dando órdenes. En los últimos tiempos es usted mucho más benévolo, ¿verdad?
Yo me reí para hacerle comprender a Setsuko que su hermana no hablaba con mala intención, pero siguió sintiéndose incómoda. Noriko se volvió hacia ella y añadió:
– Necesita que lo cuiden muchísimo más. Se pasa el día deprimido dando vueltas por la casa.
– No le hagas caso -intervine yo-. Si me pasara el día deprimido, ¿quién habría hecho todas estas reparaciones?
– Sí -dijo Setsuko, volviéndose hacia mí sonriente-. La casa tiene un aspecto espléndido. Habrá trabajado usted mucho, padre.
– Hizo venir a unos hombres que le ayudaron en las tareas difíciles -dijo Noriko-. Créeme, Setsuko. Padre ha cambiado mucho. Ya no hay que tenerle miedo. Ahora es mucho más amable y hogareño.
– Realmente, Noriko…
– De vez en cuando hasta hace la comida. ¿No es increíble? Últimamente cocina mucho mejor.
– Noriko, creo que ya está bien por hoy -dijo Setsuko conciliadora.
– ¿No es cierto, padre? Ha hecho usted muchos progresos.
Yo volví a sonreír y meneé la cabeza, cansado. Recuerdo que en ese preciso momento Noriko se volvió hacia el jardín y, entornando los ojos por el sol, dijo:
– No puede estar pendiente de que yo venga a hacerle la comida una vez que me haya casado. Ya tendré bastante con mis cosas.
Setsuko, que hasta ese momento había mantenido la mirada perdida con expresión preocupada, después de oír a su hermana se volvió hacia mí con breve gesto interrogante, pero enseguida apartó los ojos sintiéndose obligada a devolverle la sonrisa a su hermana. Sin embargo, una profunda intranquilidad se había apoderado ya de Setsuko, y fue para ella un alivio que su hijo pasara corriendo frente a nosotros permitiéndonos así cambiar de tema.
– Por favor, Ichiro, estáte quieto -le gritó.