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Yo asentí y agregué:

– Cabe la posibilidad de que este año venga alguien a verte.

– ¿Ah, sí? Bueno, de ti sólo tengo cosas buenas que decir. Después de todo, fuimos buenos colegas.

– Te lo agradezco.

– Ha sido todo un detalle venir a verme -dijo-. Pero por la boda de tu hija no era necesario. Quizá la última vez no nos separamos del modo más cordial, pero el asunto de tu hija Noriko es cosa aparte. Ya lo sabes, de ti sólo podría decir cosas buenas.

– Nunca lo he dudado. Siempre has sido muy generoso.

– Sin embargo, me alegro de que esto haya servido para reconciliarnos.

Matsuda hizo un pequeño esfuerzo, se inclinó hacia adelante y empezó a llenar otra vez las tazas.

– Discúlpame, Ono -dijo al final-, pero tengo la impresión de que aún hay algo que te preocupa.

– ¿Lo crees?

– Discúlpame por ser tan brusco, pero la señorita Suzuki vendrá ahora mismo a decirme que debo retirarme. Desgraciadamente, no puedo atender a mis invitados demasiado tiempo, aunque se trate de antiguos colegas.

– Por supuesto. Lo lamento mucho. ¿Cómo he podido…?

– No seas ridículo, Ono. Aún puedes quedarte un rato. Te lo decía porque si has venido por algún problema en concreto, sería mejor que lo dijeses. -De pronto empezó a reírse a carcajadas-. Realmente, te horrorizan mis malos modales.

– En absoluto. Sólo pienso en lo poco considerado que he sido. La verdad es que he venido para hablar del futuro matrimonio de mi hija.

– Ya veo.

– En realidad -proseguí-, mi intención era comentarte algunas cosas que pueden surgir. ¿Sabes?, estas negociaciones quizá lleguen a ser un asunto muy delicado. Te estaría enormemente agradecido si respondieses con mucho tacto a algunas preguntas que puedan hacerte.

– Por supuesto. -Tenía la mirada clavada en mí y sus ojos reflejaban cierto regocijo-. Responderé con muchísimo tacto.

– Especialmente en lo referente al pasado.

– Acabo de decirte -dijo Matsuda con la voz algo más fría- que sobre el pasado sólo tengo cosas buenas que decir de ti.

– Claro.

Matsuda siguió mirándome durante un rato y después suspiró.

– Durante estos últimos tres años apenas me he movido de esta casa -dijo-. No obstante, he tenido los oídos bien atentos y sé muy bien lo que está pasando en este país. Sé que ahora hay quien condena a gente como tú y como yo por ideales que defendimos en otra época y de los que nos sentíamos muy orgullosos. Supongo que es eso lo que te preocupa. Crees que quizá te alabe por cosas que sería mejor olvidar.

– No es eso -me apresuré a decir-. Ambos tenemos motivos para estar orgullosos. Es sólo que en lo que se refiere al matrimonio de Noriko, hay que reconocer que la situación es muy delicada. Ahora que sé que actuarás razonablemente me siento más tranquilo.

– Haré todo lo que pueda -dijo Matsuda-. Pero Ono, hay cosas de las que deberíamos estar orgullosos. ¡Qué importa lo que diga la gente! Dentro de muy pocos años podremos ir con la cabeza bien alta y nuestros antiguos ideales volverán a ser valorados. Sólo espero vivir hasta entonces.

– Sí, a mí me pasa lo mismo. Pero cuando pienso en la boda…

– Por supuesto -me interrumpió Matsuda-. Actuaré con mucha delicadeza.

Hice una reverencia y me quedé callado durante un rato. Después dijo Matsuda:

– Pero dime, Ono, si lo que te preocupa es el pasado, supongo que ya habrás visitado a más gente de aquella época, ¿no?

– La verdad es que eres el primero. De los demás no sé nada.

– ¿Y Kuroda? Me han dicho que vive en el centro.

– ¿De veras? No he vuelto a verlo desde… desde la guerra.

– Si lo que nos preocupa es el futuro de Noriko, quizá deberías ir a verlo, aunque te duela.

– Es cierto. Sólo que no tengo la menor idea de dónde puede estar.

– Ya veo. Esperemos que los investigadores anden igual de perdidos. Aunque suelen ser muy listos.

– Así es.

– Ono, te has quedado más pálido que un muerto. Con el aspecto tan saludable que tenías cuando llegaste. Te pasa por estar en la misma habitación que un enfermo. Me reí.

– ¡Qué va! Son los hijos. No dan más que preocupaciones. Matsuda volvió a suspirar y dijo:

– A veces me dicen que no he sabido disfrutar de la vida porque no me he casado ni he tenido hijos. Pero cuando miro a mi alrededor, me parece que los hijos sólo causan problemas.

– No creas que te equivocas.

– Sin embargo, debe ser hermoso pensar que hay unos hijos a quienes dejarles los bienes.

– Así es.

Unos minutos más tarde, tal y como había presagiado Matsuda, entró la señorita Suzuki en la habitación y le susurró algo. Matsuda sonrió y dijo resignado:

– Mi enfermera ha venido a buscarme. Naturalmente, puedes quedarte el tiempo que quieras, pero ahora te ruego que me disculpes.

Después, mientras esperaba en la parada término a que llegase el tranvía en el que subiría la cuesta para llegar de nuevo al centro, recordé las palabras de Matsuda y me sentí más tranquilo: «Sobre el pasado, de ti sólo tengo cosas buenas que contar.» Es verdad que podría haber confiado en él y que no tenía necesidad de ir a verlo, pero siempre es bueno reanudar viejas amistades. En resumidas cuentas, el viaje de ayer a Arakawa valió la pena, no hay duda.

Abril, 1949

Todavía hoy, tres o cuatro veces por semana, sigo cogiendo el sendero que va hasta el río y el puente de madera. Los que vivían aquí antes de la guerra aún lo llaman el Puente de las Vacilaciones. El nombre se debe a que, hasta no hace mucho, para ir al barrio de la vida nocturna había que cruzarlo, y se dice que, a menudo, había hombres que se quedaban a mitad del puente, sin saber si ir a divertirse o volver a casa con sus esposas. En mi caso, si alguna vez me he quedado a mitad del puente, no es que vacilara, es sólo que me produce un gran placer contemplar cómo se pone el sol, mirar el entorno y examinar todos los cambios que ha habido.

Al pie de la colina, justo de donde acabo de venir, han construido muchos bloques de casas, y más lejos, siguiendo la margen del río, donde hasta hace sólo un año no había más que hierba y barro, una empresa está levantando bloques de pisos para sus futuros empleados. Los bloques están sin terminar y, cuando el sol casi toca el río, es fácil confundirlos con casas bombardeadas como las que todavía quedan en algunas partes de la ciudad.

No obstante, las ruinas van siendo cada día más escasas. Habría que dirigirse hacia el norte por el barrio de Wakamiya, o bien llegar hasta la zona entre Honcho y Kasumagachi, donde los daños fueron realmente importantes, para encontrar auténticas ruinas. Y sin embargo, hace sólo un año la ciudad estaba llena de escombros y edificios destrozados por las bombas. La zona que empieza cruzando el Puente de las Vacilaciones, por ejemplo, era un desierto cubierto de escombros. Ahora, en cambio, es un lugar donde las obras progresan a gran velocidad. Frente al bar de la señora Kawakami, donde antes se amontonaba la muchedumbre en busca de diversión, están haciendo una carretera y, a ambos lados del establecimiento, están poniendo los cimientos de lo que serán en un futuro bloques de oficinas.

Cuando la otra noche la señora Kawakami me contó que una empresa le ofrecía una buena cantidad de dinero por su local, ya hacía tiempo que había supuesto que, tarde o temprano, la mujer tendría que cerrar e irse a otro sitio.

– No sé qué hacer -me dijo-. Después de tanto tiempo sería para mí tremendo tener que irme. Anoche no pude dormir pensándolo y, una vez más, me dije: ahora que Shintaro-san ya no viene, el único cliente que me queda es Sensei. De verdad, no sé qué hacer.

Y es cierto, ahora soy yo el único cliente que le queda. Desde el invierno pasado, Shintaro no ha vuelto a aparecer por el bar de la señora Kawakami. Seguramente, por no encontrarse conmigo. Y todo por un incidente, en el que la señora Kawakami no tuvo nada que ver, pero cuyas consecuencias la han perjudicado.