Sin duda, Ichiro, acostumbrado al reducido piso de sus padres, estaba fascinado por la amplitud de espacio que había en nuestra casa. De todas formas no parecía compartir el placer de estar sentados en la terraza y prefería recorrerla de un extremo a otro, patinando incluso sobre los pulidos tablones del suelo. Estuvo varias veces a punto de volcar la bandeja del té. Los ruegos de su madre para que se sentase habían sido inútiles. También esa vez su madre le había dicho que cogiese un cojín y se sentara, pero prefirió quedarse malhumorado al fondo de la terraza.
– Vamos, Ichiro -le grité-, ya estoy cansado de hablar sólo con mujeres. Ven a sentarte a mi lado, hablaremos de cosas de hombres.
Se acercó enseguida. Puso un cojín a mi lado y, al sentarse, adoptó una postura muy digna, con las manos en las caderas y los hombros bien echados hacia atrás.
– Oji -me dijo muy serio-, quiero preguntarle algo.
– ¿Qué quieres saber, Ichiro?
– Quiero que me hable del monstruo.
– ¿El monstruo?
– ¿Es un monstruo prehistórico?
– ¿Prehistórico? ¿Ya conoces esas palabras? ¡Qué chico más listo!
Al parecer, el cumplido hizo que Ichiro olvidara los buenos modales, porque se echó hacia atrás y empezó a lanzar vigorosas pataletas al aire.
– ¡Ichiro! -le riñó Setsuko en voz baja- ¡Qué modales son ésos, y delante de tu abuelo! ¡Siéntate bien!
La única respuesta de Ichiro fue ir bajando los pies poco a poco hasta dejarlos inertes en el suelo. Después cruzó los brazos sobre el pecho y cerró los ojos.
– Oji -dijo con voz dormida-, ¿es un monstruo prehistórico?
– Pero ¿de qué monstruo me hablas, Ichiro?
– Discúlpele, por favor -dijo Setsuko con una sonrisa nerviosa-. Ayer, al llegar a la estación, vio el cartel anunciador de una película. Estuvo incomodando al taxista con un montón de preguntas. Ojalá hubiera visto yo el cartel.
– Oji, el monstruo ¿es prehistórico? ¡Dígame sí o no! ¡Quiero una respuesta!
– ¡Ichiro!
Su madre lo miraba horrorizada.
– No sabría decirte, Ichiro. Creo que tendremos que ver la película para saberlo.
– ¿Y cuándo vamos a ver la película?
– Hum…, mejor que hables con tu madre. Quizá sea una película demasiado aterradora para un niño, nunca se sabe. Mi intención no había sido provocar a mi nieto. Sin embargo, el efecto de mis palabras fue asombroso. Volvió a sentarse y me gritó con rabia:
– ¡Cómo se atreve! ¡Qué quiere decir!
– ¡Ichiro! -exclamó Setsuko consternada. Pero Ichiro siguió mirándome furioso y su madre tuvo que levantarse del cojín para acercarse a nosotros-. ¡Ichiro! -le susurró sacudiéndole el brazo-, ¡deja de mirar a tu abuelo de esa forma!
Volvió a tumbarse de espaldas y a sacudir los pies en el aire. Su madre volvió a sonreírme nerviosa.
– Pero ¡qué modales! -dijo. Al parecer, no supo qué más decir y volvió a sonreír.
– Ichiro-san -dijo Noriko, poniéndose en pie-, ¿por qué no me ayudas a retirar las cosas del desayuno?
– Eso es cosa de mujeres -dijo Ichiro, que seguía pataleando.
– ¿Entonces no vas a ayudarme? A mí sola me va a costar mucho. No soy fuerte y la mesa es muy pesada. Veamos, ¿quién me ayuda?
Ichiro se levantó bruscamente y dando zancadas se metió en casa sin volverse a mirarnos. Noriko sonrió y entró tras él.
Setsuko los siguió con la mirada y, levantando la tetera, volvió a llenarme la taza.
– No tenía la menor idea de que las cosas fuesen tan deprisa -dijo en voz baja-. Me refiero a la boda de Noriko.
– Las cosas no van tan deprisa -dije meneando la cabeza-. La verdad es que aún no se ha decidido nada. Seguimos en una primerísima fase.
– Perdóneme, pero por lo que ha dicho Noriko hace un momento, pensaba que las cosas estaban más o menos… -Fue bajando la voz pero añadió enseguida-: Perdóneme. -Y lo dijo de tal modo que la pregunta se quedó flotando en el aire.
– El problema es que no es la primera vez que Noriko habla así -contesté-. Se ha estado comportando de un modo muy raro desde que empezamos las conversaciones para su boda. La semana pasada, el señor Mori nos hizo una visita, ¿te acuerdas de él?
– Claro. ¿Cómo se encuentra?
– Bastante bien. Pasaba por aquí y llamó para presentar sus respetos. Entonces Noriko empezó a hablar sobre su boda delante de él, con la misma actitud que ahora, como si todo estuviese resuelto. Fue una situación muy violenta. El señor Mori hasta me felicitó al irse, y me preguntó a qué se dedicaba el novio.
– Realmente -dijo Setsuko pensativa-, debió ser una situación embarazosa.
– Pero el señor Mori no tuvo ninguna culpa. Tú misma la acabas de oír. ¿Qué quieres que piense un extraño?
Mi hija no respondió y, durante unos instantes, nos quedamos sentados en silencio. Una de las veces en que dirigí mi mirada hacia ella, contemplaba el jardín, con la taza de té en las manos, aunque parecía haberse olvidado de ella. Fue ésa una de las ocasiones, durante su visita del mes pasado -quizá por la manera como le daba la luz-, en las que me di cuenta de pronto de que la estaba mirando embelesado; y es que, sin duda alguna, Setsuko es de esas personas que con el paso del tiempo se vuelven más hermosas. Cuando era más joven, a su madre y a mí nos preocupaba que su falta de atractivo le impidiese encontrar un buen marido. De niña, sus rasgos ya eran más bien masculinos, y en la adolescencia parecieron acentuársele aún más; tanto es así, que cada vez que mis hijas se peleaban, Noriko salía victoriosa con sólo gritarle a su hermana: «¡Eres un chico! ¡Eres un chico!» Y claro, nadie sabe qué efectos pueden tener esas cosas en la personalidad de alguien. No es casualidad que Noriko tenga un carácter fuerte y Setsuko sea tímida y retraída. Pues bien, parece que ahora, casi a los treinta años, Setsuko tiene cada día un aspecto más distinguido. Recuerdo que ya lo decía su madre: «Nuestra hija florecerá en verano.» Entonces yo no veía en sus palabras más que un modo de consolarse, pero durante el mes pasado varias veces me sorprendió comprobar cuánta razón tenía.
Setsuko volvió de su ensimismamiento y echó un vistazo al interior de la casa. De pronto dijo:
– Supongo que Noriko se quedaría muy trastornada por lo ocurrido el año pasado. Creo que más de lo que nos imaginamos.
Yo suspiré y asentí con la cabeza.
– Es posible que durante aquellos días no me ocupara de ella lo suficiente.
– Estoy segura de que hizo usted todo lo que pudo, padre. Pero esas cosas para una mujer son un trago terrible.
– Reconozco que en aquella época pensé que su comportamiento no era más que puro teatro, como ha ocurrido otras veces. Según ella, iba a casarse «por amor», de modo que cuando el compromiso se vino abajo, se vio forzada a comportarse en consecuencia. Quizá no todo fuera teatro.
– Nosotros nos reíamos -dijo Setsuko-, pero a lo mejor se casaba realmente por amor.
Nos quedamos de nuevo en silencio. Desde el interior de la casa llegaba hasta nuestros oídos la voz de Ichiro, que gritaba algo una y otra vez.
– Perdone -dijo Setsuko-, pero al final no llegamos a enterarnos de por qué había fracasado todo, ¿no es cierto? Fue tan inesperado…
– No tengo la menor idea. Pero ahora ya no tiene importancia.
– Claro. Discúlpeme.
Setsuko se quedó pensativa y al cabo de un rato volvió a la carga:
– Es que Suichi siempre me está preguntando qué ocurrió el año pasado y qué llevó a los Miyake a retractarse de ese modo. -Setsuko dejó escapar una risita, casi para sus adentros-. Está convencido de que le guardo algún secreto, de que no queremos contarle nada. Y siempre tengo que tranquilizarlo diciéndole que yo tampoco sé nada.
– Te aseguro -dije con cierta frialdad- que para mí también sigue siendo un misterio. Si yo supiera algo, no os lo ocultaría ni a Suichi ni a ti.