– Ahora es más viejo y también está más triste, pero en algunas cosas apenas ha cambiado. Esta noche se siente dichoso, como cuando iba a los prostíbulos. -Aspiró profundamente como si estuviera fumando. Después siguió-: La belleza más delicada y pura que un artista espera poder atrapar vaga siempre por esos sitios cuando ha caído la noche. Y Ono, en noches como éstas, parte de esa belleza se filtra hasta nuestra propia casa. Pero, en cuanto a estos grabados, no ofrecen la menor huella de esa dimensión ilusoria y transitoria. Son muy malos, Ono.
– Pero Sensei, lo que me sugieren estas imágenes es precisamente esa dimensión.
– Era muy joven cuando hice estos grabados. Creo que todavía era incapaz de rendir homenaje al mundo flotante por el simple motivo de que no llegaba a convencerme yo mismo de su valor. A los ojos de muchos jóvenes, el placer aparece a menudo como un pecado, y creo que ése era mi caso. Sin duda opinaba que pasar el tiempo en esos sitios, consagrar el propio talento o elogiar algo tan fugaz e intangible, no era más que una pérdida de tiempo, un pasatiempo decadente. No es fácil apreciar la belleza de un mundo cuando se duda de su valor.
Me quedé pensativo un rato antes de contestar:
– Sensei, esas palabras pueden aplicarse perfectamente a mi obra. Haré todo lo posible por corregir ese defecto. Mori-san parecía no oírme.
– Pero ya hace tiempo que se han disipado en mí todas esas dudas, Ono -prosiguió-. Cuando sea viejo y piense en toda mi vida pasada, creo que me sentiré satisfecho de haberla dedicado a perseguir la belleza de este mundo, una belleza única. Y nadie me convencerá de que he perdido el tiempo.
Es posible que Mori-san no utilizara estas mismas palabras. Si lo pienso ahora, ésas serían más bien las palabras que yo diría a mis propios discípulos, después de haber bebido un poco en el Migi-Hidari: «En tanto que sois la nueva generación de artistas japoneses, vais a ser responsables de la cultura de esta nación. Me siento orgulloso de tener por discípulos a gente como vosotros. Y aunque yo no merezca que se me alabe por mi propia obra, cuando mire hacia atrás y recuerde que fui yo quien os ayudó a madurar como artistas, no habrá nadie que pueda convencerme de que he perdido el tiempo.» Cada vez que pronunciaba los discursos en torno a la mesa, mi grupo de jóvenes discípulos profería gritos indignados por el modo en que menospreciaba mi propia obra. Exaltados, me decían que, sin lugar a dudas, mi obra pasaría a la posteridad. Pero, como ya he dicho, muchas frases y expresiones que llegaron a creerse mías, eran en realidad el legado de Mori-san. Por lo tanto es muy probable que dijera exactamente las palabras oídas aquella noche a mi maestro, palabras que tenía grabadas por lo mucho que en su época me impresionaron.
En fin, he vuelto a salirme del tema. Estaba rememorando el día en que comí con mi nieto en los grandes almacenes, hará un mes, después de la molesta conversación que había tenido con Setsuko en el parque de Kawabe. Estaba recordando la apología de las espinacas que hizo Ichiro.
Cuando nos trajeron la comida, Ichiro se quedó mirando las espinacas con aire preocupado, removiéndolas de vez en cuando con la cuchara. Al cabo de un rato levantó la mirada y dijo:
– ¡Mire, Oji!
Cogió con la cuchara la mayor cantidad de espinacas posible, acto seguido la levantó en el aire y empezó a metérselas en la boca, dejándolas caer de la cuchara. Era como alguien que apurase las últimas gotas de una botella.
– Ichiro -dije-, ¡qué modales son ésos! Pero mi nieto siguió llenándose la boca de espinacas, al mismo tiempo que las masticaba enérgicamente. Bajó la cuchara una vez vacía, con los carrillos hinchados a punto de estallar. Entonces, sin dejar de masticar, puso cara de hombre recio y, sacando pecho, empezó a dar puñetazos en el aire.
– Pero Ichiro, ¿qué significa esto? ¿Me puedes decir qué estás haciendo?
– ¿No lo adivina, Oji? -dijo con la boca todavía repleta de espinacas.
– No sé, Ichiro. Un hombre bebiendo sake… O peleándose, no sé, no lo adivino.
– ¡Popeye el marino!
– ¿Qué? ¿Otro de tus héroes?
– Cuando Popeye come espinacas se pone muy fuerte. Volvió a sacar pecho y dio más puñetazos en el aire.
– Ya veo, Ichiro -dije riéndome-, ya veo que las espinacas son un alimento excelente.
– ¿El sake da fuerzas?
Sonreí y meneé la cabeza.
– El sake te puede hacer creer que eres fuerte, pero en realidad, no tienes más fuerza que antes de haberlo bebido.
– Entonces, Oji, ¿por qué los hombres beben sake?
– No lo sé, Ichiro. Quizá porque durante un ratito creen que son más fuertes, pero en realidad, el sake no los hace más fuertes.
– Las espinacas sí te dan fuerza.
– Entonces es mejor comer espinacas que beber sake. Sigue comiendo espinacas, Ichiro. Pero mira, ¿y todo lo que te queda en la bandeja?
– A mí también me gusta beber sake. Y whisky. Donde yo vivo hay un bar al que siempre voy.
– ¿De verdad, Ichiro? Creo que es mejor que sigas comiendo espinacas. Como dices, las espinacas sí te dan fuerza.
– Prefiero el sake. Todas las noches me bebo diez botellas y después diez botellas de whisky.
– ¿De verdad, Ichiro? Eso sí que es beber. Para tu madre debe ser un auténtico quebradero de cabeza.
– Las mujeres nunca entienden que los hombres beban -dijo Ichiro, y volvió a fijarse en la bandeja que tenía delante. Pero enseguida volvió a levantar la mirada-: Oji, esta noche viene a cenar, ¿no?
– Exacto, Ichiro. Espero que tía Noriko haya preparado algo muy bueno.
– Tía Noriko ha comprado sake. Ha dicho que Oji y tío Taro se lo beberían todo.
– Es muy posible. Pero seguro que las mujeres también querrán un poco. Sin embargo, creo que tu tía tiene razón, Ichiro. El sake sobre todo es cosa de hombres.
– Oji, ¿y qué ocurre si una mujer bebe sake?
– No sé qué decirte. Las mujeres no son tan fuertes como los hombres, Ichiro. Se emborrachan enseguida.
– A lo mejor tía Noriko se emborracha. En cuanto beba una tacita, va a estar borracha. Yo me reí:
– Sí, es muy posible.
– Tía Noriko va a estar completamente borracha. Se pondrá a cantar y después se caerá dormida encima de la mesa.
– Ichiro -dije sin dejar de reírme-, en ese caso, será mejor que nos bebamos todo el sake nosotros, ¿no crees?
– Los hombres son más fuertes, por eso pueden beber más.
– Cierto, Ichiro. Será mejor que nos bebamos nosotros todo el sake.
Después de reflexionar un momento, añadí:
– Ya debes tener ocho años, ¿no? Pronto serás todo un hombre. Bueno, esta noche Oji intentará conseguirte un poco de sake.
Mi nieto se quedó mirándome un poco preocupado, pero no dijo nada. Le sonreí y después clavé mi mirada en el cielo gris que se veía a través de los grandes ventanales.
– Ichiro, nunca has conocido a tío Kenji, pero cuando él tenía tu edad era tan alto y tan fuerte como tú. Recuerdo que la primera vez que probó el sake fue más o menos a tu edad. Veré si puedo conseguirte un poco de sake esta noche.
– El problema va a ser mi madre.
– No te preocupes por tu madre, Oji sabrá convencerla. Ichiro sacudió la cabeza deprimido:
– Las mujeres no entienden que los hombres beban -apuntó.
– Bueno, ya es hora de que un hombre como tú pruebe un poco de sake. No te preocupes, de tu madre me encargo yo, ¿o es que vamos a dejar que las mujeres estén continuamente encima de nosotros?
Mi nieto se quedó unos instantes absorto en sus pensamientos. De pronto dijo en voz alta:
– ¡A lo mejor se emborracha tía Noriko!
Yo me reí.
– Ya veremos, Ichiro.
– ¡Tía Noriko va a estar completamente borracha!
Debieron pasar unos quince minutos mientras esperábamos a que nos trajesen los helados, cuando Ichiro me preguntó pensativo: