– Exacto. Pero el señor Hayasaka no es sólo un hombre muy agradable, es también una persona muy hábil y competente. Estar por debajo de una persona ineficaz, por agradable que sea, resulta una experiencia muy desmoralizante, créame, Setsuko-san. Para nosotros, que nos dirija alguien como el señor Hayasaka es una suerte.
– Suichi también ha tenido la suerte de tener un jefe muy capaz.
– ¿Es cierto, Setsuko-san? Bueno, de una empresa como la Nippon Electrics es lo menos que puede esperarse. No todo el mundo podría desempeñar un cargo de responsabilidad en esa empresa.
– Sí, para nosotros es una suerte. Pero estoy segura de que en la KNC ocurre lo mismo. Suichi siempre habla muy bien de la KNC.
– Discúlpeme, Taro -intervine yo-. Sin duda, en la KNC tienen motivos más que suficientes para ver el futuro con optimismo, pero lo que querría preguntarle es si realmente resulta tan positiva toda esa criba que hicieron después de la guerra. He oído que de la antigua dirección no queda prácticamente nadie.
Mi yerno sonrió con aire pensativo y respondió:
– Me conmueve el interés que manifiesta, padre. Ya sabemos que la juventud y la energía por sí solas no dan siempre los mejores resultados, pero, francamente, era necesaria una renovación a fondo. La empresa necesitaba nuevos directivos, con ideas más acordes al mundo de hoy.
– Por supuesto. Y no dudo que esos nuevos dirigentes sean hombres capaces. Pero dígame, ¿no cree usted que a veces nos apresuramos demasiado en copiar a los americanos? Yo soy el primero que piensa que muchas de nuestras antiguas costumbres hay que hacerlas desaparecer para siempre, pero… ¿no cree que a veces junto a lo malo nos deshacemos también de cosas buenas? La verdad es que en este momento Japón parece un niño que aprendiera de un adulto extranjero.
– Tiene usted razón, padre. En algunas cosas nos hemos apresurado, pero en conjunto, tenemos mucho que aprender de los americanos. Por ejemplo, en pocos años hemos llegado a asimilar valores como la democracia y los derechos de la persona. Tengo incluso la impresión de que el país ha sentado las bases para levantar un gran futuro. Por eso empresas como las nuestras están tan seguras de su porvenir.
– Es cierto, Taro-san -dijo Setsuko-. Suichi comparte esa misma opinión. En numerosas ocasiones le he oído decir que nuestro país, tras cuatro años de desconcierto, empieza a pensar en el futuro.
Yo habría jurado que la observación iba dirigida a mí aunque le hubiese hablado a Taro, pero este debió de pensar lo mismo porque, en lugar de responderle, prosiguió:
– Por ejemplo, padre, la semana pasada tuve ocasión de cenar con mis compañeros de promoción y, por primera vez desde la rendición, todos los allí presentes, independientemente de su profesión, se mostraron optimistas. Por lo tanto, no es sólo en la KNC donde se advierte prosperar las cosas. Y aunque comprendo que se preocupe usted, estoy convencido de que lo que hemos aprendido estos últimos años será muy útil para nuestro futuro. Bueno, quizá me equivoque.
– No, no, en absoluto -le dije sonriendo-. No hay duda de que sois una generación con futuro. Todos tenéis una gran seguridad en vosotros mismos. Sólo deseo que todo os vaya bien.
Cuando mi yerno se disponía a responder, Ichiro alargó el brazo por encima de la mesa y con el dedo le dio unos golpecitos a la botella de sake, cosa que ya había hecho antes. Taro se volvió y le dijo:
– Ichiro-san, vamos, ayúdanos. ¿Qué quieres ser de mayor?
Mi nieto siguió mirando la botella de sake y, al cabo de un rato, se volvió hacia mí con gesto huraño. Su madre le tocó el brazo y le susurró:
– Vamos, Ichiro, tío Taro te está hablando.
– Quiero ser el presidente de la Nippon Electrics -dijo Ichiro en voz alta. Nos reímos todos.
– ¿Estás seguro? -preguntó Taro-. ¿No preferirías ser nuestro jefe en la KNC?
– Nippon Electrics es la mejor.
Volvimos a reírnos.
– Pero ¡qué pena! -exclamó Taro-. Ichiro-san es justo el hombre que nos hará falta en la KNC dentro de unos años.
A partir de ese momento, a Ichiro pareció olvidársele el sake y, cada vez que los adultos nos reíamos por algo, también se reía con nosotros. Sin embargo, al final de la cena, preguntó con un tono casi de indiferencia:
– ¿Ya no queda sake?
– Nos lo hemos bebido todo -dijo Noriko-, ¿Te apetece un poco de zumo de naranja?
Ichiro rechazó la oferta muy cortésmente, y se volvió hacia Taro que estaba explicándole algo. Por su actitud me di cuenta de lo decepcionado que debía estar y sentí que me invadía una oleada de irritación contra Setsuko por haberse mostrado tan poco comprensiva con el niño.
Una o dos horas más tarde, cuando fui al cuarto de los invitados para desearle las buenas noches, tuve oportunidad de conversar con él. La luz todavía estaba encendida, pero Ichiro, tapado y de espaldas, tenía media cara contra la almohada. Al apagar la luz vi que en el techo y en las paredes de la habitación se proyectaban las varillas de la persiana, iluminadas por la del apartamento de enfrente. De la habitación contigua llegaban las risas de mis hijas y, al arrodillarme al lado de Ichiro, me susurró:
– Ojí, ¿tía Noriko está borracha?
– No, Ichiro, no creo. Sólo se está riendo.
– A lo mejor está un poco borracha, ¿no, Oji?
– Bueno, es posible. Quizá un poco, pero no es nada malo.
– Las mujeres no aguantan bien el sake, ¿verdad, Oji? -dijo riéndose contra la almohada. Yo me reí y le contesté:
– Ichiro, no tienes por qué enfadarte por lo del sake. La verdad es que no importa. Cuando seas mayor, que será muy pronto, podrás beber todo el sake que quieras.
Me puse en pie y me acerqué a la ventana para intentar quitar un poco más de luz. Subí y bajé la persiana varias veces, pero las varillas estaban tan separadas que no había forma humana de impedir que entrase la luz de las ventanas de enfrente.
– No, Ichiro. No tienes por qué estar disgustado. Mi nieto se quedó callado durante un buen rato y al final dijo:
– Oji, usted no se preocupe.
– ¿Cómo? ¿Qué quieres decir, Ichiro?
– Usted no se preocupe. Si se preocupa, no podrá dormirse. Si la gente mayor no duerme, se pone enferma.
– Muy bien, Ichiro. Entonces te prometo que no me preocuparé. Pero tú no tienes por qué estar disgustado. De verdad, no hay motivo para disgustarse.
Ichiro se quedó callado. Volví a subir y bajar la persiana.
– Claro que… -dije-, si hubieras insistido con lo del sake, Oji ya habría intentado que te diesen un poco. Pero bueno, mejor así. Hemos hecho bien en dejar que las mujeres se salgan con la suya esta vez. No valía la pena que se enfadasen por una tontería.
– En casa -dijo Ichiro-, a veces mi padre quiere hacer algo, pero si madre no quiere, es ella la que gana.
– ¡No me digas! -dije riéndome.
– O sea, que usted no se preocupe.
– No, no tenemos motivo, ni tú ni yo. -Me aparté de la ventana y me arrodillé junto a su cama-. Bueno, ahora intenta dormirte.
– ¿Se queda esta noche?
– No, esta noche Oji se va pronto a casa.
– ¿Y por qué no se queda también usted?
– No hay bastante sitio, Ichiro. Recuerda que Oji tiene una casa muy grande para él solo.
– ¿Vendrá usted mañana a despedirse?
– Claro, Ichiro. Claro que sí. Pero vendréis a vernos muy pronto, seguro.
– No se preocupe usted si no ha conseguido que madre me diera sake.
– Estás creciendo muy deprisa, Ichiro -dije riéndome-. Cuando crezcas serás alguien importante. Quizá hasta consigas ser el jefe de la Nippon Electrics. O algo igual de importante. Bueno, y ahora se acabó la charla, a ver si te duermes.
Seguí sentado a su lado un rato, respondiéndole con pocas palabras cada vez que hablaba. Y creo que fue en esos momentos, mientras esperaba en la oscuridad que mi nieto se durmiera, oyendo de vez en cuando las risas que venían de la habitación de al lado, cuando me puse a reflexionar en la conversación que esa misma mañana había tenido con Setsuko en el parque de Kawabe. Hasta entonces no había tenido ocasión de hacerlo, por eso creo que todavía no habla calibrado lo mucho que sus palabras me habían molestado. Cuando Ichiro se quedó dormido, me reuní con el resto de la familia en el salón ya, de hecho, bastante enfadado con mi hija mayor. Esa fue sin duda la razón para que, poco después de sentarme, le dijera a Taro: