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Donde estaba el Migi-Hidari hay ahora un patio adonde dan unas cuantas oficinas situadas a espaldas de la carretera. Una parte del patio sirve de aparcamiento para ciertos empleados de categoría, pero el resto no es más que un gran espacio asfaltado con unos cuantos arbolitos dispersos. En la parte de delante, frente a la carretera, hay un banco como los que se ven en los parques. ¿Con qué objetivo lo han puesto? No lo sé, porque la verdad es que con todas esas personas atareadas que siempre pasan por aquí, nunca he visto ninguna que se siente a descansar. El caso es que me gusta pensar que el banco está situado más o menos en el mismo sitio que la mesa que teníamos en el Migi-Hidari, y por eso de vez en cuando suelo ocuparlo. Quizá no sea un banco público. De todas formas está cerca de la acera y nadie me ha dicho nunca nada. Ayer por la mañana volví a sentarme y, al suave resplandor del sol, me quedé un rato observando lo que ocurría a mi alrededor.

Debía de faltar poco para la hora de la comida, porque la acera de enfrente se empezaba a llenar de empleados vestidos con camisas de un blanco reluciente. Salían del edificio de cristal emplazado en el mismo lugar donde estuvo el bar de la señora Kawakami. Observé a aquellos jóvenes, sorprendido por su entusiasmo y buen humor. En un momento dado, dos muchachos que salían se detuvieron a hablar con otro que entraba. Se quedaron en. los escalones de entrada, los tres riéndose entre los destellos del cristal. Uno de ellos, el que veía con más claridad, era el que más se reía, con esa cara de inocencia propia de los niños. Luego se separaron con paso resuelto y cada uno siguió su camino.

Mientras sentado en el. banco observaba a aquellos empleados, también a mí me dio por reírme. Es natural que a veces, cuando recuerdo las luces de los bares brillantemente iluminados y toda aquella gente que se apiñaba bajo las lámparas, riéndose, quizá un poco más escandalosamente que estos jóvenes que vi ayer, pero con la misma inocencia, sienta cierta nostalgia del pasado y añore nuestro antiguo barrio tal como era. Sin embargo, ver cómo se ha reconstruido nuestra ciudad y lo deprisa que se ha recuperado, me llena de satisfacción. Parece que, a pesar de los errores cometidos, nuestro país puede todavía enmendar su destino. A estos jóvenes, por lo tanto, no nos queda más que desearles lo mejor.