– ¿Un artista famoso? -dije riéndome-. Por supuesto. ¿Es eso lo que te ha dicho tu madre?
– Mi padre dice que era usted un artista famoso, pero que tuvo que dejarlo.
– Ya me he jubilado, Ichiro. A cierta edad, todo el mundo se jubila. Hay que descansar, todo el mundo se lo merece.
– Mi padre dice que lo tuvo que dejar porque Japón perdió la guerra.
Volví a reírme; después alargué la mano y cogí el bloc. Volví a las páginas del principio y miré los tranvías dibujados por mi nieto. Extendí el brazo para ver mejor uno de ellos.
– Ichiro, a cierta edad, uno sólo quiere descansar. Cuando tu padre tenga mi edad, también dejará su trabajo. Y un día, tú tendrás mi edad, y también querrás descansar. Bueno, y ahora…-Volví a la página en blanco y le puse el bloc otra vez enfrente-. ¿Qué vas a dibujarme, Ichiro?
– Oji, ¿fue usted el que pintó el cuadro del salón?
– No, es de un pintor llamado Urayama. ¿Por qué? ¿Te gusta?
– ¿Y el cuadro que hay en el pasillo?
– Es de otro pintor, un artista muy amigo mío.
– Entonces, ¿dónde están sus cuadros?
– Ahora están guardados. Bueno, no nos distraigamos. ¿Qué quieres dibujar? ¿Te acuerdas de lo que viste ayer? ¿Qué ocurre, Ichiro? ¿Por qué estás tan callado?
– Quiero ver los cuadros de Oji.
– Seguro que un chico tan listo como tú se acuerda de todo. ¿Qué me dices del cartel que viste ayer? El del monstruo prehistórico. Seguro que alguien como tú lo dibujaría muy bien, mejor incluso que en el original.
Después de quedarse un rato pensativo, se dio la vuelta y, con la cara pegada al papel, empezó a dibujar.
En la parte inferior de la hoja dibujó con pintura marrón una serie de cajas que enseguida se convirtieron en un fondo de edificios y, dominando la ciudad, aparecía de pronto una criatura enorme, similar a un lagarto, que se erguía amenazante sobre sus patas traseras. Mi nieto cambió entonces de pintura. Cambió la marrón por la roja y dibujó unos destellos alrededor del lagarto.
– ¿Qué es eso, Ichiro? ¿Fuego?
Ichiro siguió haciendo rayas rojas sin responderme.
– ¿Por qué hay fuego, Ichiro? ¿Tiene algo que ver con la aparición del monstruo?
– Son cables de la luz -dijo Ichiro suspirando con impaciencia.
– ¿Cables de la luz? Muy interesante. Me pregunto por qué producen fuego los cables de la luz. ¿Qué crees tú?
Ichiro volvió a suspirar y siguió dibujando. Cogió otra vez la pintura marrón y, al pie de la página, empezó a dibujar gente muerta de miedo huyendo en todas direcciones.
– Muy bien, Ichiro -apunté yo-. Como recompensa, quizá te lleve a ver la película mañana. ¿Te gustaría verla? Se quedó inmóvil y levantó la mirada hacia mi.
– Quizá pase usted mucho miedo, Oji -me dijo.
– No creo -dije riéndome-. Pero tu madre y tu tía seguro que se asustarán.
Al decir esto, Ichiro soltó una fuerte carcajada. Se tiró hacia atrás bruscamente y siguió riéndose.
– ¡Mamá y tía Noriko muertas de miedo! -dijo gritando hacia el techo.
– Nosotros, los hombres, sí nos vamos a divertir, ¿verdad, Ichiro? Iremos mañana, ¿quieres? Nos llevaremos a las mujeres y, sin que se den cuenta, miraremos la cara de miedo que ponen.
Ichiro siguió riéndose con toda el alma.
– Tía Noriko se morirá de miedo apenas empiece.
– Es probable -dije riéndome-. Está bien, iremos todos mañana. Y ahora, Ichiro, será mejor que sigas haciendo el dibujo.
– ¡Tía Noriko tendrá tanto miedo que querrá irse!
– Vamos, Ichiro, sigue. Lo estabas haciendo muy bien. Ichiro se reincorporó y siguió dibujando. Sin embargo, ya no estaba tan concentrado como antes. Siguió añadiendo más y más figuras que huían, hasta mezclarlas todas. Al final ya no se distinguía lo que eran. Entonces, sin ningún cuidado, empezó a emborronar toda la parte inferior del dibujo.
– Ichiro, pero ¿qué haces? Si sigues así, te quedas sin cine. Ichiro, ya basta. Ichiro se puso en pie de un brinco y gritó:
– ¡Hey yu Silver!
– Ichiro, ¡siéntate! Aún no has terminado.
– ¿Y tía Noriko?
– Está hablando con tu madre. Vamos Ichiro, todavía no has terminado el dibujo. ¡Ichiro!
Sin hacerme caso, salió corriendo de la habitación gritando:
– ¡El Llanero Solitario! ¡Hey yu Silver!
Durante los minutos que siguieron, no recuerdo muy bien lo que hice. Supongo que permanecí sentado en la habitación del piano, mirando los dibujos de Ichiro, sin pensar en nada especial. Es algo que me ocurre muy a menudo últimamente. Al final me puse de pie y fui a buscar a mi familia.
A Setsuko la encontré sentada, sola, en la terraza, contemplando el jardín. El sol seguía brillando pero hacía más fresco. Al llegar yo, Setsuko se volvió y me puso un cojín en un sitio donde daba el sol.
– Padre, hemos hecho té -dijo-, ¿le apetece un poco?
Se lo agradecí y, mientras me servía, me quedé observando el jardín.
Nuestro jardín, a pesar de la guerra, tenía muy buen aspecto y seguía siendo el mismo que Akira Sugimura había diseñado hacía unos cuarenta años. En el otro extremo, cerca del muro del fondo, Noriko e Ichiro examinaban un bambú. Este arbusto, así como los demás árboles y plantas del jardín, por orden de Sugimura había sido trasplantado a éste ya crecido, desde algún otro lugar de la ciudad. Se dice que Sugimura, cuando paseaba, escudriñaba a través de las verjas de los jardines y si encontraba algún árbol o arbusto que le gustaba, ofrecía al propietario grandes sumas de dinero para que se lo vendiera. Verdad o no, es evidente que sabía elegir. El resultado fue, y sigue siendo, un jardín de una armonía espléndida, con un diseño tan libre y espontáneo, que nadie diría que se trata de un jardín artificial.
– Noriko siempre ha sido muy buena con los niños -dijo Setsuko mirándolos a los dos-. Ichiro le ha cogido mucho cariño.
– Qué gran chico es Ichiro -dije-. A diferencia de casi todos los niños de su edad, no es nada tímido.
– Espero que no le haya molestado mucho. A veces es muy obstinado. Si en algún momento se pone pesado, no dude en regañarle.
– Pero si nos llevamos muy bien. Hemos estado dibujando juntos.
– ¿De verdad? Le encanta dibujar.
– También me ha ofrecido una pequeña representación. Es muy buen actor.
– Ah, sí, eso lo hace muchas veces.
– Las palabras que dice, ¿se las inventa? He intentado comprender lo que decía, pero no entendí nada. Mi hija reprimió la risa con la mano.
– Eso es que estaba jugando a los vaqueros. Cuando juega a los vaqueros, hace como si hablara en inglés.
– ¡En inglés! Vaya, vaya. Conque era eso.
– Un día lo llevamos a ver una película americana. Era una película del Oeste, y, desde ese día, le encanta jugar a los vaqueros. Tuvimos incluso que comprarle un sombrero. Está convencido de que con esos sonidos imita a los vaqueros. Le debe de haber resultado rarísimo.
– Entonces era eso -dije riéndome-. ¡Mi nieto se ha convertido en un vaquero!
La brisa mecía las hojas del jardín. Noriko estaba acurrucada junto al farol de piedra, cerca del muro del fondo, señalándole algo a Ichiro con el dedo.
– Y pensar -dije suspirando- que hace sólo unos pocos años a Ichiro no le habrían permitido ver ese tipo de películas. Sin apartar su mirada del jardín, Setsuko dijo:
– Suichi piensa que más vale que le gusten los vaqueros a que idolatre a gente como Miyamoto Musashi. Suichi piensa que ahora, para los niños, los mejores ejemplos son los héroes americanos.
– ¿Ah, sí? ¿Así es como piensa Suichi?
Ichiro parecía no interesarse por el farol de piedra, porque vimos cómo tiraba con fuerza del brazo de su tía. Setsuko, a mi lado, sonrió un poco violenta.
– Es muy insolente, este niño. Siempre arrastra a la gente de un lado para otro. ¡Qué modales!
– A propósito -dije-, Ichiro y yo vamos mañana al cine.
– ¿De verdad?
E inmediatamente noté que Setsuko no parecía estar muy de acuerdo.
– Sí -dije-, parece que le apasiona el monstruo prehistórico. Pero no te preocupes, el periódico dice que es una película apta para niños de su edad.
– No, si de eso estoy segura.
– La verdad es que había pensado que podríamos ir todos. Sería como una salida familiar. Setsuko carraspeó nerviosa:
– Sería muy divertido. Claro, a menos que Noriko haya hecho también sus planes para mañana.
– ¿Tú crees? ¿Qué planes?
– Creo que ha pensado que fuésemos todos al parque de los ciervos. Aunque también podríamos ir otro día.
– No tenía la menor idea de que Noriko hubiese hecho planes. En cualquier caso, no me ha comentado nada. Yo ya le he dicho a Ichiro que mañana iremos al cine a ver esa película. Ahora no voy a desilusionarlo.
– Sí, creo que le gustará mucho ir al cine.
Ichiro subía por el sendero del jardín, llevando de la mano a Noriko. Yo les habría hablado enseguida de mis planes para el día siguiente, pero en vez de quedarse en la terraza, se metieron dentro para lavarse las manos. Hasta después de la cena, por lo tanto, no pude hablar del tema.
Aunque durante el día el comedor resulte algo lúgubre, dado que apenas entra el sol, después del atardecer, cuando encendemos la pantalla de encima de la mesa, el ambiente es más acogedor. Aquella noche, después de llevar un rato sentados alrededor de la mesa leyendo revistas y periódicos, le dije a mi nieto:
– Y bien, Ichiro, ¿ya le has dicho a tu tía lo de mañana? Ichiro levantó la mirada de su libro, algo confuso.
– ¿Nos llevamos a las mujeres, sí o no? -dije-. Recuerda lo que hablamos. Quizá les dé demasiado miedo.
Esta vez me comprendió y sonrió burlonamente.
– Sí, a tía Noriko quizá le dé mucho miedo -dijo-. ¿Le gustaría ir con nosotros, tía Noriko?
– ¿Ir adonde, Ichiro-san? -preguntó Noriko.