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El superintendente Ohayon asintió mecánicamente. El discurso le resultaba familiar. Todos los casos eran especiales y siempre había que resolverlos deprisa, aunque no siempre se solicitaba al jefe del Departamento de Investigación que encabezara personalmente el equipo especial. Se oyeron unos golpes en la puerta y el portavoz de la policía, cuya labor sería más delicada de lo habitual, como le había advertido el comandante, fue a abrirla. El rector de la universidad entró en la habitación.

Por la forma en que Ariyeh Levy lo saludó se habría dicho que aún era el embajador de Israel en las Naciones Unidas. Michael observó la corbata azul oscuro destacando sobre la deslumbrante camisa blanca y se preguntó cómo se las arreglaría para tener ese aire fresco e impoluto con el bochorno que hacía, cuando él se sentía pegajoso dentro de sus vaqueros y su camisa azul claro de cuello abierto, que ya parecía recién salida del cesto de la ropa sucia pese a que la hubiera planchado esa misma mañana. El aroma de una cara loción de afeitado embalsamó la habitación y Michael inspiró con fuerza, queriendo borrar el hedor que aún lo impregnaba todo. Marom, el rector, tenía el semblante pálido y en sus ojos llameaba el pánico. Michael caviló sobre cómo habría reaccionado de haber visto el cadáver, y luego se estremeció de vergüenza ante los ampulosos modales de su jefe, que se presentó por su nombre y rango, arreglándoselas para parecer engreído y obsequioso a la vez. La actitud de Ariyeh Levy hacia las instituciones de enseñanza superior era uno de los motivos principales de sus habituales arranques contra Michael. A Eli Bahar le divertía citar la frase «Esto no es la universidad, ¿sabe?», que era el broche inevitable de las invectivas de Levy contra su subordinado desde sus primeros tiempos como inspector en el cuerpo.

Pero ahora estaban en la universidad, y Michael escuchó con creciente bochorno las palabras de Levy:

– Nuestro equipo de investigación estará encabezado por el superintendente Ohayon, que en sus días fue una gran estrella por estos pagos…, Historia, fue eso lo que estudió, ¿verdad, Ohayon?

Y el rector lo miró con una expresión en la que la inquietud rivalizaba con la cortesía y se enderezó la corbata a la vez que asentía mirando a Levy, quien se había embalado y no parecía capaz de callarse.

Avidán, el jefe de Investigaciones Interdepartamentales, se presentó al rector y luego comenzó a considerar las diversas posibilidades. La primera de la lista era que el asesinato fuera un delito político. Se enfrascaron entonces en una conversación sobre las medidas de seguridad en el campus. Hablaron de las horas en que estaban cerradas las verjas, del hecho de que alguien pudiera quedarse un fin de semana entero en su despacho sin que nadie lo advirtiera. Por último, el portavoz comentó que de nada serviría hablar hasta que no se hubiera determinado la hora de la muerte. Sería entonces, terció el jefe de Investigaciones Interdepartamentales, cuando podrían hablar con los guardas de seguridad a quienes les hubiese correspondido ese turno. El rector los miró de hito en hito y después preguntó sosegadamente qué otras posibilidades había.

– Bueno -dijo Levy dándose importancia-, hay otras posibilidades, desde luego, motivos nacionalistas, por ejemplo, sin olvidar los personales o los sexuales.

El rector observó con desasosiego a sus interlocutores y Michael percibió una clara desconfianza en su cara. Fue entonces cuando afloró en su memoria el otro suceso, y, por primera vez, intervino en la conversación, escuchando el silencio que se hizo cuando empezó a hablar con voz queda.

– Anoche volví de Eilat -dijo-. Allí fui testigo de un accidente de submarinismo.

Todos se quedaron mirándolo. Ariyeh Levy estaba a punto de protestar, pero Michael se le adelantó y, dirigiéndose directamente a Marom, prosiguió:

– La víctima fue un joven llamado Iddo Dudai…, ¿le dice algo ese nombre?

El rector hizo un gesto negativo y, una vez más, Ariyeh Levy se dispuso a atajarlo. El portavoz, el jefe de Investigaciones Interdepartamentales y Eli Bahar aguardaban a que Michael continuara.

– Tengo entendido que él también daba clases en el Departamento de Literatura Hebrea. Y no puedo menos de preguntarme si ambos sucesos no estarán relacionados. Dos personas del mismo departamento, el mismo fin de semana.

– Ese hecho aún no me ha sido comunicado -dijo el rector con diplomática discreción-. Pero puedo hacer indagaciones, desde luego.

Dirigió una mirada titubeante a Ariyeh Levy y, cuando éste hubo asentido, descolgó el teléfono para hablar con su secretaria. Ella le confirmó que Iddo Dudai, profesor del Departamento de Literatura Hebrea, había muerto en un accidente de submarinismo.

– Dice que todavía no se ha llevado a cabo la autopsia…, el entierro tendrá que retrasarse hasta mañana. No estaba al tanto de este asunto -dijo, excusándose ante Michael con una mirada-. Pero ¿no es algo completamente distinto? ¿Qué tiene que ver un accidente de submarinismo ocurrido en Eilat con una muerte violenta en la universidad?

Ariyeh Levy miró a Michael con interés. Luego dijo con aplomo:

– Sí, tendremos que investigar la posible conexión entre ambos sucesos. ¿Cuánta gente trabaja en el Departamento de Literatura?

Marom se disculpó por no saberlo con exactitud, y añadió que en la secretaría tendrían mucho gusto en facilitarles toda la información necesaria. Él calculaba que unas veinte personas, «incluidos los ayudantes»; después miró a Michael con preocupación y dijo titubeando:

– Es una tragedia espantosa, desde luego, pero no entiendo por qué tienen que estar relacionados ambos sucesos, habida cuenta, sobre todo, de que uno tuvo lugar aquí, en el campus, y el otro en Eilat.

Y, repentinamente, los policías formaron un frente común. Nadie respondió al hombre delgado que se manoseaba la corbata, la única corbata que había en la sala. En la blanca camisa empezaban a traslucirse manchas de sudor. Ariyeh Levy se pasó la mano por el cabello corto y encrespado, se enjugó la frente y dijo en tono conciliatorio:

– Quizá no estén relacionados, pero habrá que comprobarlo. Dos muertes el mismo fin de semana. De colegas de un mismo departamento. No se puede pasar por alto.

Pnina, de Identificación Criminal, asomó la cabeza por la puerta. Su exuberante alegría de vivir se había desvanecido, y también el color rosado que solía teñir sus mejillas.

– Hemos terminado -anunció, mirando a Ariyeh Levy, que hizo un gesto de asentimiento.

«Ni siquiera ella lo soporta; no soy el único que no logra parapetarse. Flaco consuelo», pensó Michael mientras la puerta se cerraba a espaldas de Pnina y Marom se aprestaba a establecer los contactos que «les ayudarían en su trabajo», como él decía. Llamó a su secretaria de nuevo, «a su casa», explicó, como si confiara en que así apreciasen más sus esfuerzos. Recibirían todo el apoyo posible, les prometió. En esos momentos ya se oía barullo en el pasillo; todos intercambiaron miradas de desaliento y resignación. Levy terminó por hacerle una seña a Gilly, el portavoz de la policía, y le dijo:

– Será mejor que salgas a decirles algo. Diles que estamos investigando la dimensión política del crimen, pero quítale importancia; no queremos desencadenar una reacción de pánico. Deja bien sentado desde el principio que no es más que una posibilidad, antes de que los políticos comiencen a pegar alaridos. Aunque no nos libraremos de que hagan oír su opinión. Los de la derecha dirán que hay que mejorar la seguridad en el Monte Scopus, que hay que expulsar a los estudiantes árabes, y los de la izquierda dirán que fue absurdo trasladar aquí la universidad después de la guerra de los Seis Días. El escándalo lo tenemos garantizado.

– ¿Cómo habrán llegado tan pronto los periodistas? -preguntó Marom, sorprendido.

– Yo no diría que es pronto -dijo Ariyeh Levy, echando una ojeada a su reloj- Ya son las cinco. Suelen llegar a la vez que nosotros, pero hace sólo media hora que comenzamos a comunicar por radio con nuestro agente de Inteligencia, y si la prensa ha llegado, él tampoco tardará en aparecer. Sintonizan nuestra frecuencia de emisión, ¿sabe?, y además da igual, sería imposible ocultar los hechos.