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Marom dirigió a Gilly una mirada dubitativa. Su rostro juvenil, su ancho bigote rubio y sus ojos risueños no bastaron por lo visto para inspirar confianza al veterano diplomático.

Gilly se percató, y en su cara se insinuó una sonrisa maliciosa mientras miraba al rector de pies a cabeza, desde los fríos ojos azules hasta los zapatos negros lustrosos, y luego consultaba si debía hablar con los periodistas inmediatamente.

– Sí. Habla con ellos y líbrate de ellos. Mañana…, diles que mañana tendremos más información -respondió Ariyeh Levy con impaciencia.

Entonces se abrió la puerta y Danny Balilty entró como una exhalación, lanzando improperios subidos de tono al grupo arracimado junto a la puerta. Michael observó que su barriga crecía a ojos vistas.

– Y éste -explicó Ariyeh Levy a Marom, que una vez más se enderezaba la corbata- es nuestro agente de Inteligencia, el inspector Balilty -y miró ceñudamente a Danny, quien se remetió la camiseta, que le colgaba sobre la tripa, bajo el pantalón, se enjugó la rubicunda tez y pidió disculpas por su retraso, justificándolo vagamente con una reunión de trabajo. Miró a su alrededor y sus facciones se fueron relajando. «No ha visto el cadáver», pensó Michael.

– ¿Y bien? -inquirió Balilty, con la respiración casi calmada-. ¿Qué ha pasado?

Levy le informó de los hechos con pocas palabras.

– Tirosh, ¿no es una especie de poeta? -preguntó Balilty, y miró a Michael, que, sentado a espaldas de su jefe, sujetaba entre los dedos un cigarrillo sin encender.

El rector observó al agente de Inteligencia con el mismo gesto empleado para mirar a Gilly cuando salió a hablar con la prensa. Michael se preguntó cuánta confianza podía inspirar un hombre como Balilty, con su calvorota, el rostro encendido y la barriga reventando los pantalones mugrientos, a un hombre con la buena facha de Marom.

– Pero durante el fin de semana -dijo Balilty-, todos los edificios universitarios están cerrados, desde el viernes por la tarde hasta el domingo por la mañana, y si alguien quiere entrar, tiene que pedirle al guarda de seguridad que le abra y luego volver a llamarlo para salir -y se quedó mirando al guarda de seguridad.

Michael Ohayon, con una voz que le sonó hueca, dijo serenamente que, en efecto, así era, pero que el asesinato quizá había sido perpetrado el viernes por la mañana, y también era posible «que alguien se hubiese quedado dentro hasta el domingo por la mañana, cuando se abren las verjas y la gente puede circular a su antojo».

– Está claro -dijo Danny Balilty, rascándose el cuero cabelludo-, no tiene sentido hablar hasta que no sepamos la hora de la muerte. Y supongo que antes de nada habrá que descartar los motivos políticos. ¿Sabe alguien de qué tendencia era Tirosh?

Michael había leído los poemas políticos publicados en los suplementos literarios de los viernes. No los había encontrado particularmente enérgicos, y por eso respondió:

– A juzgar por las apariencias, yo diría que era un izquierdista de boquilla.

– A fin de cuentas, era profesor universitario, ¿no es así? -terció Balilty brutalmente-. No podía evitar ser rojeras -y miró a Marom.

Salvo Michael Ohayon, que reprimió una sonrisa porque sabía que Balilty había dicho exactamente lo que pensaba, todos interpretaron su salida como un sarcasmo.

El rector replicó con sequedad que en la universidad estaban representadas todas las tendencias políticas.

– ¿En el Departamento de Literatura? ¿Un poeta? ¿Y en 1985? ¡Cómo no iba a ser de izquierdas! ¡Seamos serios! -Balilty ladeó su sudorosa cabeza y dirigió al rector una mirada burlona.

Michael vio que el rector, con su corbata y todo, ya no sabía cómo reaccionar. Su frente estaba perlada de sudor cuando preguntó si todavía se requería su presencia.

– ¿Con quién debo mantenerme en contacto? -preguntó después.

Y Ariyeh Levy, con la expresión de quien está demasiado ocupado para que lo molesten, respondió:

– Nosotros nos pondremos en contacto con usted en cuanto haya alguna novedad. Si desea cualquier cosa, o se entera de algo que pueda ser de interés, póngase al habla con el superintendente Ohayon, él se hará cargo de la investigación a partir de ahora. Podrá localizarlo en todo momento a través de nuestra centralita. Pero tendrá que tener paciencia -le advirtió en tono didáctico, y Michael supo que en aquellos momentos Levy estaba disfrutando de su superioridad.

Por un instante, Michael se debatió entre el regocijo que le causaba el desconcierto del rector, quien activaba lo que él llamaba sus «anticuerpos diplomáticos», refiriéndose a los recelos que le inspiraban la afabilidad cortés, la corbata, la capacidad de no sudar en situaciones de tensión, las evasivas, el mensaje bien camuflado y, pese a todo, explícito: «Sé muy bien cómo distinguir la buena calidad de las imitaciones y sé qué vino ha de tomarse con cada plato»; se debatió entre ese regocijo y la vergüenza de que lo asociaran con el vanidoso comisario jefe. Pero el regocijo se impuso.

Aunque le hubiese jurado a Maya que desde que la conociera en casa del ex agregado de Cultura en Chicago (a la sazón temporalmente en el país, antes de incorporarse a su nuevo destino en Australia), el cuerpo diplomático había perdido la capacidad de sorprenderle, no pudo evitar la cólera de antaño, ni tampoco, hubo de reconocer, la envidia hacia quienes se habían criado entre finos pañales, que luego se convertían, como le explicó con toda seriedad a Maya, en finos trajes.

Por otra parte, pensó mientras Ariyeh Levy acompañaba al rector al pasillo y acallaba con voz sonora y autoritaria a los sabuesos de la prensa que aún los tenían sitiados y que habían desviado su atención del portavoz hacia los dos hombres que acababan de salir de la sala, por otra parte, ¿cómo no responder con cortés frialdad y desdén no disimulado ante la obsequiosa afectación de su comandante?

Comenzaron entonces a discutir quién sería asignado al EEI, además de Ohayon y Eli Bahar, y Avidán quiso saber si Tzilla, que estaba embarazada y había tenido complicaciones, seguía guardando cama.

– Hace un par de semanas que ha dejado de hacer reposo -repuso Eli Bahar-, pero no me gustaría verla corriendo de aquí para allá a medianoche ni nada por el estilo, aunque sea la mejor coordinadora de equipo que se puede encontrar, eso es verdad. No sé qué deciros -y dirigió a Michael una mirada interrogante.

– Tzilla será la coordinadora si le parece bien -dijo Michael-, pero habrá que ayudarla.

En ese momento Levy entró de nuevo, cerrando la puerta tras de sí. Su acostumbrada expresión desabrida había vuelto a instalarse en su rostro y sus ojillos, que a Michael siempre le parecían un par de cuentas, se ensombrecieron cuando dijo:

– Bueno, ya han visto con qué tipo de personas vamos a tener que tratar, y eso antes de que haya metido baza el director general, sin contar con el comandante del distrito y el resto de la panda. ¡Balilty! Quedan los tres asignados al EEI, y supongo que me conviene buscarles un par de compañeros más si queremos una solución rápida.

Michael observó las marcas de sus dientes en el filtro del cigarrillo que había estado manoseando y lo encendió.

– Tzilla nos sería de gran ayuda -señaló-. Tiene conocidos por aquí. Estudió dos años en la universidad antes de ingresar en el cuerpo.

– ¿Y quién más? -preguntó Levy mirándolo de reojo.

– Ahora mismo no se me ocurre, a no ser que decidamos retirar a Raffi del caso de la Puerta de Jaffa.

Ariyeh Levy asintió y esbozó una inesperada sonrisa al decir:

– Es usted un conservador, Ohayon. Le gusta trabajar siempre con la misma gente, ¿verdad?