Lo cierto es que Ruchama era de natural reservada y carecía de interés por la literatura, tal como se lo había explicado a Tuvia hacía mucho, cuando aún vivían en el kibbutz. Leía vorazmente, pero nunca poesía. Era incapaz de extraer de la poesía el deleite sublime que experimentaba Tuvia. Para ella, la poesía era un mundo hermético, enigmático e ininteligible. Lo que más le gustaba eran las novelas de detectives y de espías, y las devoraba indiscriminadamente.
No tenía amigas íntimas, sólo conocidas del trabajo, como sus compañeras de la secretaría del Hospital Shaarei Tzedek. Trataba con ellas exclusivamente en horas de oficina, y ellas solían entender su pasividad como un don especial para escuchar a los demás y comprenderlos, y le contaban todos sus problemas familiares.
Con el paso de los años se había dado cuenta de que sus conocidos interpretaban como una honda melancolía su falta de vitalidad, y que muchos la consideraban enigmática y procuraban desentrañar su misterio. Sus compañeras de trabajo, y sobre todo Tzipporah, una mujer rolliza y maternal que no paraba de ofrecerle tazas de té, parecían creer que el motivo de esa «melancolía» era que no tenía hijos. Pero Ruchama nunca los había echado en falta.
Hasta que conoció a Tirosh, diez años atrás, había vivido con Tuvia en el kibbutz, ocupada en las labores que el encargado de distribuir las tareas quisiera asignarle, renunciando de antemano a la ilusión de lo imprevisto.
El traslado a Jerusalén con objeto de que Tuvia, que en un principio asistía al seminario del kibbutz Oranim y después a la Universidad de Haifa, pudiera terminar sus estudios, había sido el momento culminante de su vida, sobre todo porque en Jerusalén conoció a Tirosh, cuya atractiva personalidad la cautivó. Reconoció en él de inmediato a su polo opuesto. Incluso su manera de vestir la deslumbraba, y cuando entablaron una relación íntima, muchas veces se sentía como la protagonista de La rosa púrpura del Cairo; era como si la pantalla de cine se hubiera tornado real ante sus ojos para dejar salir al héroe de sus sueños. Como Ruchama nunca compartía su mundo interior con nadie, ni con el mismo Tuvia, continuó siendo un misterio para los profesores del Departamento de Literatura. La presencia de aquella figura muda, andrógina, que recibía las visitas en silencio, que siempre iba acompañada de Tuvia y después también de Tirosh, era motivo de interminables especulaciones.
– Están escribiendo el Talmud babilónico sobre tu persona -le dijo Tirosh cierta vez, después de consultarle su opinión sobre un asunto y de recibir un encogimiento de hombros a modo de respuesta.
Los intentos de abrir una brecha en ese muro de silencio se multiplicaban, tanto entre los profesores como entre los poetas, cuya compañía frecuentaba dejándose llevar por Tuvia y por Tirosh al café de Tel Aviv, donde la llamaban la Mujer Misteriosa incluso a la cara; ante esto, también reaccionaba con una simple sonrisa. En aquel café pedía invariablemente café solo y un vaso de vodka; al principio por el placer de dirigirle esas palabras a la camarera, y más adelante, cuando tal vez hubiera preferido tomar otra cosa, porque se sentía obligada a desempeñar su papel, presa de la imagen silenciosa y austera que de sí misma había creado.
Nadie se preguntaba qué habría visto en ella Tuvia, pero Ruchama advertía que su atracción sobre Tirosh era motivo de estupor, envidia y hostilidad.
Ni ella misma se explicaba el porqué. Shaul le había dicho una vez que la inanidad de su carácter era un bálsamo para las pasiones de quien estaba a su lado. No se lo tomó a mal. Sospechaba ya desde hacía mucho que el secreto de su encanto radicaba precisamente en su pasividad, a la que Tirosh llamaba «esa manera tuya de dejar que la persona que tienes junto a ti se perfile con la máxima nitidez, como sobre un fondo blanco». Ni la misma Ruchama comprendía sus intereses. ¿Qué era lo que la unía a Tuvia, a Tirosh, a cualquier otra persona o cosa? ¿Cuál era el cordón invisible que la ligaba a la vida? Esas preguntas quedaban sin respuesta.
No era depresiva ni tampoco apática; sencillamente, no conocía la pasión. «Alienación» habría sido el término elegido por los profesores del departamento para describir su manera de ver el mundo. Tirosh habló en cierta ocasión de «derrotismo» para tratar de explicar esa falta de deseos, esa renuncia a todo tipo de aspiraciones personales.
En un principio había sido Tuvia quien había dirigido su vida. Fue él quien la escogió, y ella cedió porque Tuvia demostró una persistencia más obstinada que otros, que, desesperados por su introversión, se habían batido en retirada. Tuvia la había guiado, la había llevado a Jerusalén, y después tuvo a Tirosh. Si pretendía que cambiara de vida, le comunicó ella en cierta ocasión, él tendría que ser su impulso. Así habían estado las cosas hasta hacia poco, cuando algo comenzó a resquebrajarse.
– ¿Y a ti qué te ha pasado? -fue la respuesta de Tirosh cuando ella le preguntó por qué ya no quería estar siempre a su lado. Y en aquella pregunta había resonado una nota de estupor. Nunca antes había expresado Ruchama el menor deseo o anhelo.
– El texto que describe la visión, en el poema que nos ocupa… -oyó decir a la voz de Tuvia, y cayó súbitamente en la cuenta de que su marido llevaba veinte minutos hablando sin que ella hubiera captado una sola palabra-, es un texto hermético, en la acepción sencilla del término, tal vez la que más se aproxima a su significado originaclass="underline" se ha elaborado como un texto confidencial, un libro impenetrable, como las obras herméticas de los sacerdotes egipcios. Pero lo que distingue a este poema de Tirosh es que el texto confidencial no es una fórmula para alcanzar la inmortalidad, ni un conjunto de instrucciones para crear un golem, ni la ecuación que rige el movimiento de las esferas; no es un bosquejo esquemático, sino una descripción pormenorizada. Y aún más, es la descripción de una visión del mundo, que permite al lector reconstruir la escena completa, moverse en sus coordenadas espacio-temporales, desligadas de cualquier realidad concreta, y poblarla con personajes y un protagonista, y sentir a través de ella un clima espiritual y emocional, e incluso social y político. El poema oscila con gran tensión entre la concreción y la sensualidad de los materiales y la abstracción y la espiritualidad resultantes de su combinación; y, particularmente, entre el «hermetismo» del texto y la «revelación» de la visión que pinta. El texto obliga al lector a realizar un esfuerzo constante. A medida que lo lee, va comprendiéndolo mejor paso a paso. La estructura del texto lo fuerza a transformar por completo su manera de relacionarse con el lenguaje. Y, así, el tema se desarrolla gradualmente, y éste no es otro que la situación espiritual y existencial del ser humano.
No sin sorpresa, Ruchama advirtió que lo que decía su marido sobre el poema de Tirosh le resultaba interesante, casi comprensible, y recordó que Shaul había comentado que Tuvia era la única persona que interpretaba correctamente su poesía. Tuvia bebió un sorbo de agua y la joven sentada junto a Ruchama sacudió la mano que había apuntado enfebrecida todo lo dicho hasta entonces, se quitó las gafas y frotó los cristales vigorosamente. Continuó escribiendo mientras Tuvia decía:
– Para terminar, sólo quiero decir una cosa: no se trata de saber si este poema es bueno, sino cómo y en relación a qué se juzga la calidad de un poema. Dicho de otro modo, a priori no tiene sentido hablar de un valor inmanente, de un valor independiente del contexto; y éste es uno de los errores básicos en los que incurren quienes buscan un valor absoluto en las obras literarias. No descubriré nada al afirmar que, para que algo posea valor, es necesario relacionarlo con otras cosas, con algo diferente. El valor no disminuye por el hecho de ser relativo. Muy al contrario, sólo existe gracias a esa relatividad. La pregunta «¿qué es un buen poema?» está relacionada con cuestiones como el género, el estilo, las tradiciones cultural y lingüística en el eje diacrónico, y, en el eje sincrónico, con cuestiones como la obra de un poeta en relación con su época, con el contexto cultural e histórico específico del poema. Los calificativos «bueno» y «muy bueno» son eminentemente aplicables a los aspectos que he resaltado de «Un paseo por el sepulcro de mi corazón», y convierten los comentarios hechos sobre el poema en un juicio de valor; pero es una valoración que no brota del poema en sí ni tiene la menor relación lógica con él. El término «bueno» se impone desde fuera a estos enunciados descriptivos y los transforma en juicios de valor: crea una conexión claramente causal entre la descripción y la valoración.