Michael regresó junto a Eli Bahar y el sargento Ya'ir, que continuaban paseándose por el césped.
– Un murciélago debió de escupir la semilla aquí -le decía el sargento Ya'ir a Eli, señalando un níspero cercano-. Se ve que no lo han plantado. En nuestro moshav también tenemos nísperos.
– ¿Y cómo se llama ése de ahí, el que es como un árbol de Navidad? -preguntó Eli, que aún no había visto a Michael.
– Es un abeto -dijo el sargento Ya'ir.
Michael alzó la vista hacia la copa del árbol, vio las banderas que ondeaban sobre los cables de la electricidad, tosió. Ambos se volvieron a la vez hacia él.
– ¿Vamos a tener que quedarnos mucho tiempo más? -preguntó Eli-. ¿Cuánto va a durar esto?
– Se supone que durará hasta las seis -repuso Michael calmoso-, pero yo no me voy a quedar con vosotros. Voy a volver ahora. Lo he acordado con Balilty. Tengo asuntos que resolver en la oficina, vosotros dos os encargaréis de volver con ellos.
Eli se quitó las gafas de sol, a punto de replicar. Pero se lo pensó mejor y volvió a ponerse las gafas sin haber dicho nada.
– Voy a dejarte anotadas unas cuantas preguntas para Nita -le dijo Michael a Eli-. Quiero que se las hagas luego, sin que las oiga su hermano.
– ¿Por qué no se las preguntas tú ahora? -dijo Eli a la vez que esbozaba un ademán generoso.
– Porque… es complicado. Te las voy a dejar a ti y quiero que grabes las respuestas.
– Puedes preguntárselo tú -insistió Eli-, y grabar las respuestas ahora mismo -miró al sargento Ya'ir, que bajó la vista-. Dile que salga un momento -le dijo Eli al sargento.
Al salir del edificio, Nita entornó los ojos, heridos por el sol. Parada en el vano de la puerta, a Michael le pareció delgada y frágil. Se precipitó hacia ella. Oyó a sus espaldas los pasos de Ya'ir, pero el sargento no se atrevió a acercarse a ellos.
– No puedo hablar contigo ahora -dijo Michael con voz ahogada-, pero necesito preguntarte algo.
– ¿Por qué no puedes hablar conmigo? -preguntó ella, inexpresiva, sombreándose los ojos con la gran mano. Sus facciones se endurecieron.
– Eso tampoco puedo decírtelo. Dime, por favor, si Gabi te habló alguna vez de una misa de réquiem de Vivaldi.
Nita se retiró la mano de la frente y lo miró totalmente defraudada.
– ¿Cómo dices? -preguntó anonadada.
– Gabi, un réquiem de Vivaldi. ¿Te habló alguna vez de eso? -insistió Michael, la voz estrangulada, mirando las pupilas muy dilatadas de Nita.
– Vivaldi no ha compuesto ningún réquiem -replicó Nita, y desvió la vista, al parecer demasiado avergonzada de él como para mirarlo a la cara-. ¿No sabes que no existe ningún réquiem de Vivaldi?
– Te lo preguntaré de otra forma, ¿Gabi nunca te comentó nada de esa obra?
– ¿Cómo me iba a comentar algo de una obra que no existe? -dijo Nita con voz apagada. Volvió a levantar la mano para protegerse del sol-. ¿Es todo lo que querías?
Michael agachó la cabeza.
– Se han llevado a la niña, se la llevaron de casa.
Michael asintió con un gesto.
Nita lo miró a los ojos, a la busca de una señal.
– ¿Eso es todo? -preguntó Nita, y se quedó observándolo mientras él callaba-. Así que no queda nada -masculló, y echó a andar lentamente hacia el edificio. Michael la siguió con la mirada. Unos pasos más atrás, el sargento Ya'ir y, no muy lejos de él, Eli Bahar también la contemplaron mientras se alejaba.
– Es una teoría estupenda. Claro que yo no le veo ni pies ni cabeza, pero aun así es estupenda. ¿Por qué iba a entenderla yo? Basta con que la entiendas tú, que eres el que sabe de estas cosas. A estas alturas, Aryeh Levy ya habría comentado algo sobre tu formación universitaria -dijo Balilty, refiriéndose al antiguo comandante del distrito, ya jubilado-, yo no, a mí no me preocupa tu gran educación. Es todo estupendo. Pero, con el debido respeto -prosiguió, y, con ademán efectista, trazó un floreo en el aire-, entretanto, todo sigue en el aire, es un espejismo.
– Por eso te he pedido que me consigas las órdenes de registro y que pongas a mi disposición todos los papeles. Y también por eso te estoy solicitando más hombres para realizar el registro.
– Y lo he hecho todo -replicó Balilty, sacando un montón de papeles del cajón de su escritorio-. Si no te hubieras pasado por tu casa, ni hubieras perdido media hora hablando con la sargento Malka, a estas horas ya habrías terminado de hablar con Izzy Mashiah.
– No he pasado por casa -protestó Michael-. No sé cuánto tiempo llevo sin pisarla…
– Creía que te habías cambiado de ropa -se disculpó Balilty-. Me pareció que esta mañana llevabas otra camisa.
– Ojalá -masculló Michael-. He venido directamente desde Zichron Yaakov, y a la sargento Malka me la encontré esperándome en el pasillo. Tú mismo lo has visto -se quedó en silencio y miró por la ventana, luchando contra el repentino impulso de no satisfacer la curiosidad de Balilty-. La han encontrado -dijo al fin.
– ¿A quién?
– A la madre. La han encontrado. Es decir, no necesitaron encontrarla. Una amiga la convenció de que hablara con una asistente social que trabaja con los inmigrantes recién llegados.
– ¿Es una recién llegada?
– Una chica de diecinueve años. Rusa, sola en el mundo.
– ¿Y van a devolverle a la niña? -exclamó Balilty, atónito, y añadió enseguida-: No, no se la devolverán. La someterán a juicio. Ha cometido un delito al abandonar a una niña de pecho en el sótano de unos desconocidos.
– No sé qué van a hacer -titubeó Michael-. Según parece, están dispuestos a tener en cuenta las circunstancias especiales. En fin, llegó sola a Israel y se aprovecharon de ella… No sé muy bien cómo. Entretanto, la nena está con una familia de acogida, según me dice Malka; aún no se ha tomado ninguna decisión definitiva.
– ¿Quiere conservar a la niña? Si la entregara en adopción, considerando la demanda de bebés que hay aquí, puede que saliera bien librada. Pero si crea problemas… no sé. En cualquier caso, lo más seguro es que archiven el caso. Pero vamos a dejarlo por ahora, ¿de acuerdo?
Michael asintió con un gesto.
– Tendrás que testificar si el caso llega a los tribunales -le espetó Balilty-. Tampoco es que tú te hayas atenido a la ley al pie de la letra, ¿eh?
– Ya veremos -repuso Michael ambiguamente. De pronto, se había quedado sin nada por lo que luchar o contra lo que luchar. Lo cierto es que siempre había creído que no darían con la madre.
– No te preocupes -dijo Balilty-. No te vamos a dejar en la estacada, daremos testimonio de tus virtudes -añadió con una risita-. Y ahora, ¿quieres ir al auditorio o hablar antes con Izzy Mashiah? Lleva esperándote desde por la mañana.
– Lo primero, Izzy Mashiah, creo, pero podemos encargar a los nuestros que comiencen a revisar los papeles desde ahora mismo.
– Eso va a ser un poco difícil -dijo Balilty sardónico-, dado que sólo su Majestad sabe qué andamos buscando.
– Andamos buscando una partitura.
– ¡Ah, ya! -exclamó Balilty, y se reclinó hacia atrás; sus ojillos inyectados en sangre le daban aspecto de viejo borrachín-. ¿Qué me dices? ¿Una partitura? ¿Sin más? ¿Has visto cuántas partituras hay? ¿Has perdido el poco juicio que te quedaba? -se inclinó hacia delante y dijo casi en un susurro-: Vas a tener que ser un poco más explícito, si no te importa.
– Una vez que haya hablado con Izzy Mashiah -dijo Michael-. De momento sólo puedo decir que no sé qué aspecto tiene. Sólo que es un papel de más de trescientos años de antigüedad, con notas manuscritas.