– Nadie… -Balilty tragó saliva y tosió durante un buen rato-. A nadie se le ocurriría. Sólo tú eres capaz de pedirme que me ponga a buscar una aguja en un pajar. Podrías tener la amabilidad de… En fin, ¿qué más da?
– Certificados de autenticidad -reflexionó Michael en alta voz-. Tal vez convenga que hagas venir a un experto en documentos del laboratorio para tenerlo a mano.
– ¡No haré venir a nadie hasta que no hayamos encontrado algo! -gritó Balilty-. ¡No voy a tener a nadie esperando a lo tonto! ¡Podemos tardar toda la noche, o varios días! ¡Eso si llegamos a encontrar algo!
Balilty contempló su taza de café vacía, golpeó con ella la mesa y luego prosiguió más calmado:
– A mí me basta con lo que ha dicho esa chica. Cantó todo al cabo de diez minutos. Que se suponía que iban a estar juntos, ¿lo oyes? ¡Se suponía! Estuvo esperándolo una hora y luego se marchó. Habían quedado en un café, pero él no apareció. Más tarde se presentó en su casa. Un cuarto de hora antes de que ambos tuvieran que irse. Ella también toca en la orquesta, es violinista. Él le pidió que no le contara a nadie que había llegado tan tarde. Le prometió el oro y el moro a cambio de que mantuviera la boca cerrada. ¿Es idiota o qué? ¿Por qué iba a mentir por él? Dejó de presentar resistencia en cuanto le dije que la iba a arrestar por mentir. No entiendo qué pretendía citándose con una mujer antes de un concierto y presentándose con un cuarto de hora de tiempo. En fin, si quieres mi opinión, con esto tenemos bastante. Se ha quedado sin coartada, ¡podemos detenerlo ahora mismo!
A Michael le apetecía decir: «¡Pues detenlo y acabemos de una vez!». Pero, en cambio, dijo:
– Hazme un favor. Ya sé que eres el jefe del equipo, pero confía en mí, y si me equivoco nunca volveré a discutir lo que digas. Aunque te parezca que se me ha reblandecido la sesera, ya lo sé, no paras de decirlo, confía en mí en esto. Créeme, es mejor hablar con él antes de detenerlo. Todo es aún muy ambiguo, y con los abogados que le defenderán, nos conviene sacarle una confesión de antemano. Y luego…
– ¿Vas a sacarle una confesión? -se mofó Balilty-. ¡Antes crecerán pelos aquí! -dijo a voz en grito, y se señaló la palma de la mano. Recobrando la calma, continuó con voz más normal-: Izzy Mashiah está esperando con Tzilla -se levantó torpemente y empujó la silla hacia atrás-. Yo me marcho al auditorio. Las partituras de su casa te las traerán aquí, a tu despacho. Las del auditorio no pienso trasladarlas. Ya he perdido toda la mañana con el otro asunto -dijo, y, volviendo la cara hacia la ventana, se frotó las mejillas.
– ¿Qué asunto?
– Ya sabes, la chica esa que… Dalit -explicó con patente vergüenza-. Elroi se está ocupando de eso ahora. Ya ha hablado conmigo. Dalit… Es una enfermedad. ¿Lo sabías? Está enferma -dijo perplejo-. ¿Cómo íbamos a darnos cuenta? -prosiguió tras una pausa, y suspiró-. Parecía de lo más normal. Cualquiera sabe lo que le va a suceder ahora -concluyó mientras se encaminaba a la puerta con las manos hundidas en los bolsillos.
La conversación con Izzy Mashiah duró más de lo previsto, pero apenas proporcionó la información que Michael esperaba escuchar de un hombre a quien suponía deseoso de contar todo lo que sabía para tratar de ganarse simpatía y confianza.
Michael hizo caso omiso de la expresión afligida de Izzy, de la lasitud de sus miembros, del miedo que reflejaban sus ojos. Le preguntó impaciente:
– ¿De qué quería hablar conmigo?
– Hay algo que no le he contado -confesó Izzy Mashiah.
– ¿De qué se trata?
– Ya sabe que Gabi y yo, durante el último mes, habíamos tenido… dificultades… Ese hombre -señaló el pasillo con un movimiento de la cabeza- me ha dicho que mi poligrafía resultó anormal.
– Resultó de lo más normal -lo corrigió Michael-, pero ha planteado una serie de interrogantes, precisamente por ser tan normal. Ha demostrado que nos ha mentido.
Izzy Mashiah suspiró.
– Hace algún tiempo… hará unos dos meses, empecé a tener la sensación de que Gabi estaba metido en algo.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Michael, poniéndose en tensión.
– Quiero decir que me daba la impresión de que no estaba del todo conmigo. Su cabeza… su corazón… estaban preocupados por algo de lo que no me había dicho nada.
– ¿Habló con él de eso?
– Él lo negó. Se justificó diciendo que la formación de su grupo lo tenía estresado. Pero yo sentí una corazonada. Y hace unos dos meses, se marchó a Europa sin mí. Me hacía muchísima ilusión ese viaje -se cubrió la cara con las manos.
Michael golpeteó la mesa con un lápiz, impaciente. Se hizo el silencio y él trató de dominar su impaciencia. Izzy Mashiah se descubrió el rostro. Michael se relajó al ver que no lo tenía húmedo.
– Llevábamos hablando de ir juntos a Europa desde la Pascua, y luego va y se marcha solo. ¡Dos veces! ¡Y ni siquiera se dignó decirme por qué!
Perdieron un buen rato con la descripción detallada de las agonías mentales de Izzy Mashiah. («Además el trabajo me estaba dando muchos quebraderos de cabeza, y otros asuntos de mi vida, y para colmo todas las primaveras me deprimo.» Y: «Era el momento en que más lo necesitaba, pero si se lo decía, sólo servía para que se enfadara».) Todo concluyó con una simple declaración de celos:
– Pensé que estaba con otro.
Michael encendió un cigarrillo.
– ¿Cómo se lo tomó?
– Empecé a revisar sus papeles, a seguirlo, a espiarlo -repuso Izzy Mashiah, ruborizándose-. Ya sé que suena fatal, pero es que estaba desesperado.
– ¿Cómo lo espiaba? -preguntó Michael; contuvo el aliento y trató de poner aire indiferente-. ¿Qué descubrió?
– Miraba su agenda, le abría el correo -musitó Izzy Mashiah-. Y, al final, fui a Holanda para ver con quién estaba… pensaba que tenía una relación en Delft.
– ¿Por qué en Delft?
– Llegaron un par de cartas de allí, y… -se quedó en silencio.
– ¿Y tenía esa relación?
– No era nada de lo que me había imaginado -gimió Izzy Mashiah-. Estaba seguro, casi seguro, me daba muchísimo miedo. Lo llamaron por teléfono desde Delft. Un par de veces. Y le enviaron un fax. En su agenda descubrí un nombre con el número de teléfono correspondiente.
– ¿Qué ha hecho con su agenda?
– Se la quité -reconoció Izzy Mashiah-. La escondí entre mis papeles, en el trabajo, y él pensó que la había perdido. No tenía otra manera de revisarla. Tuve que… en realidad la robé, y luego no se la pude devolver.
– ¿Y después de que muriera? ¿Ha seguido guardándola allí?
Izzy Mashiah negó con la cabeza.
– La he quemado -dijo en tono culpable-. Me daba miedo que… después de la prueba poligráfica, y de ver cómo me miraba el otro policía, tuve un ataque de pánico.
– ¿La ha quemado? ¿Cómo?
– ¿Qué más da? La he quemado.
– ¿Dónde? ¿Cuándo?
– Bueno, no es que la quemara exactamente -Izzy Mashiah parecía avergonzado, su mirada vagaba inquieta de aquí para allá-. Suena mejor decir que la quemé, pero ¿dónde la iba a quemar? La partí en pedazos.
– ¿Cuándo?
– Después de mi primera visita a la comisaría. La partí en pedacitos y…
– ¿Y…?
– Y la tiré por el retrete -reconoció. Tenía la cara arrebolada-. Ya sé que parece horrible -tartamudeó-. Ya sé que parece que no he cuidado el recuerdo de Gabi. Que desprecio sus cosas. Pero no es verdad -miró a Michael a los ojos-. No es verdad en absoluto. Créame, no es lo que parece. El problema es que tenía mucho miedo, y vergüenza también. Va en contra de mis principios sobre el respeto a la intimidad. Era la primera vez que hacía algo así, créame.