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– No sé si ha caído en la cuenta -dijo Balilty lentamente- de que esto pertenecía a Gabriel van Gelden, y usted es su heredero. Le ha legado todo lo que tenía.

Izzy Mashiah palideció. Se quedó pasmado mirando el manuscrito y se apresuró a retirar las manos de la mesa.

– Gabi no me dijo nada de esto -se lamentó una vez más, cabeceando-. Nada de nada. No podía desear que pasara a mis manos. Si no hay nada registrado oficialmente a tal efecto, no puede ser mío. Y, en realidad, tal vez no merezca tenerlo, porque no confié en él y le acusé de… -su boca se frunció en un rictus de dolor. Y si él no pretendía dármelo, no lo quiero.

– ¿Cómo iba a pretender dárselo? -dijo Balilty, casi con lástima-. Pensaba publicarlo, no sabía que lo iban a decapitar por culpa de este manuscrito.

– ¿Por culpa del manuscrito? -Izzy Mashiah se encogió y miró a su alrededor-. ¿Por su culpa? ¿Quién?

– Teóricamente, podría haber sido usted -le recordó Balilty.

Izzy Mashiah lo miró desconcertado.

– ¡Pero si ni sabía de su existencia! ¡Él no me lo había contado!

– No sería la primera vez que pasara algo así -sentenció Balilty-. Y otras veces ha pasado con menor motivo.

– ¡Pero si no sabía nada de esto!

Nadie dijo nada.

– No quiero seguir mirándolo -susurró Izzy Mashiah-. No quiero ni tocarlo.

Balilty ladeó la cabeza.

– Le aseguro que lo superará. A fin de cuentas, un millón es un millón. Y además -añadió secamente-: ¿está dispuesto a testificar por escrito todo lo que nos ha explicado?

Izzy Mashiah asintió con gesto desolado.

– Yo no he matado a Gabriel -dijo cuando ya estaban junto a la puerta-. No sabía nada del manuscrito. Y no he estado en el auditorio.

– En la poligrafía mintió -le recordó Balilty.

– Pero no he matado a Gabi -se defendió de nuevo.

– Si no lo ha matado -dijo Balilty a la vez que abría la puerta-, nuestro deber es no perderlo de vista. Sabiendo todo lo que sabe, su vida corre peligro.

– ¿Y Nita? ¿Nita también está al tanto de esto? -le susurró Izzy Mashiah a Michael, espantado, cuando ya estaban en el pasillo.

– Y ahora quiero que venga un experto en documentos del laboratorio -le dijo Balilty a Michael en el coche-. Aunque aparezca el certificado de autenticidad holandés. ¿No encontrasteis algo de ese estilo en la caja fuerte?

– Puede estar en un banco extranjero -repuso Michael.

– Pero no ha salido del país después de que su padre… -Balilty se interrumpió cuando ya casi era demasiado tarde.

– Puede que dejasen la documentación en Holanda, y no ha habido tiempo para recuperarla. ¿Qué…? -Michael se volvió hacia atrás.

Izzy Mashiah los miraba como si acabara de comprender algo, y ese algo le hizo decir con voz trémula:

– ¡Pare ahora mismo! -y se cubrió la boca con las manos.

El sargento Ya'ir se apresuró a abrir la puerta trasera y espantó con un ademán y un gesto a una mujer que se detuvo a observar a Izzy Mashiah vomitando sobre el bordillo.

– Ningún experto del laboratorio querrá tocarlo -dijo Balilty a la vez que tamborileaba con los dedos en la ventanilla del coche-. Tendrán miedo de estropearlo. Los conozco. Dirán que no hay que arriesgarse a destrozarlo examinándolo. Será mejor tratar de sacarle a él los documentos de autenticidad.

– Vaya a lavarse la cara y a beber algo -le dijo Michael a Izzy Mashiah cuando llegaron al aparcamiento del complejo del barrio ruso-. Nos espera una larga noche -le advirtió a Balilty mientras la operadora les comunicaba por radio que Eli Bahar los buscaba.

– ¿Dónde está? -preguntó Balilty.

– En la autopista Tel Aviv-Jerusalén. En un atasco. Hay una manifestación y está tratando de salir al arcén. Quiere que lo llamen al móvil, que no usen la radio.

Izzy Mashiah se contempló en el espejo rajado del cuarto de baño del cuartel de la policía. Michael lo esperaba junto a la puerta, cruzado de brazos.

– Una vez que haya firmado su declaración -dijo-, le explicaré lo que queremos que haga en relación con Theo.

Izzy Mashiah abrió el grifo. Salió un estrepitoso chorretón de agua.

– ¿Va a venir Theo? ¿Y voy a tener que verlo? -musitó Izzy con la cabeza metida bajo el grifo.

– Ahora mismo no. Lo traerán, pero aún tardarán un rato, y entretanto tendremos tiempo de…

El pelo y la cara de Izzy chorreaban. Se pasó las manos por la cabeza.

– Soy incapaz de ver a Theo ahora -dijo, y se sentó en el suelo. Dobló las piernas y recostó la cabeza en las rodillas. Le silbaba la respiración. El grifo goteaba-. Soy incapaz -repitió implorante.

– Usted quería a Gabriel -le recordó Michael, sintiéndose como si estuviera hablándole a un niño a punto de montar una rabieta.

– No me había contado nada -se lamentó Izzy Mashiah entre sus rodillas-. Ni una palabra, ni una alusión, nada.

– Vámonos -dijo Michael con dulzura, y lo ayudó a levantarse-. Vamos a prepararle un té con limón.

15

Cuestión de dinámica

Con extremo cuidado, y sin soltar su habitual frasecita condescendiente: «Muy bien, Zippo, bien hecho», Balilty sacó la cinta de la pequeña grabadora. La cinta de las conversaciones de Zippo con Herzl Cohen estaba rebobinada hasta el punto donde se mencionaba el nombre del experto belga con quien Felix se había citado en Amsterdam. Balilty tenía el rostro petrificado. En él se veía la expresión de desconcierto de quien es incapaz de aceptar que la realidad ha refutado sus prejuicios. Se le notaba en torno a la boca y en la flacidez de los labios, y también dominaba sus ojos, que seguían el movimiento del lápiz con el que Michael golpeteaba mecánicamente la mesa. Michael estaba al teléfono, sosteniendo una larga conversación con Jean Bonaventure, un distinguido estudioso de la música y los manuscritos de la época barroca; era él quien, en Bruselas y hacía más de seis meses, había preparado y firmado los documentos que venían a ratificar las deducciones de Izzy Mashiah. Las explicaciones musicales de Bonaventure, facilitadas en francés con acento belga, le sonaban conocidas a Michael. El belga adujo motivos casi idénticos a los expuestos por Mashiah para considerar que la obra era el cuerpo central de un réquiem de Antonio Vivaldi. El musicólogo añadió que, en su momento, le había prometido a Felix van Gelden mantener en secreto el hallazgo, e incluso había firmado un documento notarial a tal efecto, pero que ahora le pesaba ese retraso en dar a conocer la existencia del réquiem de Vivaldi, en interpretarlo y publicarlo.

Para convencer a Bonaventure de que hablase con la policía de Jerusalén y firmase una declaración fue necesaria la mediación del primer secretario de la embajada israelí en Bruselas («Un amigo mío del ejército», había explicado Balilty al tiempo que prometía «resolver el problema de inmediato»).

Aunque había desviado la vista de Balilty para concentrarse en la conversación, Michael advertía los esfuerzos del agente de Inteligencia por tomar nota de la apresurada traducción que él iba haciendo del torrente de francés vertido por el teléfono. Vio por el rabillo del ojo cómo Balilty apuntaba diligentemente, a la vez que se pasaba la lengua por los gruesos labios, expresiones como «datación del papel», «antigüedad de la tinta», «diferentes marcas de agua», «papel veneciano de gran calidad» y «técnicas de…»; llegado a ese punto, Balilty se detuvo y tocó a Michael en el hombro.

– ¿Qué has dicho? ¿Técnicas de qué? -preguntó.

Michael se excusó ante el musicólogo, desconectó el altavoz y respondió a Balilty:

– Técnicas de impresión de los pentagramas.

Balilty asintió y Michael conectó el altavoz. En el despacho volvió a resonar la voz potente y ronca del anciano musicólogo, a quien habían despertado con su llamada; explicó que había comparado la letra del réquiem con la de otros manuscritos autógrafos de Vivaldi y que de ese examen se desprendía claramente que el manuscrito propiedad de Felix van Gelden era obra de un copista, salvo algunos compases añadidos más adelante por el propio Vivaldi.