Shorer dirigió una mirada interrogante a Balilty y éste asintió y parpadeó, al parecer decepcionado porque Michael hubiera acertado en su suposición, lo que le impedía exponer su plan como es debido.
Un silencio tenso se adueñó de la sala de reuniones. Por lo visto, nadie estaba dispuesto a tomar postura. El sargento Ya'ir se cruzó de brazos y escudriñó todos los rostros con una mirada seria, atenta.
– ¿Qué dices tú? -preguntó al fin Shorer, mirando a Tzilla-. Tú has pasado con ella muchas horas. ¿Qué opinas? ¿Sería capaz de soportarlo?
– Está realmente enferma -repuso Tzilla titubeante-. La mitad del tiempo se lo pasa delirando. Pero no está excesivamente débil. Su cuerpo se ha debilitado mucho, pero Nita es… no sé cómo expresarlo, es como si tuviera una fuerza especial. No es una persona corriente.
– ¿Qué perdemos por intentarlo? -preguntó Balilty-. Si todos se prestan, si lo montamos bien, podemos obtener en un momento una confesión grabada y luego hacer que la escuche. En caso contrario, si ella no se prestara a participar, o si él no le contara nada, ¿qué habríamos perdido? Éste no es momento para preocuparse de lo que puede sentar bien o mal a la hermana.
– Las confesiones grabadas no tienen fuerza legal. ¿Y si luego se retracta? -dijo Abraham.
– Nita no se prestará -dijo Michael, y notó que se le humedecían las axilas.
– No hace falta que se lo planteemos directamente -replicó Balilty con brusquedad-. Si no estuvieras… Si fuera una desconocida, no verías ningún problema en hacerlo. ¿Dónde crees que estamos? ¿Desde cuándo hemos prometido decir siempre la verdad en los interrogatorios? Sabes que es lo mejor para que funcione bien la dinámica.
– La dinámica, claro, claro -masculló Michael-. La sagrada dinámica.
Balilty le dirigió una mirada acusadora.
– Fuiste tú quien introdujo ese término, y no tenías nada en su contra cuando se trataba de interrogar a desconocidos -añadió con malicia-. Pero ¿ahora? Ahora es un asunto de familia.
Shorer tosió.
– Ya está bien, Danny, lo has dejado claro -dijo a la vez que desmenuzaba una cerilla quemada que había sacado del cenicero colocado delante de Michael.
– Tal vez… -intervino, vacilante, el sargento Ya'ir. Todos se volvieron hacia él sorprendidos, como si se hubieran olvidado de su presencia-. Tal vez podríamos retomar el tema que ha planteado el jefe. Una vez asistí a una conferencia de Ohayon sobre la dinámica de los interrogatorios -continuó, señalando a Michael-, y no comprendo por qué no puede interrogar él mismo al sujeto. La mujer tiene fiebre, escalofríos y náuseas. Está en muy baja forma. Personalmente opino que está demasiado débil para someterse a algo así -sus ojos castaños cruzaron una mirada con Michael, quien lo miró como si lo viera por primera vez, recordando que Balilty había comentado burlonamente que Ya'ir le recordaba al Michael de hacía veinte años.
– Sabéis tan bien como yo -replicó Balilty impaciente- que interrogar a Theo van Gelden nos llevará horas y horas, y no habrá el dramatismo que se ve en las películas. No es ningún secreto que la inculpación tendrá que basarse en cuestiones técnicas. Es un asunto que requiere… una especie de química entre el interrogador y el sujeto. Y ninguno de nosotros va a conseguir esa química con el señor Theo van Gelden.
– No estoy de acuerdo -dijo el sargento Ya'ir mansamente-. Por el contrario, creo que sí puede darse esa química entre Theo van Gelden y el superintendente jefe Ohayon.
Shorer apartó el informe forense.
– ¿Es absolutamente necesario que nos pongamos a debatir la psicología de los interrogatorios en este momento? -masculló.
– No sé si está en lo cierto o no -dijo Michael, la vista puesta en el sargento Ya'ir-. La verdad es que no sé si lograría conducir a Van Gelden hasta un estado en que sintiera la necesidad de justificarse ante mí. Ni siquiera sé si no me considera un imbécil. Me trata como si fuera un objeto. Cuando no necesita nada concreto de mí, dejo de existir para él. Claro que eso podría cambiar durante el interrogatorio.
– Nunca llegaríais a la situación adecuada. Este tipo es demasiado creído -objetó Balilty-. Con él nunca lograrías crear una relación como la que conseguiste con aquel oficial de las Fuerzas Aéreas, el coronel Beitan. Y aquello no era un asesinato, simple malversación de fondos, pero la verdad es que esa vez… -meneó la cabeza con remisa admiración-, hiciste un trabajo estupendo. Al escuchar las cintas del interrogatorio, uno se da cuenta perfectamente de adonde lo ibas llevando y de lo que sucedía entre vosotros. El factor clave fue la confianza que tenía en ti y la importancia que le daba a lo que pensases de él.
– Me gustaría oír esas cintas -dijo, intrépido, el sargento Ya'ir-. Me gustaría saber qué pasó exactamente. En las primeras fases de la investigación, yo también conocí al coronel Beitan, y, desde luego, como decía mi padre, era una de esas personas «nacidas para la discordia, como las chispas que saltan por el aire».
Balilty lo miró con una mezcla de perplejidad y desconcierto. Se recostó en su silla, abrió y cerró la boca, giró los ojos en las órbitas, se enderezó e inclinó la cabeza como siempre lo hacía cuando iba a lanzar un comentario particularmente cáustico.
– ¿Qué tipo de chispas? -dijo con malevolencia. Lo que le molestaba no era la referencia bíblica, sino la extraña combinación de ingenuidad y aplomo, algo que también le llamó la atención a Michael, incluso en aquel momento de extrema tensión.
Antes de que Ya'ir pudiera decir algo más, Shorer intervino tajante:
– En aquel caso, ¿cómo podría decirlo?, el superintendente jefe Ohayon logró convertirse en una figura con autoridad moral a ojos del sujeto, al menos en aquel contexto determinado. Una figura con capacidad para otorgar la absolución. Después de dedicarle muchos años a esta profesión -explicó-, uno comprende que la gente tiene una gran necesidad de justificarse moralmente. Y a veces, si hay suerte, un interrogador consigue darle al sujeto la imagen de persona con poder para ofrecerle clemencia, el perdón o una legitimación moral. Se convierte en una figura con autoridad. No siempre se consigue, pero en aquel caso concreto salió de maravilla.
– A veces hay que hacer cosas horribles -comentó Balilty, sumido en sus reflexiones-. Yo mismo he hecho cosas que os parecerían increíbles. He llorado con los sospechosos. Por sus problemas y por los míos. Y por sus crímenes. Una vez llegué a decirle a alguien… -un destello aleteó en sus ojos mientras bajaba la vista y decía-: Pero no viene a cuento ahora.
– Y Michael -intervino de pronto Eli- pasó horas y horas hablando con el coronel Beitan de sus divorcios y de la relación que tenían con sus hijos. La cuarta parte del interrogatorio consistió en eso. ¿Os acordáis?
Michael bajó la cabeza. Todavía se sentía incómodo al recordar aquel interrogatorio y el regocijo con el que sus colegas escucharon las grabaciones. Guardaba un recuerdo muy vivido de los momentos en que no hubo fingimiento alguno en aquellos diálogos, y tenía la sensación de que todo el mundo había percibido el instante preciso en que se sintió tentado de abrirse de veras, sí, todos debían de saberlo tan bien como él. Como si le hubiera leído el pensamiento, Eli añadió:
– Y no es un simple truco, no es sólo cuestión de astucia, es una relación que se va creando entre dos personas.
Michael se revolvió en la silla. Había llegado el momento de decir algo, de sobreponerse a la vergüenza y la incomodidad que lo abrumaban. Sobre todo cuando recordaba que le contó al coronel una crisis en su relación con Yuval, su hijo. Así pues, se apresuró a devolver el debate al terreno teórico:
– Si los criminales no confiesan no es por miedo al encarcelamiento -se oyó explicarle al sargento Ya'ir-. Su imaginación no siempre llega tan lejos. No suelen llegar a verse en la cárcel. Lo que les asusta, aunque parezca sorprendente, es el aspecto moral. La dificultad de vivir sintiéndose culpable es lo que nos permite comunicarnos con ellos. Los criminales, o la mayoría de ellos, aspiran a alcanzar un estado, un sentimiento, una confirmación de que han hecho lo correcto desde el punto de vista moral. En el caso que tenemos entre manos, sería el apoyo moral al derecho de lograr el amor del padre. Ése es el camino para llegar a Theo van Gelden. Si el interrogador está dispuesto a aceptar la postura del sujeto, irá bien encaminado para extraerle una confesión. Dicho de otro modo, si Theo van Gelden percibe que acepto sus motivos desde el punto de vista moral, que los acepto y tal vez incluso los justifico, habría una posibilidad de éxito. Lo que tiene preocupado a Danny es que duda de que Theo van Gelden pueda considerarme una figura con la importancia suficiente para legitimar su postura.