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Expresándose en un pintoresco argot compuesto por palabras procedentes de distintas lenguas, el director del circo comenzó laboriosamente a explicar que habían instalado las carpas en el municipio de Turbión de las Arenas y…

– Sé dónde está Turbión -le interrumpió Barbadillo-. ¿Cuál es el motivo de su llamada?

Tras nuevos circunloquios que acabaron por impacientar al subinspector, Bruno Arnolfino explicó que la principal atracción y estrella de su espectáculo circense había desaparecido.

Algo más interesado, Barbadillo interpretó:

– ¿Quiere denunciar un secuestro?

– O una desaparición. No estoy seguro.

El subinspector cogió un gastado lápiz. Para afilarlo, raspó su punta contra la rugosa pintura del radiador.

– Dígame, señor Arnolfino. ¿Quién es esa gran estrella que ha desaparecido de su circo?

– Romita, claro está.

– ¿Quién?

– Romita, la única, la maravillosa… ¿Nunca había oído hablar de ella?

– No.

– ¿Lo dice en serio?

– No conozco a artistas de circo -admitió el subinspector-. Puede que me suene algún domador, pero trapecistas…

– Romita no es ninguna trapecista -aclaró Arnolfino-. Ni siquiera es una mujer… ¡Es una pantera, una de las pocas panteras de las nieves que ha sido entrenada para actuar ante el público! ¡Seguramente, se trata del único ejemplar en Europa!

Barbadillo anotó en un pedazo de papeclass="underline" «Y tú, uno de los muchos chalados que hay por aquí.» Pero siguió preguntando:

– ¿Cuándo ha escapado ese animal?

El director del Circo Véneto fue incapaz de precisarlo.

– En cualquier momento a lo largo de la pasada noche.

– ¿Cómo ocurrió?

Tampoco ahora Arnolfino pudo mostrarse concreto.

– El cuidador no se lo explica. Antes de irse a dormir revisó los cerrojos de las jaulas y, sin embargo…

– ¿Hay otros felinos en el circo?

– Está Goliath, el león de melena negra; la tigresa Penélope; el…

– ¿Cuántos, señor Arnolfino?

– Además de Romita, ocho.

– ¿Panteras, leopardos?

– Leones y tigres. Pantera sólo hay…

– Una, y ya me ha dicho que es única. ¿Únicamente ha echado en falta a esa pantera… cómo era?

– Pantera de las nieves. Se la conoce con este nombre, o con el de leopardo de las nieves, por la dificultad de distinguirla en el bosque, paisaje en el que se mimetiza.

– Le agradezco la lección de zoología, señor Arnolfino, pero acláreme una cosa: ¿es una pantera o un leopardo?

– Hablamos de la misma familia de felinos.

– Entiendo. ¿Es negra?

– No. Tiene la piel moteada, por eso se confunde con las ramas de los árboles y con…

Barbadillo le cortó el rollo.

– Se mimetiza, ya me lo ha dicho. ¿Es peligrosa?

– ¿Romita? En principio, no, pero… ¿quién sabe cómo puede reaccionar si tiene hambre? ¿Si la acosan? ¡Es un felino y, en caso de necesidad, se defenderá o atacará como todos los grandes gatos!

Barbadillo escribió en el papeclass="underline" «Que de noche no son pardos ni negros, sino moteados.» El subinspector hizo alguna pregunta más y terminó aconsejando a Bruno Arnolfino que se desplazara hasta el puesto de la Guardia Civil más cercano -el de Turbión de las Arenas, sin ir más lejos- para, en previsión de cualquier episodio, accidente o agresión que pudiera originar el desaparecido felino, cursar y firmar debidamente una denuncia. Asimismo, le recomendó que procediera a consultar o a interrogar al personal de su compañía, a fin de intentar esclarecer las circunstancias en que ese animal había podido escapar.

El director del Circo Véneto le escuchó con atención y encareció:

– Sobre todo, señor subinspector, eviten abatir a Romita. Se trata de un ejemplar irreemplazable. ¡No se imagina lo difícil que resulta adiestrar a una pantera de las nieves! En cuanto aparezca, haga el favor de avisarnos. Nosotros nos encargaremos de ella.

Barbadillo le aseguró que así lo harían. Arnolfino pareció tranquilizarse. Dio las gracias al subinspector y aseguró que le enviaría a Jefatura, a su nombre, unas entradas «de palco».

Nada más colgar, Barbadillo decidió curarse en salud. Contactó con el cuartelillo de la Guardia Civil de Turbión de las Arenas, poniéndoles sobre aviso, y con la Delegación del Gobierno, a fin que valorasen la eventualidad de dar la alerta en la zona.

– ¿Problemas? -le preguntó Fermín.

– Espero que no. -El subinspector nos hizo un resumen de la llamada e ironizó-: ¿Hace mucho que no van al circo?

– Yo, desde que era un niño -recordó Fefé-. Me ponían cachondísimo las domadoras, con esas medias de malla marcándoles el…

El agente Fernán no osó epilogar su grosera frase. En el hueco de la puerta de la brigada acababa de recortarse la silueta de una mujer.

Era la subinspectora Martina de Santo.

4 . Algo felino en ella

La subinspectora se había ido de vacaciones un par de semanas atrás. Desde entonces, yo nada había sabido de ella.

Al primer golpe de vista, la encontré cambiada. Había regresado tan delgada como de costumbre, pero muy bronceada. La piel se le había descamado en la frente y en la punta de la nariz. Aunque sus ojos grises seguían brillando con nacarado fulgor, una vaga tristeza, como si algo o alguien la hubiesen decepcionado, se reflejaba en su semblante. A esas alturas, y una vez resueltos los tres casos en los que habíamos trabajado juntos, yo la conocía lo suficiente como para saber que algo personal la estaba afectando.

– Feliz Navidad -dijo Martina.

Al detenerse en el agente Fernán, la sonrisa de la subinspectora se congeló en un helado rictus. La torpe observación de Fefé sobre las domadoras de circo no debía de haberle hecho la menor gracia. Se debería a un efecto de sugestión, por haber estado hablando de leopardos y panteras, o quizás al chaquetón con cuello de piel con que ella había decidido abrigarse en aquella mañana invernal, pero me pareció que de Martina se desprendía un cierto aire felino.

– Viniendo hacia aquí -continuó diciendo la subinspectora, una vez que se hubo desplazado hasta su mesa-, temía que la mañana, al ser festiva, fuese a resultar improductiva. Me alegro de haberme equivocado y de que tengamos un nuevo caso a la vista.

Barbadillo no ocultó su sorpresa.

– ¿Qué caso, subinspectora?

– El de esa pantera de las nieves. Ya me perdonará, Casimiro -se disculpó Martina, no tanto por haber advertido la nada amistosa expresión de su colega como debido a que, en efecto, había cometido una pequeña falta de educación-. Estaba apurando un cigarrillo en el corredor cuando escuché en parte su conversación telefónica. Nada me extrañaría que, en breve, recibamos llamadas procedentes de algún lugar situado entre el municipio de Turbión de las Arenas y la franja costera de la Sierra de la Pregunta.

– ¿Qué tipo de llamadas?

– De auxilio, naturalmente.

Barbadillo dejó caer, ofuscado:

– Pensaba que no estaba de servicio, subinspectora.

– Y no lo estoy. Venía a recoger unos papeles… Si no les importa, esperaré.

– ¿Esperará a qué?

– A que se produzca la primera de esas llamadas.

La relación entre Casimiro Barbadillo y Martina de Santo no era mala ni buena; desde que el subinspector se había incorporado a la sección, era cada día peor. La más que anunciada competencia entre ambos resultaba difícil de evitar. Todos en la sección sabían que uno de los dos iba a sustituir en su cargo al veterano inspector Buj. Martina contaba con el apoyo del comisario Satrústegui. Barbadillo, con el del propio Buj.

– ¿Y si no llama nadie? -insistió Casimiro.