– Es muy bueno, pero sus retratos robot a mí siempre me acaban pareciendo de hispanos. También hay copias en el archivo. Y creo que aparecieron publicados en uno de los periódicos.
– Pues yo no los he visto.
– Creo que fue en el Newsday. Tuvimos un par de llamadas, pero la verdad es que perdimos bastante el tiempo comprobándolas. No nos condujeron a ninguna parte. ¿Sabes lo que creo?
– ¿Qué?
– Que no lo hizo él solo.
– Lo mismo pienso yo.
– Hombre no se puede descartar definitivamente, porque podría haber encontrado el modo de atarse él mismo, y de deshacerse de la palanca, la cinta y el bramante. Pero no creo que las cosas sucediesen así, estoy casi convencido de que tuvo ayuda.
– Sí, supongo que tienes razón.
– Hace un trato con un par de tipos, les da la llave de la puerta del edificio, les dice que entren con toda tranquilidad, que suban tres pisos y que se carguen todo lo que puedan en el apartamento de la cuarta planta. No tienen de qué preocuparse porque no hay nadie en casa, y tampoco en la de arriba. Podrán hacer todo lo que quieran: tirar los cajones, desparramar los libros por el suelo, y llevarse todo el dinero y las joyas que puedan encontrar. Lo único que tienen que hacer obligatoriamente es marcharse a las doce y media o la una de la madrugada, más o menos a la hora en la que ellos llegarán de la fiesta.
– Y regresan a casa andando porque él no quiere llegar demasiado pronto.
– Tal vez, o simplemente porque les apetece dar un paseo ya que hace buena noche. ¿Quién sabe? Llegan al piso de los Gottschalk y ella dice: «Oh, mira, la puerta de Ruth y Alfred está abierta». Él la mete dentro de un empujón, ellos la cogen, le pegan una paliza, se la tiran y la matan. Y después él dice: «Eh, gilipollas, no querréis salir a la calle en mitad de la noche llevando una tele a cuestas; te puedes comprar diez con lo que te voy a pagar por esto». Así que dejan el aparato, pero se llevan el bramante, la cinta y la palanca para que no nos conduzcan hasta ellos. No, eso es una estupidez, ¿cómo se puede seguir la pista de esa mierda de objetos de ferretería?
– Se lo llevan porque ese sería exactamente el modo en que nosotros nos percataríamos de que no lo había hecho el propio Thurman, porque, ¿cómo se iban a marchar del apartamento la cuerda y la cinta ellas solitas?
– Vale, eso parece razonable. Pero antes de largarse le pegan una pequeña paliza y le dejan algunas lesiones, superficiales pero lo suficientemente impresionantes, para que parezca producto de una agresión real, ya verás las fotos que le sacamos y que figuran en el archivo. Después lo atan, lo amordazan e incluso puede que le arranquen la mitad de la cinta para que, llegado el momento, pueda hacer la llamada.
– O tal vez le aten lo bastante flojo para que pueda sacar una mano, hacer lo que necesite y luego volver a meterla entre las cuerdas.
– A eso iba yo. Dios, cómo me hubiera gustado que los chicos se hubieran dado un poco menos de prisa en soltarlo.
– De todos modos, los tíos se van y él espera todo lo que puede antes de llamar al 911 -le dije.
– Sí, vale. No veo que se nos esté escapando nada trascendente.
– No.
– Quiero decir, esta es la única forma de explicar que siga con vida. A ella la asesinaron, la tenían allí delante, muerta, así que, ¿por qué iban a atarlo a él cuando era mucho más fácil matarlo?
– ¿Porque ya lo habían hecho antes de cargársela a ella?
– Bueno, vale, eso es lo que él cuenta. Pero incluso así, ¿por qué iban a dejarlo vivo? Él puede identificarlos, y de todos modos, si los pillan, se los van a cepillar por habérsela cargado a ella…
– En este estado no existe la pena de muerte.
– Ni me lo recuerdes, ¿vale? El tema es que los van a acusar de asesinato en segundo grado por haber matado a la mujer, y no se van a meter en más líos por cargárselo también a él, ya que están metidos en faena. Tenían la palanca, lo único que tenían que hacer era atizarle en la cabeza.
– Puede que lo hicieran.
– ¿Que hicieran qué?
– Pegarle lo suficientemente fuerte como para pensar que estaba muerto. Recuerda que acababan de cargársela a ella y es posible que no lo tuvieran planeado, así que…
– Quieres decir, si es que dice la verdad.
– Sí, vale, déjame hacer de abogado del diablo por un momento. La mataron de forma accidental…
– Sí, claro, la estrangularon con las medias de forma accidental…
– … y no es exactamente que les entre el pánico, pero sí tienen prisa por abandonar la casa; le pegan una paliza y él se queda inconsciente; creen que lo más probable es que esté muerto: un golpe tan fuerte con una barra de acero debería matar a un hombre; y lo único que quieren es largarse de allí cuanto antes, no se van a parar a tomarle el pulso ni a mirar si su respiración empaña un espejo.
– Mierda.
– ¿Me sigues?
– Sí, claro que te sigo -dijo él suspirando-. Por eso el caso sigue abierto. Las evidencias no resultan concluyentes, y los hechos con los que contamos apoyan prácticamente cualquier teoría que se te pueda ocurrir.
Se puso en pie y me dijo:
– Necesito un café, ¿quieres tú otro?
– Sí -le respondí-. ¿Por qué no?
– No sé por qué es tan malo este café -se lamentó Joe-. De verdad que no lo sé. Antes teníamos aquella máquina, ya sabes, la de monedas, y de semejante artilugio era imposible que saliese una taza de café ni medio decente. Pero pusimos dinero entre todos y compramos una de esas cafeteras eléctricas de goteo, y usamos café de calidad, y al final sigue sabiendo igual de mal. Creo que debe de haber alguna ley de la naturaleza que dicte que cuando estás en una comisaría el café tiene que saber a mierda.
Pero la verdad es que a mí no me sabía tan mal.
– Si alguna vez llegamos a resolver este caso, ¿sabes cómo lo lograremos?
– Gracias a un soplón.
– Exacto. Un soplón escucha algo y nos lo dice. O también pudiera ser que uno de esos genios meta la pata, lo cacemos en algo gordo y él intente conseguir algún beneficio delatando a su compañero. Y a Thurman, suponiendo que estemos en lo cierto y esté implicado en los hechos.
– O aunque no lo esté.
– ¿Qué quieres decir?
– «Estaba viva cuando nos marchamos, señor. Nosotros nos la tiramos, pero juro que le gustó, y estoy seguro de que no le atamos ninguna media al cuello. Tiene que haber sido el marido, decidió que quería sacarse un divorcio exprés».
– Dios, eso es exactamente lo que dirían.
– Lo sé. Lo dirían aun en el caso de que Thurman fuese inocente al cien por cien. «No he sido yo quien la ha matado, estaba viva cuando me marché». Y hasta podría ser verdad.
– ¿Qué?
– Supongamos que fue un crimen de oportunidad. Los Thurman vuelven a casa y se encuentran con un robo en marcha. Los tipos les roban también a ellos; a él le pegan una paliza y a ella la violan, simplemente porque son unos animales, así que, ¿por qué no actuar como tales? Después se marchan, y Thurman se suelta una mano; su esposa está inconsciente, pero él cree que está muerta…
– Sin embargo, comprueba que no lo está, pero se le ocurre una idea…
– … y sus medias están allí tiradas junto a la cama, a su lado; y lo siguiente que sabe es que se los ha puesto alrededor del cuello y que esta vez sí está muerta.
Joe consideró la idea durante unos segundos.
– Claro -dijo-, podría ser. El forense fija la hora de la muerte alrededor de la una de la madrugada, lo cual cuadra con la versión de Thurman; pero si él se la cargó justo después de que los otros se marchasen y luego esperó el tiempo que se supone que estuvo inconsciente y que tardó en liberarse…, bueno, todo encajaría.
– Claro que sí.
– Y a él nadie podría inculparle. Ellos podrían decir que estaba viva cuando se marcharon, pero lo cierto es que eso lo dirían en cualquiera de los casos.