– Me parecía que eras tú -dijo-. Antes he entrado para ver un par de minutos de Burdette contra McCann desde atrás y me ha parecido ver a mi amigo Matthew aquí sentado, en las localidades baratas.
– En Maspeth todas las localidades son baratas.
– La verdad es que tienes razón -reconoció mientras me ponía una mano en el hombro-. ¡Qué curioso! La primera vez que te vi también fue en el boxeo. Fue en el Felt Forum, ¿verdad?
– Exacto.
– Estabas con Danny Boy Bell.
– Y tú con Sunny… Lo siento, no recuerdo su apellido.
– Sunny Hendryx. Sonya, en realidad, pero nadie la llama así.
– ¿Te apetece quedarte con nosotros? -lo invité- Mi amigo ha ido a por una cerveza, pero toda esta zona se encuentra vacía, o casi vacía. Si no te importa sentarte en las localidades baratas, claro.
Él sonrió.
– Ya tengo mi asiento -dijo-, justo detrás del rincón azul. Tengo que animar a mi hombre para que gane. Te acuerdas de Kid Bascomb, ¿verdad?
– Por supuesto. Estaba en cartel la noche que nos conocimos; le dio una buena paliza a un italiano, del que, por cierto, me temo que no recuerdo nada.
– Ni tú ni nadie.
– Kid lo dejó hecho pedazos de un puñetazo en el tronco, de eso sí me acuerdo. Pero no pelea esta noche, ¿verdad? Al menos no figura en el programa.
– No, se retiró. Colgó los guantes hace un par de años.
– Sí, eso pensaba.
– Está allí sentado -dijo señalando en dirección a su localidad-. No, mi hombre en el combate estrella es Eldon Rasheed. Lo normal es que gane, pero su contrincante lleva ganadas once peleas, y solo ha perdido dos; y una de ellas, en realidad, se la robaron. Así que es un oponente muy serio.
Cuando Mick regresó con dos vasos grandes de papel, todavía me estaba hablando de estrategias de boxeo. Uno de los vasos era de cerveza, y el otro de Coca-Cola.
– Toma -me dijo-, por si te entra sed. No me apetecía hacer toda esa cola para una sola cerveza.
– Chance, este es Mickey Ballou -le dije.
– Chance Coulter.
– Un placer -dijo Mick.
Aún no había dejado las bebidas, así que no pudo darle la mano.
– Aquí viene Domínguez -anunció Chance.
El boxeador bajaba por el pasillo rodeado por su comitiva. Llevaba una bata de un azul marino intenso con ribetes oscuros. Era un hombre bastante atractivo, con la cara alargada y la mandíbula cuadrada, además de un bigote negro muy cuidado. Sonrió, saludó a sus admiradores y después se subió al cuadrilátero.
– ¡Qué buen aspecto tiene! -admitió Chance-. Me parece que le va a dar mucho trabajo a Eldon.
– ¿Vas con el otro? -preguntó Mick.
– Sí. Eldon Rasheed. Aquí viene. Tal vez luego podamos tomar algo con él.
Le dije que me parecía muy bien. Chance volvió a su asiento, junto al rincón azul, y Mick me pasó los dos vasos para que se los aguantase mientras él se sentaba.
– «Eldon Rasheed contra Peter Domínguez» -leyó-. ¿De dónde sacarán estos nombres?
– Peter Domínguez es un nombre bastante corriente -le dije.
Me echó una mirada extrañada.
– Eldon Rasheed -pronunció, mientras el boxeador pasaba entre las cuerdas-. Bueno, si se tratase de un concurso de belleza, me temo que el ganador sería Pedro. A Rasheed parece que Dios le ha pegado en la cara con una pala.
– ¿Por qué iba Dios a hacer algo así?
– ¿Por qué hace la mitad de las cosas que hace? El que sí es bastante guapo es tu amigo Chance. ¿Cómo lo conociste?
– Trabajé para él hace unos años.
– ¿Cómo detective?
– Exacto.
– Tiene pinta de abogado. Por la ropa, supongo.
– En realidad es marchante de arte africano.
– ¿Tallas y esas cosas?
– Sí, algo así.
El locutor estaba en el ring, anunciando a bombo y platillo el siguiente combate y haciendo todo lo posible por dar publicidad al cartel de la semana siguiente. Presentó a un peso medio local que pelearía en el encuentro principal de la próxima semana y después nombró a unos cuantos famosos que estaban sentados junto al cuadrilátero, incluido, cómo no, Arthur «Kid» Bascomb. Kid se llevó los mismos aplausos displicentes que habían recibido todos los demás.
Presentó luego al árbitro, a los tres jueces, al cronometrador, y al tío que se encargaba de hacer la cuenta en caso de k.o., quien aquella noche, según parecía, iba a tener trabajo, ya que los boxeadores eran dos pesos pesados que habían noqueado a la mayoría de sus anteriores contrincantes. Ocho de los once combates ganados por Domínguez lo habían sido por k.o. y Rasheed se había proclamado vencedor en diez encuentros profesionales, de los que solo uno había llegado hasta el final.
Domínguez tenía al otro lado del estadio un montón de seguidores, casi todos hispanos. La ovación recibida por Rasheed fue más modesta. Ambos púgiles se juntaron en el centro del cuadrilátero mientras el árbitro les daba las instrucciones pertinentes previas al combate, que lógicamente no eran nuevas para ninguno de los dos. Después se tocaron los guantes y volvieron cada uno a su rincón. La campana sonó y el combate dio comienzo.
El primer asalto fue poco más que un ejercicio de reconocimiento del contrario, aunque los dos recibieron algún que otro puñetazo. Rasheed conectó un fuerte izquierdazo que alcanzó el cuerpo de su adversario de forma muy efectiva. Desde luego se movía con agilidad para tener semejante tamaño. Domínguez, en comparación, resultaba torpe, uno de esos boxeadores de aspecto desgarbado, pero tenía un directo de derecha realmente potente, con el que alcanzó el ojo izquierdo de Rasheed a los treinta segundos de comenzar el combate. Este meneó la cabeza como para despejarse, pero estaba claro que le había hecho daño.
Entre un asalto y otro, Mick me dijo:
– Es fuerte ese Pedro, podría haber ganado el asalto solo con ese puñetazo.
– Nunca he sabido cómo puntúan los jueces.
– Unos cuantos golpes como ese y no tendrán que hacerlo.
Rasheed marcó el ritmo en el segundo asalto. Se dedicó a esquivar la derecha de su oponente y le dio un par de golpes verdaderamente serios. Durante el asalto, me fijé en un hombre que estaba sentado junto al cuadrilátero en la sección central. Ya había reparado antes en él, pero algo me hizo volver la vista de nuevo en su dirección.
Tendría unos cuarenta y cinco años, se estaba quedando calvo y el pelo que le quedaba era castaño, igual que sus prominentes cejas. Iba muy bien afeitado. Tenía la cara llena de bultos, como si en su tiempo hubiese sido boxeador, pero supongo que de haber sido así, lo habrían nombrado en las presentaciones previas al combate. La verdad era que el sitio no estaba precisamente inundado de celebridades, así que cualquiera que hubiese participado en tres asaltos en los Golden Gloves tenía bastantes posibilidades de ser nombrado para saludar a las cámaras de la FBCS. Y además estaba justo al lado del ring; todo lo que hubiera tenido que hacer era pasar entre las cuerdas y disfrutar de los aplausos.
Lo acompañaba un chaval al que el hombre rodeaba con el brazo. Tenía una de sus manos sobre el hombro, mientras la otra gesticulaba para señalarle las cosas que ocurrían en el cuadrilátero. Supuse que eran padre e hijo, aunque la verdad es que físicamente no se parecían demasiado. El chico, apenas un adolescente, tenía un pelo de color castaño claro que dibujaba un pico en su frente. En el padre, si aquel rasgo había existido alguna vez, desde luego hacía mucho tiempo que había desaparecido. Él llevaba un jersey azul de pico y unos pantalones de franela gris. Su corbata era azul clara, con unos topos de color negro o azul marino, muy grandes, de casi tres centímetros de diámetro. El chico llevaba una camisa de franela de cuadros rojos y unos pantalones de pana azul marino.