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– «Será divertido, cariño, igual que antes de casarnos».

– Vale, esa es la idea. Consigue meterla allí dentro, la mata, hace que parezca una violación y coloca las pruebas físicas, el esperma y el vello púbico. ¿Se encontraron restos bajo sus uñas, algo que sugiriese que arañó a alguien?

– No, pero él no dijo que se resistiera. Además, había dos hombres, uno pudo haber estado sujetándole las manos mientras el otro se divertía con ella.

– Volvamos a la idea de que lo hizo solo. La mata y finge la violación. Lo prepara todo en el apartamento de los vecinos, hace que parezca que han robado en él… ¿Conseguisteis que los Gottschalk regresasen para ver si les faltaba algo?

– Sí, vino él, Alfred -asintió Joe-, dijo que su mujer estaba enferma, que debía evitar viajes innecesarios. Tenían un par de cientos de dólares para emergencias en la nevera, y habían desaparecido. También faltaban algunas joyas de él, recuerdos de familia, gemelos y anillos que había heredado pero que no se ponía. Y algunas joyas de ella, pero no las podía describir porque no estaba seguro de cuáles se había llevado a Florida su mujer y cuáles estaban en la caja de seguridad. En cualquier caso, todas las joyas buenas las tenían en el banco o en Florida, así que no creía que la pérdida económica fuese cuantiosa, pero tendría que hablar con Ruth y elaborar con ella una lista detallada de lo que había desaparecido. Así era como se llamaba la esposa, Ruth; sabía que al final lo recordaría.

– ¿Y faltaban las pieles?

– No tiene pieles. Es defensora de los derechos de los animales. Además no creo que necesite un abrigo de piel, teniendo en cuenta que pasa seis meses y un día al año en Florida.

– ¿Seis meses y un día?

– Como mínimo, porque así cuentan como residentes en Florida a efectos fiscales. Allí no hay impuestos estatales.

– Creía que él estaba retirado.

– Y lo está, pero aún tiene ingresos. De inversiones y cosas así.

– Bueno, vale, nada de pieles -acepté-. ¿Y alguna cosa grande? ¿Un estéreo, un televisor…?

– Nada. Teles había dos, un proyector muy grande en la sala de estar y un modelo más pequeño en la habitación de atrás. Desenchufaron el del dormitorio y lo llevaron a la sala, pero lo dejaron allí. Parece que pretendían llevárselo, pero luego, con todo el lío, se les olvidó; o decidieron no arriesgarse a parecer sospechosos; muy lógico, con una mujer muerta en el apartamento.

– Eso, suponiendo que supieran que ella estaba muerta.

– Hombre, después de destrozarle la cara a golpes y estrangularla con las medias… Joder, sabían perfectamente que aquella mujer estaba bastante peor que cuando entró en el apartamento.

– Así que solo cogieron el metálico y algunas joyas.

– Eso es lo que parece. O al menos es todo lo que nos pudo aclarar Gottschalk. El tema, Matt, es que le dieron la vuelta a todo el apartamento.

– ¿Quiénes, los chicos del laboratorio?

– No, los ladrones. Lo revolvieron todo, y lo dejaron hecho un desastre. Tiraron el contenido de los cajones, y los libros de las baldas, todas esas cosas, ya sabes. No parecía que estuviesen buscando ningún escondite secreto, no rajaron los colchones ni los cojines, pero de todos modos hicieron un trabajo muy concienzudo. Supongo que lo que buscaban era dinero en metálico, y no solo un par de cientos de dólares en la mantequillera del frigorífico.

– ¿Qué dijo Gottschalk?

– ¿Qué podía decir, que tenía cien de los grandes que no había declarado y que esos bastardos los habían encontrado? Pues no, dijo que no tenían nada de verdadero valor dentro del apartamento, aparte de las obras de arte; y esas no las tocaron. Tenía algunos cuadros enmarcados, firmados y numerados, un Matisse, un Chagall y alguna otra cosa más, y además una póliza de seguros que los cubría. Creo que el valor de todos ellos ascendía a ochenta de los grandes. Los ladrones bajaron algunos de las paredes, probablemente buscando alguna caja fuerte, pero no se los llevaron.

– Pongamos que lo hizo él solo -le dije.

– ¿Volvemos a eso, eh? Adelante.

– La casa la han desvalijado, así que parece un robo en toda regla, pero lo único que Thurman tenía que hacer para que lo pareciera era guardarse un fajo de billetes y un puñado de joyas. ¿Lo registrasteis?

– ¿A Thurman? -preguntó, mientras negaba con la cabeza-. El tío estaba totalmente machacado, tenía las manos atadas a la espalda y su mujer estaba muerta, tirada allí mismo, ¿cómo le vas a hacer un registro integral en esas condiciones? No le vas a mirar si se ha metido en el culo los gemelos de platino de alguien… De todos modos, siguiendo con tu hipótesis, podría haberlo guardado todo en su propio apartamento.

– Claro, eso es justo lo que te iba a decir.

– Y siguiendo con tu idea, entra en el piso de los Gottschalk con la llave, bueno, mejor dicho, con las dos llaves, o con lo que haga falta; se carga a su mujer; finge la escena de la violación; roba el dinero y las joyas; sube a casa; los esconde en un par de calcetines y los mete en el cajón. Luego, baja de nuevo y utiliza una palanca para abrir la puerta, como si hubiera entrado por la fuerza. Supongo que después vuelve a subir para esconder también la palanca, porque desde luego no la encontramos en la casa de los Gottschalk.

– ¿Y registrasteis el apartamento de Thurman?

– Sí -respondió-. Y con su permiso, además. Le dije que existía la posibilidad de que los ladrones hubiesen comenzado en su apartamento y hubiesen ido bajando, aunque sabía que eso era imposible, ya que no existía signo alguno de que hubiesen forzado la puerta de su domicilio. Por supuesto, siempre se podía pensar que habían entrado por la escalera de incendios, pero al margen de esto, estaba claro que allí dentro no había entrado nadie. No obstante, lo registré todo, buscando algo que pudiesen haberse llevado de allí abajo.

– Y no encontraste nada.

– No, pero tampoco eso prueba gran cosa. No tuve ocasión de peinar la zona, y él podía haber guardado las joyas de los Gottschalk con las suyas y las de su mujer sin que yo me diese cuenta, ya que no sabía lo que estaba buscando. Y el dinero solo eran un par de cientos de dólares, que podía haberse metido incluso en la puta cartera.

– Creí que los ladrones se habían llevado su cartera.

– Sí, bueno. Le quitaron el reloj y la cartera. Pero tiraron la cartera en el primer piso mientras salían del edificio, al pie de las escaleras. Se llevaron el dinero, pero dejaron las tarjetas de crédito.

– Podría haber bajado él y dejarla allí.

– O haberla tirado por la barandilla. Así no tendría que andar subiendo y bajando.

– Y las joyas que se supone que le robaron a la mujer…

– Pues las coge y las vuelve a dejar en el joyero. Y el Rolex de él, bueno, ¿quién sabe? Quizá aquel día ni siquiera se lo había puesto. Tal vez lo guardase también en los calcetines.

– ¿Y entonces, qué? -le pregunté-. ¿Se da él solo una paliza, se ata él solo las manos a la espalda, se amordaza…?

– Hombre, creo que si lo hiciera yo, me amordazaría primero y luego me ataría las manos a la espalda.

– Sí, claro, pero tú planificas las cosas mejor que yo, Joe. ¿Cómo estaba atado? ¿Cuándo lo visteis aún lo estaba?

– No, joder -respondió-, y esa es una de las cosas que no deja de incordiarme. Me dieron ganas de cargarme a esos dos polis que le liberaron; pero de todos modos, ¿qué iban a hacer? Hay un tío de aspecto respetable, bien vestido, atado e histérico, allí tirado, y su mujer, también en el suelo, muerta; ¿cómo vas a decirle al individuo que tiene que quedarse así hasta que el detective llegue para analizar la escena del crimen? Por supuesto que lo soltaron. Hasta yo lo habría hecho, y tú también.