¿Alguien relacionado con aquellos criados, los Harrison? ¿Con esa Bib? Ésta vivía en Pomfret Monachorum, lo que probablemente significaba que se había ido a casa por el camino secundario. Wexford imaginaba que éste había sido utilizado por el asesino y su compañero. Era el camino más probable para huir, en especial dado que uno de ellos debía de conocer el lugar. Casi pudo oír a uno decirle al otro que éste era el camino para eludir a la policía.
El bosque separaba Pomfret Monachorum de Tancred y Kingsmarkham y casi del resto del mundo. Por detrás, el camino conducía a Cheriton y a Pomfret. Los muros estropeados de una abadía seguían en pie; la iglesia era bonita por fuera, interiormente destrozada por Enrique VIII y posteriormente por Cromwell; el resto del lugar consistía en la vicaría, un grupo de cottages y una pequeña zona de viviendas de protección oficial. En el camino de Pomfret había una hilera de tres cottages de ripias y pizarra.
En una de éstas vivía Bib, aunque ni Wexford ni Vine sabían en cuál. Lo único que los Harrison y Gabbitas sabían era que vivía en la hilera llamada Edith Cottages.
Una placa con este nombre y la fecha de 1882 estaba clavada en las ripias sobre las ventanas superiores del de en medio. Todas las casitas necesitaban una mano de pintura, ninguna tenía aspecto de prosperidad. En el tejado de cada una de ellas había una antena de televisión y la de la izquierda tenía una que sobresalía de la ventana de un dormitorio. Una bicicleta estaba apoyada contra la pared junto a la puerta principal del cottage de la derecha y una furgoneta Ford Transit estaba aparcada medio en el borde de hierba de fuera de la verja. En el jardín de la casita de en medio había un cubo de basura con ruedas, sobre una pieza de cemento con una tapa con un agujero. En este jardín había narcisos en flor, pero en ninguno de los otros dos había flores de ninguna clase, y el de la bicicleta estaba lleno de malas hierbas.
Como Brenda Harrison le había dicho que Bib iba en bicicleta, Wexford decidió probar en la casa de la derecha. Un hombre joven abrió la puerta. Era bastante alto, pero muy delgado; iba vestido con tejanos y una sudadera de una universidad americana tan ajada, lavada y descolorida, que sólo la U de Universidad y una S y T mayúsculas eran perceptibles en el fondo grisáceo. Tenía un rostro como de muchacha, el rostro de una muchacha poco femenina. Las jóvenes que hacían de heroínas en los dramas del siglo dieciséis debían de tener ese aspecto.
Dijo «Hola», pero de un modo aturdido y bastante lento. Parecía muy sorprendido; miró por detrás de Wexford el coche que estaba fuera, y después con cautela a éste.
– Policía de Kingsmarkham. Buscamos a alguien llamado Bib. ¿Vive aquí?
Él examinó la tarjeta de identificación de Wexford con gran interés. O incluso ansiedad. Una sonrisa perezosa transformó su rostro, haciéndole parecer de pronto más masculino. Se echó atrás el largo mechón de cabello negro que le caía sobre la frente.
– ¿Bib? No. No vive aquí. En la puerta de al lado. La de en medio. -Vaciló; pregunto-: ¿Es por el asesinato de Davina Flory?
– ¿Cómo lo sabes?
– La televisión, a la hora del desayuno -respondió, y añadió, como si a Wexford le interesara-: Estudiamos uno de sus libros en la universidad. Estudié Literatura Inglesa.
– Entiendo. Bueno, muchas gracias, señor. -La policía de Kingsmarkham llamaba a todo el mundo «señor» o «señora» o por su apellido o título hasta que se les acusaba formalmente. Era por educación, y una de las normas de Wexford-. No le molestaremos más -añadió.
Si el joven americano tenía el aspecto de una muchacha, Bib podía haber sido un hombre, tan pocas concesiones hacía o había hecho la naturaleza a su género. Su edad resultaba igualmente un enigma. Podía tener treinta y cinco o cincuenta y cinco años. Llevaba el pelo, que era oscuro, muy corto; tenía el rostro rubicundo y lustroso como si lo hubiera restregado con jabón y llevaba las uñas cortadas en forma cuadrada. En el lóbulo de una oreja le colgaba un pequeño aro de oro.
Cuando Vine hubo explicado para qué estaban allí, ella sonrió y dijo:
– Lo he visto en la tele. No podía creerlo.
Su voz era bronca, curiosamente inexpresiva.
– ¿Podemos entrar?
Ella estimó que esta pregunta no era simple formalidad. Pareció considerarla desde varios ángulos posibles antes de efectuar una lenta seña afirmativa.
Guardaba la bicicleta en la entrada, apoyada en una pared forrada con papel estampado, guisantes dulces que se habían descolorido y eran beige. La sala de estar estaba amueblada como el domicilio de una mujer anciana y tenía ese olor característico, una combinación de alcanfor y ropa no muy limpia cuidadosamente guardada, ventanas cerradas y guisantes hervidos. Wexford esperaba encontrarse con una madre anciana en un sofá, pero la habitación estaba vacía.
– Para empezar, ¿podríamos saber su nombre completo, por favor? -dijo Vine.
Si hubiera estado ante un tribunal acusada de asesinato, hubiera sido llevada hasta allí perentoriamente y sin asesores que la defendieran, Bib no podía haberse comportado con mayor cautela. Cada palabra tenía que ser sopesada. Pronunció su nombre con lenta desgana y vacilando antes de cada palabra.
– Eh… Beryl… eh… Agnes… eh… Mew.
– Beryl Agnes Mew. Creo que usted trabaja por horas en Tancred House y estuvo allí ayer por la tarde, ¿es cierto, señorita Mew?
– Señora. -Miró a Vine y después a Wexford y lo repitió, muy despacio-: Señora Mew.
– Lo siento. ¿Estuvo usted allí ayer por la tarde?
– Sí.
– ¿Qué hacía?
Podía ser la sorpresa lo que la afectaba de ese modo. O una desconfianza general hacia la humanidad. Parecía asombrada por la pregunta de Vine y le miró fríamente antes de encogerse de hombros.
– ¿Qué hace usted allí, señora Mew?
Ella volvió a quedarse pensativa. Estaba inmóvil pero sus ojos se movían más que los de la mayoría de gente. Ahora se movían de un modo bastante salvaje. Dijo, incomprensiblemente para Vine:
– Lo llaman lo duro.
– Usted hace el trabajo duro, señora Mew -dijo Wexford-. Sí, entiendo. Fregar los suelos, limpiar pintura y cosas así, ¿no? -Ella asintió con gesto lento-. Creo que estaba limpiando el congelador.
– Los congeladores. Tienen tres. -Meneó la cabeza lentamente de lado a lado-. Lo he visto en la tele. No podía creerlo. Ayer todo estaba en orden.
Como si, pensó Wexford, los habitantes de Tancred House hubieran sucumbido a una visita de la peste. Preguntó:
– ¿A qué hora se marchó para venir a su casa?
Si pronunciar su nombre había requerido tanta meditación, de una pregunta como ésta podía esperarse que supusiera varios minutos de reflexión, pero Bib respondió bastante deprisa:
– Habían empezado a cenar.
– ¿Quiere decir que el señor y la señora Copeland, la señora Jones y la señorita Jones habían entrado en el comedor?
– Les oía hablar y la puerta estaba cerrada. Me metí detrás del congelador y lo enchufé. Tenía las manos heladas, así que las puse un rato bajo el chorro de agua caliente. -El esfuerzo de hablar tanto la hizo callar un momento. Parecía estar recuperando fuerzas invisibles-. Tomé mi abrigo y después fui a buscar mi bici que estaba en esa parte de los setos, atrás.
Wexford se preguntó si la mujer había hablado alguna vez con el hombre de la casa de al lado, el americano, y si hablaba así, ¿entendería él alguna cosa?