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Echó un vistazo a los informes de la autopsia de Sumner-Quist; después, se hizo conducir a Kingsmarkham para aparecer en la investigación preliminar. Como esperaba, se inició, se oyeron las pruebas presentadas por el patólogo y se levantó la sesión. Wexford cruzó High Street, enfiló York Street y entró en el Kingsbrook Centre para encontrar Garlands, la galería de artesanía.

Aunque una nota en el interior de la puerta de cristal informaba a los posibles clientes de que la galería estaría abierta cinco días a la semana de las 10 de la mañana a las 5.30 de la tarde, los miércoles de 10 de la mañana a una de la tarde y cerrada los sábados, estaba cerrada. Los escaparates a ambos lados de esta puerta contenían un conocido surtido de alfarería, arreglos con flores secas, cestería, marcos de mármol para fotografías, cuadros hechos con conchas, casitas de cerámica, joyas de plata, cajas de madera taraceada, chucherías de cristal, animales en miniatura tallados, tejidos, moldeados, de cristal soplado y cosidos, así como una gran cantidad de ropa para la casa con pájaros, peces, flores y árboles estampados.

Pero ninguna luz iluminaba esta plétora de inutilidad. Una semioscuridad, que se convertía en oscuridad completa en las profundidades de la galería, sólo permitía a Wexford identificar los artículos más grandes que colgaban de falsas vigas antiguas, quizá vestidos, chales o blusas, y una caja registradora colocada entre una pirámide de lo que parecían grotescos animales de fieltro, que no invitaban a abrazarlos, y un expositor que mostraba, tras un turbio cristal, máscaras de terracota y jarrones de porcelana.

Era viernes y Garlands estaba cerrado. La posibilidad de que la señora Garland hubiera cerrado su galería para el resto de la semana por respeto a la memoria de Naomi Jones, su socia, que había muerto de un modo tan terrible, no se le escapó. O tal vez no había abierto porque simplemente estaba demasiado trastornada. Todavía no conocía el grado de amistad de la señora Garland con la madre de Daisy. Pero el propósito de la visita de Wexford era preguntar por la visita que ella podía haber hecho o no a Tancred House la noche del martes.

Si había estado allí, ¿por qué no lo había comunicado? La publicidad que se había dado al asunto era enorme. Se había apelado a todo el que hubiera tenido la más mínima relación con Tancred House. Si ella no había estado allí, ¿por qué no les había dicho el porqué?

¿Dónde vivía? Daisy no se lo había dicho, pero era sencillo averiguarlo. No en la galería, de todos modos. Las tres plantas del centro estaban enteramente dedicadas a detallistas, boutiques, peluquerías, un gran supermercado, una tienda de bricolaje, dos restaurantes de comida rápida, un centro de jardinería y un gimnasio. Podía llamar a la sala de coordinación y conseguir la dirección en cuestión de minutos, pero la principal oficina de Correos de Kingsmarkham se hallaba al otro lado de la calle. Wexford entró y, evitando la cola para comprar sellos y cobrar pensiones, que serpenteaba a lo largo de un camino señalado con cuerdas, pidió ver el registro electoral. Era lo que habría hecho mucho antes, cuando no existía tanta tecnología. A veces, a modo de desafío, le gustaba hacer estas cosas anticuadas.

La lista de votantes estaba ordenada por calles, no por apellidos. Era tarea para un subordinado, pero ya que él estaba allí, había empezado. De todos modos, quería saber, y lo antes posible, por qué Joanne Garland había cerrado la tienda y, presumiblemente, la había tenido cerrada durante tres días.

Por fin la encontró; sólo estaba a un par de calles de dónde él vivía. La casa de Joanne Garland se hallaba en Broom Vale, un edificio algo más espacioso y superior que el suyo. Vivía sola. El registro se lo indicó. Por supuesto, no le indicaba si vivía con ella alguien menor de dieciocho años, pero era improbable. Wexford regresó al patio donde estaba su coche. En la ciudad no podía aparcar mal. Wexford imaginaba el artículo en el Kingsmarkham Courier, algún brillante periodista joven -¿quizás el propio Jason Sebright?- identificando el coche del inspector jefe Wexford en la doble línea amarilla, atrapado en las fauces del cepo.

No había nadie en casa. En la casa de al lado, a ambos lados, tampoco había nadie.

Cuando era joven, se solía encontrar a una mujer en casa. Las cosas habían cambiado. Por alguna razón, esto le recordó a Sheila e intentó apartar ese pensamiento. Echó un vistazo a la casa, la cual nunca se había molestado en examinar, aunque había pasado por delante de ella cientos de veces. Era bastante corriente, independiente, con su jardín bien cuidado, recién pintada, probablemente con cuatro dormitorios, dos baños, con una antena de televisión que sobresalía de una ventana del piso superior. Un almendro florecía en el jardín delantero.

Wexford pensó unos momentos; después, fue a la parte trasera. La casa parecía cerrada a cal y canto. Pero en aquella época del año, principios de primavera, tenía que parecer cerrada a cal y canto, las ventanas no estarían abiertas. Miró a través de la ventana de la cocina. El interior estaba ordenado, aunque había platos en la escurridera, lavados y apoyados uno contra otro para que se secaran.

Volvió a la parte delantera de la casa y atisbo por el ojo de la cerradura de la puerta del garaje. Dentro había un coche pero no pudo identificar de qué tipo. Una mirada a través de la pequeña ventana que había a la derecha de la puerta le mostró periódicos en el suelo y un par de cartas. ¿Quizá sólo los periódicos de aquella mañana? Pero no; alcanzó a ver un Daily Mail en el borde de la esterilla y otro medio oculto por un sobre marrón. Wexford torció la cabeza, esforzándose por descifrar el nombre del tercer periódico del que sólo podía ver una esquina y un trozo de una fotografía. La fotografía era de cuerpo entero de la princesa de Gales.

Al regresar a Tancred House, hizo detener el coche ante un quiosco. Como suponía, la fotografía de la princesa de Gales aparecía en el Mail de aquel día. Por tanto, habían llegado tres periódicos para Joanne Garland desde que ella había estado en casa por última vez. Por lo tanto, no había estado allí desde el martes por la noche.

Barry Vine dijo, con su hablar lento y relajado:

– Gabbitas tal vez estuvo en ese bosque el martes por la tarde, señor, y tal vez no. Los testigos de dónde estaba él son lo que usted llamaría escasos. O de donde él dice que estaba. El bosque está en un terreno que pertenece a un hombre que posee más de dos mil hectáreas. Él llama cultivo orgánico a lo que hace en una zona de allí. Ha plantado nuevo arbolado y se ha quedado algo de eso que se deja aparte y el gobierno te paga para que no cultives nada.

»La cuestión es que el bosque donde Gabbitas dice que estaba se encuentra a kilómetros de ningún sitio. Vas por ese sendero más de tres kilómetros, es como el fin del mundo, no se ve ni un tejado, ni siquiera un cobertizo. Bueno, yo he vivido toda la vida en el campo, pero no creía que hubiera nada como eso cerca de Londres.

»Ellos lo llaman recortar, lo que él estaba haciendo. Sería podar si se tratara de rosas y no de árboles. Lo ha hecho, de eso no cabe duda, y se ve que ha estado allí; hemos comprobado las huellas con su Land Rover. Pero lo que queda por saber es si estuvo allí el martes.

Wexford hizo un gesto de asentimiento.

– Barry, quiero que vayas a Kingsmarkham y encuentres a la señora Garland, Joanne Garland. Si no la encuentras, y no creo que la encuentres, mira a ver si puedes descubrir adonde ha ido; de hecho, sus movimientos desde el martes por la tarde. Llévate a alguien, a Karen. Vive en Broom Vale, en el número quince, y tiene una de esas tiendas de cursilerías en el Centro. Averigua si ha desaparecido su coche, habla con los vecinos.