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El nombre de pila de Martin apareció en los periódicos. Se anunció aquella tarde en el avance de noticias de la BBC y otra vez a las nueve. El sargento detective Caleb Martin de treinta y nueve años, casado y padre de un hijo.
– Es curioso -dijo el inspector Burden-, no lo creerás, pero no sabía que se llamaba así. Siempre creí que se llamaba John o Bill, o algo así. Siempre le llamábamos Martin como si éste fuera su nombre de pila. Me pregunto por qué lo hizo. ¿Qué le impulsó a ello?
– El valor -dijo Wexford-. Pobre hombre.
– La temeridad.
Burden lo dijo con aire triste, no con hostilidad.
– Supongo que el valor nunca tiene mucho que ver con la inteligencia, ¿no crees? Ni con el razonamiento o la lógica. Él no le dio a su mente la más mínima posibilidad de funcionar.
Martin había sido uno de ellos, uno como ellos. Además, a un policía le resulta particularmente horrible el asesinato de otro policía. Es como si la culpabilidad se doblara y el peor de todos los crímenes se agravara porque la vida del policía, idealmente, está consagrada a la prevención de semejantes actos.
El inspector jefe Wexford no realizó más esfuerzos para buscar al asesino de Martin de los que habría hecho en la búsqueda de cualquier otro asesino, pero se sentía más implicado emocionalmente que de costumbre. Martin ni siquiera le había gustado de modo particular, le irritaban sus fervorosos esfuerzos carentes de humor. «Perseverante» es un adjetivo, peyorativo y desdeñoso, que a menudo se aplica a los policías, y era el primero que acudía a la mente en el caso de Martin. The Plod [1] incluso es un término de argot para referirse a las fuerzas policiales. Pero todo esto quedaba olvidado ahora que Martin había muerto.
– Muchas veces he pensado -dijo Wexford a Burden- qué poca psicología había en aquella frase de Shakespeare que dice que el mal que los hombres hacen vive después de ellos, que el bien se entierra con sus huesos. No es que el pobre Martin fuera malo, pero ya sabes a qué me refiero. Recordamos las cosas buenas de las personas, no las malas. Yo recuerdo lo puntilloso y escrupuloso que era, y lo muy… bueno, obstinado. Me pongo muy sentimental al pensar en él cuando no estoy enfadado. Pero, Dios mío, estoy tan enfadado que apenas veo nada cuando me imagino a aquel muchacho de los granos disparándole a sangre fría.
Habían empezado entrevistando con el máximo cuidado a Brian Prince, el director, y a Sharon Fraser y Ram Gopal, los cajeros. Los clientes que se encontraban en el banco… es decir, los clientes que habían acudido a ellos o a quienes habían podido encontrar fueron los siguientes. Nadie supo decir exactamente cuántas personas había en el banco en el momento de los hechos.
– El pobre Martin habría podido decírnoslo -dijo Burden-. Estoy seguro. Él sabía hacer las cosas, pero está muerto, y si no lo estuviera, nada de todo esto importaría.
Brian Prince no había visto nada. Se enteró de lo que pasaba cuando oyó el disparo que mató a Martin. Ram Gopal, miembro de la escasa población inmigrante india de Kingsmarkham, de la casta de los brahmanes del Punjab, dio a Wexford la descripción mejor y más completa de ambos hombres. Con descripciones como aquélla, comentó Wexford posteriormente, sería un delito no atraparles.
– Les observé con gran detenimiento. Permanecí sentado muy quieto, conservando mis energías, y me concentré en todos los detalles de su aspecto. Sabía que no podía hacer otra cosa, así que hice eso.
Michelle Weaver, que se dirigía a su trabajo en la agencia de viajes que estaba a dos puertas del banco, describió al muchacho como de entre veintidós y veinticinco años, rubio, no muy alto, con mucho acné. La madre del bebé, la señora Wendy Gould, también dijo que el muchacho era rubio pero alto, al menos de metro ochenta. Sharon Fraser creía que era alto y rubio pero se había fijado particularmente en sus ojos, que eran de un brillante azul pálido. Los tres hombres dijeron que el muchacho era bajo o de estatura media, delgado, de unos veintidós o veintitrés años. Wendy Gould dijo que parecía enfermo. Las demás mujeres, la señora Margaret Watkin, dijo que el muchacho era moreno y bajo y tenía los ojos oscuros. Todos coincidían en que tenía la cara llena de granos, pero Margaret Watkin dudaba de si se trataba de acné. Más probablemente era un montón de pequeñas marcas de nacimiento, dijo.
El compañero del muchacho fue descrito invariablemente como mucho mayor que éste, diez años más o, según la señora Watkin, veinte años más. Era moreno, algunos dijeron atezado, y tenía las manos peludas. Sólo Michelle Weaver dijo que tenía un lunar en la mejilla izquierda. Sharon Fraser creía que era muy alto, pero uno de los hombres le describió como «bajito» y otro como «no más alto que un adolescente».
La seguridad y la concentración de Ram Gopal inspiraban confianza a Wexford. Él describió al muchacho como de metro setenta, muy delgado, con los ojos azules, el pelo rubio y granos como de acné. El muchacho vestía tejanos azules, una camiseta oscura o un jersey y una chaqueta negra de cuero. Llevaba guantes, detalle que ningún otro testigo pensó en mencionar.
El hombre no llevaba guantes. Tenía las manos cubiertas de vello oscuro. El pelo de la cabeza también era oscuro, casi negro, pero con grandes entradas, que producían el efecto de una frente enormemente alta. Al menos tenía treinta y cinco años y vestía de manera similar al muchacho excepto en que sus tejanos eran de algún color oscuro, gris o marrón, y vestía una especie de jersey marrón.
El muchacho sólo había hablado una vez, para decir a Sharon Fraser que le entregara el dinero. Sharon Fraser fue incapaz de describir su voz. Ram Gopal expresó su opinión de que el acento no era cockney pero tampoco una voz educada, probablemente del sur de Londres. ¿Podía ser el acento local, influenciado por el londinense, debido a la extensión de la capital y a la televisión? Ram Gopal admitió que podía ser. No estaba seguro de los acentos ingleses, cosa que descubrió Wexford al ponerle a prueba y descubrir que definía un acento de Devon como de Yorkshire.
Entonces, ¿cuántas personas estaban en el banco? Ram Gopal dijo que quince incluido el personal y Sharon Fraser dijo dieciséis. Brian Prince no lo sabía. De los clientes, uno dijo doce y otro dieciocho.
Era evidente que, tanto si había muchos como si había pocos, no todos habían acudido a la llamada de la policía. Durante el tiempo transcurrido entre la huida de los atracadores y la llegada de la policía, quizás hasta un máximo de cinco personas habían salido del banco discretamente mientras el resto se ocupaba de Martin.
En cuanto vieron su oportunidad, escaparon. ¿Quién podía reprochárselo, en especial si no habían visto nada de importancia? ¿Quién quiere involucrarse en una investigación policial si no se tiene nada que aportar? ¿Aun cuando se tenga algo que aportar, pero si es de poca importancia y otros testigos más observadores pueden proporcionarlo?
Para disfrutar de paz mental y una vida tranquila es mucho más sencillo escabullirse y proseguir hacia el trabajo, las tiendas o el hogar. La policía de Kingsmarkham se enfrentaba con el hecho de que cuatro o cinco personas no habían dicho ni pío, sabían algo o no sabían nada pero se mantenían calladas y escondidas. Lo único que la policía sabía era que el personal del banco no conocía de vista a ninguna de estas personas, cuatro o cinco o quizá sólo tres. Que ellos pudieran recordar. Ni Brian Prince, ni Ram Gopal ni Sharon Fraser recordaban una cara que reconocieran en aquella cola de la zona delimitada con cordón. Es decir, aparte de los clientes regulares que habían permanecido dentro del banco tras la muerte de Martin.
A Martin por supuesto le conocían, y a Michelle Weaver y Wendy Gould entre otros. Sharon Fraser sólo podía decir esto: tenía la impresión de que todos los clientes del banco que faltaban eran hombres.