– Continúe.
– Los restos del coche fueron examinados, pero los expertos no hallaron anomalías en los frenos ni en la dirección y los neumáticos eran prácticamente nuevos.
Nora Fanshawe asintió con la cabeza.
– La encuesta se aplazó a la espera de que su madre recobrara el conocimiento. La carretera estaba mojada y la señora Fanshawe ha insinuado que es posible que su padre condujera a una velocidad excesiva.
– Siempre conducía muy rápido. -La muchacha cogió los cafés que había traído el camarero y tendió una taza a Wexford. El inspector intuyó que ella lo tomaba solo y sin azúcar, y acertó-. Puesto que la muchacha que iba en el coche no era yo, ¿quién era?
– Confiaba en que usted lo sabría.
Nora Fanshawe se encogió de hombros.
– ¿Cómo voy a saberlo?
Wexford observó el labio fruncido y la mirada franca y severa de la joven.
– Señorita Fanshawe -dijo-, yo he respondido a sus preguntas, pero usted apenas me ha contado nada. Esta tarde vino a mi despacho como si estuviera haciéndome un favor. Creo que es hora de que se sincere conmigo.
Ella se ruborizó y murmuró:
– No acostumbro a hacerlo.
– Lo sé. Tiene veintitrés años, ¿verdad? ¿No cree que tanta reserva y altivez resultan un poco ridículas?
Tenía una mano menuda, pero al llevar las uñas cortas y los dedos desnudos parecía la de un hombre. Wexford observó que la mano se aproximaba hacia el plato de la taza y por un momento pensó que la muchacha pensaba coger su café, levantarse e irse. Nora frunció el entrecejo y su boca se endureció.
– Le hablaré de mi padre -dijo finalmente-. Quizá sirva de algo. La primera vez que supe acerca de sus infidelidades yo tenía doce años. Bueno, por lo menos supe que se comportaba como no lo hacían los padres de otras personas. Trajo una chica a casa y dijo a mi madre que iba a vivir con nosotros. Tuvieron una pelea en mi presencia y al final mi padre le entregó a mi madre quinientas libras. -Extrajo de la boquilla la colilla del cigarrillo y lo reemplazó por uno nuevo. El repentino deseo de fumar fue la única muestra emotiva de la muchacha-. La sobornó, ¿comprende? Fue muy claro: «Deja que se quede y el dinero será tuyo.» Así fue como ocurrió. La chica vivió con nosotros seis meses. Dos años después, mi padre le regaló a mi madre un automóvil y justo en esa misma época le pillé en su despacho con la secretaria. -Aspiró profundamente-. En el suelo -puntualizó con frialdad-. Después de eso, cada vez que mi padre tenía una amante nueva pagaba a mi madre en conformidad, esto es, le pagaba el valor que para mi padre tenía la muchacha. Quería que mi madre permaneciese a su lado porque era una excelente anfitriona y ama de casa. Al cumplir dieciocho años me fui a Oxford.
»Cuando me licencié, le dije a mi madre que ya podía mantenerla y que dejara a mi padre. Ella lo negó todo y le pidió a mi padre que me retirara la paga. Mi padre se negó, imagino que porque fue mi madre quien se lo pidió. Hace dos años que no toco un penique, pero… -echó una rápida mirada al bolso y el reloj- no siempre puedes rechazar los regalos, sobre todo si provienen de tu madre y eres hija única.
– De modo que aceptó un trabajo en Alemania -dijo Wexford.
– Pensé que me convenía alejarme. -El rubor volvió-. En enero -titubeó- conocí a un hombre, un vendedor inglés que solía viajar a Colonia por motivos de trabajo. -Wexford esperó que le hablara de amor, pero en lugar de eso la oyó decir con una extraña sensación de desconcierto-: Dejé mi trabajo y regresé a Londres para vivir con él. Cuando le dije que si nos casábamos no le pediría un penique a mi padre, en fin… me echó.
– ¿Volvió a casa de sus padres?
Nora Fanshawe levantó la cabeza y Wexford la vio sonreír por primera vez. Era una sonrisa severa, de burla hacia sí misma.
– Es usted frío como una piedra.
– Creía que aborrecía la compasión, señorita Fanshawe.
– Quizá. ¿Quiere más café? ¿No? Yo tampoco. Sí, volví a casa de mis padres. Yo seguía compadeciendo a mi madre. Pensé que mi padre se estaba haciendo mayor y yo también. Sabía que nunca podría vivir con ellos, pero creí… Las peleas familiares son incivilizadas, ¿no le parece? Mi madre era patética. Decía que siempre había deseado tener una hija adulta para que fuera su amiga. -Nora Fanshawe arrugó la nariz con aversión-. Hasta un carácter reservado y altivo como el mío tiene sus puntos débiles, inspector. Les acompañé a Eastover.
– ¿Y la pelea, señorita Fanshawe?
– A eso iba. Hasta ese momento nos habíamos llevado sorprendentemente bien. Mi padre llamó a mi madre cariño en más de una ocasión y hasta parecían felices. Querían saber qué estaba haciendo yo para conseguir otro trabajo y el ambiente era sereno. Tan sereno que después de la cena y de algunas copas mi madre hizo algo que nunca antes había hecho. Mi padre se había ido a la cama y de repente mi madre empezó a hablarme de cómo había sido su vida al lado de él, los sobornos y humillaciones que había sufrido. Me habló como si yo realmente fuera su amiga, su confidente. En fin, charlamos durante una hora y luego me preguntó sobre mi vida sentimental. Estúpida de mí, le hablé del hombre con quien había convivido. Digo estúpida de mí, pero de no haberlo sido tal vez estaría ahora en el lugar de la muchacha que murió en el accidente.
– ¿Su madre no reaccionó bien?
– Me miró con ojos desorbitados -dijo Nora Fanshawe-. Entonces, sin darme tiempo a detenerla, sacó a mi padre de la cama y le contó la historia. Me echaron la caballería encima. Mi madre estaba histérica y mi padre me insultó varias veces. Aguanté durante un rato pero finalmente le dije a mi padre que lo que es bueno para uno es bueno para el otro y que al menos yo no estaba casada. -Suspiró, moviendo sus hombros angulosos-. ¿Qué cree que me contestó?
– Que para los hombres es diferente -dijo Wexford.
– ¿Cómo lo ha adivinado? En cualquier caso, por primera vez mis padres formaban un frente común. Cuando mi madre le hubo revelado amablemente mis confidencias en mi presencia, mi padre dijo que encontraría al hombre, es decir, a Michael y le obligaría a casarse conmigo. No pude soportarlo más y me encerré en mi habitación. A la mañana siguiente fui a Newhaven y tomé el barco. Me despedí de mi madre con buenas palabras, pero mi padre había salido.
– Gracias por sincerarse, señorita Fanshawe. ¿Insinúa entonces que la muchacha muerta podría ser la amante de su padre?
– ¿Tan imposible le parece que mi padre llevase en el mismo coche a su esposa y su amante? Le aseguro que no lo es. Para mi padre resultaba muy sencillo. No tenía más que traerse a la muchacha, comunicárselo a mi madre y pagarle generosamente por la pena ocasionada.
Wexford mantuvo la mirada fija en el rostro de Nora Fanshawe. Era el extremo opuesto de Sheila. Sólo tenían en común la juventud, la salud, y el hecho de que, como todas las mujeres, eran hijas de alguien. El padre de la muchacha había muerto. En un inusual arranque de sentimentalismo, Wexford pensó que preferiría estar muerto a ser el hombre del que una hija podía decir semejantes cosas.
Con voz ecuánime, dijo:
– Me ha dado a entender que, según su parecer, en aquel momento no había otra mujer en el coche salvo su madre. ¿Tiene idea de quién podía ser la chica?
– Ésa fue la impresión que tuve, pero es obvio que estaba equivocada.
– Señorita Fanshawe, está claro que la muchacha no era una amiga ni una vecina de Eastover a quien sus padres acompañaban a Londres, pues en ese caso la familia habría preguntado por ella y dado señales de vida cuando se produjo el accidente.
– Eso habría ocurrido con cualquier persona.
– No necesariamente. Tal vez la chica no tenía una dirección fija, o puede que su casera o amigos esperaran que se mudara de casa durante ese fin de semana en particular. Quizá su nombre se halle en alguna lista de personas desaparecidas y todavía no se haya iniciado su búsqueda porque en su vida eran normales las desapariciones esporádicas. En otras palabras, podría tratarse de una chica que llevara una vida algo itinerante, que viajara por el país trabajando en diferentes sitios o que cambiara de pareja con frecuencia. Supongamos, por ejemplo, que pasó el fin de semana en la costa del sur e hizo autostop para regresar a Londres y su padre la recogió.