– Mi padre jamás la habría recogido. Él y mi madre no veían con buenos ojos el autostop. Inspector, habla como si todos los que iban en el coche hubiesen muerto. ¿Acaso ha olvidado que mi madre está viva? Se está recuperando y tiene el cerebro ileso. Ella insiste en que no había nadie más en el coche, salvo ella y mi padre. -Nora Fanshawe levantó la vista y su voz perdió firmeza-. Puede que sufra un bloqueo psicológico. Quizá desee creer que mi padre había cambiado, que no les acompañaba ninguna chica, y se haya convencido de que iban solos. Podría ser.
– Estoy seguro de que así es. -Wexford se levantó-. Buenas noches, señorita Fanshawe, y gracias por el café. Imagino que se quedará unos días.
– Estaré en contacto. Buenas noches, inspector.
El siguiente paso, pensó Wexford mientras regresaba a casa, consistía en investigar la lista de personas desaparecidas en las ciudades de veraneo y, en último extremo, también en Londres. ¿Por qué investigaba un accidente que ni siquiera era de su competencia? ¿Para distraer su mente del caso Hatton? ¿Porque el asunto encerraba aspectos tan confusos e inexplicables que nadie podía justificarlos?
Como es natural, al final resultaría que la muchacha era alguien que Jerome Fanshawe había conocido ese fin de semana y con la que se había encaprichado. No tuvo por qué suceder algo tan dramático como había sugerido Nora Fanshawe. ¿Y si Fanshawe dijo a su mujer: «Esta jovencita ha perdido el último tren y puesto que vive en Londres, le dije que podíamos llevarla con nosotros»? Mas en ese caso, la señora Fanshawe no habría negado la presencia de la chica.
Había algo más. El bolso. Camb había registrado el bolso y sólo había encontrado calderilla y un juego de maquillaje. No era normal, pensó Wexford. ¿Dónde estaban las llaves? Y ya puestos, ¿dónde estaban todas esas cosas que las mujeres suelen llevar en el bolso, como pañuelos, facturas de vestidos, recibos, bolígrafos, cartas? Los objetos que había en el bolso eran anónimos y los que no había eran justamente los que podían identificar a una persona.
Wexford entró en su casa y Clitemnestra salió a recibirle.
– ¿Qué harías -preguntó a su mujer- si trajera a una jovencita a casa y te pagara mil libras para que la dejaras quedarse?
– No tienes mil libras -dijo la señora Wexford.
– Cierto. Siempre ha de haber alguna objeción.
– Hablando de jovencitas y dinero, el señor Vigo ha enviado una factura astronómica por la muela de tu hija.
Wexford escudriñó la factura y gruñó.
– ¡Caminos entrelazados! -exclamó-. ¡Chippendale chino! Sólo espero que alguno de mis clientes le birle el planetario. ¿Hay cerveza en la casa?
Reprimiendo una sonrisa, la señora Wexford saltó por encima de la postura recostada del lanudo perro y entró en la cocina para abrir una lata.
Con una jarra de peltre a mano, Wexford pasó las dos horas siguientes estudiando el diario de Hatton y la agenda de la señora Hatton.
Su interés se centraba en la semana que precedía inmediatamente al 21 de mayo. El 22 Hatton había ingresado quinientas libras en su banco y dos días antes había estado en posesión de una gran suma de dinero o tenido la certeza de que iba a recibirla, pues el martes 21 encargó su nueva dentadura.
La agenda de la señora Hatton era un calendario rectangular en forma de libro. Las páginas de la izquierda mostraban fotografías a color de hermosos parajes de Inglaterra, acompañadas de un verso en consonancia con la imagen y la época del año. Las páginas de la derecha estaban divididas en siete apartados. Los días de la semana aparecían en el margen izquierdo, con un espacio de tres por doce centímetros para anotaciones breves.
Wexford abrió la agenda por el domingo 12 de mayo.
La fotografía pertenecía a los huertos frutales de Kentish y el párrafo a pie de página era de As You Like It: «Los hombres son abril cuando cortejan, diciembre cuando desposan. Las doncellas son mayo en tanto que doncellas, pero el cielo se transforma cuando devienen esposas.» No era el caso de los Hatton, pensó. Había llegado el momento de averiguar qué había hecho la señora Hatton aquella semana en concreto.
Nada para el domingo. Lunes 13 de mayo: «C. a Leeds. Mamá para el té.» Martes 14 de mayo. «Llamó compañía del gas. C. llega a las 3 tarde. Fotos.» El diario de Hatton confirmaba el viaje a Leeds. En el camino de ida se había detenido dos veces, una en Norman Cross para almorzar en el café Merrie England y la otra en el Dave’s Dinner, cerca de Retford, para una taza de té. Se alojó en Leeds con una tal señora Hubble, 21 de Ladysmith Street, y a la vuelta sólo se detuvo una vez, de nuevo en el Merrie England. Hasta ahora, nada en el diario había llamado la atención de Wexford. Hatton había hecho el viaje en el mínimo tiempo posible, sin un solo espacio libre para actividades clandestinas. Volvió a la agenda.
Miércoles 15 de mayo: «C. libre. Llamó doctor. Mem, Seguridad social.» Interesante. Hatton había enfermado y por lo visto en aquella época carecía de fondos. Jueves 16 de mayo: «C. gripe de verano. Llamar Jack y Marilyn para aplazar cena.» Ninguna anotación para el viernes, 17 de mayo.
Sábado 18 de mayo: «C. mejor. Doctor llamó otra vez. Vinieron Jim y mamá.»
Esto último completaba la semana. Wexford volvió la página al domingo 18 de mayo: «C. marchó a Leeds. Mem, llamará a las 8 tarde. J y M vinieron para unas copas y un solitario.» En la página contigua había una fotografía de una casa de campo, acompañada de la frase: «Es una verdad universalmente reconocida que todo hombre soltero poseedor de una gran fortuna desea encontrar esposa.» Wexford sonrió sombríamente. Lunes 20 de mayo: «C. otra vez mal. Salió de Leeds tarde. En casa a las 10 noche.»
Wexford se apresuró a comprobarlo en el diario de Hatton. Efectivamente, ahí estaba la anotación de Hatton de que había estado demasiado enfermo para regresara a casa antes del mediodía. Condujo con prudencia y se detuvo dos veces por el camino, en el Hollybush de Newark y en el Merrie England. ¿Era cierto que estaba enfermo o lo había fingido para ganar tiempo en Leeds? Pues, pensó Wexford, como quiera que hubiese obtenido ese dinero, estaba claro que había sido entre los días 19 y 20.
Martes 21 de mayo: «C. bueno. Día libre. Vio a Jack y Marilyn. Cita a las 2 tarde con dentista.»
Una mujercita muy precisa, Lilian Hatton, aunque parca en palabras. Imposible adivinar si sabía algo. El último lugar al que habría confiado sus secretos era esa agenda.
No parecía que Hatton hubiese estado tramando algo aquel lunes por la mañana en Leeds, pero nunca se sabía. Estaba la noche del domingo al lunes. En aquel entonces bien pudo haberse producido un robo en un banco de esa ciudad. Tendrían que comprobarlo. Se preguntó por qué el asunto de Fanshawe seguía asaltándole, perturbando su concentración, y de repente lo supo.
El accidente de Fanshawe se había producido el lunes 20. Una mujer sin identificar había muerto el 20 de mayo y ese mismo día algo importante le había ocurrido a Charlie Hatton.
Mas no era posible que existiese una relación entre ambos casos. Fanshawe era un corredor de bolsa adinerado con un piso en Mayfair y, salvo por un desliz inmoral, no había una sola mancha en su carácter. Charlie Hatton era un camionero pretencioso que probablemente jamás había puesto un pie en Mayfair.