Margaret Lewis negó con la cabeza. Sus mejillas habían recuperado el color y no llevaba maquillaje que descorrer cuando se frotó los párpados con un pañuelo impoluto.
– Verá, no trabajábamos en la misma sección. Tendrán que preguntar a las otras chicas, seguro que alguna lo vio. Bridie me contó que Jota era mucho mayor que ella y eso le hacía… dudar. No sé si me explico.
– Entonces no puede saber si se trata de ese hombre. -Martin le mostró una fotografía de Jerome Fanshawe. Tomada con flash en una cena de empresa, exhibía un rostro duro, confiado y de mandíbula ancha, pero de una arrogancia y una fuerza que, pese a la edad, resultaba atractivo para las mujeres.
La muchacha contempló la foto con la aversión propia de la gente muy joven y, sin responder a la pregunta, dijo:
– ¿Le conté que fueron a Brighton el dieciocho de mayo? -Loring asintió con la cabeza-. Bridie tenía que reunirse con él en Marble Arch. La vi marchar con el abrigo y el vestido amarillos. Dijo que tendría que buscar algo que hacer durante el día porque Jota debía asistir a una conferencia. Esa es la razón por la que él iba a Brighton, para una conferencia.
Loring esbozó otra sonrisa de ánimo. Era el tipo de cosas que quería Wexford. Luego recordó la lista de pacientes de la clínica.
– En cuanto al hombre que tenemos en mente -dijo con cautela-, no hemos encontrado su nombre entre los pacientes de la clínica. La esposa asegura que jamás estuvo ingresada allí.
La muchacha rozó la fotografía y miró con perplejidad a Loring.
– Dios santo, ¿pero cuántos años tiene la esposa?
– ¿La esposa? Cincuenta o cincuenta y cinco.
– Lo siento. -Margaret se sonrojó-. Me temo que ha sido culpa mía. La esposa de Jota estaba en el ala de maternidad. En los hospitales, la sección general y el ala de maternidad están siempre separadas, siempre. Bridie tenía el título de comadrona y atendió a la esposa de Jota antes y durante el parto.
Burden conducía. Camb le había sorprendido con el plano del accidente. Wexford levantó los ojos y dijo:
– Detén el coche en la próxima área de descanso y seguiremos a pie.
Un viejo mojón que había estado en la cuneta desde que la autopista fuera un camino de carros que llevaba a Londres, indicaba casualmente el lugar del accidente. Desde allí una suave pendiente descendía hasta el valle.
Las secciones norte y sur de la carretera de circunvalación, abierta un año antes, estaban separadas por una franja de hierba sobre la que crecían grupos de abedules. El Jaguar de Fanshawe había golpeado uno de los árboles para luego volcar e incendiarse. Wexford y Burden dejaron pasar dos coches y una furgoneta antes de cruzar la vía hasta la mediana.
En el accidente había ardido una extensa zona de hierba que ahora, no obstante, aparecía cubierta de césped nuevo, y tan sólo un tocón negro revelaba dónde se había producido la colisión.
– Primero -dijo Wexford- trabajaremos sobre la hipótesis de que la muchacha iba en el coche con los Fanshawe, que era la querida de Jerome Fanshawe y que éste la devolvía a Londres. ¿Dónde iban sentadas? ¿La señora en el asiento trasero y su sustituta junto al donjuán, o viceversa?
– Imagino que, pese a todo, deseaban guardar las apariencias -repuso Burden arrugando su delicada nariz-. Dudo que llevaran el asunto abiertamente. Por tanto, la muchacha iba en el asiento de atrás.
– El asiento situado a la izquierda del conductor lo llaman el asiento de la muerte, Mike. La muchacha está muerta, mientras que la señora Fanshawe está viva. Si es cierto que la chica les acompañaba, tenía que ir sentada delante. -Wexford hizo un gesto ampuloso con su mano derecha-. Por ahí llega Fanshawe, conduciendo como un loco a ciento veinte kilómetros por hora, pero no sufrió ningún reventón y el parabrisas estaba intacto. ¿Qué vio Fanshawe para gritar «Dios mío»y girar bruscamente el volante?
– ¿Algo en la carretera?
– Sí, pero ¿qué? ¿Un trozo de metal, una caja de madera? Habría pasado tranquilamente sobre un trozo de cartón. En cualquier caso, no se ha encontrado nada en la carretera.
– ¿Un perro?
– Fanshawe no se habría desviado por salvar a un perro. Y no arrolló a ningún perro porque no hemos encontrado ningún cadáver de perro.
– Entonces vio a la chica asomando por la mediana para llamar su atención -opinó Burden con cautela.
– Pero estamos suponiendo que la muchacha iba en el coche. ¿Reconoces de una vez por todas que no podía ir en el coche?
Burden se alejó de Wexford y se detuvo junto al tocón de abedul.
– Si la chica se asomó -dijo, acercándose hacia el carril rápido- y Fanshawe creyó que iba a atropellarla, ¿por qué no se desvió hacia la izquierda, hacia el carril intermedio, en lugar de hacerlo hacia la derecha? Es probable que la carretera estuviera vacía, porque nadie presenció el accidente. Fanshawe se desvió hacia la derecha, se subió a la mediana y chocó contra el árbol.
Wexford se encogió de hombros. Un coche que iba por el carril rápido pasó frente a ellos a toda velocidad.
– ¿Te apetece probarlo, Mike? -dijo con una sonrisa burlona-. Asómate a la carretera, agita los brazos y veremos qué ocurre.
– Hazlo tú, si tantas ganas tienes de averiguarlo -replicó Burden, retirándose del bordillo-. Yo prefiero seguir vivo.
– ¿Y la chica, Mike? ¿Crees que se trata de un suicidio?
– Puede -respondió Burden con aire pensativo-. Supongo que la muchacha no tenía relación alguna con Fanshawe, supongamos que se fue a la costa del sur con otro novio, que éste la abandonó y se vio obligada a hacer autostop. El conductor que la recogió la dejó aquí porque ella se lo pidió. La muchacha cruza la carretera hasta la franja central, espera la llegada de un coche veloz y sale a su encuentro. Naturalmente, ello no explica el hecho de que Fanshawe se desviara hacia la derecha en lugar de hacia la izquierda.
– Y tampoco explica por qué todo aquello que podía identificar a la muchacha fue extraído del bolso. Si era una suicida, no tiene sentido que lo hubiese hecho ella misma. De todos modos, parece que has olvidado el verdadero motivo por el que estamos aquí. El accidente se produjo a las diez menos diez y Hatton pasó en dirección contraria a eso de las diez menos veinte. Un Hatton arruinado, ansioso de volver a llenar sus arcas. Supongamos que en realidad pasó un poco más tarde y vio a la muchacha asomarse a la carretera. Si Fanshawe no hubiese muerto, si hubiese matado a la muchacha sin dañar su coche y seguido su camino, Hatton habría podido chantajearle. Pero Fanshawe está muerto, Mike.
Esta vez le tocó a Burden encogerse de hombros y mostrarse confundido. Contempló la carretera en dirección sur, el seto que la circundaba, los prados al otro lado del seto. La carretera culminaba en una cresta a unos cincuenta metros hacia el norte de donde se encontraban y más allá sólo se divisaba el cielo pálido y lechoso.
– Si se tratase de un juego sucio -dijo-, si, por ejemplo, alguien hubiese empujado a la muchacha a la carretera… Oh, sé que parece imposible, pero ¿no se te ha pasado a ti también por la cabeza? Si alguien empujó a la joven y Hatton, al asomar por la cumbre de la pendiente, presenció la escena, ¿cómo es posible que el agresor no lo viera a él primero? Hatton conducía un camión grande y alto. Cualquier persona habría visto el techo del vehículo surgir por la colina unos segundos antes de que el conductor reparara en su presencia. Mira, por ahí viene un camión.
Wexford se volvió hacia la cresta de la pendiente. El techo del camión apareció sobre ella y el inspector jefe tardó unos segundos en divisar al conductor.
– Estaba oscuro -dijo.
– El agresor pudo ver las luces justo al tiempo que el conductor reparaba en su presencia.
Asaltados por la misma idea, los dos hombres caminaron hacia la cresta de la pendiente. A sus pies se extendía parte de Sussex, los amplios prados verdes y dorados, las densas sombras azuladas de los bosques y, entre ellos, alguna granja y la aguja de alguna que otra iglesia. Atravesando el bucólico paisaje, la carretera desplegaba su doble cinta blanca, alzándose aquí, hundiéndose allá, desapareciendo a veces entre las verdes praderas.