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Triana asintió. Sin duda tenía más razón que un santo, pero, viéndole, como siempre, el lado romántico al asunto, afirmó:

—Los polos opuestos se atraen y… no he conocido en mi vida unos polos más opuestos que vosotros, ¡pero es todo tan novelesco!

Lizzy, al oírla, finalmente soltó una carcajada. Triana no tenía remedio. Asiendo el brazo de su amiga, indicó:

—Anda, romántica empedernida. Comencemos a trabajar antes de que digas más tonterías.

Esa tarde, cuando por fin terminó su turno y salió del hotel sin mirar atrás, se encaminó hacia Paco, su coche. No había visto a William el resto del día y su humor se agrió más al imaginarlo con la idiota de Adriana.

Casi había llegado a su vehículo cuando sonó su teléfono. Al mirarlo vio que se trataba de William. ¿Debía contestar o no? Se moría por hablar con él, pero… pero… Al final, tras mucho dudarlo y con el teléfono sin parar de sonar, se apoyó en su coche y contestó.

—Dime.

—¿Sigues enfadada?

¿Enfadada? Pero ¿él no estaba también cabreado?

Después de un tenso silencio, dejó el bolso sobre el capó para poder moverse con facilidad y respondió intentando medir sus palabras.

—Si mal no recuerdo, tú también estabas muy molesto. —Y, sin poder remediarlo, añadió gesticulando—: Aunque, cuando te has ido con tu amiguita, parecías muy contento.

Él, que la observaba desde el gran ventanal de su despacho, al ver cómo se movía y gesticulaba sonrió y respondió:

—Te aseguro que hubiera estado más contento si hubiera estado contigo.

Saber que había estado con ella le repateó, así que murmuró:

—Mira, Willy…

—William.

—No estoy enfadada, pero lo puedo estar en un pispás. ¿Qué quieres?

Apoyado en el ventanal como un adolescente, propuso:

—¿Cenas conmigo esta noche y lo aclaramos todo?

A pesar de que era lo que más le apetecía, negó con la cabeza. No. No iría. Ella tenía planes y planes muy importantes y, además, él no podía llamar y ella perder el culo, por lo que respondió:

—Lo siento, pero no. Sabes que he quedado con mis amigos.

—Llámalos y diles que no puedes ir.

Con gesto pícaro, torció el cuello y negó.

—Pues va a ser que no.

Molesto de nuevo por aquella negativa, William dio un manotazo a la pared e insistió:

—Tengo ganas de estar contigo, de besarte y aclarar lo ocurrido.

Un suspiro escapó de los labios de Lizzy. Aquella caballerosidad y romanticismo al hablar tan poco habitual en sus ligues podía con ella y, tras retirarse el flequillo de la cara, respondió consciente de que no debía dejarse convencer:

—Por nada del mundo me perdería el concierto de la Oreja de Van Gogh. Mis amigos y yo ganamos esas entradas en un concurso de radio hace unos meses y sólo unos pocos privilegiados vamos a disfrutarlo. Por lo tanto, ¡no! No voy a quedar contigo.

Enfadado por no poder exigirle nada a aquella joven, ni tampoco convencerla, se retiró de la ventana y, claudicando, añadió antes de colgar:

—De acuerdo, Elizabeth. Pásalo bien.

Dicho esto, colgó dejando a Lizzy boquiabierta con el teléfono en la oreja.

—¡Será idiota! —siseó.

Una vez hubo cerrado el móvil, y tras maldecir y acordarse de todos los antepasados del supermegajefazo, sacó las llaves de su coche, lo abrió, se metió en él y, dando un acelerón, se marchó. Era lo mejor.

William, que como ella estaba ofuscado, al ver desaparecer el vehículo llamó a su secretaria.

—Localízame dónde toca esta noche un grupo musical llamado la Oreja de Van Gogh y consígueme una entrada como sea —le pidió cuando se presentó en el despacho.

Capítulo 5

Aquella noche, tras una tarde plagada de indecisiones por su última conversación con William, Lizzy llegó al local con su amiga Lola, saludó con gusto a sus colegas y durante un buen rato conversó con ellos junto a la barra.

El día había llegado. Allí estaban dispuestos a pasarlo bien y Lizzy, tras dos cervezas, por fin se convenció a sí misma de que tenía que estar allí con sus amigos y no en otro lugar. Lo de William y ella no era real, mientras que sus camaradas sí lo eran.

Mientras hablaba con el Congrio, un tipo con dilataciones en las orejas y más tatuajes que poros en la piel, alguien la besó en el cuello y oyó:

Uoooolaaa, Lizzy la Loca.

Al volverse para mirar, vio a su amigo Pedro el Chato y sonrió.

Uoooolaaaa, Chato.

Pedro y ella eran amigos desde el jardín de infancia. Ambos vivían en el mismo barrio y se llevaban maravillosamente bien. Por un tiempo, Lizzy se olvidó de todo y se centró en hablar con él, quien le comentó que había roto con su novia. Al parecer, tras dos años de relación, Isabel se había colado por un rapero de Vallecas y había pasado de él.

Durante un buen rato, Lizzy estuvo escuchando al Chato y, por suerte, comprobó que llevaba la ruptura de fábula; como éste la vio tan atenta y callada, intuyó que algo le ocurría y entonces fue ella quien le contó lo que le estaba sucediendo con cierto madurito.

Pedro escuchó boquiabierto lo que le explicaba. ¿Se había liado con su jefe?

—Pero ¿te has vuelto loca?

Ella asintió y afirmó dando un trago a su bebida.

—Loquísima.

—¡Que es tu jefe!

—Lo sé… lo sé, pero…

—¿Te has acostado ya con él?

—No. Por raro que parezca, no me lo ha pedido. Es un caballero.

Sorprendido por aquello, soltó una risotada y Lizzy, al entenderlo, aclaró:

—Y no. No es gay. No se te ocurra ni pensarlo.

—¿Seguro? Mira que soy un tío y cuando…

—No es gay y lo sé ¡seguro! Es sólo que Willy es diferente. Es un hombre. Un gentleman, como mi padre, y las cosas las hace de otra manera. Y quizá, que no me meta mano con desesperación como si el mundo se acabara o mi pecho fuera el último del universo, es lo que me atrae. Es tan diferente a mí: tiene clase, elegancia, saber estar y… aunque suene a locura, ¡me gusta!

Pedro, tras dar un trago a su bebida, contestó:

—Hombre, si tú lo dices…

—Y tiene un morboooooooo y un trasero al que estoy deseosa de meterle mano… y ¡ufff, me tiene majareta perdida!

Su amigo sonrió. Nunca, en todos los años que conocía a Lizzy, la había oído hablar así de ningún chico. Sin duda, aquel hombre caballeroso y diferente le gustaba… y más de lo que ella quería admitir.

—A ver, loca. Todo lo que dices está muy bien, pero es tu jefazo. ¿Lo has pensado?

La chica se tapó los ojos. Cada vez que oía la palabra «jefazo», se le encogía el corazón, así que respondió:

—Lo he pensado y repensado, y estoy segura de que, una vez que nos acostemos, se olvidará de mí, porque…

—Eso no se sabe, tonta.

Lizzy suspiró y afirmó:

—Lo intuyo, Chato. En cuanto se acueste conmigo, su objetivo estará cumplido y ese caballero de brillante armadura pasará de mí totalmente. Esto es sólo algo sexual.

—¿Y tú pasarás de él?

—Por supuesto —se mofó—. Ya sabes que yo no creo en los cuentos de princesas, aunque mi madre me pusiera Aurora.

Su amigo sonrió, paseó con cariño su mano por el rostro de ella y, justo cuando iba a contestar, los componentes del grupo al que adoraban salieron al escenario y, emocionados al verlos, dejaron de hablar y regresaron junto a sus amigos para aplaudirlos.