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—Sí… sí… —consiguió balbucear enloquecida.

Repetidas penetraciones que los dejaban a ambos sin aliento se sucedieron una y otra vez. El deseo era tal que el agotamiento no podía con ellos. Aquello era fantástico y William, cambiándola de posición, volvió a darle lo que ella tanto exigía y él deseaba ofrecer.

—Willy… ¡Oh, Dios!

—Elizabeth… —balbuceó él vibrando al sentirse totalmente dentro de ella.

Ambos temblaron. Aquello era maravilloso y, cuando él tomó aire, ordenó:

—Dame tu boca.

Aquella exigencia tan cargada de morbo y deseo la excitó aún más. Ella se la entregó y él la besó y tragó sus gritos de placer mientras él la empalaba sin descanso, hasta que el clímax les llegó y ambos se dejaron llevar por la lujuria y el rotundo placer.

Un par de minutos después, y una vez que sus pulsaciones se acompasaron, William, que se había dejado caer a un lado en la cama, la miró y susurró:

—Ha sido increíble, Elizabeth.

Extasiada por cómo aquel hombre le había hecho el amor, asintió y afirmó todavía sin resuello:

—Flipante, Willy.

Oír cómo lo llamaba por aquel diminutivo le hizo sonreír; luego Lizzy cuchicheó:

—Eres una máquina de dar placer.

—Tú también, preciosa Elizabeth.

Divertido, tras decir aquello soltó una risotada y todavía con el pulso acelerado fue a hablar cuando ella añadió:

—Nadie… nadie me había hecho el amor así.

A William no le gustó pensar en otro haciéndole el amor y, con gesto serio, murmuró:

—Desafortunado comentario, Elizabeth.

Ella lo miró y, frunciendo el ceño, gruñó:

—¿Desafortunado? Pero si acabo de decirte que eres increíble y un maquinote en el sexo.

—Sobra el haber mencionado que otros hombres te han poseído. Eso sobra en este momento, ¿no lo entiendes?

Al hacerlo, ella asintió; él tenía razón y siseó:

—Es verdad, te pido disculpas.

Sin ganas de polemizar por aquello, finalmente él sonrió y, hundiendo la nariz en su pelo, dijo:

—Me gusta dominar en la cama, cielo, y luego querré atarte las muñecas y los tobillos para hacerte mía y sentirte vibrar bajo mi cuerpo. ¿Te agrada la idea?

Escuchar lo que proponía y cómo lo decía la puso a mil por hora y asintió. William sonrió y, al ver en ella una buena compañera de juegos, la besó, la cogió en brazos y murmuró:

—Vayamos a la ducha…

Allí, bajo el agua, ella se sació de su pene hasta que William la arrinconó contra las baldosas y de nuevo le hizo el amor con posesión y deleite. Eran dos animales sexuales y lo sabían. Lo comprobaron y lo disfrutaron.

Así estuvieron durante horas. No hubo una sola parte de sus cuerpos que no se besaran, que no se poseyeran, que no gozaran, hasta que a las seis de la mañana, agotados, se durmieron uno en brazos del otro.

A las siete y media, Lizzy se despertó sobresaltada. ¿Cómo se había podido quedar dormida?

Al mirar la hora, suspiró. Sus padres seguro que ya se habrían levantado y la estarían esperando preocupados en la cocina. Si hubiera sabido que iba a pasar la noche fuera, los habría avisado y todos hubieran estado tan contentos.

Sin muchas ganas, se levantó con cuidado de no despertarlo y buscó su ropa. Una vez vestida, lo miró. ¿Querría volver a estar con ella o con aquel encuentro ya se daba la relación por terminada?

Le hubiese encantado darle un beso de despedida, pero sabía que, si lo hacía, lo despertaría, así que se dio la vuelta, tras una increíble noche, y se marchó. Debía regresar a su casa o su madre comenzaría a llamar a todos los hospitales, buscándola.

Capítulo 6

El domingo, cuando se despertó en su cama, lo primero que hizo Lizzy fue mirar si tenía alguna llamada de él. Pero no. No la tenía.

Lo llamó, pero no se lo cogió.

Le envío varios mensajes, pero él no respondió.

Sin duda, tras pasar por su cama, ya no la buscaba como antes de hacerlo.

Por la tarde recibió una llamada de su amigo Pedro el Chato, y para poder hablar con él abiertamente, se metió en su habitación y entre susurros fue respondiendo a todas sus preguntas.

—Increíble, Chato, ¡increíble! Nunca nadie me ha hecho disfrutar tanto del sexo como él. Willy es tan… tan… joder, ¡es la leche!

Pedro y Lizzy solían hablar de sexo con total naturalidad. No con todos los amigos podía hablar de aquello, pero con Pedro, por alguna extraña razón, así era. Éste le preguntó:

—Joder, Lizzy, pero ¿qué te ha hecho ese tío?

Lizzy, al recordarlo, suspiró encantada y siseó:

—Todo lo que te puedas imaginar adornado con placer, ternura, morbo, deleite, sabiduría y locura. Pero…

—¿Pero?

—Siempre hay un pero —susurró—. Creo que su interés por mí, tras lo ocurrido anoche, se ha acabado. Lo he llamado varias veces y no me lo coge. Le mando mensajes y no me contesta. Sin duda, consiguió su propósito y ya pasa de mí.

—¡No jodas!

—No… justamente en este momento eso no hago —se mofó Lizzy a pesar del malestar que le rondaba por el cuerpo al intuir que él ya no querría saber más de ella.

Media hora después, cuando la conversación se acabó y Lizzy se despidió y colgó, sintió un gran vacío. Quería hablar con él. Necesitaba escuchar su voz y eso la jorobó. ¿Por qué se colgaba de él sabiendo lo que imaginaba? Pensó en llamarlo, pero no. Nunca se había arrastrado ante un tío, y no pensaba hacerlo ante éste precisamente, por lo mucho que le gustaba y por quién era. No lo haría. Si él daba el tema por finiquitado tras la cama, debería aceptarlo y no protestar. Al fin y al cabo, ella ya sabía que aquello no llegaría a ninguna parte.

El lunes, cuando llegó a trabajar, él no estaba esperándola donde siempre. Eso le hizo saber que lo que pensaba era verdad. Él ya no quería ni verla. Se lo comentó a Triana y ésta se apenó por ella. Triana aún creía en los cuentos de princesas. Lo mejor era continuar con su trabajo y olvidarse de todo. Definitivamente aquélla era la mejor opción.

Pero cuando lo vio entrar en el restaurante del hotel, sin poder remediarlo y armándose de valor, llenó una taza de café, le echó azúcar y, cuando vio que se sentaba a una de las mesas junto a las grandes cristaleras, se plantó ante él y cuchicheó al ver que nadie los podía oír:

—Espero que lo pasara tan bien como yo, señor. Y tranquilo, ya capté el mensaje. No seré una molestia para usted.

Él la miró. William, que durante el domingo había hecho esfuerzos sobrehumanos para no llamarla a pesar de haber leídos sus mensajes, dijo:

—¿Qué mensaje has captado?

Mirándolo con cierto recelo, afirmó:

—Seré joven, pero no tonta, y sé cuando alguien, tras conseguir su propósito, no quiere saber nada más.

Incrédulo porque ella pensara eso, sin importarle si alguien lo oía, aclaró:

—Pues siento decirte que yo no te he lanzado ese mensaje. Si no te llamé ni contesté tus mensajes fue para darte espacio, porque no quería agobiarte. Y no quiero hacerlo, porque deseo volver a verte. Anhelo poseerte otra vez, me vuelvo loco por volver a tenerte desnuda entre mis brazos, pero sólo te pediré una cosa: no vuelvas a irte de mi cama sin avisar. ¿Captas ese mensaje?

Sorprendida pero encantada por lo que acababa de decirle, lo miró; él, al comprobar su desconcierto, preguntó al ver la taza que le tendía:

—¿Crees que debo fiarme de este café?

Con una encantadora sonrisa, Lizzy asintió con la cabeza. William, sin apartar los ojos de ella, lo cogió, se lo llevó a la boca y dio un trago. Cuando sus labios se separaron de la taza con una sugerente sonrisa, susurró: