Выбрать главу

Sin entender lo que había ocurrido, llegó a trabajar al hotel. Allí todo continuaba tan normal como siempre y, cuando vio a la secretaria en el restaurante, le preguntó por la precipitada marcha del jefe. Ésta, a nivel de cotilleo, le comentó que, al parecer, había surgido un problema con la exmujer de William y que éste había tenido que regresar inmediatamente.

Descorazonada por todo y en especial por no entender nada, sonrió y decidió proseguir con su trabajo. Era lo mejor.

Dos días después, el dolor por su lejanía, por no saber nada de él y por sus últimas palabras la habían calcinado y finalmente se convenció de que el rollito con su jefe se había acabado y ahora tendría que pagar las consecuencias de haber cometido aquella locura. Sin duda, ella había sido la tonta camarera que le había hecho los días más agradables durante su estancia en Madrid, nada más.

Así paso una semana. Siete horrorosos días en los que realmente sintió que no había sido para él nadie importante e intentó salir con sus amigos para no pensar y olvidarse de él. Algo imposible. William le había calado hondo.

Pero una de las mañanas, mientras recogía con el carrito las bandejas de comida que los huéspedes habían dejado en las habitaciones ahora vacías, al entrar en una de ellas oyó a sus espaldas:

—Hola, Elizabeth.

Aquella profunda voz le puso la carne de gallina y, al darse la vuelta, lo vio. Ante ella estaba el William trajeado que ella había conocido, tan guapo y serio como siempre. Lizzy, confundida, sólo fue capaz de decir:

—Hola.

Sin moverse de su sitio, ambos se miraron hasta que él dijo:

—He hecho un viaje relámpago sólo para verte.

—¿Por qué?

—Porque te mereces una explicación, ¿no crees?

Lizzy, sin poder evitarlo, posó su mirada en sus labios… aquellos labios carnosos y tentadores que la habían hecho jadear de placer.

Atrapada en un bucle de emociones, suspiró. No sabía si quería explicaciones. Su frialdad al no acercarse a ella hablaba por sí sola y necesitaba salir de allí urgentemente.

Las opciones eran saltar por encima de la cama o pasar junto a él. Finalmente decidió que la más sensata era la segunda. Dio un paso hacia adelante, pero William extendió el brazo y le cortó el paso.

—Elizabeth…

Sus respiraciones ante su cercanía se aceleraron. Se miraron y entonces ocurrió lo que llevaban días anhelando cada uno de ellos en la distancia, y el beso llegó.

En la quietud de la habitación y durante unos segundos, disfrutaron del manjar prohibido que tanto los atraía. Sus lenguas chocaron como dos trenes de alta velocidad y el vello del cuerpo se les erizó, deseosos de algo más.

La pasión, la locura y el frenesí les pedían que continuaran, y William, aprisionándola contra el armario, paseó sus manos por su cuerpo dispuesto a no parar. Lizzy, gozosa del momento, ahondó en su beso, pero de pronto una puerta se cerró y los trajo de vuelta a la realidad y, como si se quemaran, se separaron.

—Elizabeth…

La joven le tapó la boca con una mano. Le prohibió hablar y, cuando los pasos del exterior se alejaron, William continuó:

—Mi exmujer hizo una locura al enterarse de que estuve con Adriana estando con ella y…

—¡No me interesa! —lo cortó.

—Escúchame.

—¡No!… No quiero hacerlo. No me interesa saber ni de ti, ni de tu ex, ni de tu amante.

—Elizabeth… —Suspiró con gesto cansado.

Enrabietada por todo, ésta lo miró y siseó:

—¡No soy nadie importante! ¿Acaso lo has olvidado?

William maldijo. Ella jamás le perdonaría aquel desafortunado comentario.

—Si dije eso fue para no inmiscuirte en el problema —aclaró—. Si Adriana te relacionaba conmigo o el hotel, se lo diría a su padre, que es consejero, y te ocasionaría problemas sin estar yo aquí.

—¿Y qué? ¿Acaso puede hacerme algo peor que despedirme?

Desesperado, William intentó acercarse pero ella siseó:

—No te acerques o juro que vas a conocer a Lizzy la Loca.

Convencido de que era capaz de lo que decía, se paró e insistió:

—Escúchame, cielo…

—¡No soy tu cielo! Sólo soy la simple y joven camarera que no cree en cuentos de hadas ni princesas, con la que lo has pasado muy bien durante tu estancia en Madrid —musitó entre dientes. No podía gritar o todo el hotel se enteraría. Furiosa, susurró—: Has tenido muchos días para ponerte en contacto conmigo y darme esa explicación que ahora pretendes ofrecerme, pero te ha dado igual. No has pensado en mis sentimientos. No has pensado en cómo podía estar. Sólo has pensado en ti, en ti y en ti, y ahora no quiero saber nada. ¿Entendido? Ahora sólo quiero que te vayas, que me dejes en paz y que te olvides de mí.

Pero William, deseoso de ser sincero, intentó hablar con ella; Lizzy, finalmente, tras soltarle un derechazo que lo hizo retroceder, dijo con los ojos llenos de lágrimas:

—Aléjate de mí y déjame continuar con mi vida.

Sin mirar atrás y rabiosa, salió de la habitación dejando a William totalmente bloqueado y noqueado. ¿Cómo lo podía haber hecho tan mal?

Roja como un tomate maduro, la joven llegó hasta el carro donde llevaba las bandejas que había ido recogiendo de las habitaciones y, sin mirar atrás, se alejó. No quería verlo.

Pero dos horas después, semiescondida tras las cortinas del restaurante, observó con el corazón roto cómo el hombre que la había hecho vibrar y hacer conocer la pasión salía del hotel, se metía en una limusina oscura y se marchaba. William regresaba a su mundo, a su vida, y ella debía continuar con la suya y olvidar.

Lo ocurrido entre ellos simplemente ocurrió. No merecía la pena darle vueltas a algo que no había sido nada, excepto una intensa atracción sexual.

Pasaron un día, dos, cinco, diez, quince, veinte y así hasta un mes.

Un tremendo mes en el que Lizzy lo recordó todos los días. Cerraba los ojos y cada canción que escuchaba le hacía sentir lo sola que estaba y lo mucho que lo echaba de menos. ¿Cómo se podía haber enamorado de aquel hombre? ¿Por qué no podía olvidarlo y continuar con su vida?

Había escuchado cientos de historias de personas que se enamoraban el primer día y se casaban al quinto, y nunca las creyó. Nunca había creído en el flechazo, pero allí estaba ella ahora, enamorada hasta las trancas: era un amor imposible, que estaba a más de mil kilómetros de distancia y del que, con seguridad, nunca más volvería a saber.

Continuó saliendo con sus amigos. Ellos, sin preguntar por el trajeado con el que la habían visto los últimos tiempos, volvieron a hacerla sonreír y, como pudo, Lizzy sobrevivió a unos recuerdos que se negaban a abandonarla ni un solo día.

Cuando algún chico de su edad intentaba ligar con ella, ella lo miraba sin comprender por qué lo que antes le gustaba ahora le desagradaba por completo.

¿Estar con Willy le había atrofiado el gusto?

Una mañana como cualquier otra, mientras colocaba los cubiertos sobre la mesa para los huéspedes, por los altavoces comenzó a sonar Puedes contar conmigo[7], interpretada por La Oreja de Van Gogh.

Al oír la canción, suspiró. ¿Por qué? ¿Por qué todo le recordaba a él? Continuó trabajando cuando, de pronto, oyó tras ella:

—Señorita, por favor.

Esa voz.

Ese tono.

Ese acento.

Se giró temerosa de que todo fuera un sueño. Pero no. Allí estaba él, más guapo que nunca, en vaqueros y con una camisa oscura de Ralph Laurent, mientras por los altavoces seguía oyéndose la canción.

Sus ojos se encontraron y William, besándola con la mirada y con una seductora sonrisa, preguntó:

—Señorita, ¿me sirve un café?

Desde el día en que se había marchado del hotel, no había podido dejar de pensar ni un solo instante en la joven descarada, alocada, inteligente e independiente que primero le salvó de morir atropellado, luego le sirvió un café con sal y, después, le cambió la vida.