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Mike aguardaba en el pasillo a oscuras, en silencio y tenso, atento a la habitual visita de Corrine al cuarto de baño.

Era una estupidez, incluso patético, y más cuando no tenía ni idea de lo que quería decirle o hacer. No, eso era mentira. Sabía exactamente qué quería hacerle, y en ello implicaba no tener ropa, una cama y muchos gemidos.

¿Qué era esa loca necesidad que tenía de ella? Carecía de sentido. Menos cuando ella había dejado bien claro que quería olvidar que lo había conocido. También él debería querer olvidarla, dado lo dura y estricta que era como comandante. Pero no podía hacerlo. Por eso esperaba.

Y ella no lo decepcionó. Justo pasada la medianoche, salió de la habitación con sus pantalones cortos y camiseta. Mike se encogió en las sombras y la observó hasta que con su andar decidido desapareció en el cuarto de baño.

Cuando volvió a salir dando un enorme bostezo, la agarró.

Corrine estuvo a punto de soltar un grito, pero se controló en el acto. Y así como él admiraba el control que exhibía durante el trabajo, en ese momento no quería que estuviera controlada, la quería encendida y perturbada, único momento en que llegaba a ver a la mujer que sospechaba que era la verdadera Corrine Atkinson.

Se opuso a él, pero Mike empleó su fuerza superior para acercarla hasta que quedaron pecho contra pecho, muslo contra muslo, y con todos los deliciosos puntos intermedios fundidos.

– ¿Qué haces? -susurró Corrine con ferocidad.

Ni él mismo lo sabía.

– ¿Qué te parece esto? -le capturó la boca con la suya.

Corrine se quedó absolutamente quieta, y Mike supo que la tenía. Si se hubiera opuesto, la habría soltado al instante. Si le hubiera brindado algún indicio de que no era eso lo que quería, habría retrocedido y regresado a la cama. Podría haberse quedado duro como el acero y frustrado más allá de lo imaginable, pero la habría dejado.

Ella no le dio esa señal, aunque tampoco le devolvió el beso. Mike anhelaba mucho más, ansiaba ver sus ojos somnolientos y sexys con el mismo apetito que lo devoraba a él, quería que el cuerpo le vibrara y lo necesitara, quería que lo mirara como había hecho en la habitación del hotel, con esa expresión que le decía que era el único que podía hacérselo en ese momento.

Pensó que quizá él mismo anhelaba incluso algo más, pero la idea lo inquietó, de modo que se concentró en el deseo físico. La boca de Corrine era cálida y tenía el sabor que tan bien recordaba. Aflojó las manos con que la agarraba y le acarició la espalda mientras le mordisqueaba los labios en busca del acceso que ella tendría que darle por decisión propia.

Cuando pronunció su nombre con suavidad y le enmarcó el rostro con las manos para mirarla a los ojos ella gimió y le rodeó el cuello con los brazos.

– Mike.

Él soltó un gemido ronco cuando Corrine ladeó 1a cabeza en busca de una conexión más profunda. A los dos segundos, dicha conexión no solo era más profunda, sino abrasadoramente caliente. Ella cerraba una mano en su pelo, reteniéndolo como si creyera que podría irse.

Imposible.

Deslizó la otra mano a la cintura de Mike para pasar los dedos por debajo de la camiseta, rodearle la cintura y acariciarle la espalda. Un contacto simple, incluso inocente, pero que lo encendió: Él también ocupó las manos; las bajó por sus brazos hasta las caderas y las metió entre la camiseta y su piel. El beso fue largo, húmedo, profundo y ruidoso, pero justo cuando Mike subía las manos para tomarle los pechos, detrás de ellos se abrió una de las puertas de un dormitorio.

Corrine se quedó helada y él percibió el horror que la dominó. En silencio, maldiciendo la pérdida de su cuerpo ardiente y de la intimidad, apoyó un dedo en sus labios y con rapidez la metió en el cuarto de baño.

Como dos adolescentes, se quedaron inmóviles en la habitación a oscuras, atentos a cualquier sonido.

Nada.

– Dios mío -susurró ella-. No puedo creer que… Que tú…: Que nosotros…

– ¿Estuviéramos a punto de devorarnos?

– No lo digas.

Sonaba disgustada y eso volvió a enfurecerlo. Se preguntó por qué le importaba esa mujer. ¿Por qué le importaba que sus compañeros gruñeran sobre su conducta fría y distante porque no veían como él a la verdadera Corrine? ¿Por qué le importaba que más allá de la fachada que presentaba al mundo, tuviera los ojos más profundos y anhelantes que jamás había visto?

– Hemos estado a punto… otra vez – cerró los ojos y se masajeó las sienes, y la desdicha que exhibía lo enfureció.

– ¿Puedes disfrutar del sexo conmigo solo siendo un desconocido? ¿Es eso?

– ¡No disfrutábamos del sexo!

– Entonces cuando te retorcías y jadeabas en mis brazos hace menos de un minuto, tirando de mi camiseta y suplicando más… ¿qué era?

Intentó mirarlo con altivez, pero no era algo fácil. Mike pudo ver cómo los engranajes de su mente luchaban por darle una explicación a la situación en su pequeño mundo de ensueño, donde no experimentaban esa abrumadora necesidad mutua.

– Lo único que hicimos fue besarnos – respondió ella al fin, asintiendo como si pudiera soportar esa fantasía concreta.

Se dijo que era el momento de estallar esa burbuja.

– Encanto -soltó una risa incrédula-, si eso fue solo un beso, me comeré los calzoncillos.

– ¡Lo fue!

– Entonces, ¿cómo es que te hallabas a dos segundos del orgasmo cuando apenas te había tocado los pechos?

No necesitaba tener luz para ver el rubor furioso que apareció en la cara de ella.

– ¡Eres imposible! -espetó-. ¡Odio eso!

– Y te avergüenza lo que hicimos. Yo odio eso.

Se miraron, pero no quedaba nada por decir.

7

El día siguiente lo pasaron otra vez de reunión en reunión, y al terminar, Corrine se sentía mentalmente extenuada. No era por el trabajo, ya que le encantaba. Era por Mike. No podía olvidar la expresión que había puesto cuando le dijo que creía que ella estaba avergonzada de lo que habían hecho. Había dejado que creyera eso, y de esa manera lo había herido.

Eso era lo que sucedía cuando alguien actuaba de forma irresponsable. Y tener sexo con un desconocido en su habitación del hotel, desde todos los ángulos constituía un acto irresponsable.

Pero lo verdaderamente extraño era que no conseguía lamentar lo que habían hecho. Ni un solo momento. Y desde luego tampoco estaba avergonzada. Lo que significaba qué, por una simple cuestión de honestidad, tenía que aclarar las cosas. Solo entonces podría continuar con su vida y dedicar toda su concentración a la misión.

Cuando acabó con todo el papeleo y la burocracia, fue a buscar á Mike. Su intención era aclarar esa situación, lo que en absoluto explicaba por qué le vibraba el cuerpo ante la sola idea de volver a verlo. Lo atribuyó a que no había comido. No logró dar con él. No pudo encontrar a nadie del equipo. Como último recurso, fue a buscar a Ed, uno de los ayudantes administrativos.

– Han salido a cenar -le explicó.

No supo si lo que vio en los ojos de él fue pena, ya que nada más contestarle se marchó, recordándole que la mayoría de los asistentes vivían dominados por el miedo que les inspiraba.

Se dijo que no había motivo real para ello. Sí, por lo general tenía prisa. Y quizá algunas veces podía ser… brusca. Pero no se trataba de nada personal.

Que su equipo saliera sin ella dejaba bien claro que eso sí era personal. Nada importante. Tampoco ella quería comer en su compañía. Además, tenía trabajo que hacer. Se quedó hasta tarde para demostrarlo, pero sabía muy bien que una parte de sí misma se preguntaba si alguno de ellos se presentaría después de cenar para ver cómo le iba.

Era patético. Se odió por verse reducida a pensar semejantes tonterías.

«Supéralo y sigue adelante».

Esa noche se encontraba despierta, mirando el techo. Lejos de concentrarse en la misión, su mente estaba ocupada con un hombre alto y esbelto, hermoso, que cuando sonreía podía convencerla para que saltara desde un risco.