Выбрать главу

Una vez más, el problema era Mike. La estaba volviendo loca. Había mantenido el secreto, no le había contado a nadie la noche salvaje de pasión que habían compartido, pero ya no la evitaba. Aunque eso tampoco era del todo cierto. Ante cualquiera que no conociera lo que había pasado entre ellos, Mike y Corrine solo trabajaban juntos. Punto. Nadie vería más que un vínculo profesional mientras los dos continuaban intentando que la misión fuera un éxito.

No obstante, se esforzaba en volverla loca con contactos ocultos. A menudo. De hecho, todo el tiempo. Simplemente un dedo sobre su piel. Un susurro y una sonrisa perversa. El roce de un muslo contra el suyo. Un millón de cosas diferentes, cada una pensada para volverla loca de lujuria.

Ya no podía soportarlo. No hacía falta ser un genio para saber que quería dejar algo claro, pero ya estaba encendida y excitada cada segundo de cada día, así que no era capaz de conjeturar qué podría ser.

Después de un día especialmente largo, caluroso y frustrante, después de dedicar horas a tratar de conseguir que uno de los brazos robóticos hiciera lo que se le ordenaba, Corrine no pudo más. Mike y ella llevaban horas juntos. En todo ese tiempo había estado respirando su fragancia.

En ese momento, él se hallaba boca abajo, extendido sobre la plataforma, jugando con el aparato que intentaban hacer funcionar. Jimmy y Frank se encontraban debajo de él; Stephen estaba en la sala de control estudiando las imágenes de ordenador. Todos estaban muy concentrados. Solo Mike atraía la mirada de Corrine.

Tenía el pelo revuelto, sin duda de mesárselo con los dedos. Hacía tiempo que se había remangado para revelar unos antebrazos duros y fibrosos, tensos. Mostraba cada músculo de la espalda delineado y perfilado por la camisa húmeda. Solo la espalda le quitaba el aliento; luego se permitió bajar la vista. La conmocionaba la facilidad que tenía para descentrarla del trabajo. Tenía que encontrar una manera de ponerle fin o iba a sufrir una combustión instantánea.

Al final del día, con calma, lo siguió al pasillo.

– No puedo hacerlo -dijo a la espalda de él, haciéndolo parar-. Estoy con la sensibilidad a flor de piel. No me soporto, Mike. Hemos de parar…

Se preparó para mostrarse fría y compuesta, pero él giró en redondo, le tomó la mano, abrió la puerta de un cuarto trastero y la introdujo en el espacio oscuro. -Mike…

El nombre fue lo único que pudo pronunciar antes de que la pegara a él y la besara con ardor. Corrine necesitó un instante para pegarse a Mike como una segunda piel y devolverle el beso con igual pasión.

Algo sucedió en ese momento desesperado. Se convirtió en mucho más que un beso y fue mucho más necesario que respirar. Corrine cerró los ojos a la oscuridad que los rodeaba, al hecho de que hacían algo muy, muy estúpido, y se concentró únicamente en Mike, en el gemido ronco que soltó al sentirla con las manos, en el sabor de él, en el contacto del cuerpo duro y grande contra el suyo. Después de un prolongado momento, durante el cual las manos de ambos lucharon con la ropa en un afán por acercarse lo más posible, ella tuvo uvo que respirar.

– Mike.

Él apoyó la frente contra la de Corrine y respiró de forma entrecortada.

– Lo sé -adelantó la cadera, su frustración evidente por el tamaño de la erección. -Mike…

– Por favor, Corrine, no te escudes en tu papel de comandante. Aún no. Parecías tan… excitada. Tuve que tocarte.

Y el cuerpo aún le palpitaba con un deseo encendido, pero se apartó. Él suspiró y bajó las manos.

– Sal tú primero -indicó él-. Yo lo haré cuando pueda caminar. Necesitaré aproximadamente una hora.

Ella se alisó la ropa, imaginando que debía estar con la piel encendida y los labios hinchados.

– Tenemos que parar. Tienes que parar.

– ¿Parar qué, exactamente?

– Parar… de tocarme. Ya sabes, rozarme por accidente.

– Da la casualidad de que trabajamos en un entorno muy cerrado.

– Sí, pero no tiene que ser tan cerrado. Y deja de mirarme -añadió, sin prestar atención a la risa sorprendida de él-. Hablo en serio. Me miras y no soy capaz de pensar, Mike.

– Dejar de tocarte, de mirarte. ¿Te parece bien si sigo respirando?

– Lo siento -había vuelto a herir sus sentimientos.

– Vete, Corrine.

Con toda la dignidad que pudo exhibir, se fue, horrorizada por el anhelo de volver a meterse en el cuarto trastero y atacarlo como una adolescente. Y horrorizada porque cualquiera podría haber abierto de forma inocente el cuarto y haberlos encontrado dando rienda suelta a su ridícula e incontrolable pasión.

8

La pasión era un gran misterio para Corrine. La había sentido hasta cierto punto a lo largo de sus años de vida adulta, pero solo de manera limitada. Una emoción tan irracional requería soltar las riendas del control. Podría aflojarlas, pero jamás podría soltarlas del todo. Por ello, cuando se trataba de asuntos del corazón, siempre había podido elegir.

Sin embargo, en esa ocasión, no había elección. Se había apoderado de ella y la tenía sujeta con mandíbulas de depredador. Pero se dijo que no había nacido obstinada por nada. También era tenaz, y si quería alejarse de lo que sentía por Mike, lo haría. Tenía el control de su vida.

Tuvo que repetírselo a menudo durante la siguiente semana. Se hallaban completamente sumergidos en la misión, trabajando con prototipos del cargamento real. En ese momento, trataban de dominar el proceso de descarga, una empresa arriesgada y peligrosa, complicada por el hecho de que nadie lo había hecho antes que ellos.

Los ensayos diarios eran críticos. Si se equivocaban en el espacio, no solo desperdiciarían miles de millones de dólares, sino que retrasarían aún más la terminación de la Estación Espacial Internacional, quizá de forma indefinida.

No podía suceder. Era imprescindible una dedicación total y completa. Corrine estaba segura de que tenía la concentración total de su equipo; la suya propia ya era cuestionable. Le horrorizaba la forma en que su mente vagaba.

Deseaba a Mike, y lo deseaba desnudo. Lo miró en ese momento, y observó cómo por primera vez lograban deslizar el brazo robótico, con Mike encima, hasta el punto preciso que les permitiría descargar correctamente los paneles solares.

Fue un logro enorme, merecedor de una celebración, y cuando una sonrisa enorme apareció en su cara, Corrine se volvió hacia su grupo. Ellos se felicitaron entre sí. Jimmy le dio una palmada a Frank en la espalda. Stephen saltó de alegría y chocó la mano con los otros cuando bajaron.

Corrine observó con el corazón en un puño, hasta que también Mike bajó y alzó la cabeza. A través de los seis metros que los separaban, la miró directamente a ella. El calor siempre presente estaba allí, pero también había más. La alegría de lo que habían conseguido y la necesidad de compartirlo con el otro.

Avanzó un paso hacia ella, con una sonrisa en la cara. Todo en ella se contrajo por la expectación. Entonces, Stephen alargó la mano hacia Mike y frenó su marcha; la conexión se quebró.

Corrine se acercó con el deseo de unirse a la fiesta de testosterona, de ser parte de las palmadas y los hurras. Pero aunque todos se volvieron hacia ella, sin dejar de sonreír, todavía orgullosos y llenos de entusiasmo, se contuvieron de establecer un contacto físico. No ayudó saber que era por su culpa, que ella los había mantenido del lado equivocado de su muro personal.

Tampoco ayudó ver a Mike, tan alegre y sexy. Se preguntó cómo podía sentirse cómodo en su propia piel todo el tiempo. Encajaba en su mundo como una pieza del rompecabezas. «¿Y por qué no?» Tenía pene.