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– ¿Ya? -preguntó él con voz próxima a la súplica mientras jugueteaba con la cremallera entre los pechos de ella.

– Muy bien -susurró-. Ya.

Abrió el jersey y se lo bajó por los hombros hasta que colgó de los codos. A1 mirarla, descubrió que hasta la respiración entrecortada se le paralizaba. Todo se quedó quieto. Todo excepto su corazón, que eligió ese momento para atenazársele.

– Me quitas el aliento, Corrine.

Apoyó una mano sobre la que él se había llevado al corazón.

– Mike…

– No, hablo en serio. Mírate -con gesto reverente, alargó una mano para tocar la punta de un pezón erguido. Ella emitió un sonido quebrado y sexy que a punto estuvo de dejarlo sin habla-. Querría caer de rodillas y adorarte para… -el resto de mi vida».

– Bésame, Mike.

– Pero… -quería pensar en eso, discutirlo.

– Bésame -como si le hubiera leído los pensamientos y hubiera quedado igual de aterrada, lo acercó-. Cállate y bésame.

Pegó la boca a la de él y le hizo el amor con la lengua, introduciéndola y sacándola en un movimiento que Mike ni siquiera trató de evitar, y a los pocos momentos se aferraron el uno al otro. Él quería tocarla toda al mismo tiempo, y cuando se esforzó en ello, Corrine levantó una pierna hasta su cadera para frotarse contra él hasta que Mike se puso bizco.

– Muy bien, hemos de ponernos en postura horizontal -decidió sin aliento-. Antes de que nos matemos -la llevó a la cama y reptó por su cuerpo, le extendió las piernas y se acomodó entre ella.

Corrine alzó las caderas para ir al encuentro de su erección. De algún modo la falda había terminado alrededor de la cintura, dejando únicamente la barrera sedosa de las braguitas entre los dos, aunque esa fricción, junto con el insistente embate de las caderas de ella, estuvieron a punto de ser la perdición de Mike. Aunque no del todo. Porque así como le quitaba el aliento, de algún modo también le había arrebatado el corazón. Quería hablar, quería saber qué estaba sucediendo, por qué de pronto sentía como si lo que generaban en esa misma cama era algo más que un ardor simple e insaciable. Pero ella le bajó la cabeza para reanudar el beso y lo mantuvo ocupado mientras frotaba sus caderas contra la mayor erección que había tenido jamás.

– Ahora -exigió Corrine con un jadeo. Si hubiera sido capaz de oírse, se habría quedado horrorizada, pero no podía, solo era capaz de sentir. La sacudió una sensación tras otra y se encontró pendiendo de un hilo mientras la boca codiciosa y experta de Mike la poseía. Cuando se separaron para respirar, él se deslizó por su cuerpo y abrió los labios sobre un pezón, empleando labios y dientes para provocarle más gemidos. Lo observó desvalida mientras solo con la lengua la empujaba hacia el precipicio. Luego la mano grande y áspera descendió por su vientre hasta colocarse bajo las braguitas. Mike alzó la cabeza y evaluó la reacción de ella mientras el dedo localizaba el punto exacto diseñado para lanzarla al vacío.

Ella emitió un sonido ininteligible que se convirtió en un gemido cuando él frotó ese punto con la yema del dedo pulgar. Todo el cuerpo le palpitó, vibró y suplicó más, pero la verdad era que se encontraba perdida. No tenía ni un indicio, ningún mapa y ninguna guía. Se tiraba al vacío sin paracaídas.

– ¡Espera!

– Creo que ya no -la tocó, la acarició y la dominó, llevándola a un estado de desesperado frenesí. Al mirarla, lo hizo con ojos nublados por el deseo-. Tú lo quisiste – con el dedo que se había transformado en el centro del universo de Corrine, trazó círculos en torno a la entrada, una, dos veces, haciéndola gritar y moverse de manera convulsiva contra su mano-. ¿Verdad?

– Sí -jadeó, retorciéndose en la cama-. ¡Sí, yo lo quise!

Él se quitó los vaqueros y luego hizo que también la ropa de ella se desvaneciera. Abrió un preservativo y mientras se lo ponía la devoró con la mirada. Sin recato, Corrine echó las rodillas hacia atrás y se abrió a él de un modo que le era por completo desconocido pero que en ese momento le parecía el idóneo.

– Eres tan hermosa. Y tan mía -se introdujo en ella solo un poco, apenas unos centímetros, y le provocó un gemido de ansiedad.

– Más -se alzó a su encuentro.

– Oh, sí. Más.

Él echó un poco para atrás las caderas y de la garganta de ella salió otro gemido, pero volvió a embestirla, más y más profundamente, hasta quedar tan encajado que a Corrine le fue imposible saber dónde terminaba y dónde empezaba él.

Entonces, Mike se quedó quieto y la observó mientras por su rostro cruzaban las emociones: asombro, necesidad descarnada.

– Mike -susurró, sintiendo esas mismas emociones, y él la embistió con más fuerza, una y otra vez, en cada ocasión más hondo. Echó la cabeza para atrás y se arqueó hacia arriba. Estaba muriendo-. Mike.

– Estoy aquí. Ven -metió un dedo pulgar en la maraña húmeda de rizos por encima de donde estaban unidos, acariciándola mientras ella se retorcía-. Llega para mí.

La miraba. Esperaba. Le procuró todas esas sensaciones que se liberaron en una explosión descontrolada. Nunca antes la habían observado. Eso debería haberla paralizado, debería haberle impedido que se desmadejara, gritando, sin aire, convertida en una tonta mientras temblaba y se sacudía bajo el asalto del éxtasis, pero no fue así.

Y cuando pudo volver a respirar, comprendió que no había sido la única en perderse. Mike se había desmoronado encima de ella y la tenía abrazada con fuerza. Sorprendentemente, se quedaron dormidos de esa manera.

Él despertó con una sonrisa y otra erección. Giró hacia Corrine, pensando en lo que iba a hacerle, y el asombro lo inmovilizó. Se había ido. Otra vez.

¡Maldita sea! Ella por largarse y él por permitirlo. Debería haberla esposado al cabecero de la cama. No debería haberse quedado dormido.

Debería… debería… debería. La verdad era que no había nada que pudiera hacer para retenerla. Nada. A menos que ella lo deseara.

Lo que evidentemente no era el caso.

9

Mike entró en la sala de conferencias y el corazón de Corrine se disparó como un cohete.

– Buenos días -saludó fríamente: Nadie tenía que saber que estaba al borde de la muerte o que le sudaban las manos de nervios por el simple hecho de verlo.

Lo había dejado bendita y gloriosamente desnudo, completamente saciado y dormido. No había sido miedo lo que la había impulsado a irse; simplemente había llegado el momento de dejar a un lado las cuestiones personales y ponerse a trabajar.

En el trabajo no podía permitirse el lujo de pensar en otra persona, de lamentar lo que nunca podría ser. Se requería concentración. Era el momento de olvidarse de todo y de seguir adelante con la reunión programada. Eso siempre le había resultado fácil. Hasta ese momento.

Mike no respondió ni le devolvió el saludo. Parecía muy enfadado, por no mencionar tan atractivo que la dejaba sin aire.

– Mmm… ¿café? -preguntó, señalando la cafetera.

– No, gracias.

Se ocupó añadiendo azúcar y leche a su taza, aunque prefería el café solo. Pero necesitaba no mirarlo.

– Corrine.

Iba a querer hablar de ello. Debió imaginarlo.

– Corrine.

Los ojos le brillaban con el conocimiento de que había huido de él. Lo cual era una prueba definitiva de que jamás podría llegar a comprenderla. Aún tenía el pelo mojado por lo que debía haber sido una ducha muy reciente, pero no se había afeitado, como atestiguaba la sombra de barba de un día.

– No lo hagas -pidió él con voz ronca, casi hosca.

Ella agradeció que fueran los únicos en la sala, porque esa voz le hervía la sangre. -¿Que no haga qué? -preguntó con toda la ligereza que pudo transmitir.

– No me mires como si no pudieras quitarme los ojos de encima, porque ambos sabemos que eso no es verdad.

Era verdad, pero no pensaba admitirlo. -Solo te miro porque llegas temprano. Estoy sorprendida, eso es todo.