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¿Por qué diablos le importaba? Iba a tener que ser la mujer que siempre había sido, y si él elegía malinterpretarla, que así fuera. Serviría como un recordatorio de lo tonta que podía ser.

Mientras estaba agachada analizando la situación, ante su cara apareció la mano de Mike. Contempló esos dedos. Con cualquier otro hombre, habría tomado el gesto como un insulto, porque podía levantarse por su propia cuenta y siempre lo había hecho. Pero con Mike sabía que no tenía nada que ver con su capacidad ni con la percepción que tenía él. Simplemente se comportaba como un caballero.

Lo que significaba que ella era una dama, al menos a ojos de él. En silencio aceptó la mano y se levantó. Juntos se reunieron con el grupo en el otro lado del hangar y todos se colocaron en sus respectivos sitios para la simulación.

Para ese ejercicio específico, la simulación del acoplamiento con la estación espacial y la subsiguiente descarga, Mike y ella tenían que estar sentados en un espacio relativamente pequeño, con poca luz natural, iluminados solo por el resplandor azul verdoso de los controles resplandecientes. Hasta el aire parecía limitado, creando un ambiente íntimo que casi resultaba abrumador.

Mientras Corrine dirigía los mandos, con cada segundo que pasaba fue más consciente de él. Ni siquiera podía respirar sin que la fragancia de Mike le invadiera los pulmones.

Cuando los dedos se encontraron al dirigirse hacia el mismo control, él la miró, y aunque se hallaba completamente enfrascado en el trabajo, algo titiló en sus ojos, se tornó cálido.

Ella pensó que debería estar prohibido en el código de los viajes espaciales ser tan sexy, y desvió la cara para volver a concentrarse en la descarga.

Y cuando dos minutos más tarde uno de los paneles solares tuvo una avería durante su despliegue, tardó un momento en comprender que no era culpa de ella, que no tenía nada que ver con lo que sentía por el piloto.

El equipo roto no era más que un prototipo del componente real, uno de tres que se habían construido exactamente para esas misiones de práctica, aunque eso no reducía el problema. Requería enviar a hordas de ingenieros de vuelta a las mesas de dibujo, calmar a funcionarios de la NASA desquiciados y tratar con la prensa, que se moría por resaltar el aspecto negativo del coste del programa espacial.

Horas y horas más tarde, cuando al fin se tomó un momento para respirar hondo, -escapó en dirección a la cocina del personal.

Mike había llegado primero. No dijo nada, simplemente alzó el cartón de leche que sostenía en la mano como en un brindis silencioso.

– Gracias por tu trabajo de hoy -dijo ella.

Él dio un trago largo y luego se lamió el labio superior.

– Tú trabajaste más duramente que cualquiera de nosotros. ¿Alguien te ha dado las gracias?

– No.

– Deberían -permaneció donde estaba, dejando mucho espacio entre ellos-. Entonces, gracias -manifestó-. Has realizado un trabajo magnífico.

– Para ser una Reina de Hielo.

– ¿Qué?

– He hecho un gran trabajo, para ser una Reina de Hielo. ¿No era eso lo que querías decir?

Él se mostró algo sorprendido, luego movió la cabeza.

– ¿Sigues dándole vueltas a eso?

Al parecer sí, lo cual era bastante revelador.

– Me habría disculpado. Debería haberme disculpado -la miró largo rato, luego suspiró-. Estaba furioso contigo, Corrine. Quería atravesar tus barreras y ver, aunque solo fuera por un momento, a la mujer que había bajo esa capa de dureza, a la mujer con la que había reído, charlado, hecho el amor. Estaba frustrado, colérico y lleno de malhumor, una mala combinación.

– ¿Estás diciendo que solo fue por el malhumor?

– Lo que de verdad quieres saber es si te considero una Reina de Hielo -se acercó y le tocó el pelo-. No quiero. Dios, no quiero.

«Pero lo piensa», se dijo mentalmente.

– Te hice daño -continuó él en voz baja-. Lo siento, Corrine, lo siento mucho.

Eso la dejaba sumida en la zozobra, porque sin la ira, todo lo demás luchaba por abrirse paso a la superficie. Y era eso lo que no podía controlar.

Como de costumbre, durmió sola, hostigada por sueños de brazos cálidos y cariñosos que la pegaban a un cuerpo largo, duro y musculoso que sabía exactamente qué dar y qué tomar.

Despertó excitada, húmeda y frustrada, y abrazada a su propia almohada.

Se dijo que como mínimo era un mal comienzo, y el día no mejoró desde ahí. Un programa de comunicaciones crítico, desarrollado para esa misión, se colapsó. Otra catástrofe y otras prisas para los ingenieros.

Al final del día se sentía tensa, cansada y quizá más que algo irritable. Fue a la sala del personal a buscar una taza de café… y se encontró con Mike. Se hallaba de pie junto a la cafetera. Se preguntó si habría estado esperándola.

– ¿Vas a volver a darme las gracias por un trabajo bien hecho? -preguntó Corrine con sarcasmo. No pudo evitarlo; si algún día había merecido el título de Reina del Hielo, era ese-. Después de todo, he trabajado duramente estas últimas horas, le he gritado a los programadores, he asustado a los ingenieros, he aterrorizado a los periodistas osados, etcétera.

– Sí, voy a darte las gracias -le sonrió y mitigó un poco su cólera-. Hoy nos salvaste el pellejo. Ayer también, ¿lo sabías? Creo que eres magnífica.

– Yo… -se preguntó cómo era posible que siempre la dejara sin habla-. No sé qué decirte.

– Te sucede lo mismo siempre que se trata de un cumplido -sonrió.

El modo en que la miraba hizo que anhelara la sencillez de lo que compartían solo cuando estaban en la cama.

– Daría cualquier cosa por leer tus pensamientos -añadió Mike-, en especial el que te ha hecho ruborizarte.

– Ni lo sueñes.

– Maldita sea.

– Suponía que aún seguías enfadado conmigo.

– ¿Enfadado? -movió la cabeza-. He experimentado muchas cosas cuando se trata de ti, la mayoría de las cuales no querrás oír, así que reflexiona un poco, Corrine, antes de abrir esta lata de gusanos.

Quizá lo hubiera hecho si no hubiera sonado su busca. Apareció un mensaje de emergencia.

«¿Qué otra cosa puede ir mal?», se preguntó mientras corría por el laberinto de pasillos.

– Cualquier cosa -indicó Mike con tono sombrío, sobresaltándola, porque ella no se había dado cuenta de que había ido tras ella ni de que hubiera hablado en voz alta.

Unos momentos más tarde, descubrieron que era el brazo robótico, que había empezado a funcionar mal después de que Stephen hubiera estado sobre él mientras trabajaba en una función de transmisión.

– No responde -anunció Stephen con disgusto.

También el brazo era un prototipo. Corrine no titubeó en subir, apartando a todos los técnicos que había allí. Se puso a ladrar sugerencias y órdenes.

Dos horas más tarde, habían conseguido solucionar el problema. Cuando Corrine volvió a bajar, se sentía extenuada, le dolía la cabeza y podría haberse comido una vaca.

En esa ocasión Mike no se encontraba en la cocina cuando al fin pudo ir a recoger sus cosas y prepararse para marcharse a casa, pero se hallaba en el aparcamiento a punto de subir a su coche alquilado.

A1 verla, se quedó quieto y estudió su cara con atención unos momentos. Siempre incómoda bajo un escrutinio, movió los pies.

– ¿Qué? ¿Por qué me miras de esa manera?

– No es nada. Olvídalo pero se guardó las llaves en el bolsillo y avanzó hacia ella.

También él había trabajado todo el día, al lado de ella, pero no parecía tan agotado. Aún llevaba las mangas subidas y la camisa estaba algo arrugada, pero parecía.:. insoportablemente familiar y sexy. Alargó la mano y le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.