Pero la mujer movía la cabeza.
– Lo siento.
La sorprendió el alivio que sintió, pero siempre era honesta, quizá en exceso. En vista de eso, tuvo que reconocer que en realidad no quería una salida de esa situación. Había volado a Huntsville para ocuparse de una emergencia. Fuera la que fuere, era importante y la afectaría tanto a ella corno a la misión.
En los meses que quedaban no dispon dría ni de un momento para sí misma. Esa era su última noche. La asustaba descubrir lo mucho que lo deseaba.
Giro en la oscuridad y chocó contra el pecho de él, y por el modo en que contu-vo el aliento, supo que lo afectaba tanto como él a ella. «Tonto», quiso decirle. «Nos comportamos como adolescentes dominados por las hormonas».
Los dedos de él volvieron a jugar en la base de su columna vertebral. Y todas esas hormonas desbocadas por su propio apetito se alteraron en su interior.
Debería haber sido embarazoso. Incómodo como mínimo. Debería haber sentido temor y duda por un millón de motivos diferentes; el primero, que ni siquiera sabía cómo se llamaba. A cambio, la invadió la sensación más extraña de… estar haciendo lo correcto.
En la oscuridad, echó la cabeza hacia atrás para tratar de verle la cara. No pudo, y más que ver, percibió su sonrisa lenta y relajada. Todo dentro de ella reaccionó.
No le cupo ninguna duda de que se hallaba en el lugar adecuado con el hombre adecuado.
– Sí -dijo.
– ¿Sí?
– Sí -respiró hondo-, me gustaría compartir tu habitación.
La recepcionista y la directora se habían adelantado para oír la respuesta, y dio la impresión de que ambas querían suspirar aliviadas.
– La llave funcionará -explicó la directora- El sistema electrónico de llaves ha activado la energía de emergencia y es una de las pocas cosas que funcionan en este momento. No tendrán ningún problema para entrar en la habitación.
Detrás de ellos, la multitud se impacientaba.
Su desconocido, que olía como el cielo y poseía un toque casi igual de divino, no dijo una palabra, simplemente la tomó de la mano, se la llevó a los labios y entonces, sin soltarla, emprendió la marcha.
Y por segunda vez aquella noche, y segunda vez en toda su vida, ella siguió el camino que le abrían.
Más de una vez en su vida, a Mike lo ha-bían acusado de ser arrogante y seguro, pero abierto y despreocupado. A veces pe-rezoso. Pero como podía atestiguar cualquiera que hubiera trabajado con él, era un hombre muy controlado. Rara vez perdía el control, aunque en ese momento había estado a punto de hacerlo. Llevaba de la mano en dirección a su habitación a una mujer increíblemente hermosa, y no tenía ni idea de lo que ella esperaba.
Sabía que sus hermanos se mofarían de él, ya que tenía buena fama con las mujeres. Pero la verdad era que gran parte de su reputación de chico malo era exagerada, al menos en los últimos años, cuando había estado demasiado ocupado para vivir en consonancia con ella.
La miró por encima del hombro en la oscuridad y descubrió que lo observaba. Le apretó la mano y sonrió.
Ella le devolvió el apretón y la sonrisa, y el cuerpo se le contrajo de excitación. Con un poco de suerte, esa noche la fantasía y la realidad iban a ser una.
Atravesaron el vestíbulo grande y ruidoso con cuidado.
– ¿Todas estas personas están sin habitación? -se preguntó ella en voz alta.
Mike no se detuvo, pero le apretó la mano otra vez.
– Eso parece.
– Es terrible.
Lo era y no le producía una sensación agradable; pero tampoco era tan horrible como para invitar a alguien más a compartir su habitación. Entre trabajo, trabajo y más trabajo, de algún modo había encontrado algo para sí mismo. Frívolo. Incluso peligroso, si se tenía en cuenta la época en la que vivían y todos los problemas asociados con el sexo, pero algo en esa mujer le decía que era diferente.
Un suave resplandor procedente de varias linternas y velas iluminaba el camino hacia los ascensores que, desde luego, no funcionaban. También allí había gente que miraba consternada las puertas cerradas
La habitación de Mike se hallaba en la sexta planta.
Podría haber sido peor, mucho peor.
– Hemos de subir por las escaleras – anunció con pesar, aunque no por sí mismo. Dadas las exigencias físicas de su trabajo, por no mencionar el riguroso entrenamiento al que estaba sometido continuamente, podía subirlas en dos minutos sin empezar a sudar.
Pero para ella no sería tan fácil. La falda mojada tenía que limitarla, y esos tacones… bueno, resaltaban las piernas deslumbrantes, pero no podían ser cómodos. A la tenue luz, le brillaba el pelo húmedo. También la piel, junto con los ojos, llenos de misterios profundos y oscuros.
– Seis plantas de escaleras -añadió con tono de disculpa-. Iremos despacio -le aseguró, y habría jurado que ella se reía. Pero cuando la escrutó en la oscuridad, solo esbozaba una sonrisa.
– Lista cuando tú lo estés -dijo.
En el momento en que abrió la puerta que daba a las escaleras, los recibió una negrura total. Para tranquilizar a la mujer que tenía al lado, volvió a tomarle la mano.
– No te preocupes -del bolsillo sacó un bolígrafo que también era linterna. Cuando la encendió, ella lo miró sorprendida.
– ¿Llevas una linterna en el bolsillo?
Y una agenda electrónica. Y un teléfono móvil de última generación, capaz de conectarse a Internet y leer su correo electrónico. Era un fanático de lo tecnológico y no podía evitarlo, pero en su defensa se podía aducir que había pasado muchos años en Rusia, lejos del hogar. Esos juguetes de algún modo lo hacían sentirse más cerca de su país.
– Tienes que ser ingeniero -decidió ella.
– No lo soy -la vio sonreír, y le pareció tan hermosa que se quedó sin aliento.
– ¿Seguro? -seguía bromeando-. Ahora que lo pienso, lo pareces.
– ¿De verdad quieres saberlo? -preguntó en voz baja, con el deseo repentino de hablarle de sí mismo y oír su historia a cambio. Era una tontería, e incluso arriesgado, porque con esa conexión emocional adicional, sabía que lo que compartieran esa noche iba a ser la relación más poderosa que jamás había tenido.
Ella lo miró fijamente a los ojos, buscando algo que solo Dios conocía. Y al final negó con un movimiento de cabeza.
– Es tentador -susurró con pesar, y alzó una mano para rozarle la boca-. Pero no. No quiero saberlo.
Durante largo rato no se movió, con la esperanza de que ella cambiara de parecer, pero el momento pasó y forzó una sonrisa.
– Me gustaría estar preparado -indicó y dirigió la linterna hacia delante. «Por favor, que esté «preparado» con un preservativo en el neceser».
– Preparado -soltó una risa breve, un sonido algo oxidado, como si no lo hiciera a menudo. «Que sea una caja de preservativos», pensó Mike.
Empezaron a subir. A1 llegar al rellano de la primera planta, él hizo una pausa.
– ¿Necesitas descansar?
– ¿Después de un tramo de escalera? – movió la cabeza-. Dime que no te parezco tan frágiclass="underline"
Era pequeña pero no frágil, no con esas curvas maravillosas y ese rostro tan lleno de vida.
– No me pareces frágil -repuso tras un largo escrutinio que le agitó el cuerpo.
– Respuesta inteligente.
Subieron otra planta y, cuando Mike volvió a detenerse en el rellano, ella enarcó una ceja.
– ¿Tú necesitas descansar?
Él sonrió y subieron el siguiente tramo, pero al oír una carcajada delante de ellos, Mike se detuvo otra vez. Repantigados en los escalones, dos hombres compartían una botella de lo que debía ser un líquido poderoso, a juzgar por las sonrisas bobaliconas que exhibían.
– Mira -dijo uno con voz pastosa mientras 1e daba con el codo a su amigo-. Esa sí que es manera de pasar el tiempo, amigo -e1 borracho le ofreció un guiño exagerado a Mike-. No hace falta que te diga que no pases frío, ¿eh? Tienes tu propia manta.