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– No me gustaría revivir la experiencia -comentó con modestia.

– Fuiste un canalla con suerte, de eso no cabe duda. Todo el equipo. ¿Conoces al equipo? -Tom se volvió hacia los dos hombres que se les acababan de acercar-. Mike Wright, te presento a Jimmy Westmoreland, Especialista Primero de Misión, y a Frank Smothers, Especialista Segundo de Misión.

Mike ya los conocía a ambos. Hacía unos años habían ido a Rusia para estudiar parte del equipo de comunicación para la estación espacial en su fase de planificación. Unos momentos más tarde, le presentaron a Stephen Philips, el quinto miembro del equipo y el especialista de carga.

Ya conoces a todos -indicó Tom-.No está mal para tus primeros diez minutos aquí.

– No conozco a la comandante.

Extrañamente, Mike experimentó un destello de… aprensión no, ya que esa era una palabra demasiado fuerte para un hombre que se sentía tan cómodo en su mundo. Pero así como la industria espacial era famosa por tener profesionales excesivamente bien preparados, también lo era por sus grandes egos, y nadie, absolutamente nadie, llegaba al rango de comandante sin cierta vanidad.

Sumado a eso había otro problema. La comandante era mujer.

Todo el mundo sabía que a Mike le encantaban las mujeres. Las adoraba, soñaba con ellas, las deseaba… Como muestra de ello estaba lo sucedido la noche anterior.

Pero, ¿trabajar para una mujer? ¿Bajo sus órdenes? No quería considerarse un hombre con prejuicios o machista, pero si era sincero, debía reconocer que no imaginaba por qué una mujer iba a querer dirigir ese proyecto. Hacía falta fuerza, dotes de mando y, bueno, coraje.

– ¿Corrine Atkinson?

Stephen alzó la cabeza, igual que Tom y los demás. A diferencia de Tom, Frank, Jimmy y Stephen eran altos y delgados. Lucían el corte de pelo casi al ras que indicaba su carrera militar, y todos mostraban el aspecto de atletas duros, rígidamente controlados y bien entrenados. Por desgracia, los astronautas, por regla general, no eran tan serios como su reputación podía hacerle creer al público en general. De hecho, en su mayor parte eran grandes juerguistas y pendencieros, y ninguno de los allí presentes resultaba una excepción.

– La comandante anda por alguna parte -le aseguró Stephen-. Acaba de llegar de Houston.

– De hecho, vino para conocerte -indicó Frank con demasiada inocencia. Lo estropeó al sonreír-. No te preocupes. Le hemos contado todo sobre ti.

Jimmy se unió a la atmósfera festiva con su sonrisa de lobo.

– Sí. Empezamos con aquella vez en que fuimos a Rusia y nos llevaste a esa fiesta, ¿recuerdas?

Claro que la recordaba.

– Y aquellas mujeres que salieron de la tarta -añadió Jimmy, a pesar de que Mike conocía el resto.

– Eran muy guapas -aseveró Frank-. Pero luego descubrimos que eran prostitutas. ¿Recuerdas, Mike, que tú trataste de enviarlas a casa? No tenían medio de transporte, de modo que les ofrecimos uno…

Mike gimió al recordar la despedida de soltero de uno de sus camaradas. -Decidme que no se lo habéis contado.

– Oh, sí, desde luego que lo hicimos. Lo que más le gustó fue la siguiente parte -Frank sonrió-. Lo recuerdas, ¿no? La parte desnuda.

– Muy bien, eso no fue culpa mía – Mike se frotó las sienes-. Y cuando sacaron las pistolas para robarnos, nadie resultó herido. Espero que le hayáis contado eso.

– No corrimos peligro porque les habías gustado -señaló Jimmy-. Pero sí se llevaron nuestras carteras y el dinero en efectivo:

– Y nuestra ropa -añadió Frank-. No te olvides de que se llevaron nuestra ropa y llaves, y nos dejaron en la carretera.

– Empezó a llover -recordó Jimmy con un temblor-. A cántaros.

– Sí -Frank sonrió con añoranza-. Menos mal que no era invierno.

– Supongo que a la comandante esa historia le habrá resultado fascinante -comentó Mike de mala gana.

– Oh, sí.

Todo el mundo se partió de risa menos él. Mike ni la conocía y lo más probable era que ya figurara en su lista negra. Lo que le faltaba.

– Ahí está -Stephen señaló hacia el otro extremo de la sala.

En ese momento, les daba la espalda. Mike solo pudo ver que era más bien pequeña. Nada más, salvo que se había recogido el pelo en un moño severo.

Parecía ser que a la comandante Corrine Atkinson le gustaban los trajes conservadores y cuadrados que no mostraban prácticamente nada del cuerpo femenino y ocultaban las curvas que podía o no tener.

– Ven, te la presentaré -dijo Tom.

Mike respiró hondo, sintiéndose resignado, aunque no sabía por qué. Que se vistiera de forma rígida y se peinara de manera conservadora no significaba que no se trabajara bien con ella. Eso esperaba.

– ¿Mike?

– Sí -miró a Tom-. Voy -pero no se movió.

Frank rio y le dio una palmada en la espalda.

– No es más que la jefa, grandullón, no la guillotina.

Pero Mike sabía que en ocasiones podía tratarse de lo mismo. Juntos, moviéndose ya como un equipo, avanzaron para presentarlo, los otros con sonrisas en la cara, relajados de un modo que, de repente, Mike no habría podido imitar ni aunque en ello le fuera la vida. Algo extraño, dado lo mucho que le gustaba sonreír y estar relajado. No lo entendía, al menos no hasta que llegó a un metro de ella y se volvió para mirarlos.

Corrine experimentó ese extraño hormigueo en la base del cráneo que solía advertirla de que algo estimulante, no sabía si bueno o malo, estaba a punto de pasar. Descubrió que la percepción era acertada. A1 volverse y enfrentarse al grupo de hombres que había allí de pie, sonrientes, supo que los conocía a todos. A algunos mejor que a otros. Con la excepción de uno. Su perfecto desconocido.

El hombre de los ojos maliciosos y manos aún más maliciosas, el que había imaginado que durante años dominaría sus fantasías, se hallaba de pie justo delante de ella. Solo que en ese momento no llevaba vaqueros ni camiseta, ni movía el pie al son de la música mientras la tormenta bramaba en el exterior. En ese momento no parecía solo y sexy, y un poco peligroso para su salud mental.

En ese momento… seguía siendo sexy y peligroso, pero ya no estaba solo como la noche anterior. Se hallaba rodeado por su equipo, con el aspecto de estar en un ambiente que era natural para él.

– ¿Comandante Atkinson? Le presento a Mike Wright -comentó orgulloso Tom. Inimaginable. Ella abrió la boca, quizá para negar que eso pudiera estar pasando de verdad, quizá para soltar un chillido indignado, pero por suerte él habló primero.

– ¿Tú eres la comandante? -parecía anonadado-. ¿La comandante Atkinson?

Al menos parecía tan aturdido como ella. Lo cual no ayudaba en nada, no cuando su desconocido estaba… Santo cielo.

En su equipo. Era su subordinado. Iba a tener que aceptar órdenes directas de ella, y como bien sabía, no le iba a gustar. Era fuerte, duro e independiente… y eso no podía estar ocurriéndole a ella. No podía haberse acostado por accidente con alguien con quien iba a trabajar en estrecha relación. Con alguien con quien iba a estar prácticamente pegada durante los siguientes cuatro meses. Tenía que ser una broma cósmica.

Una pesadilla.

Por primera vez en su vida, se quedó sin habla, sin saber cómo reaccionar.

Pero él no. De hecho, ya había empezado a extender la mano, no para estrechársela como haría un desconocido, sino para sostenerla y apretarla con suavidad, de ese modo tan familiar que había empleado unas horas atrás.

– ¿Y tú eres…?

– Mike. Mike Wright.

Tenía nombre. Apartó la mano y con cuidado exhibió una pasividad distante.

– Encantada de conocerte.

¡Y de pronto comprendió quién era Mike Wright!

No su primera ni su segunda elección para piloto. Las circunstancias habían querido que se quedara sin ellos. Cuando se sugirió que el astronauta nacido en los Estados Unidos y entrenado en Rusia, Mikhail Wright, fuera el segundo reemplazo de emergencia, ella había aceptado, porque era de todos conocido el talento asombroso y el control preciso que exhibía él. Aunque no lo conocía en persona, le había parecido que sería perfecto. Perfecto.