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Y lo era. Lo había sido. Y en ese instante le tocaba pagar el precio.

– Ha sido estupendo que dejaras Rusia y los proyectos que tenías allí para venir a unirte a nuestro equipo -indicó ella-. Gracias -él simplemente la miró-. Bueno…

Calló, porque durante un momento no fue la comandante, sino Corrine, la mujer que había derrumbado sus defensas por un hombre, acto que le había deparado unas posibilidades que no podía imaginar.

La situación no podía ser peor: «Bueno, en realidad, sí», pensó. «Todo el mundo en la sala podría saber que me he acostado con él».

Si su equipo lo averiguaba, a ojos de ellos perdería ese toque intenso y duro. Todo su control le sería arrebatado y perdería gran parte del respeto que tanto le había costado ganar, destino mucho peor que la muerte.

Irguió la espalda y se obligó a sonreír un poco, con la esperanza de que él -recibiera el mensaje silencioso y la súplica urgente.

– Querrás comenzar de inmediato. Primero te pondremos al tanto de lo que hemos estado haciendo. Tienes una reunión de un día entero con los especialistas de la misión, a quienes veo que ya conoces.

Frank y Jimmy sonrieron. Mike en ningún momento apartó la vista de ella; su cuerpo grande y musculoso se tensó como un cable. Guardó silencio.

– Mañana, á las ocho, empezaremos con el simulador -continuó, refiriéndose el enorme depósito de agua que proyectaba la ingravidez aproximada del entorno en el espacio-. Después de entrenarnos juntos durante una semana para acostumbrarnos a funcionar en equipo, nos marcharemos al Centro Espacial Johnson, donde nos quedaremos hasta el lanzamiento, sometidos a un entrenamiento diario.

Seguía mirándola fijamente, con expresión sombría, y en las profundidades de esos ojos insondables, ella vio cosas a las que no sabía responder… sorpresa y conmoción, por no mencionar una decepción amarga por el modo en que Corrine había manejado esa situación imposible.

Al final, tras un largo y tenso momento, él asintió despacio.

– Nos vemos entonces -respondió él con voz de acero. Dio media vuelta y abandonó la sala.

Corrine lo observó irse y se preguntó por qué experimentaba una extraña sensación de pérdida.

El resto del día fue una pura tortura, y solo era el primer día. Le quedaban meses hasta poder estar sola para lamerse y superar las heridas. No sabía muy bien qué era lo que debía superar, pero todavía no iba a permitirse pensar en ello. No le sorprendió encontrarse dos veces más con Mike ese mismo día. Cada una fue más difícil que la anterior. La primera quiso la casualidad, o la mala suerte, que ella fuera por el pasillo mientras él salía de la sala de conferencias después de su primera reunión.

Llevaba la camisa remangada y el pelo revuelto, como si se lo hubiera mesado a menudo con los dedos. Pero su mirada ardiente la atravesó.

Había gente por doquier, lo que le impidió a Corrine hacer algo más que preguntarle cómo había ido la reunión. Él respondió de manera similar, sin revelar nada, algo que ella agradeció.

Pero al alejarse, temblorosa por dentro debido a tantas emociones sin nombre, sintió la mirada de él, y continuó sintiéndola mucho después de desaparecer de su vista.

La segunda vez que se topó con Mike fue en mitad de la noche. Todo el equipo se alojaba en el centro y cada miembro tenía un dormitorio privado, pero compartían tres cuartos de baño comunitarios.

Por desgracia para Corrine, siempre había necesitado ir al cuarto de baño a medianoche, y esa noche no fue una excepción. Al salir caminó por el pasillo a oscuras y chocó contra un pecho sólido.

– Corrine.

No había otra voz en el mundo que pudiera aflojarle las rodillas. Ninguna capaz de evocar tantos pensamientos y emociones.

– Tenemos que hablar -dijo él. Aquí no.

Un pánico como el que nunca había conocido creció en ella, porque con ese hombre se sentía débil. Vulnerable. Todavía no podía hablarle del «problema» que compartían, no hasta que controlara mejor sus emociones y a sí misma. Nunca más volvería a verla sin ese control.

Lo había perdido por completo con él, lo había dejado hacer todo. Había estado extendida y abierta sobre la cama, con Mike arrodillado encima, empleando los dedos, la lengua, la totalidad del cuerpo para hacerla gritar y suplicar. No importaba que él también hubiera gritado y suplicado. En ese momento no se cuestionaba su control.

– Hablar no ayudará -indicó Corrine-. Ya está hecho.

– No tiene por qué ser así.

¿Qué insinuaba? ¿Que la deseaba otra vez? ¿Cómo era posible cuando sabía quién era ella?

No importaba. Corrine no quería que se repitiera. Anhelaba seguir adelante, como si nunca hubiera permitido que sus debilidades, su soledad, su momentánea falta de cordura tuvieran lugar.

– Se acabó, Mike -pronunciar su nombre ayudó. Su desconocido tenía un nombre y una identidad que acompañaban ese cuerpo largo, duro y cálido que durante una noche había adorado.

– ¿Así de fácil? -preguntó él-. ¿Igual que como empezó?

– Sí.

– Es duro, ¿no te parece?

– Así es la vida -se obligó a mantener la ecuanimidad, cuando lo que más deseaba era pedirle que la abrazara-. Adiós, Mike.

– No puedes despedirte de mí. Estoy en tu equipo.

– No te digo adiós como mi compañero de equipo.

É1 movió la cabeza y la miró de un modo que hizo que quisiera llorar.

– Y yo no te digo adiós como mi amante…

Corrine apoyó un dedo en sus labios, casi sin poder hablar.

– No lo digas -suplicó-. No digas nada.

Él le tomó la mano y con gentileza, con tanta gentileza que las lágrimas que había luchado por no derramar se asomaron a sus ojos, le besó los nudillos.

– No lo diré -convino-. Pero porque no hace falta. Aún no hemos terminado. Y creo que tú lo sabes.

Y se marchó.

5

Después del encuentro en plena noche, Mike durmió mal, acosado por visiones de su nueva comandante y de sus ojos distantes y voz aún más lejana. Se preguntó de dónde diablos había salido tanta frialdad. Y por qué se negaba a reconocer la noche que habían pasado juntos, aunque solo fuera entre ellos. A pesar de lo mucho que se esforzaba por entenderlo, no lo conseguía.

Comprendía lo obvio. Ella se avergonzaba de lo que habían compartido. Pero, ¿por qué eso dolía?

En cuanto a él, le estaba costando reconciliar la idea de la mujer a la que había abrazado toda la noche, que le había mostrado tanta pasión y deseo, con la persona fría a la que le habían presentado ese día. Abandonó la esperanza de dormir y se levantó antes del amanecer, sintiéndose aún insultado y enfadado, aunque no fuera algo racional. Había deseado esa oportunidad, había trabajado años por ella. No dejaría que nada se la estropeara.

Sabía cómo iba a pasar el día… diablos, probablemente la semana siguiente. Estaría en el simulador. Sería algo tedioso, largo y restrictivo; todos tendrían que ponerse el equipo de buceo. Aunque primero debía eliminar parte de esa energía inquieta. Podía ir al gimnasio a nadar un poco, pero como en el futuro inmediato iba a pasar todo el tiempo en el agua, decidió salir a correr.

Caminaba por el pasillo cuando Jimmy asomó la cabeza por la puerta de su habitación. Con expresión cansada, miró el atuendo de Mike antes de gemir.

– Perfecto. Vas a hacer que todos quedemos mal ante la… -miró a derecha e izquierda, luego bajó la voz hasta un susurro de conspiración-… Reina de Hielo.

– ¿Quién?

Frank sacó la cabeza por otra puerta con el ceño fruncido. Al ver a Mike y a Jimmy, sonrió con gesto somnoliento.