—¿Sabes qué hora es? Ahora eres el propietario de un club, magrebí. Tienes una responsabilidad con las chicas del turno de día. ¿Quieres hacer el favor de pasarte por aquí y abrir?
No me acordaba del maldito club. Era algo de lo que no deseaba preocuparme, pero Indihar estaba dispuesta a recordarme mis responsabilidades.
—Iré lo antes que pueda. ¿Ha venido todo el mundo hoy?
—Yo estoy aquí, Pualani está aquí, Janelle se ha largado, no sé donde está Kandy y Yasmin busca trabajo.
Ahora también Yasmin, jo.
—En seguida nos vemos.
—Inshallah, Marîd.
—Sí —respondí, volviendo a colgarme el teléfono del cinturón.
—¿Dónde quieres ir ahora? No tenemos tiempo para recados personales.
Intenté explicarle.
—Friedlander Bey pensó que me hacía un gran favor y me compró un club en el Budayén. No tengo ni la más puñetera idea de cómo dirigir un club. Lo había olvidado hasta ahora. Tengo que pasarme por allí y abrir el local.
Shaknahyi se rió.
—Cuídate de los obsequios de un rey mafioso de doscientos años —dijo—. ¿Dónde está el club?
—En la Calle. El local de Chiriga. ¿Sabes cuál digo?
Se volvió y me estudió durante un momento sin hablar. Luego me dijo:
—Sí, sé cuál dices.
Viró violentamente el coche patrulla y nos dirigimos hacia el Budayén.
Debéis de pensar que melaría atravesar la puerta este en un coche oficial y conducir Calle arriba estando prohibido cualquier tráfico rodado. Pero mi reacción fue la contraria. Me arrebujé contra el asiento, esperando no encontrarme a nadie conocido. Toda mi vida había odiado a los polizontes y ahora yo era uno de ellos. Mis antiguos amigos ya me dispensaban el mismo trato que yo solía dar a Hajjar y los demás policías del Budayén. Me alegré de que Shaknahyi tuviera el buen sentido de no activar la sirena.
Shaknahyi detuvo el coche justo enfrente del club de Chiriga y vi a Indihar de pie en la acera con Pualani y Yasmin. Me disgustó que Yasmin se hubiera cortado su largo y hermoso cabello negro, que yo adoraba. Puede que desde que rompimos tuviera ganas de cambiar un poco. Respiré hondo, abrí la portezuela y salí.
—¿Cómo estáis? —dije.
Indihar me dirigió una furiosa mirada.
—Ya hemos perdido una hora de propinas —me respondió.
—¿Vas a dirigir este club o no, Marîd? —dijo Pualani—. Puedo trabajar con Jo-Mama si quiero.
—Frenchy me volvería a contratar en un minuto de Marrakech —dijo Yasmin.
Su expresión era fría y distante. Dar vueltas en un coche de policía no había mejorado mi situación con ella, ni mucho menos.
—No os preocupéis —dije—. Es que esta mañana tenía un montón de cosas en la cabeza. Indihar, ¿puedo contratarte para que dirijas el club por mí? Tú sabes cómo funciona el club mejor que yo.
Me miró durante unos segundos.
—Sólo si me garantizas un horario regular. No quiero tener que estar aquí a primera hora después de haberme quedado hasta tarde durante el turno de noche. Chiri siempre nos obligaba a hacerlo.
—Está bien, de acuerdo. Si tienes cualquier otra idea, cuéntamela.
—Vas a tener que pagarme como a los demás encargados. Y sólo saldré a bailar si me da la gana.
Fruncí el ceño, pero me tenía contra las cuerdas.
—Está bien. ¿Quién sugieres que dirija esto por la noche?
Indihar se encogió de hombros.
—No confío en ninguna de esas putas. Habla con Chiri. Vuelve a contratarla.
—¿Contratar a Chiri? ¿Para que trabaje en su propio club?
—Ya no es su club —señaló Yasmin.
—Sí, tenéis razón —respondí—. ¿Creéis que estará dispuesta?
Indihar se echó a reír.
—Te costará tres veces lo que cualquier otro encargado de la Calle. Te atormentará y te robará a escondidas la caja registradora si le das media oportunidad, pero vale la pena. Nadie hace dinero como Chiri. Sin ella, en seis meses no tendrás más remedio que alquilar tu propiedad a cualquier vendedor de alfombras.
—Has herido sus sentimientos, Marîd —dijo Pualani.
—Lo sé, pero no fue culpa mía. Friedlander Bey lo organizó todo sin consultarme antes. Me soltó el club como una sorpresa.
—Eso Chiri no lo sabe —dijo Yasmin.
Oí cerrarse la portezuela del coche a mis espaldas. Me volví y vi que Shaknahyi caminaba hacia mí con una gran sonrisa en el rostro. Sólo me faltaba que ahora se nos uniera él. Shaknahyi disfrutaba de lo lindo.
Indihar y las demás me odiaban por haberme metido a policía y los policías hacían lo mismo porque sabían que yo seguía siendo un buscavidas. Los árabes dicen: «Si te quitas la ropa, cogerás frío». Es una advertencia para que no te separes de tu grupo. No ofrece ninguna ayuda cuando tus amigos aparecen en tromba y te desnudan contra tu voluntad.
Shaknahyi no me dijo ni una palabra. Se dirigió a Indihar, se inclinó y le susurró algo al oído. Bueno, muchas chicas de la Calle sienten fascinación por los policías. Nunca lo he entendido. Y a ciertos policías no les importa aprovecharse de la situación. Me sorprendió descubrir que Indihar era una de esas chicas y Shaknahyi uno de esos polis.
No se me ocurrió añadirlo a la reciente lista de casualidades anómalas: mi nuevo compañero acababa de enrollarse a la nueva encargada del club que Friedlander Bey me había regalado.
—¿Ya lo has arreglado todo, Audran? —preguntó Shaknahyi.
—Sí —dije—. Tengo que hablar con Chiriga en algún momento del día.
—Indihar tiene razón —dijo Yasmin—. Chiri te lo va a hacer pasar muy mal.
Asentí.
—Creo que está en su derecho, pero no lo espero con ilusión.
—Venga, vámonos ya —dijo Shaknahyi.
—Si más tarde tengo un rato me dejaré caer por aquí y veré qué tal estáis.
—Estaremos bien —dijo Pualani—. Sabemos hacer nuestro trabajo. Tú mueve el culo y ocúpate de buscar a Chiri.
—Protégete las partes vitales —dijo Indihar—. Ya sabes a lo que me refiero.
Les dije adiós y volví al coche patrulla. Shaknahyi le dio un beso en la mejilla a Indihar y me siguió. Se sentó al volante.
—¿Preparado para trabajar, ahora? —me preguntó; aún estábamos tensos.
—¿Cuánto hace que conoces a Indihar? Nunca te he visto en el club de Chiri.
Me brindó su mirada inocente.
—La conozco desde hace mucho tiempo.
—Muy bien —dije.
Lo dejé en ese punto. No parecía que deseara hablar de ella.
Sonó una escandalosa alarma y la voz sintetizada del ordenador del coche balbuceó:
—Agente número tres siete cuatro, ocúpese inmediatamente de una amenaza de bomba con rehenes. Café de la Fée Blanche, calle Nueve norte.
—El local de Gargotier —dijo Shaknahyi—. Nos ocuparemos de ello.
El ordenador del coche enmudeció.
Y Hajjar me había prometido que no tendría que ocuparme de cosas como ésta.
—Basmala —murmuré; en el nombre de Alá el clemente, el misericordioso.
Esta vez, mientras circulábamos por la Calle, Shaknahyi hizo sonar la sirena.
6
Una multitud se agolpaba al otro lado de la verja baja que delimitaba el patio del Café de la Fée Blanche. Un viejo, sentado a una de las mesas de hierro pintadas de blanco, bebía algo de un vaso de plástico. Parecía ajeno a lo que ocurría dentro del bar.
—Échalo de aquí —me gruñó Shaknahyi—. Echa también a toda esa gente. No sé lo que sucede, pero vamos a tratar a ese tipo como si tuviera una bomba de verdad. Y cuando hayas apartado a todos, ve a sentarte al coche.
—Pero…
—No quiero tener que preocuparme por ti.