Shaknahyi me acercó un vaso de agua fría. Me di cuenta de que estaba tumbado en el suelo y Shaknahyi y Monsieur Gargotier se encontraban de pie a mi lado, cariacontecidos, meneando la cabeza.
Bebí el agua, agradecido. Cuando la terminé, intenté hablar otra vez.
—¿Qué ha ocurrido?
—Levántate —respondió Shaknahyi.
—Está bien.
Una fina sonrisa arrugó el rostro de Shaknahyi. Se agachó y me ofreció una mano.
—Levántate del suelo.
Me puse en pie, tambaleante, y me senté en la silla más cercana.
—Ginebra y bingara —dije a Gargotier—. Póngale una pizca de bingara.
El camarero hizo una mueca, pero se dispuso a prepararme la bebida. Saqué mi caja de píldoras y cogí ocho o nueve soneínas.
—Ya había oído hablar de ti y de tus drogas —dijo Shaknahyi.
—Todo es cierto —dije.
Cuando Gargotier me trajo mi bebida, tragué los opiáceos. No podía esperar a que me curasen. Todo estaría bien en un par de minutos.
—Casi consigues que muramos todos, intentando hablar con ese tipo —dijo Shaknahyi. Ya me sentía bastante mal para entonces, no deseaba oír su sermoncito. De cualquier modo, prosiguió—: ¿Qué demonios intentabas hacer? ¿Hacer amistades? No trabajamos así cuando hay vidas en peligro.
—¿Sí? —dije—. ¿Cómo lo hacéis?
Separó las manos como si la respuesta fuera perfectamente evidente.
—Te sitúas donde no pueda verte y fríes a ese cabrón.
—¿Me freíste antes o después de freír a Al-Muntaqim?
—¿Así era como se denominaba a sí mismo? Demonios, Audran, hay un pequeño haz de difusión en estas pistolas estáticas. Lo siento, tuve que abatirte a ti también, pero no deja lesiones permanentes, inshallah. Se levantó con esa caja, y no podía esperar a que te quitaras de enmedio para disparar. No tuve más remedio.
—Está bien —dije—. ¿Dónde está el vengador ahora?
—Mientras dormías vino el camión de la carne. Se lo llevó a la sala de seguridad de un hospital.
Eso me molestó.
—Al artificiero loco lo llevan a una preciosa cama de hospital, pero yo debo yacer en el suelo asqueroso de este maldito salón.
Shaknahyi se encogió de hombros.
—Él está mucho peor que tú. A ti sólo te alcanzó el rebote de la carga. A él le dio de lleno.
Al-Muntaqim iba a sentirse un poco decaído durante un tiempo. No me preocupaba en absoluto.
—No hay necesidad de discutir sobre moralidad con un imbécil —dijo Shaknahyi—. Debes aprovechar la primera oportunidad para neutralizar al mamón.
Hizo el ademán de disparar con su dedo índice.
—Eso no era lo que el Guardián Completo me decía. Por cierto, ¿me desconectaste tú el moddy? ¿Qué has hecho con él?
—Aquí está.
Sacó el moddy del bolsillo de su camisa y lo arrojó al suelo a mi lado. Entonces levantó su pesada bota negra e hizo pedazos el módulo de plástico. Fragmentos de brillantes colores de la red del circuito se desparramaron por el suelo.
—Si te pones otro de éstos —añadió—, haré lo mismo con tu cara y luego chutaré los restos fuera de mi coche patrulla.
Demasiado para Marîd Audran, el agente ideal para hacer cumplir la ley.
Ya me encontraba mucho mejor, y seguí a Shaknahyi fuera del bar en penumbra. Monsieur Gargotier y su hija Maddie se acercaron. El encargado intentaba agradecérnoslo, pero Shaknahyi se limitó a levantar la mano en un modesto ademán.
—No es necesario que nos dé las gracias por cumplir con nuestro deber.
—Están invitados siempre que quieran —dijo Gargotier agradecido.
—Quizá lo hagamos. —Shaknahyi se dirigió a mí—. Vamos.
Salió por la puerta del patio. El viejo Weinraub estaba aún sentado bajo su sombrilla de Cinzano, en apariencia ajeno a todo lo ocurrido.
De regreso al coche dije:
—Me hace sentir un poco mejor ser bien recibido en alguna parte.
Shaknahyi me miró.
—Aceptar bebidas gratis es una infracción grave.
—No sabía que existieran infracciones en el Budayén —dije.
Shaknahyi sonrió. Parecía que las cosas se habían relajado un poco entre nosotros.
Antes de entrar en el coche, el muecín llamó a la oración de la tarde desde alguna mezquita de fuera del barrio. Observé como Shaknahyi se dirigía al asiento trasero del coche patrulla y sacaba una alfombra enrollada. Extendió la alfombra sobre la acera y rezó durante unos minutos. Por alguna razón me hizo sentir muy incómodo. Cuando terminó, enrolló la alfombra y la volvió a meter en el coche, dirigiéndome una mirada peculiar, una especie de reproche mudo. Ambos subimos al coche patrulla, pero durante un rato, ninguno dijo nada.
Shaknahyi condujo Calle abajo y salió del Budayén. Curiosamente, ya no me preocupaba que alguno de mis viejos amigos me viera en un coche de policía. En primer lugar, por el modo en que me trataban podían irse al infierno. En segundo lugar, ahora me sentía algo diferente, después de que me hubieran disparado en cumplimiento del deber. La experiencia en la Fée Blanche cambió mi modo de pensar. Ahora valoraba el riesgo que corría diariamente un policía.
Shaknahyi me sorprendió.
—¿Quieres que paremos en algún sitio a comer? —me preguntó.
—Buena idea.
Aún estaba algo débil y los sunnies me habían producido un ligero mareo, así que asentí.
—Hay un lugar cerca de la comisaría donde solemos ir.
Sacó la sirena y se abrió paso rápidamente entre el tráfico. A una manzana del restaurante escondió la sirena y estacionó en un aparcamiento prohibido.
—Ventajas de ser policía —me dijo, sonriendo—. No tenemos muchas más.
Al entrar, me llevé una agradable sorpresa. El dueño del restaurante era un joven mauritano llamado Meloul y la comida era genuinamente magrebí. Al llevarme allí, Shaknahyi enmendaba el daño que me había producido antes. Le miré y de repente no me pareció mal tipo.
—Sentémonos aquí —dijo, eligiendo una mesa lejos de la puerta y contra la pared, desde donde podía vigilar a los demás clientes y echar una ojeada a lo que sucedía fuera.
—Gracias —le dije—. Hace mucho que no pruebo la comida de casa.
—Meloul —llamó—. He venido con uno de tus primos.
El propietario se acercó, con una bandeja de acero inoxidable y una almofía. Shaknahyi se lavó las manos con esmero y se las secó con una limpia toalla blanca. Luego me las lavé yo y me las sequé con una segunda toalla. Meloul me miró y me sonrió. Tenía más o menos mi edad, pero era más alto y de tez más oscura.
—Soy beréber —dijo—. ¿Tú también eres beréber? ¿Eres de Oran?
—Tengo un poco de sangre beréber —le respondí—. Nací en Sidi-bel-Abbés, pero crecí en Argel.
Se acercó y yo me levanté. Intercambiamos besos en la mejilla.
—He vivido toda mi vida en Oran. Ahora vivo en esta preciosa ciudad. Siéntate, ponte cómodo, traeré comida para ti y para Jirji.
—Los dos tenéis mucho en común —dijo Shaknahyi.
Asentí.
—Escucha, agente Shaknahyi. Quiero que…
—Llámame Jirji. Te pusiste ese maldito moddy y me seguiste al interior del local de Gargotier. Fue estúpido, pero tienes redaños. Te has estrenado, especie de…
Eso me hizo sentir mejor.
—Sí, bien, Jirji. Quiero preguntarte algo. ¿Te consideras muy religioso?
Frunció el ceño.
—Cumplo las obligaciones, pero no salgo a la calle y mato a los turistas infieles si no se convierten al Islam.
—Okay, entonces quizás puedas explicarme el significado de mi sueño.
Se echó a reír.
—¿Qué tipo de sueño? ¿Tú y Brigitte Stahlhelm en el túnel del amor?
Sacudí la cabeza.
—No, nada de eso. Soñé que conocía al Santo Profeta. Tenía algo que decirme, pero no lo entendí.