Выбрать главу

No sabría decir si se estaba burlando de mí.

—Me alegra poder ayudar un poco.

—El Robín Hood de los suburbios.

—Se me pueden llamar cosas peores.

—Si Indihar viera esta faceta tuya, tal vez no te odiase tanto.

Me quedé mirándole, pero él se limitó a reírse.

De nuevo en el coche patrulla, el ordenador de a bordo dijo:

—Coche número tres siete cuatro, responda inmediatamente. Se ha identificado al asesino Paul Jawarski en el restaurante Meloul de la calle Nür ad-Din. Está desesperado, bien armado, y disparará a matar. Otras unidades van en camino.

—Nosotros nos ocuparemos de él —dijo Shaknahyi.

La voz del ordenador se extinguió.

—El restaurante de Meloul es donde comimos en aquella ocasión, ¿no? —dije.

Shaknahyi asintió.

—Intentaremos reducir a ese bastardo de Jawarski antes de que agujeree la olla de cuscús de Meloul.

—¿La agujeree?

Shaknahyi se volvió hacia mí y me dedicó una amplia sonrisa.

—Le gustan las pistolas antiguas. Lleva una cuarenta y cinco automática. Te hace un socavón tan grande que cabe una pierna de cordero.

—¿Qué sabes de ese Jawarski?

Shaknahyi viró por la calle Nür ad-Din.

—Los patrulleros como nosotros llevamos una semana viendo su foto. Dice que ha matado a veintiséis hombres. Es el jefe de la banda de los cabezas planas. Ofrecen diez mil kiams de recompensa por él.

Se suponía que yo sabía de qué estaba hablando.

—No parece interesarte demasiado —dije.

Shaknahyi gesticuló con la mano.

—No sé si el aviso es verdadero o es otra falsa alarma. En este barrio hemos recibido tantas llamadas falsas como auténticas.

Llegamos los primeros al local de Meloul. Shaknahyi abrió la portezuela y salió, yo hice lo mismo.

—¿Qué quieres que haga? —le pregunté.

—Limítate a quitar a los viandantes del medio —dijo—. En todo caso hay algo…

Una salva de disparos partió del interior del restaurante. Aquellas armas de fuego metían mucho ruido. Sin duda atraían la atención, no como el chisporroteo y el siseo de las pistolas estáticas. Me lancé al suelo e intenté sacar la pistola estática del bolsillo. Sonaron más disparos y oí el estallido de cristales cerca. El parabrisas, pensé.

Shaknahyi se había tirado al suelo junto al edificio, fuera de la línea de fuego. Empuñaba su arma.

—Jirji —le llamé.

Me hizo una seña para que cubriera la parte trasera del restaurante. Me levanté y corrí unos metros, entonces oí a Jawarski huir por la puerta principal. Me volví y vi a Shaknahyi salir tras él disparando su pistola de agujas por la calle Nür ad-Din. Shaknahyi abrió fuego cuatro veces y Jawarski se dio la vuelta. Yo los miraba fijamente e imaginaba el tamaño y la negrura del cañón de la pistola de Jawarski. Parecía como si me apuntase directo al corazón. Disparó unas cuantas veces y se me heló la sangre, hasta que me percaté de que no me había dado.

Jawarski corrió hacia un patio a unas pocas puertas más allá de Meloul, y Shaknahyi le persiguió. El fugitivo debió de caer en la cuenta de que no podía cortar por la siguiente calle, porque retrocedió hacia Shaknahyi. Llegué en el preciso instante en que los dos hombres se encontraban frente a frente, disparándose. A Jawarski se le descargó el arma y huyó hacia la parte trasera de una casa de dos plantas.

Lo seguimos por el patio. Shaknahyi subió un peldaño de la escalera, abrió una puerta y se metió en la casa. Yo no quería hacerlo, pero tenía que seguirle. En cuanto abrí la puerta trasera, vi a Shaknahyi apoyado contra la pared, recargando su pistola de agujas. No parecía consciente de la gran mancha oscura que se extendía por su pecho.

—Jirji, estás herido —dije, con la boca seca y el corazón como un martillo.

—Sí. —Respiró hondo—. Vamos.

Caminó despacio por la casa hacia la puerta principal. Salió a la calle y paró un pequeño coche eléctrico de un civil.

—Demasiado lejos para ir a buscar el coche patrulla —me dijo, jadeante. Miró al conductor—. Estoy herido —dijo, metiéndose en el coche.

Me senté a su lado.

—Llévenos al hospital —ordené al acobardado hombrecito que estaba tras el volante.

Shaknahyi renegó.

—Olvídelo. Sígale —dijo señalando a Jawarski, que corría por el espacio que separaba la casa en que se había escondido de la siguiente.

Jawarski nos vio y disparó mientras corría. La bala entró por la ventana del coche, pero el calvo conductor no se detuvo. Veíamos a Jawarski escabullirse de una casa a otra. Entre las casas, se volvió y nos disparó de nuevo. Cinco balas más se incrustaron en el coche.

Por fin Jawarski llegó a la última casa de la manzana y subió por el porche. Shaknahyi apuntó con su pistola de agujas y disparó. Jawarski se tambaleó.

—Vamos —dijo Shaknahyi respirando con dificultad—. Me parece que ya le tenemos. —Abrió la puerta del coche y cayó sobre el pavimento. Yo bajé de un salto y le ayudé a incorporarse—. ¿Dónde están? —dijo.

Miré por encima del hombro. Un puñado de policías uniformados subían la escalera hacia el escondite de Jawarski y tres coches patrulla más se acercaban por la calle a toda velocidad.

—Están aquí, Jirji —dije.

Su piel empezaba a adquirir un horrible color gris.

Se apoyó contra el acribillado coche y respiró con dificultad.

—Duele como un demonio —dijo serenamente.

—Tranquilo, Jirji. Te llevaremos al hospital.

—No fue un accidente, la llamada sobre On Cheung, luego el aviso de Jawarski.

—¿De qué estás hablando? —le pregunté.

El dolor le mortificaba, pero no entraba en el coche.

—El archivo Fénix —dijo. Me miró intensamente a los ojos, como si intentara inculcar esa información directamente a mi cerebro—. Hajjar cometió un error con el archivo Fénix. Desde entonces he estado tomando notas. No les gustaba. Pon atención en quién se queda mis pertenencias, Audran. Pero juega con astucia o también se llevarán tus huesos.

—¿Qué demonios es el archivo Fénix, Jirji?

La ansiedad me embargaba.

—Toma —dijo, ofreciéndome la libreta de tapas de vinilo de su bolsillo.

Cerró los ojos y se desplomó sobre el capó del coche. Miré al conductor.

—¿Quiere llevarnos al hospital?

El renacuajo calvo me miró. Luego miró a Jirji.

—¿Cree que podré limpiar toda esa sangre de mi tapicería? —preguntó.

Cogí al cabrón de las solapas y lo arrojé fuera de su propio coche. Metí con mucho cuidado a Shaknahyi en el asiento del copiloto y me dirigí hasta el hospital más rápido de lo que he conducido en mi vida.

No sirvió de nada. Era demasiado tarde.

10

En mi mente se repetía uno de los Rubáiyyat de Khayyam. Algo sobre la enmienda:

Una y otra vez prometí enmendarme, ¿estaría sobrio al hacer la promesa? Una y otra vez fracasé, llevado de mi necedad juvenil; mi frágil enmienda quedó en vaniloquio.

—Chiri, por favor —dije, levantando el vaso vacío.

El club estaba casi desierto. Era tarde y estaba muy cansado. Cerré los ojos y escuché la música, la misma música hispana, machacona y estridente, que Kandy ponía cada vez que subía a bailar. Empezaba a hartarme de oír las mismas canciones una y otra vez.

—¿Por qué no te vas a casa? —me preguntó Chiri—. Puedo llevar este local yo sola. ¿Cuál es el problema, no te fías de que haga bien las cuentas?

Abrí los ojos. Me puso un gimlet de vodka. Sentía una melancolía insondable, de esas que no alivia ningún licor. Puedes beber toda la noche y nunca te emborrachas. Acabas con el estómago destrozado y un agudo dolor de cabeza, pero el consuelo que esperabas nunca llega.