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Ahora quería llevar la investigación un importante paso más allá.

—¿Busco algo más? —preguntó la base de datos del hospital.

—Sí.

—Entra la secuencia a buscar.

—Chami.

Pocos segundos más tarde apareció una lista de cinco nombres, desde Chami, Ali Masoud, hasta Chami, Zayd.

—Selecciona entrada —dijo el ordenador.

—Chami, Elwau.

Cuando el archivo apareció en la pantalla, lo leí con calma. Chami era un individuo anónimo, ni tan pobre como algunos ni tan rico como otros. Estaba casado y tenía siete hijos, cinco niños y dos niñas. Vivía en un vecindario de clase media al noreste del Budayén. Claro que los historiales médicos no decían nada de tropiezos con la ley, pero había un hecho importante oculto en el estilo redundante de los informes: Elwau Chami dirigía una pequeña tienda del Budayén, en la calle Once al norte de la Calle. Era una tienda que conocía muy bien. Chami vendía alfombras orientales baratas en la parte delantera y alquilaba la trastienda a una pareja de ancianos paquistaníes que vendían objetos de bronce a los turistas. Lo interesante era que Friedlander Bey era el propietario del edificio. Era probable que Chami también trabajara como portero del salón de juego del piso superior, donde se cruzaban elevadas apuestas.

Seguidamente investigué sobre Blanca Mataro, el transexual cuyo cadáver había descubierto con Jirji Shaknahyi. Su cuerpo había sido trasladado a otro hospital y había proporcionado los riñones y el hígado que necesitaba con urgencia una joven enferma a la que nunca conoció. En sí no era nada extraño, mucha gente donaba sus órganos en caso de muerte repentina o accidental. Me pareció demasiada coincidencia que el receptor resultara ser el sobrino de Umar Abdul-Qawy.

Me pasé hora y media repasando los archivos de todos los nombres de la agenda de Shaknahyi. Junto con Chami dos de las víctimas de asesinato —Blanca y Andreja Svobic— estaban relacionadas con Papa. Podía demostrar que de los otros cuatro nombres, dos guardaban clara relación con Reda Abu Adil. Estaba dispuesto a apostar una gran suma de dinero a que el resto también, pero no era necesario proseguir con el asunto. Nada de esto se sometería jamás a ningún tribunal. Ni Abu Adil ni Friedlander Bey se verían nunca ante un juez.

Así que, después de todo, ¿qué sabía? Uno: En las últimas semanas, en la ciudad se habían producido al menos cuatro asesinatos sin resolver. Dos: Las cuatro víctimas habían sido asesinadas del mismo modo, de un disparo a quemarropa con una pistola estática. Tres: Después de muertas a las cuatro víctimas se les había extraído los órganos sanos, porque las cuatro estaban en la lista de donantes voluntarios de la ciudad. Cuatro: Las cuatro víctimas y los cuatro receptores tenían vínculos directos o con Abu Adil o con Papa.

Había demostrado que la sospecha de Shaknahyi iba más allá de la casualidad o la coincidencia, pero sabía que Hajjar negaría que los asesinatos estuvieran relacionados. Podía decir que los asesinos habían empleado una pistola estática para que ninguno de los órganos internos sufriese ningún daño, pero a Hajjar le importaría un comino. Tenía la endiablada certeza de que Hajjar ya estaba al corriente de todo y por eso me había asignado la investigación de On Cheung en lugar de la muerte de Shaknahyi. Un montón de hombres poderosos se aliaban contra mí. Era bueno tener a Dios de mi parte.

—¿Busco algo más? —preguntó mi ordenador.

Titubeé. Tenía un nombre más para comprobar, pero en realidad no quería saber los detalles. Después de que le disparasen, Shaknahyi me dijo que descubriera adonde iban a parar sus restos. A esas alturas ya creía saberlo, aunque no sabía el nombre exacto. Estaba seguro de que una parte de Jirji Shaknahyi vivía aún en algún empleado de baja categoría de Abu Adil o Friedlander Bey, o en uno de sus amigos o parientes. Estaba totalmente asqueado, de modo que dije:

—Salir.

Miré oscurecerse la pantalla del ordenador y pensé en lo que iba a hacer.

Estaba luchando contra la tentación de buscar a alguien en la comisaría que me vendiese unos cuantos sunnies, cuando sonó el teléfono de mi cinturón. Lo descolgué y me recliné en la silla.

—Hola —dije.

—Marhaba —dijo Morgan con voz tosca.

Eso era todo el árabe que sabía. Cogí mi daddy de inglés de la ristra y me lo conecté.

—¿Cómo estás, tío? —me dijo.

—Muy bien, gracias a Dios. ¿Qué ocurre?

—¿Recuerdas que te prometí revelarte el miércoles dónde se esconde Jawarski?

—Sí, me preguntaba cuándo me informarías.

—Bueno, quizá fui demasiado optimista.

Parecía dolido.

—Me daba la impresión de que Jawarski se cubriría las espaldas muy bien.

—Pues yo tengo la impresión de que alguien le ayuda, tío.

Me enderecé en la silla.

—¿Qué quieres decir?

Hubo una pausa y Morgan siguió hablando.

—El asesinato de Shaknahyi ha dado que hablar. A la mayoría de la gente no le importa que se carguen a un policía, pero no he encontrado a nadie que odiara a Shaknahyi. Y Jawarski es un loco y una escoria, así que nadie de cuantos conozco movería un dedo por ayudarle a escapar.

Cerré los ojos y me di masajes en la frente.

—Entonces, ¿por qué no lo has localizado aún?

—Ahora te lo explico. Parece como si la policía estuviera ocultando a ese hijo de puta.

—¿Dónde? ¿Por qué?

Chiri aseguraba que Morgan era de fiar, pero esa historia parecía increíble.

—Pregúntale a tu teniente Hajjar. Hace un par de semanas él y Jawarski se tomaron unas copas juntos en el Silver Palm.

En palabras del gran humorista cristiano Mark Twain, eso era demasiado variopinto para mí.

—¿Por qué Hajjar, un oficial de policía de alto rango, vendería a uno de sus propios agentes a un lunático y buscado asesino?

Casi pude oír como Morgan se encogía de hombros.

—¿No crees que Hajjar podría estar implicado en algo sucio, tío?

Me reí con amargura y Morgan se rió también.

—No es divertido. Todo el tiempo he creído que Hajjar estaba mezclado en algo, pero no lo imaginaba dando órdenes a Jawarski. No obstante, eso responde a algunas de mis preguntas.

—¿De qué va todo esto?

—Va de algo llamado archivo Fénix. No sé qué cojones significa. Limítate a pescar a Jawarski, ¿vale? ¿Sabes ya algo útil de él?

—Algo —dijo Morgan—, Estaba en una celda de la cárcel de Khartoum esperando ser ejecutado. Alguien le pasó un arma. Una tarde Jawarski caminaba por un pasillo y se encontró con dos guardias desarmados. Mató a los tipos, luego entró en la oficina de la cárcel y empezó a disparar por todas partes como un loco hasta que alguien le dio las llaves. Abrió las grandes puertas de la entrada y salió tranquilamente a la calle. Había un montón de gente fuera a causa de los disparos y se abrió paso gracias a ellos hasta la mitad de la manzana, donde le esperaba un coche. Jawarski se largó y no dio señales de vida hasta que apareció aquí en la ciudad.

—¿Cuándo fue eso? —pregunté.

—Hará un mes o seis semanas. Realizó un par de atracos y mató a otras dos personas. El otro día alguien reconoció a Jawarski en el restaurante de Meloul y llamó a la policía. Hajjar os envió a Shaknahyi y a ti, ya conoces el resto.

—Me pregunto…, me pregunto si de verdad lo reconoció alguien en el restaurante. Shaknahyi pensó que Hajjar nos la había jugado, metió a Jawarski en el restaurante de Meloul y nos envió a Jirji y a mí para que nos sorprendiesen.