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Todo depende de la actitud de los donantes. Nunca olvidaré cómo odiaba la Navidad cuando era niño en Argel. Los cristianos del barrio solían reunir cestas de comida para mi madre, mi hermano pequeño y para mí. Luego venían a nuestra mísera casa y se paseaban sonrientes, orgullosos de su buena obra. Nos miraban a mi madre, a Hussain y a mí, esperando a que nos mostrásemos debidamente agradecidos. ¡Cuántas veces deseé no tener tanta hambre para arrojarle aquellos malditos alimentos enlatados a la cara!

Temía que esos padres sintieran lo mismo hacia mí. Quería que supieran que no tenían por qué hacer ninguna desmelenada demostración de preocuparse por mi bienestar.

—Me alegro de ayudarles, amigos. Pero en realidad, lo hago por motivos egoístas. El noble Corán dice: «Aquellos de vosotros que gastéis mucho, debéis velar por vuestros padres, parientes próximos, huérfanos, necesitados y peregrinos. Y todo el bien que vosotros hagáis, Alá lo sabrá». De modo que quizá si gasto unos cuantos kiams en una causa justa, me preparo para la noche en que me corra una juerga con las dos gemelas rubias de Hamburgo.

Un par de visitas sonrieron. Eso me relajó un poco.

—A pesar de eso —dijo la joven madre—, te damos las gracias.

—Hace menos de un año, no me iban muy bien las cosas. Comía de vez en cuando. A veces no tenía adonde ir y dormía en los parques y en los edificios abandonados. Desde entonces todo me ha salido bien y no hago más que devolver el favor. Recuerdo lo amables que fueron ciertas personas cuando estaba hundido.

En realidad, nada de eso era cierto, pero era caritativo.

—Ahora te dejamos, oh caíd —dijo la mujer—. Seguramente necesitarás descansar. Sólo queremos que sepas que si podemos hacer algo por ti, nos harías muy feliz.

La estudié de cerca, preguntándome si de verdad sentía lo que decía.

—Resulta que estoy buscando a dos tipos. On Cheung, el vendedor de bebés, y ese asesino de Paul Jawarski. Si alguien tiene alguna información le estaría muy agradecido.

Observé como intercambiaban miradas nerviosas. Nadie dijo nada. Como era de esperar.

—Que Alá te conceda paz y bienestar, caíd Marîd al-Amin —murmuró la mujer encaminándose hacia la puerta.

Me había ganado el epíteto. Me había llamado Marîd el digno de confianza.

Allah yisallimak —respondí.

Me alegré de que se fueran.

Una hora más tarde, una enfermera me dijo que mi médico había firmado el alta. Perfecto. Llamé a Kmuzu y me trajo ropa limpia. Tenía la piel muy sensibilizada y me dolía al vestirme, pero me alegraba de irme a casa.

—Morgan, el americano, desea verte, yaa Sidi —dio Kmuzu—. Dice que tiene algo que contarte.

—Buenas noticias —dije.

Subí al sedán eléctrico y Kmuzu cerró la puerta de mi lado. Luego dio la vuelta alrededor del coche y se puso al volante.

—Debes ocuparte de algunos asuntos. En tu escritorio hay un considerable montón de dinero.

—Ah, sí, ya me lo imagino.

Debían de ser dos gruesos sobres con mi sueldo de Friedlander Bey, más mi parte del local de Chiri.

Kmuzu deslizó sobre mí una mirada furtiva.

—¿Tienes algún plan para ese dinero, yaa Sidi? Le sonreí.

—¿Por qué, quieres que apueste por algún caballo?

Kmuzu frunció el ceño. Recordé que no tenía sentido del humor.

—Tu riqueza ha aumentado. Con el dinero que has ganado mientras estabas en el hospital, tienes más de cien mil kiams, yaa Sidi. Con esa suma se podría hacer mucho bien.

—No sé cómo controlas mi saldo bancario, Kmuzu. —A veces era tan cordial que me olvidaba de que en realidad era un vulgar espía—. Tengo algunos planes para destinar el dinero a un buen fin. Una clínica gratuita en el Budayén, o quizá ofrecer comidas a los necesitados.

Le dejé alucinado.

—¡Eso es maravilloso y sorprendente! —dijo—. Lo apruebo de todo corazón.

—Me alegro —dije con amargura. Lo había estado pensando de verdad, pero no sabía por dónde empezar—. ¿Te gustaría estudiar la posibilidad? Eso de Abu Adil y Jawarski ocupa todo mi tiempo.

—Me hará más que feliz. No creo que tengas bastante para fundar una clínica, yaa Sidi, pero ofrecer comidas calientes a los pobres, eso sí que es un gesto encomiable.

—Espero que sea más que un gesto. Avísame cuando tengas preparado el proyecto y algunas cifras para echarle un vistazo.

Lo mejor de todo era que eso mantendría ocupado a Kmuzu y me dejaría en paz un tiempo.

Al entrar en casa, Youssef me sonrió y me hizo una reverencia.

—¡Bienvenido a casa, oh caíd!

Insistió en pelearse con Kmuzu por llevar mi maletín y los dos me siguieron por el pasillo.

—Aún están reconstruyendo tus habitaciones, yaa Sidi —dijo Kmuzu—. Te he instalado en una suite del ala este. En el primer piso, lejos de tu madre y de Umm Saad.

—Gracias, Kmuzu. —Ya empezaba a pensar en el trabajo que debía hacer. No podía perder más tiempo recuperándome—. ¿Está Morgan aquí o tengo que llamarle?

—Está en la antecámara del despacho —dijo Youssef—. ¿He hecho bien?

—Perfecto, Youssef. ¿Por qué no le devuelves la maleta a Kmuzu? Él la llevará a nuestros aposentos provisionales. Quiero que me acompañes al despacho personal de Friedlander Bey. ¿Crees que le importará que lo use mientras está en el hospital?

Youssef lo pensó un momento.

—No —dijo despacio—, no veo ningún problema.

Sonreí.

—Bueno, tengo que ocuparme de sus asuntos hasta que se recupere.

—Entonces, te dejo, yaa Sidi —dijo Kmuzu—. ¿Puedo empezar a trabajar en tu proyecto benéfico?

—Lo antes posible. Ve en paz.

—Que Dios te acompañe —dijo Kmuzu, dirigiéndose hacia el ala del servicio.

Yo fui con Youssef al despacho privado de Papa.

Youssef se detuvo en el umbral.

—¿Le digo al americano que entre? —pregunté.

—No, que espere un par de minutos. Necesito mi potenciador de inglés o no entenderé ni una palabra. ¿Te importa ir a buscarlo?

—Le dije dónde lo encontraría—. Cuando vuelvas puedes decirle a Morgan que pase.

—No faltaba más, oh caíd.

Youssef se apresuró a cumplir mi encargo.

Sentí un molesto escalofrío cuando me senté en la silla de Friedlander Bey, como si ocupara un lugar de naturaleza impía. No me hizo ninguna gracia. Por un lado, no tenía ningunas ganas de representar el papel de joven señor del crimen, ni siquiera de ocupar el puesto más legal de intermediario entre los poderes internacionales. Ahora estaba a merced de Papa, pero si Alá no remediaba su estado terminal, no tardaría en verme convertido en su sucesor. Y yo tenía otros planes para mi futuro.

Eché un vistazo a los papeles del escritorio de Papa, sin hallar nada indecente ni inculpatorio. Me disponía a hurgar en los cajones, cuando Youssef regresó.

—Te he traído la ristra entera, yaa Sidi.

Gracias, Youssef, ahora por favor dile a Morgan que pase.

—Sí, oh caíd.

Empezaba a encontrarle el gusto a todo ese servilismo, mala señal.

Me enchufé el daddy de inglés en el preciso instante en que entraba el americano rubio.

—¿Como te va, tío? —dijo sonriendo—. Nunca había estado aquí. Tienes una casa preciosa.

—Friedlander Bey tiene una casa preciosa —dije, indicando a Morgan que se pusiera cómodo—. Yo sólo soy su chico de los recados.

Me recliné en la silla.

—¿Dónde está Jawarski?