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—Quizá —dije, dubitativo—. ¿Y el archivo Fénix?

—Oh sí, yaa Sidi, oí hablar de él cuando trabajaba en casa del caíd Reda.

Había llegado a tantos callejones sin salida que casi había perdido la esperanza. Empezaba a creer que el archivo Fénix era algo que Jirji Shaknahyi se había inventado y el significado de las palabras había muerto con él.

—¿Por qué Abu Adil habló de esto contigo?

Kmuzu sacudió la cabeza.

—Abu Adil nunca discutía nada conmigo, yaa Sidi. Yo era sólo un guardaespaldas. A los guardaespaldas se les ignora o se les olvida, son como el mobiliario de una habitación. Muchas veces oí al caíd Reda y a Umar hablar de personas a quienes ellos deseaban incorporar al archivo Fénix.

—¿Y qué cojones es eso? —exigí saber.

—Una lista —dijo Kmuzu—. Una compilación de los nombres de todos los que trabajan para el caíd Reda o para Friedlander Bey, ya sea directa o indirectamente. Y de personas que les debían un gran favor.

—Como una nómina —dije asombrado—. Pero ¿por qué es tan importante un archivo? Estoy seguro de que la policía puede reunirlo cuando lo desee. ¿Por qué se arriesgaría Jirji Shaknahyi a investigarlo?

—Cada persona de la lista tiene una entrada codificada que describe su estado físico, el perfil de sus tejidos y el historial de sus órganos trasplantados y otras modificaciones.

—Así que tanto Abu Adil como Papa se preocupan por la salud de su gente. Fantástico. No creía que se molestaran por estos detalles.

Kmuzu frunció el ceño.

—No lo entiendes, yaa Sidi. El archivo no es una lista de personas que podrían necesitar un trasplante. Es una lista de posibles donantes.

—¿Posibles donantes? Pero no están muertos, aún están… —Mis ojos se abrieron y me quedé mirándole fijamente.

La expresión de Kmuzu me indicó que mi horrible suposición era cierta.

—Todos los de la lista están clasificados, desde el subordinado más inferior hasta Umar y tú mismo. Si una persona de la lista es herida o se pone enferma y necesita un trasplante de órgano, Abu Adil o Friedlander Bey eligen a quién, de rango inferior, sacrificar. No siempre es así, pero cuanto más alto estés en la lista, más probabilidades tienes de que elijan un donante apropiado.

—¡Que sus casas sean destruidas! ¡Los hijos de ladrones! —dije en voz baja.

Eso explicaba las anotaciones de la libreta de Shaknahyi… Los nombres de la izquierda eran personas que habían muerto prematuramente para ceder órganos de recambio a las personas de la derecha. Blanca debía de estar muy abajo en la lista, era sólo otra puta superflua.

—Quizá todos los que tú conoces estén en el archivo Fénix —dijo Kmuzu—. Tú mismo, tus amigos, tu madre. Mi nombre también está.

Sentí crecer la furia en mi interior.

—¿Dónde se guarda, Kmuzu? Voy a hacerle tragar ese archivo a Abu Adil.

Kmuzu levantó una mano.

—Recuerda, yaa Sidi, que el caíd Reda no está solo en esta terrible empresa. Coopera con nuestro amo. Comparten la información y comparten las vidas de sus asociados. Un corazón de uno de los subordinados inferiores del caíd Reda puede ser colocado en el pecho del lugarteniente de Friedlander Bey. Los dos hombres son grandes adversarios, pero en esto son cordiales camaradas.

—¿Cuánto tiempo hace que funciona?

—Muchos años. Los dos caíds se aseguraron de que nunca morirían por falta de órganos adecuados.

Di un puñetazo sobre el escritorio.

—Así es como han vivido hasta una edad tan decrépita. ¡Son unos jodidos fósiles!

—Y están locos, yaa Sidi.

¿No vas a decirme dónde encontrarlo? ¿Dónde está el archivo Fénix?

Kmuzu negó con la cabeza.

—No lo sé. El caíd Reda lo guarda oculto.

«Bien —pensé—, de cualquier modo planeaba dar un paseo por el vecindario esta mañana.» —Gracias, Kmuzu. Me has ayudado mucho.

Yaa Sidi, no vas a enfrentarte con el caíd Reda por esto, ¿verdad?

Parecía muy preocupado.

—No, claro que no. Sé que es responsabilidad de ambos viejos. Sigue trabajando en nuestras comidas de beneficencia. Creo que ya es hora de que la casa de Friedlander Bey empiece a devolver algo a los pobres.

—Eso es bueno.

Dejé a Kmuzu trabajando en el ordenador. Fui hacia el coche, y revisé mis planes del día a la luz de la bomba que acababa de explotarme en los pies. Me dirigí al Budayén, aparqué el coche y enfile la Calle hacia el local de Chiri.

Sonó el teléfono.

Marhaba —dije.

—Soy yo, Morgan. —Me alegré de llevar todavía el daddy de inglés—. Jawarski está aquí. Escondido en un mugriento apartamento de un suburbio. Estoy en la caja de la escalera, vigilando la puerta. ¿Quieres que lo coja?

—No, simplemente asegúrate de que no escapa. Quiero saber que estará allí cuando yo vaya más tarde. Pero, si trata de ir a alguna parte, detenlo. Usa tu arma y vuelve a llevarlo al apartamento. Haz lo que tengas que hacer, pero mantenlo oculto.

—De acuerdo, tío. No tardes mucho. No es tan divertido como pensaba.

Volví a colgar el teléfono de mi cinturón y entré en el club. Para ser última hora de la tarde, el local de Chiri estaba lleno. En el escenario bailaba una chica negra nueva, llamada Mouna. De repente recordé que la última gallina, la favorita, de la larga historia de Fuad también se llamaba Mouna. Eso significaba que probablemente Fuad adoraría a la chica y que, sin duda, nos traería problemas. Debía mantener los ojos muy abiertos.

Las otras chicas estaban sentadas con los clientes y el amor florecía por todo el bar. El ambiente estaba jodidamente caldeado.

Fui a mi sitio de costumbre y esperé a que Indihar se acercara.

—¿Una Muerte Blanca? —me preguntó.

—Ahora no. ¿Has pensado en lo que hablamos?

—¿En trasladarme al pequeño chalet de Friedlander Bey? Si no fuera por los niños no lo hubiera pensado dos veces. No quiero deberle nada. No quiero ser una de las rameras de Papa.

No hace mucho yo también pensaba lo mismo y, ahora que había descubierto el significado del archivo Fénix, sabía que ella tenía aún más razones para desconfiar de Papa.

—En eso tienes razón, Indihar. Pero te prometo que eso no sucederá. Papa no hace esto por ti, soy yo quien lo hace.

—¿Hay alguna diferencia?

—Sí, una gran diferencia. ¿Qué contestas?

Suspiró.

—Vale, Marîd, pero tampoco voy a ser una de tus rameras. ¿Sabes lo que quiero decir?

—No vas a joder conmigo. Ya lo habías dejado claro.

Indihar asintió.

—Sólo quiero asegurarme de que lo entiendes. Estoy de luto por mi marido. Siempre estaré de luto.

—Lleva luto todo el tiempo que necesites. Te queda una vida por delante, cielo. Algún día encontrarás a alguien.

—Ni siquiera quiero pensar en ello.

Era el momento de cambiar de tema.

—Puedes mudarte cuando quieras, pero hazme el favor de terminar el turno —le dije—. Eso significa que tendré que buscar una encargada para llevar el local durante el día.

Indihar miró a un lado y a otro y se me acercó.

—Si estuviera en tu lugar —dijo en voz muy baja—, contrataría a alguien de fuera. No confío en ninguna de las chicas para llevar el local. Te robarían a espuertas, sobre todo Brandi. Y Pualani no es lo bastante inteligente como para poner la servilleta primero y después la bebida.

—¿Qué crees que debo hacer?

Se mordió el labio un instante.

—Yo de ti contrataría a Dalia, del club de Frenchy Benoit. Eso es lo que haría. O a Heidi, del Silver Palm.